151-25 - Biblioteca Católica Digital
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mente personal, adquirida a través de la propia miseria<br />
y de la soledad. El poeta Giorgio Caproni pone en<br />
escena, en una de sus composiciones líricas, a uno de<br />
tantos hombres que, frente a una pared desnuda, piensa<br />
en sus errores y en sus virtudes, pero no tiene con quién<br />
comunicarse, si no es con los muertos. El domingo es,<br />
en cambio, el silencio poblado por Dios y por los hermanos<br />
que, todos juntos, alaban, cantan, se estrechan<br />
la mano. Pero, sobre todo, el domingo es el horizonte<br />
silencioso en el que se contempla y se dialoga con Dios.<br />
En un famoso libro dedicado precisamente al sábado,<br />
el escritor místico judío J.A. Heschel declaraba que «el<br />
séptimo día proporciona al hombre en el tiempo una<br />
predegustación de la eternidad».<br />
Resulta sugerente destacar un aspecto concreto del<br />
relato del Génesis. Aunque ocupa el vértice de la creación,<br />
el hombre ha sido creado el día sexto. Ahora<br />
bien, en el simbolismo numérico del Antiguo Oriente,<br />
el seis es la cifra de la imperfección, mientras que<br />
el siete representa la plenitud. Así, pues, el hombre<br />
permanece encerrado en la prisión del límite y de la<br />
imperfección. Pero, mediante el culto sabático, sale de<br />
la cárcel de su naturaleza de criatura del «sexto día» y<br />
entra en el horizonte de Dios, en la perfección de su<br />
«séptimo día», gustando así por anticipado del «reposo»<br />
definitivo y perfecto de la comunión eterna con<br />
Dios. De ahí que el apócrifo judío Vida de Adán y Eva<br />
afirme que «el séptimo día es el signo de la resurrección<br />
y del mundo futuro». Y la espléndida homilía<br />
que es la carta a los Hebreos describe la vida eterna<br />
como un sábado sin fin, ya no encerrado en la fuga del<br />
tiempo, ya no ocupado por los ídolos terrenos ni cruzado<br />
por desobediencias y rebeliones, por males e injusticias<br />
(3,7-4,11).<br />
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Pero aunque envuelto en el silencio, marcado por<br />
lo eterno, inmerso en el culto, el séptimo día no es un<br />
oasis bloqueado que ignore el desierto que lo rodea.<br />
El día festivo es también, en efecto, el lugar de la bendición,<br />
es decir, de la vida que se irradia. Es, pues,<br />
preciso, exorcizar el peligro de que el culto se convierta<br />
en un espacio separado de la vida. Como enseña<br />
constantemente la predicación de los profetas, la liturgia<br />
sin justicia es farsa, la oración sin fidelidad cotidiana<br />
es magia, el séptimo día sin los otros seis es un absurdo.<br />
Está siempre al acecho el peligro del integrismo<br />
religioso que encierra al creyente en sus zonas defensivas,<br />
en sus ritos, en sus asociaciones, en sus iglesias. Ya<br />
Israel había alzado en torno al sábado una barrera de<br />
prescripciones (según el Talmud, debían observarse 39<br />
preceptos relacionados con el descanso sabático) que lo<br />
había convertido en tabú, en carga insoportable. La libertad<br />
con que se comportaba Jesús respecto del sábado<br />
fue, precisamente, expresión de la recuperación de<br />
su verdadera fecundidad, agostada por las frías y sacras<br />
normas legales: ¿«Es lícito en sábado hacer bien o hacer<br />
mal, salvar una vida o dejarla perecer?», preguntó<br />
Jesús a los rígidos «observantes» en Me 3,4.<br />
Ciertas distinciones del pasado cristiano entre actividades<br />
manuales —prohibidas en domingo— y ocupaciones<br />
liberales — que estarían permitidas— reflejan<br />
un cierto materialismo sacro: la actividad que te<br />
interrumpe totalmente el diálogo con Dios es, por supuesto,<br />
negativa, pero es bendita aquella actividad<br />
que te permite reconocer en los hermanos que sufren<br />
el rostro de Dios. «El sábado ha sido hecho para el<br />
hombre y no el hombre para el sábado» (Me 2,27).<br />
Puede darse una observancia hipócrita del séptimo<br />
día, que es detestada por Dios: «No sigáis trayendo<br />
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