151-25 - Biblioteca Católica Digital
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años y una villa con doce servidores. Al cabo de los<br />
cinco años, aún no había comenzado el dibujo. "Necesito<br />
otros cinco años", dijo Chuang-Tzu. El rey se<br />
los concedió. Cuando llegaban ya a su término los diez<br />
años, Chuang-Tzu tomó el pincel y en un instante, de<br />
un solo trazo, dibujó un cangrejo, el más perfecto cangrejo<br />
que jamás se había visto.»<br />
Los años de espera, de preparación, de silencio, no<br />
son nunca inútiles. Al contrario, son los que permiten<br />
la explosión de la sorpresa, la epifanía de la revelación<br />
y de la luz de Dios. El camino sin consuelo durante<br />
muchos años, el recorrido accidentado que Abraham<br />
deberá llevar a cabo dejando a sus espaldas su espléndida<br />
patria, Ur de los caldeos, no desemboca en la<br />
nada. La esperanza finaliza en el encuentro, la espera<br />
es sellada por la cita, el silencio es roto por la palabra<br />
de Dios que, justamente en la inauguración de la segunda<br />
parte del libro del Génesis, proclamará resonante:<br />
«Haré de ti una gran nación; te bendeciré»<br />
(12,2). La gran meditación de la carta a los Hebreos<br />
comentará: «Por la fe, Abraham obedeció cuando se le<br />
llamó para ir a un lugar que iba a recibir en herencia;<br />
y salió sin saber adonde iba. Por la fe se fue a vivir a<br />
la tierra de la promesa como a tierra extraña... Pues él<br />
aguardaba aquella ciudad bien asentada sobre los cimientos,<br />
de la que Dios es arquitecto y constructor»<br />
(11,8-10).<br />
A esta visión de la esperanza bíblica que pone su<br />
confianza en los tiempos y en los momentos de Dios<br />
podemos añadir un corolario. La genealogía abrahámica,<br />
al igual que las demás genealogías diseminadas<br />
en el Génesis por la tradición Sacerdotal, nos enseña<br />
que es en el interior de la existencia donde deben buscarse<br />
las señales de la acción divina. La esperanza se<br />
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enraiza en lo cotidiano, la palabra de Dios se reviste<br />
de palabras humanas, las generaciones del hombre corren<br />
hacia «Jesús, llamado el Cristo», hijo del hombre<br />
e Hijo de Dios. Debemos, pues, buscar la revelación<br />
divina en nosotros mismos, no en cielos dorados y remotos.<br />
Cedamos aquí la palabra, para concluir, a un<br />
gran filósofo y creyente del siglo pasado, el danés Sóren<br />
Kierkegaard. Su relato simbólico podría servir para<br />
estampar también nuestra firma al final de todo nuestro<br />
itinerario por el interior del Génesis y para preparar<br />
la etapa siguiente, la que nos llevará por los caminos<br />
de Abraham, ya abiertos al horizonte de la<br />
narración bíblica.<br />
«Un día, de pronto, el gamo almizclero de las<br />
montañas notó en las narices el soplo de un perfume<br />
almizclado. No cayó en la cuenta de dónde procedía,<br />
pero quedó fascinado y corrió de bosque en bosque en<br />
busca del almizcle. Se sentía forzado a buscarlo cruzando<br />
barrancos y florestas, renunció a comer y a beber,<br />
hasta que, exhausto y hambriento, se precipitó<br />
desde una cima, mortalmente quebrantado en cuerpo<br />
y alma. Su último gesto, antes de morir y sentir compasión<br />
de sí mismo, es lamerse el pecho donde...<br />
—¡oh prodigio!— descubre la bolsa almizclera, que<br />
ha crecido sobre su propio cuerpo. El animalillo jadea<br />
entonces hondamente, intentando aspirar aquel perfume,<br />
si no es demasiado tarde...<br />
»No busques, pues, fuera de ti el perfume de<br />
Dios, para perecer en la jungla de la vida. No ceses de<br />
buscarlo dentro de ti y acabarás por encontrarlo.»<br />
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