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Duras_ Marguerite-El Amante.pdf

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tarde. Y, a veces, tenía miedo, de repente se inquietaba por su salud como si descubriera<br />

que era mortal y como si se le ocurriera la idea de que podía perderla. Porque es tan<br />

delgada, también le entra miedo de repente por eso, brutalmente. Y también por ese dolor<br />

de cabeza, que a menudo la hace desfallecer, lívida, inmóvil, una venda húmeda en los ojos.<br />

Y también por esa desgana que a veces le inspira la vida, cuando no la domina, y piensa en<br />

su madre y de repente grita y llora de rabia ante la idea de no poder cambiar las cosas, hacer<br />

feliz a su madre antes de que muera, matar a quienes han provocado ese daño. <strong>El</strong> rostro de<br />

la pequeña en el suyo, el hombre toma esos llantos, los aplasta, loco de deseo por sus lá-<br />

grimas, por su rabia.<br />

La toma como tomaría a su niña. Tomaría a su niña de la misma manera. Juega con el<br />

cuerpo de su niña, le da vuelta, se cubre con ella el rostro, la boca, los ojos. Y la pequeña, la<br />

pequeña sigue abandonándose en la dirección exacta que él ha emprendido cuando ha<br />

empezado a jugar. Y de pronto es ella quien le suplica, sin decir qué, y el hombre, el<br />

hombre le grita que se calle, grita que ya no quiere saber nada de ella, que no quiere<br />

gozarla, y helos de nuevo atornillados entre sí, prisioneros entre sí en el espanto, y hete aquí<br />

que este espanto vuelve a diluirse, que se le entregan, entre lágrimas, desespero y felicidad.<br />

Callan a lo largo de la noche. En el coche negro que la lleva al pensionado apoya la cabeza<br />

en su hombro. <strong>El</strong> la abraza. Le dice que está bien que el barco de Francia llegue pronto y se<br />

la lleve y los separe. Callan durante el trayecto. A veces el hombre le pide al chófer que<br />

vaya a lo largo del río para dar una vuelta. Se duerme, extenuada, contra él. La despierta<br />

con sus besos.<br />

En el dormitorio la luz es azul. Hay un olor a incienso, siempre lo queman a la hora del<br />

crepúsculo. <strong>El</strong> calor está estancado, todas las ventanas están abiertas de par en par y no hay<br />

ni un soplo de aire. Me quito los zapatos para no hacer ruido pero estoy tranquila, sé que la<br />

vigilanta no se levantará, que ahora me está permitido llegar a la hora que quiera. Voy<br />

enseguida a ver el sitio que ocupa H. L., siempre con un poco de inquietud, siempre con el<br />

temor de que se haya escapado del pensionado durante el día. Está. H. L. duerme pro-<br />

fundamente. Tengo el recuerdo de un sueño entrecortado, casi hostil. De rechazo. Sus<br />

brazos desnudos rodean la cabeza, abandonados. <strong>El</strong> cuerpo no está correctamente acostado

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