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151-25 - Biblioteca Católica Digital

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que Dios revela su deseo de entrar en relación con ellos<br />

a través del arco iris. Apenas aparece en el cielo, toman<br />

un arco, lo asestan hacia lo alto y cantan: «Tú has<br />

arrojado por debajo de ti, vencedor en la batalla, el<br />

trueno que retumba.» La letanía concluye con una invocación<br />

dirigida al arco iris, para que interceda ante<br />

el supremo espíritu celeste y no truene más, no envíe<br />

más lluvias violentas, no siga airado con ellos y los<br />

mate. Se tiene, pues, aquí, una especie de contacto<br />

ideal o arquetípico con los temas que han surgido a lo<br />

largo de nuestra narración bíblica. También en la posterior<br />

tradición cristiana se intentará enriquecer con<br />

nuevos significados esta señal cósmica de paz y de<br />

alianza.<br />

Así, por un lado el arca de Noé protegería a los justos<br />

frente a las aguas infernales, las del abismo inferior,<br />

mientras que el arco iris los defendería frente a<br />

las grandes aguas superiores. Estos dos arcos tendidos<br />

por la misericordia divina después del diluvio se unirían<br />

en sus extremidades creando una especie de área<br />

protegida, de horizonte de la gracia salvífica que es el<br />

mundo y la humanidad redimidos. Y en esta perspectiva<br />

resulta ya fácil la aplicación del arca a la Iglesia,<br />

suspendida entre las grandes aguas y el cielo, mientras<br />

que hay Cristos bizantinos y paleocristianos pintados<br />

a menudo afirmando su señorío en medio de un arco<br />

iris. El símbolo se convierte así en expresión de la gracia<br />

y del amor de Dios. No es casual que en el texto<br />

del Génesis se afirme que el arco iris no es una señal<br />

destinada a los hombres para que se acuerden de Dios<br />

cuando lo vean brillar en el cielo, sino que es un signo<br />

para que Dios «se acuerde» de su promesa. Nos mantenemos<br />

en el ser y en la vida gracias exclusivamente a<br />

la voluntad de Dios; estamos suspendidos del hilo de<br />

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su amor. Como declara Job: «Él dispone del alma de<br />

todo viviente y del espíritu de toda carne humana»<br />

(12,10).<br />

Nos hallamos ante una página de enorme serenidad,<br />

que se extiende y se dilata tras la sombría amenaza<br />

del diluvio. Se trata del redescubrimiento de la armonía<br />

entre Dios y el hombre, entre Dios y la<br />

naturaleza y entre la naturaleza y el hombre. Lutero<br />

describe con estos términos sugerentes la gran fiesta<br />

que se celebrará en los nuevos cielos y sobre la nueva<br />

tierra: «El hombre jugará con el cielo, la tierra y el Sol<br />

y con las criaturas; todas las criaturas experimentarán<br />

también un placer, un amor y un gozo lírico; reirán<br />

contigo, Señor, y tú, a tu vez, reirás con ellos.» Es la<br />

capacidad de volver a encontrar la belleza y la paz de<br />

manera rto artificiosa, no superficial, no como narcotizando<br />

la existencia, sino de una forma profunda, penetrando<br />

en el proyecto creador de Dios y en el diseño<br />

de su voluntad salvífica. Aquel diseño que Pablo describe<br />

como un «recapitular en Cristo todas las cosas, las<br />

del cielo y las de la tierra» (Ef 1,10). Es aquel mapa<br />

ideal de la Jerusalén celestial, meta última de la historia,<br />

que traza el Apocalipsis (21-22).<br />

El hombre no está ya, pues, abandonado al torbellino<br />

ciego e inextricable del hado o del destino, sino<br />

que está en manos de un Dios creador y benévolo, que<br />

se ha comprometido a favor de su creación. El alemán<br />

C. Westermann escribe en un importante comentario<br />

al Génesis: «Esta es la conclusión del relato del diluvio:<br />

en la base de la historia de la naturaleza y de la<br />

humanidad hay un sí incondicional de Dios a su creación,<br />

un sí de Dios a toda vida, que no puede ser sacudido<br />

por ningún tipo de catástrofes en el curso de esta<br />

historia, ni por los errores, corrupciones, rebeliones de<br />

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