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sólo no se habla sino que tampoco se mira. Desde el momento en que se nos ve, no se<br />
puede mirar. Mirar es tener un impulso de curiosidad hacia, sobre, es perder. Nadie que sea<br />
mirado merece ser objeto de una mirada. Siempre es deshonroso. La palabra conversación<br />
está proscrita. Creo que es esa la que mejor expresa aquí la vergüenza y el orgullo. Toda<br />
comunidad, sea familiar o de otra índole, nos resulta odiosa, degradante. Estamos unidos en<br />
una vergüenza de principio por tener que vivir la vida. Ahí es donde estamos en lo más<br />
profundo de nuestra historia común, la de ser los tres hijos de esta persona de buena fe,<br />
nuestra madre, a la que la sociedad ha asesinado. Pertenecemos a esa sociedad que ha<br />
reducido a mi madre a la desesperación. A causa de lo que se le ha hecho a mi madre, tan<br />
amable, tan confiada, odiamos la vida, nos odiamos.<br />
Nuestra madre no previo aquello en lo que nos hemos convertido a partir del espectáculo de<br />
su desesperación, me refiero sobre todo a los chicos, a los hijos. Pero, si lo hubiera previsto,<br />
¿cómo hubiera podido silenciar lo que se había convertido en su propia historia? ¿Hubiera<br />
hecho mentir su rostro, su mirada, su voz, su amor? Habría podido morir. Suprimirse.<br />
Dispersar la comunidad invivible. Hacer que el mayor fuera separado de los más jóvenes.<br />
No lo hizo. Fue imprudente, fue inconsecuente, irresponsable. Era todo eso. Vivió. Los tres<br />
la quisimos más allá del amor. A causa del mismo hecho de no haber podido, de que no<br />
pudo callar, esconder, mentir, por diferentes que los tres hayamos sido, la hemos querido<br />
igua.<br />
Fue largo. Duró siete años. Al empezar teníamos diez años. Y después tuvimos doce años.<br />
Y después, trece años. Y después, catorce años. Y después, dieciséis años, diecisiete años.<br />
Duró todo ese tiempo, siete años. Y después, al final, se renunció a la esperanza. Se<br />
abandonó. Se abandonaron también las tentativas contra el océano. A la sombra de la<br />
veranda contemplamos la montaña de Siam, muy oscura a pleno sol, casi negra. La madre,<br />
por fin, está tranquila, aislada. Somos niños heroicos, desesperados.