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Tenía un aire ligeramente alelado, miraba hacia el parque, determinado lugar del parque,<br />
acechaba al parecer la inminencia de un acontecimiento del que yo nada sospechaba. Había<br />
en ella juventud en los rasgos, en la mirada, una felicidad que reprimía debido a un pudor<br />
que por costumbre había hecho suyo. Era hermosa. Dô estaba a su lado. Dô parecía no<br />
haberse percatado de nada. <strong>El</strong> terror no provenía de lo que digo de ella, de sus rasgos, de su<br />
aspecto de felicidad, de su belleza, provenía de que estuviera sentada allí donde estaba<br />
sentada mi madre en el instante en que se produjo la sustitución, de que yo sabía que nadie<br />
más que ella estaba allí en su lugar, pero de que precisamente esta identidad que no podía<br />
ser reemplazada por ninguna otra había desaparecido y de que yo no disponía de medio<br />
alguno para hacer que ella volviera, que empezara a volver. Nada ya se proponía para<br />
habitar la imagen. Me volví loca en plena razón. <strong>El</strong> tiempo de gritar. Grité. Un grito débil,<br />
una llamada de auxilio para que se rompiera aquel espejo en el que permanecía<br />
mortalmente fija toda la escena. Mi madre se volvió.<br />
Con esa mendiga de la avenida poblé toda la ciudad. Con todas las mendigas de las<br />
ciudades, de los arrozales, de las pistas que bordean el Siam, de las orillas del Mekong,<br />
poblé a la que me dio miedo. Vino de todas partes. Siempre llegó a Calcuta, de donde<br />
quiera que viniera. Siempre durmió a la sombra de los manzanos caneleros del patio de<br />
recreo. Mi madre siempre estuvo a su lado, para curarle el pie roído por los gusanos,<br />
cubierto de moscas.<br />
A su lado, la niña de la historia. La lleva a lo largo de dos mil kilómetros. Ya no quiere<br />
saber nada de ella, la da, vamos, toma. Basta de niños. Ningún niño. Todos muertos o<br />
tirados, eso forma una masa al final de la vida. Esa que duerme bajo los manzanos<br />
caneleros aún no está muerta. Es la que vivirá durante más años. Morirá en el interior de la<br />
casa, vestida de encajes. Será llorada.<br />
Está en los declives de los arrozales que bordean la pista, grita y ríe a voz en cuello. Tiene<br />
una risa dorada, capaz de despertar a los muertos, de despertar a cualquiera que preste oídos<br />
a la risa de los niños. Permanece delante del bungalow durante días y días, en el bungalow<br />
hay blancos, lo recuerda, dan de comer a los mendigos. Después, una vez, bien, se despierta<br />
al amanecer y empieza a caminar, un día se va, a saber por qué, tuerce hacia la montaña,