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mujeres y de los niños. Dice que las mujeres de Francia, a su lado, tienen la piel del cuerpo<br />
dura, casi áspera. Añade que la alimentación pobre de los trópicos, hecha de pescados, de<br />
frutas, sirve también para algo. Y también los algodones y las sedas de las que están hechos<br />
los vestidos, esos vestidos siempre anchos, que dejan el cuerpo lejos de la tela, libre,<br />
desnudo.<br />
<strong>El</strong> amante de Cholen se ha acostumbrado a la adolescencia de la niña blanca hasta perderse.<br />
<strong>El</strong> placer que cada tarde recibe de ella ha dominado su tiempo, su vida. Ya casi no le habla.<br />
Quizá cree que la pequeña no comprendería lo que le diría respecto a ella, respecto a ese<br />
amor que aún no conocía y del que no sabe decir nada. Quizá descubre que nunca se han<br />
hablado, excepto cuando se llaman entre los gritos de la habitación, por la noche. Sí, creo<br />
que él no sabía, descubre que no sabía.<br />
La mira. Con los ojos cerrados la sigue mirando. Respira su rostro. Respira la niña, con los<br />
ojos cerrados respira su respiración, ese aire cálido que ella exhala. Distingue cada vez<br />
menos claramente los límites de su cuerpo, no es como los otros, no está acabado, en la<br />
habitación sigue creciendo, aún no ha alcanzado las formas definitivas, se hace a cada<br />
instante, no sólo está ahí donde lo ve, también está en otras partes, se extiende más allá de<br />
la vista, hacia el juego, la muerte, es flexible, se lanza todo entero al placer como si fuera<br />
mayor, en edad, carece de malicia, es de una inteligencia terrible.<br />
Contemplaba lo que hacía de mí, cómo se servía de mí y yo nunca había pensado que<br />
pudiera hacerse de este modo, iba más allá de mis esperanzas y conforme al destino de mi<br />
cuerpo. Así me convertía en su niña. Para mí él se había convertido en otra cosa. Empezaba<br />
a reconocer la dulzura indecible de su piel, de su sexo, más allá de él mismo. La sombra de<br />
otro hombre debió cruzar también por la habitación, la de un joven asesino, pero yo no lo<br />
sabía aún, nada de eso aparecía aún ante mis ojos. La de un joven cazador debió de cruzar<br />
también por la habitación, pero en lo que se refería a ésta, sí, lo sabía, a veces estaba<br />
presente en el placer y se lo decía, al amante de Cholen, le hablaba de su cuerpo y también<br />
de su sexo, de su inefable dulzura, de su valor en la selva y en los ríos de las<br />
desembocaduras de las panteras negras. Todo eso provocada su deseo y le incitaba a<br />
tomarme. Me había convertido en su niña. Era con su niña con quien hacía el amor cada