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Duras_ Marguerite-El Amante.pdf

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Quince años y medio. <strong>El</strong> asunto se sabe rápidamente en el puesto de Sadec. Tan sólo esa<br />

vestimenta implica ya la deshonra. La madre no tiene sentido de nada, ni el de la manera de<br />

educar a una niña. La pobre. No crea, ese sombrero no es inocente, ni tampoco el carmín de<br />

labios, todo eso significa algo, no es inocente, tiene un significado, es para atraer las<br />

miradas, el dinero. Los hermanos, unos golfos. Dicen que es un chino, el hijo de un<br />

millonario, la quinta del Mekong, de azulejos azules. En lugar de sentirse honrado, ni<br />

siquiera él la quiere para su hijos. Familia de golfos blancos.<br />

La llaman la Dama, procede de Savannakhet. Su marido, destinado a Vinhlong. No se la ha<br />

visto en Vinhlong durante un año. A causa de ese joven, administrador adjunto en<br />

Savannakhet. No pueden seguir amándose. Entonces él se pega un tiro y se mata. La<br />

historia llega hasta el nuevo puesto de Vinhlong. Una bala en el corazón, el día de su<br />

partida de Savannakhet con destino a Vinhlong. En la plaza del puesto, a pleno sol. La<br />

mujer le había dicho que debían terminar, por sus niñas y por su marido destinado a<br />

Vinhlong.<br />

Eso sucede en el barrio de mala fama de Cholen, cada tarde. Cada tarde esa pequeña viciosa<br />

va a hacerse acariciar el cuerpo por su sucio chino millonario. Va también al instituto donde<br />

van las niñas blancas, las pequeñas deportistas blancas que aprenden crowl en la piscina del<br />

Club Deportivo. Un día les ordenarán que no dirijan la palabra a la hija de la directora de<br />

Sadec.<br />

Durante el recreo, mira hacia la calle, sola, apoyada en el poste del patio. No dice nada de<br />

esto a su madre. Sigue llegando a clase en la limusina negra del chino de Cholen. La ven<br />

irse. No habrá ninguna excepción. Ninguna volverá a dirigirle la palabra. Tal aislamiento<br />

provoca el recuerdo de la dama de Vinhlong. Acababa, en aquel momento, de cumplir<br />

treinta y ocho años. Y, entonces, diez la niña. Y luego, ahora, cuando lo recuerda, dieciséis<br />

años.<br />

La dama está en la terraza de su habitación, contempla las avenidas que corren a lo largo<br />

del Mekong, la veo al regresar del catecismo con mi hermano pequeño. La habitación está<br />

en el centro de un gran palacio de terrazas cubiertas, el palacio está en el centro del parque<br />

de las adelfas y de las palmeras. Una misma diferencia separa a la dama y a la niña del

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