151-25 - Biblioteca Católica Digital
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convierte en el terreno sobre el que se celebran las<br />
apostasías. «¿Por qué sufro? Esta es la roca del ateísmo»,<br />
hacía decir G. Büchner al protagonista del drama<br />
La muerte de Danton. Para el doctor Rieux, de<br />
La peste de Camus, los sufrimientos de un niño son<br />
razón suficiente para negar la existencia de Dios y<br />
«para negarse hasta el fin a amar a esta creación donde<br />
los niños son torturados».<br />
La soledad del hombre que ha abandonado a<br />
Dios o a quien Dios abandona lleva en sí una carga<br />
de ateísmo, de destrucción, de ruina para la fe.<br />
Como escribía A. de St. Exupéry, «continúan trabajando<br />
en el hastío. Nada les falta, salvo el nudo divino<br />
que une las cosas. Y entonces todo falta». Sobre<br />
el silencio de Dios como escándalo se ha tejido toda<br />
una literatura con desenlaces muchas veces irreligiosos<br />
o impregnados en todo caso de un gran sentido<br />
de impotencia. Pensamos en la mejor filmografía de<br />
I. Bergman o en las reflexiones de M. Heidegger,<br />
K. Jaspers yJ.P. Sartre. Y, sin embargo, como veremos,<br />
este silencio no produce sólo muerte o nada. «Dios y<br />
la humanidad —escribía en una página extraordinaria<br />
Simone Weil— son como dos amantes que han<br />
equivocado el lugar de la cita. Los dos llegan con antelación<br />
sobre la hora fijada, pero en sitios diferentes.<br />
Y esperan, esperan, esperan. El uno está de pie, clavado<br />
en su sitio por la eternidad de los tiempos. La<br />
otra está absorta e impaciente. ¡Ay de ella si se cansa<br />
y se marcha!» La soledad es la sombra de Dios, que<br />
es el amor por excelencia (ljn 4,8). Pero no es necesariamente<br />
sinónimo de odio, de vacío o de silencio<br />
total.<br />
Todo esto figura también en nuestro texto. Se<br />
nota, efectivamente, que el amor de Dios no se ex-<br />
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tingue: viste a sus criaturas «con túnicas de piel»<br />
(v. 21). Adviértase que en Oriente una de las tareas del<br />
padre de familia era proporcionar vestido a todos los<br />
miembros del clan. Se trata, pues, de un gesto amoroso<br />
y paternal, dejando aparte el hecho de que el<br />
autor sacro quiera evocar aquí el origen del vestido.<br />
Dios siempre nos precede y nos sigue, incluso cuando<br />
nos alejamos de él. «¿Adonde de tu hálito me iría?<br />
¿Adonde podría huir de tu mirada? Si subiera a los<br />
cielos, allí estás; si bajara al seol, hete presente; aunque<br />
me alce en las alas de la aurora o me instale al<br />
extremo de los mares, aun entonces tu mano me conduce,<br />
tu diestra me retiene. Si dijera: Que me encubran,<br />
al menos, las tinieblas y por luz en torno a mí<br />
sea la noche, ni las mismas tinieblas eclipsan para ti,<br />
y la noche esplende como el día» (Sal 139,7-12).<br />
Jamás se nos deja solos, ya sea en el tiempo del<br />
silencio misterioso de Dios, ya en el tiempo de nuestro<br />
silencio para Dios. Aquel su esconderse por castigo<br />
o por misterio es en realidad siempre presencia.<br />
Incluso cuando lloramos y cuando caminamos errantes<br />
por sendas extraviadas, él no nos ignora; al contrario,<br />
recoge nuestras lágrimas en su joyero como si<br />
fuesen perlas, impide que se disuelvan en el polvo de<br />
la tierra: «De mi peregrinar llevas tú cuenta; recoge<br />
mi pesar en tu redoma, ¿no se halla ya en tu libro?»<br />
(Sal 56,9). Modificando el célebre principio cartesiano<br />
Cogito, ergo sum, «pienso, luego existo», K.<br />
Barth, el mayor teólogo protestante del siglo XX, escribió:<br />
«.Cogitor, ergo sum», existo porque he sido<br />
pensado y amado por Dios. De otra suerte, mi existencia<br />
se extinguiría en la nada. Un místico islámico<br />
del siglo IX, Bayezid Bastami, confesaba: «Anduve<br />
en busca de Dios durante 30 años y cuando, acabado<br />
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