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151-25 - Biblioteca Católica Digital

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24 Dijo Dios: «Produzca la tierra seres vivientes según<br />

su especie: ganados, reptiles y animales salvajes<br />

según su especie.» Y así fue. "Hizo Dios los animales<br />

salvajes según su especie, los ganados según su especie,<br />

y todos los reptiles de la tierra según su especie.<br />

Y vio Dios que estaba bien.<br />

Nos hallamos ante la segunda tabla del grandioso<br />

díptico de la creación. Estructurada en tres días como<br />

la primera, y poblada por otras cuatro obras divinas<br />

(Sol-Luna-estrellas, peces-aves, animales terrestres, el<br />

hombre), alcanzará su vértice con la creación del ser<br />

humano, a la que dedicaremos una reflexión específica,<br />

porque también el autor amplía aquí el texto en<br />

un cántico de intensa admiración e impregnado de<br />

teología (1,26-31). Las dos tablas del díptico están<br />

unidas mediante el broche del día séptimo (2,1-4).<br />

Detengámonos ahora en las tres primeras obras que<br />

«ornamentan» lo creado. Del mismo modo que la luz<br />

fue la primera criatura, así también ahora el primer<br />

«ornamento» de todo lo creado son las «luminarias»,<br />

las «luces» cósmicas. De aquí surge el interés del hombre<br />

bíblico por el tiempo. Así como la luz y las tinieblas<br />

son signo de la alternancia lineal del tiempo, así<br />

también el Sol, la Luna y las estrellas son a modo de<br />

relojes cósmicos que marcan el ritmo del calendario, es<br />

decir, las cadencias cronológicas.<br />

Descubrimos así la importancia del tiempo, seno<br />

fecundo del que nacen nuestras acciones y del que fluye<br />

la existencia. Saber vivir en plenitud tanto el tiempo<br />

sacro como el profano es un arte difícil, contra el<br />

que se precipitan de un lado la inercia y la pereza y,<br />

del otro, el ciego frenesí, el movimiento histérico que<br />

agosta todo sosiego. Es muy ilustrativo a este propósito<br />

44<br />

el apólogo del Principito de A. de St. Exupéry: «Buenos<br />

días —dijo el principito—. Buenos días —dijo el<br />

comerciante—. Era un comerciante de pildoras perfeccionadas,<br />

que calmaban la sed. Se tomaba una a la semana<br />

y ya no se sentía la necesidad de beber. ¿Por qué<br />

vendes esto? —dijo el principito—. Porque se ahorra<br />

mucho tiempo —dijo el comerciante—. Los expertos<br />

han hecho cálculos. Se ahorran 53 minutos por semana.<br />

¿Y qué se hace con estos 53 minutos? —preguntó<br />

el principito—. Se puede hacer lo que cada uno quiera<br />

—respondió el comerciante—. Si yo tuviera 53 minutos<br />

—dijo el principito— me iría a una fuente.» Saber<br />

gozar del tiempo y no ser sus esclavos, saber gozar plenamente<br />

del tiempo, saber comprender y amar el<br />

tiempo sin disiparlo ni verse arrastrados por él: ésta es<br />

una de las grandes tareas de la vida.<br />

Es interesante advertir que en el original de los v.<br />

14- 19 se encuentra tres veces en plural y dos en singular<br />

la palabra «luz» (o «luminarias», como se solía traducir<br />

en el pasado): no se nombran explícitamente el<br />

Sol y la Luna. Ambos eran, en la cultura egipcia, mesopotámica<br />

y cananea, seres divinos. Baste recordar<br />

aquí el espléndido himno al disco solar, el dios Atón,<br />

compuesto por el faraón «monoteísta» Akhnatón (siglo<br />

XIV a.C), un canto de amor y de veneración que<br />

tal vez tenía en la memoria el autor bíblico del Salmo<br />

104. Escuchemos una estrofa: «Tú surges hermoso en<br />

el horizonte del cielo, oh Atón viviente, que diste inicio<br />

a la vida. Cuando te elevas en el horizonte oriental,<br />

toda la tierra se llena de tu belleza. Eres hermoso,<br />

grande, esplendente, excelso en todos los países; tus<br />

rayos circundan la tierra hasta los límites de todo cuanto<br />

has creado... Cuando caminas en paz hacia el horizonte<br />

occidental la tierra yace en la oscuridad, como<br />

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