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151-25 - Biblioteca Católica Digital

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dor. La renovada conciencia ecológica se reduce a menudo<br />

a lugar común de hueras palabras, o a pintorescas<br />

nostalgias de ambientes incontaminados, o a histéricas<br />

reacciones contra un progreso que le es necesario<br />

al hombre, porque, además de «custodiar» la tierra,<br />

tiene que «cultivarla». Pero hay una actitud ecológica<br />

bíblica que consiste en redescubrir el cuadro de las armonías<br />

graduales inscritas por Dios en la naturaleza.<br />

Contaminar, desquiciar los ritmos de la naturaleza,<br />

destruir la trama de los elementos, herir la creación,<br />

despreciar la materia, todo esto constituye un grave<br />

pecado contra el Creador. Y son muchos los «diluvios»<br />

que no se deben imputar a Dios o a la limitación de<br />

la criatura, sino a elecciones egoístas de los hombres.<br />

Hay, a este propósito, una bella reflexión islámica<br />

que intenta explicar la existencia de los desiertos recurriendo<br />

justamente al pecado del hombre. La podemos<br />

aplicar a los desiertos que hemos producido a través<br />

de la conquista de la especulación urbana, del<br />

empobrecimiento y la contaminación de las reservas<br />

acuíferas, de la destrucción geológica y de tantos otros<br />

delitos cometidos contra este jardín que es la tierra. He<br />

aquí la parábola árabe: «Al principio del mundo todo<br />

era un jardín florecido. Dios, al crear al hombre, le dijo:<br />

Cada vez que lleves a cabo una mala acción, dejaré caer<br />

sobre la tierra un granito de arena. Pero los hombres,<br />

que son malvados, no hicieron caso. ¿Qué podían significar<br />

uno, cien, mil granitos de arena en un jardín<br />

florecido tan inmenso? Pasaron los años y fueron en<br />

aumento los pecados de los hombres, y torrentes de arena<br />

inundaron el mundo. Así nacieron los desiertos, que<br />

se hicieron más y más grandes cada día. Todavía hoy<br />

amonesta Dios a los hombres, diciéndoles: ¡No reduzcáis<br />

mi mundo florecido a un inmenso desierto!»<br />

164<br />

XIX<br />

«SE ACORDÓ DIOS DE NOÉ»<br />

(Génesis 8,1-14)<br />

l Se acordó Dios de Noé, de todos los animales y<br />

de todas las bestias que estaban con él en el arca. Entonces<br />

hizo pasar Dios un viento sobre la tierra y fueron<br />

decreciendo las aguas. 2 Cerráronse las fuentes del<br />

abismo y las compuertas de los cielos y cesó la lluvia<br />

torrencial de los cielos. h Se retiraban las aguas de sobre<br />

la tierra gradualmente, y menguaron las aguas al<br />

cabo de ciento cincuenta días. 4 En el mes séptimo, el<br />

día diecisiete del mes, se posó el arca sobre los montes<br />

de Ararat. 5 Y siguieron disminuyendo las aguas hasta<br />

el mes décimo; y en el mes décimo, el día primero del<br />

mes, aparecieron las cimas de los montes.<br />

6 Al cabo de cuarenta días abrió Noé la ventana<br />

del arca que había hecho, 7 y soltó un cuervo, que salió<br />

y estuvo yendo y viniendo hasta que se secaron las<br />

aguas de sobre la tierra. s Soltó después una paloma<br />

para ver si habían descrecido las aguas de sobre la haz<br />

de la tierra; "'pero no encontrando la paloma donde<br />

posar la planta de su pie, se volvió a él, al arca, porque<br />

las aguas estaban sobre la haz de toda la tierra. Entonces<br />

extendió él su mano, la tomó y la hizo entrar consigo<br />

en el arca. w Esperó aún otros siete días, y soltó de<br />

nuevo la paloma fuera del arca. n Por la tarde regresó<br />

165

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