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151-25 - Biblioteca Católica Digital

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Cuadro IV: El juicio divino del diluvio (cap. 6-8).<br />

Cuadro V: El pecado y la maldición de Cam-Canaán<br />

(9,20-27).<br />

Cuadro VI: El imperialismo de Babilonia y la atomización<br />

de las culturas (11,1-9).<br />

De esta reconstrucción global emerge claramente<br />

la óptica interpretativa del autor: también el cosmos<br />

está cruzado por el drama humano, la materia está<br />

empapada y marcada por la aventura humana vivida<br />

por la criatura más alta, el hombre, que está intentando<br />

trazar en el universo un proyecto alternativo respecto<br />

del que ha propuesto Dios en la creación. Se ve con<br />

absoluta claridad que ésta es la lectura «yahvista» de la<br />

catástrofe cósmica del diluvio en virtud de un dato técnico<br />

típico de la literatura semita, la llamada «inclusión».<br />

Consiste en poner en los dos extremos de un pasaje<br />

(al principio y al fin) una declaración paralela y<br />

programática, que luego se desarrolla en el cuerpo<br />

mismo de la narración.<br />

Gen 6,5 (principio): Vio Yahveh que era grande la<br />

maldad del hombre sobre la tierra y que todo el designio<br />

de su corazón tendía siempre y únicamente al mal.<br />

Gen 8,21 (fin): Dijo Yahveh en su corazón: No<br />

volveré ya más a maldecir la tierra por causa del hombre,<br />

pues los designios del corazón del hombre son<br />

malos desde su niñez.<br />

El diluvio se transforma, pues, en un colosal juicio<br />

universal miguelangelesco. Encierra un enorme patetismo<br />

la escena antropomórfica en la que se introduce<br />

a Dios triste y frustrado en su calidad de Creador. «Se<br />

arrepintió Yahveh de haber hecho al hombre en la tie-<br />

150<br />

rra, se dolió en su corazón y dijo: Exterminaré de la<br />

haz de la tierra al hombre que he creado, desde el<br />

hombre hasta los animales domésticos y hasta los reptiles<br />

y las aves del cielo, pues me pesa de haberlos hecho»<br />

(Gen 6,6-7). Pero tras el torbellino y la explosión<br />

cósmica, surge el alba de una nueva era: «Aspiró Yahveh<br />

el olor apaciguador, y dijo Yahveh en su corazón:<br />

No volveré ya más a maldecir la tierra por causa del<br />

hombre, pues los designios del corazón del hombre<br />

son malos desde su niñez, ni volveré a castigar más a<br />

todo viviente como lo he hecho. Todos los días que<br />

dure la tierra, sementera y siega, frío y calor, verano<br />

e invierno, noche y día nunca cesarán» (Gen 8,21-22).<br />

El tema principal es, pues, una vez más, el de la<br />

maldad radical del hombre que provoca la paciencia<br />

de Dios. Nótese, en el pasaje que ahora meditamos,<br />

la insistencia en el motivo de la corrupción que infecta<br />

todos los «designios del corazón» humano y de la totalidad<br />

del pecado, que sólo en Noé tiene un oasis incontaminado.<br />

Como ya hemos visto, la tradición Yahvista<br />

martillea con insistencia sobre la necesidad de un<br />

examen de conciencia colectivo, porque los hombres,<br />

como ha escrito el poeta inglés Byron, son «fugaces en<br />

el amor y tenaces en el delito». Y Dios no permanece<br />

indiferente ante esta marea ascendente del mal. Hay<br />

un dolor de Dios, una amargura que, como ya se ha<br />

dicho, se manifiesta en aquel «arrepentimiento» de<br />

haber hecho al hombre, una imagen indudablemente<br />

fuerte para expresar un disgusto profundo. Dios es misericordioso,<br />

pero también es justo.<br />

Suspendido sobre este abismo de mal, el hombre<br />

de todos los tiempos desafía la bondad y la paciencia<br />

de Dios. Como escribió G. Bernanos en el Diario de<br />

un cura rural, «si no fuera por la vigilante piedad de<br />

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