151-25 - Biblioteca Católica Digital
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una dignidad ya perdida. Es, pues, difícil conservar el<br />
esplendor de la naturaleza humana. Están al acecho<br />
tantas tentaciones, anidan en los repliegues de la<br />
aventura del hombre y de la mujer tantas serpientes<br />
que envenenan el amor. También el siguiente relato<br />
del Génesis sobre el tema del pecado incide —aunque<br />
no pretende trazar las líneas de una ética de la sexualidad—<br />
sobre la vida de la pareja y éste será también<br />
el objeto de nuestra próxima reflexión. Concluimos<br />
ahora con una última mirada al hombre y a la<br />
mujer, felices en su «desnudez», esto es, en su realidad<br />
de criaturas. Unidos y necesarios el uno para el otro,<br />
emprenden el camino de la vida. No es tarea fácil<br />
mantener este equilibrio entre individualidad y comunión<br />
total. Y, sin embargo, justamente sobre este secreto<br />
punto de armonía se apoya la arquitectura del<br />
amor humano.<br />
«La diversidad correlativa y complementaria del<br />
hombre y de la mujer hace que cada uno de ellos tenga<br />
necesidad del otro para ser él mismo, aun permaneciendo<br />
siempre cada uno distinto del otro, en su misterio<br />
infranqueable, que sólo se abre por la donación.»<br />
Estas palabras del cardenal Martini ilustran precisamente<br />
aquel punto de equilibrio del matrimonio en<br />
el que la identidad individual no se suprime, sino que<br />
se comunica y se da. Permanece, por tanto, intacta y<br />
no se encierra en sí. Estas afirmaciones son aplicables<br />
a toda relación, que implica siempre independencia y<br />
donación, autonomía e integración. Puede ser fácil<br />
(aunque no siempre lo es) convertirse sexualmente en<br />
«una sola carne», pero ciertamente no existe esta facilidad<br />
en el nivel profundo del amor. Una vez más la<br />
poesía nos ayuda a expresar esta armonía en la diversidad,<br />
esta unidad en la diferencia. Son palabras —de<br />
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fuerte inspiración religiosa— de El profeta, la famosa<br />
obra del poeta libanes-norteamericano K. Gibran.<br />
i Habíanos del matrimonio, maestro!<br />
Y le respondió diciendo:<br />
Habéis nacido juntos y juntos estaréis eternamente.<br />
Estaréis juntos cuando las blancas alas de la muerte<br />
dispersen vuestros días,<br />
y juntos estaréis también en la silenciosa memoria<br />
de Dios.<br />
Mas dejad espacio libre en vuestro ser juntos.<br />
Dejad danzar entre vosotros los vientos del paraíso.<br />
Amaos, pero no hagáis del amor una cadena:<br />
dejad mejor que haya entre las playas<br />
de vuestras almas un mar en movimiento.<br />
Que el uno llene el vaso del otro<br />
pero no bebáis de la misma taza.<br />
Que el uno dé pan al otro<br />
pero no comáis del mismo trozo.<br />
Cantad, bailad juntos y sed felices,<br />
pero dejad que cada uno esté solo:<br />
también las cuerdas del laúd están solas<br />
aunque se estremecen con la misma música.<br />
Daos vuestros corazones, pero no para poseerlos,<br />
porque sólo la mano de la vida puede contenerlos.<br />
Estad juntos en pie, pero no demasiado cerca,<br />
porque separadas están las columnas del templo<br />
y no pueden crecer bajo la misma sombra<br />
la encina y el ciprés.<br />
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