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Duras_ Marguerite-El Amante.pdf

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sabía. En aquella época, aún no muy lejana, apenas hace cincuenta años, en el mundo sólo<br />

existían los barcos para ir por el mundo entero. Grandes zonas de los continentes aún<br />

carecían de carreteras, de trenes. En centenares, miles de kilómetros cuadrados, sólo exis-<br />

tían aún los caminos de la prehistoria. Eran los hermosos paquebotes de las Agencias<br />

Marítimas, los mosqueteros de la línea, el Porthos, el Dartagnan, el Aramis, los que unían<br />

Indochina con Francia.<br />

Aquel viaje duraba veinticuatro días. Los paquebotes de la línea constituían ya en sí<br />

ciudades con calles, bares, cafés, bibliotecas, salones, reuniones, amantes, matrimonios,<br />

muertes. Se formaban sociedades azarosas, forzadas, se sabía, no se olvidaba, y por eso se<br />

tornaban tolerables e, incluso a veces, inolvidables por su encanto. Eran los únicos viajes de<br />

las mujeres. Sobre todo para muchas de ellas, pero, a veces, para algunos hombres, los<br />

viajes para trasladarse a las colonias seguían siendo la verdadera aventura de la empresa.<br />

Para la madre siempre habían sido, con nuestra primera infancia, lo que ella llamaba "lo<br />

mejor de su vida".<br />

Las partidas. Siempre las mismas partidas. Siempre las primeras partidas por mar.<br />

Separarse de la tierra siempre se había hecho con el mismo dolor y el mismo desespero,<br />

pero eso nunca había impedido partir a los hombres, los judíos, los pensadores y los<br />

viajeros puros del único viaje por mar, y eso tampoco había impedido nunca que las<br />

mujeres los dejaran partir, las mujeres que nunca partían, que se quedaban para preservar la<br />

tierra natal, la raza, los bienes, la razón de ser de su entorno. Durante siglos, los buques<br />

hicieron que los viajes fueran más lentos, más trágicos también de lo que son hoy en día. La<br />

duración del viaje cubría la extensión de la distancia de manera natural. Se estaba<br />

acostumbrado a esas lentas velocidades humanas por tierra y por mar, a esos retrasos, a esas<br />

esperas del viento, las escampadas, los naufragios, el sol, la muerte. Los paquebotes que la<br />

pequeña blanca conoció quedaban ya entre los últimos correos del mundo. Fue, en efecto,<br />

durante su juventud cuando se establecieron las primeras líneas de avión que,<br />

progresivamente, deberían privar a la humanidad de los viajes a través de los mares.

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