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Duras_ Marguerite-El Amante.pdf

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porque tú eres tú.Aún me pregunta: ¿le ves sólo por el dinero? Dudo y luego digo que es<br />

sólo por el dinero. Aún me mira largamente, no me cree. Dice: no te me pareces, tuve más<br />

dificultades que tú para los estudios y era muy seria, lo he sido durante demasiado tiempo,<br />

demasiado tarde, he perdido el sabor de mi placer.<br />

Era un día de vacaciones en Sadec. La madre descansaba en un rocking-chair, los pies<br />

encima de una silla, había provocado una corriente de aire entre las puertas del salón y del<br />

comedor. Estaba tranquila, nada aviesa. De repente había descubierto a su pequeña, tuvo<br />

ganas de hablarle.<br />

No faltaba mucho para el final, para el abandono de las tierras del embalse. No faltaba<br />

mucho para la marcha a Francia.<br />

La miraba mientras se dormía.<br />

De vez en cuando mi madre decreta: mañana vamos al fotógrafo. Se queja del precio, sin<br />

embargo hace el gasto de las fotos familiares. Las fotos, las contemplamos, no nos<br />

contemplamos pero contemplamos las fotografías, cada una por separado, sin comentar una<br />

palabra, pero las contemplamos, nos vemos. Se ven los demás miembros de la familia, uno<br />

a uno, o juntos. Volvemos a vernos cuando éramos muy pequeños en las viejas fotos y nos<br />

contemplamos en las fotos recientes. La separación ha aumentado entre nosotros. Una vez<br />

contempladas, las fotos se guardan entre la ropa blanca, en el armario. Mi madre nos hizo<br />

fotografiar para poder vernos, ver si crecíamos con normalidad. Nos contempla durante un<br />

buen rato, como otras madres, otros hijos. Compara unas fotos con otras, habla del<br />

crecimiento de cada uno. Nadie le contesta.<br />

Mi madre sólo hizo fotografiar a sus hijos. Nada más, nunca. No tengo fotografías de<br />

Vinhlong, ninguna, ni del jardín, ni del río, ni de las rectas avenidas bordeadas de los<br />

tamarindos de la conquista francesa, ninguna, ni de la casa, ni de nuestras habitaciones de<br />

asilo blanqueadas con cal, con las grandes camas de hierro negras y doradas, iluminadas<br />

como las clases del colegio con las bombillas rojizas de las avenidas, los tragaluces, las<br />

pantallas de chapa verde, ninguna, ninguna imagen de los lugares increíbles, siempre<br />

provisionales, más allá de toda fealdad, para huir, en los que mi madre acampaba en espera,

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