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151-25 - Biblioteca Católica Digital

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ien la raza humana viene así» (2Mac 7,28). Nuestra<br />

narración especifica que la creación se produce exclusivamente<br />

a través de la palabra divina. Contrariamente<br />

a cuanto decían los antiguos mitos orientales, la creación<br />

no fatiga a Dios, no es un combate. Dios crea mediante<br />

su palabra, con la soberanía de su ser perfectísimo.<br />

El escritor judío americano I.B. Singer, premio<br />

Nobel de literatura en 1978, hace decir a uno de sus<br />

personajes: «¿Qué mantiene junto a todo el mundo?<br />

Una palabra del Eterno, y basta. Si él retira su palabra,<br />

toda la creación retorna al caos primordial.» Esta misma<br />

idea la expresa el antiguo salmista: «Si tú ocultas<br />

tu rostro, ellos se aterran; si recoges su aliento, ellos fenecen.<br />

Al emitir tu aliento, son creados y haces nuevo<br />

el aspecto de la tierra» (Sal 104,29-30).<br />

Nos hallamos suspendidos no de la madeja del<br />

hado o del absurdo, sino del hilo de oro de la palabra<br />

divina: «Al principio existía la Palabra» y esta palabra<br />

se nos revela en el ser y en la vida, mientras espera revestirse<br />

de carne. Es una palabra creadora que preanuncia<br />

ya la palabra salvadora. En el interior de esta<br />

palabra se concentran todos los significados que en el<br />

Fausto atribuye Goethe a la expresión joánica: al principio<br />

existía la «palabra» (Wort), la «fuerza» (Kraft), el<br />

«sentido» (Sinri) de las cosas, la «acción» (Tat) divina.<br />

No estamos a merced de una divinidad prepotente e<br />

insensata, no estamos abandonados a una vorágine<br />

maligna. El Dios de la Biblia no es como Enlil, el dios<br />

creador de los sumerios, parecido «a una embrollada<br />

madeja de la que no se conoce el hilo». Estamos insertos<br />

en un proyecto de amor y de luz del que sólo llegamos<br />

a entrever algún resplandor. Estamos confiados a<br />

una palabra que hace vivir, morir y resucitar, que hace<br />

reír, llorar y esperar, que hace existir y amar.<br />

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También nosotros debemos redescubrir la importancia<br />

del don de la palabra que nos hace semejantes<br />

al Creador. La poetisa norteamericana E. Dickinson ha<br />

escrito con mucha razón: «Hay quien dice que una palabra<br />

está muerta apenas ha sido pronunciada. Yo, en<br />

cambio, digo que justamente aquel día empieza a vivir.»<br />

Nuestras palabras son a menudo un flujo vacuo,<br />

imagen de un desierto interior; no tienen en sí ninguna<br />

fuerza creadora; se extinguen apenas pronunciadas,<br />

porque no encierran nada dentro de sí; sólo almacenan<br />

fatuidad, banalidad, vulgaridad. Otras veces tienen,<br />

sí, fuerza, pero es una energía maléfica; son palabras<br />

que atemorizan y ofenden, destruyen y aniquilan.<br />

«La lengua es fuego, el mundo de la iniquidad;<br />

la lengua es uno de nuestros miembros, la que contamina<br />

todo el cuerpo, la que inflama el engranaje de<br />

la existencia y a su vez es inflamada por la gehenna...<br />

Con ella bendecimos al que es Señor y Padre y con ella<br />

maldecimos a los hombres, hechos a imagen de Dios.<br />

De la misma boca salen bendición y maldición. Esto,<br />

hermanos míos, no debe ser así» (Sant 3, 6.9-10). Es<br />

necesario descubrir la palabra que consuela, que crea,<br />

transforma, bendice, que es parecida a aquella palabra<br />

del Creador por la que «los cielos fueron hechos y por<br />

cuyo soplo fueron creados sus ejércitos» (Sal 33,6).<br />

Ahora bien, en las tres primeras «separaciones»<br />

que Dios ha llevado a cabo (v. 3-9: luz-tinieblas,<br />

aguas superiores e inferiores, mares y tierra firme),<br />

aparece otro verbo: «ver.» «Vio Dios que la luz era<br />

buena.» También la antigua cultura egipcia se imaginaba<br />

el asombro de Dios ante la salida del Sol. «Un<br />

gran nenúfar salido de las aguas primordiales fue la<br />

cuna del Sol, en el alba primera.» Es necesario tener<br />

ojos limpios para descubrir la belleza de la luz, incluso<br />

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