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Duras_ Marguerite-El Amante.pdf

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sentía feliz, creía, y al mismo tiempo tenía miedo de lo que, más tarde, le sucedería al<br />

hermano menor. Creyó que las dejaría, que se marcharía con esa mujer, pero no, al llegar a<br />

Francia se les unió de nuevo.<br />

No sabe cuánto tiempo después de la partida de la niña blanca ejecutó él la orden del padre,<br />

cuándo llevó a cabo esa boda que le ordenó hacer con la joven designada por las familias<br />

desde hacía diez años, cubierta también de oro, de diamantes, de jade. Una china también<br />

originaria del Norte, de la ciudad de Fu-Chuen, llegada en compañía de la familia.<br />

Debió pasar mucho tiempo sin poder estar con ella, sin llegar a darle el heredero de las<br />

fortunas. <strong>El</strong> recuerdo de la pequeña blanca debía de estar allí, tendido, el cuerpo, allí,<br />

atravesado en la cama. Durante mucho tiempo debió de ser la soberana de su deseo, la<br />

referencia personal a la emoción, a la inmensidad de la ternura, a la sombría y terrible<br />

profundidad carnal. Después llegó el día en que eso debió resultar factible. Precisamente<br />

aquél en que el deseo de la niña blanca debía de ser tal, insostenible hasta tal extremo que<br />

hubiera podido encontrar de nuevo su imagen total como en una fiebre intensa y poderosa,<br />

y penetrar a la otra mujer de ese deseo de la pequeña, la niña blanca. A través de la mentira<br />

debió encontrarse en el interior de esa mujer y, a través de la mentira, hacer lo que las<br />

familias, el Cielo, los antepasados del Norte esperaban de él, a saber, el heredero del ape-<br />

llido.<br />

Quizá conocía la existencia de la muchachita blanca. Tenía sirvientas nativas de Sadec que<br />

conocían la historia y que debieron hablar. No debía de ignorar su pena. Deberían ser de la<br />

misma edad, dieciséis años. ¿Vio llorar a su esposo aquella noche? Y, al verlo, ¿lo consoló?<br />

Una joven de dieciséis años, una novia china de los años treinta, ¿podía, sin resultar<br />

inconveniente, consolar esa clase de pena adúltera de la que se resarcía? Quién sabe. Quizá<br />

se equivocara, quizá lloró con él, sin una palabra, durante el resto de la noche. Y después el<br />

amor llegó enseguida, después de los llantos.<br />

<strong>El</strong>la, la muchachita blanca, la pequeña, nunca se enteró de esos acontecimientos.

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