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como el de las otras chicas, sus piernas están dobladas, el rostro no se ve, la almohada ha<br />
resbalado. Adivino que estuvo esperándome y que después se durmió así, llena de<br />
impaciencia, de rabia. También debió de llorar y después cayó en el abismo. Me gustaría<br />
despertarla y hablar, las dos juntas, en voz baja. Con el hombre de Cholen ya no hablo, ya<br />
no habla conmigo, necesito oír las preguntas de H. L. Posee esta incomparable delicadeza<br />
de la gente que no entiende lo que se les dice. Pero despertarla no es posible. Una vez<br />
despertada así, en plena noche, H. L. ya no puede dormirse de nuevo. Se levanta, tiene<br />
ganas de salir, lo hace, baja las escaleras, avanza por los pasillos, por los grandes patios<br />
vacíos, corre, me llama, se siente tan feliz, nada se puede contra eso, y cuando se la castiga<br />
sin paseo, se sabe que eso es lo que espera. Dudo, y luego no, no la despierto. Bajo la<br />
mosquitera el calor es sofocante, al cerrarla de nuevo parece imposible que pueda<br />
soportarse. Pero sé que es porque llego de fuera, de las orillas del río donde siempre hace<br />
fresco por la noche. Estoy acostumbrada, no me muevo, espero a que pase. Pasa. Nunca me<br />
duermo enseguida, a pesar de las nuevas fatigas en mi vida. Pienso en el hombre de Cholen.<br />
Debe de estar en una sala de fiestas, cerca de la Source, con su chófer, deben de beber en<br />
silencio, beben licor de arroz cuando están juntos, mano a mano. O bien ha regresado a<br />
casa, se ha dormido a la luz de la habitación, siempre sin hablar con nadie. Esa noche ya no<br />
puedo soportar pensar en el hombre de Cholen. Ya no puedo soportar pensar en H. L.<br />
Diríase que poseen una vida colmada, que eso les viene del exterior de sí mismos. Diríase<br />
que no tengo nada parecido. La madre dice: nunca estará contenta de nada. Creo que mi<br />
vida ha empezado a mostrárseme. Creo que ya sé decírmelo, tengo vagamente ganas de<br />
morir. Ya no vuelvo a separar esa palabra de mi vida. Creo que tengo, vagamente, ganas de<br />
estar sola e incluso me doy cuenta de que ya no estoy sola desde que dejé la infancia, la<br />
familia del Cazador. Escribiré libros. Eso es lo que vislumbro más allá del instante, en el<br />
gran desierto bajo cuyos trazos se me aparece la amplitud de mi vida.<br />
Ya no sé cuáles eran las palabras del telegrama de Saigón. Si se decía que mi hermano<br />
menor había fallecido o si decían: ha sido llamado por Dios. Creo recordar que había sido<br />
llamado por Dios. La evidencia me invadió: ella no pudo haber enviado el telegrama. <strong>El</strong><br />
hermano pequeño. Muerto. Primero resulta ininteligible y después, bruscamente, de todas<br />
partes, del fondo del mundo, llega el dolor, el dolor me revistió, me arrebató, no reconocía<br />
nada, dejé de existir salvo para el dolor, no sabía cuál, si era el de haber perdido un niño