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Duras_ Marguerite-El Amante.pdf

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26<br />

equivoca, que estoy inmersa en una tristeza que ya esperaba y que sólo procede de mí. Que<br />

siempre he sido triste. Que también percibo esa tristeza en las fotos en las que aparezco<br />

siendo niña. Que hoy esta tristeza, aun reconociendo que se trata de la misma que siempre<br />

he sentido, se me parece tanto que casi podría darle mi nombre. Hoy, le digo, esta tristeza<br />

es un bienestar, el de haber caído, por fin, en una desgracia que mi madre anuncia desde<br />

siempre cuando clama en el desierto de su vida. Le digo: no comprendo exactamente lo que<br />

mi madre dice, pero sé que esta habitación es lo que yo esperaba. Hablo sin esperar<br />

respuesta. Le digo que mi madre grita lo que cree como los enviados de Dios. Grita que no<br />

hay que esperar nada, nunca, ni de ninguna persona, ni de ningún Estado ni de ningún Dios.<br />

Mientras hablo, me mira, no me quita ojo, mientras hablo mira mi boca, estoy desnuda, me<br />

acaricia, quizá no escucha, no sé. Digo que no hago ninguna cuestión personal de la<br />

desgracia en la que me encuentro. Le cuento simplemente lo difícil que es comer, vestirse,<br />

en suma, vivir, tan sólo con el salario de mi madre. Cada vez me cuesta más hablar. Dice:<br />

¿cómo os arregláis? Le digo que estábamos afuera, que la pobreza había derruido los muros<br />

familiares, que nos habíamos encontrado todos fuera de casa, haciendo cada cual lo que<br />

quería. Éramos unos desvergonzados. Por eso estoy aquí contigo. <strong>El</strong> está encima de mí, en-<br />

tra otra vez. Nos quedamos así, clavados, gimiendo en el clamor de la ciudad aún exterior.<br />

Aún la oímos. Y después dejamos de oírla.<br />

Los besos en el cuerpo hacen llorar. Diríase que consuelan. En familia no lloro. Ese día, en<br />

esa habitación, las lágrimas consuelan del pasado y también del futuro. Le digo que un día<br />

me separaré de mi madre, que llegará un día en que ni siquiera por mi madre sentiré amor.<br />

Lloro. Apoya en mí su cabeza y llora por verme llorar. Le digo que, en mi infancia, la<br />

desdicha de mi madre ha ocupado el lugar del sueño. Que el sueño era mi madre y nunca<br />

los árboles de Navidad, siempre únicamente ella, ya sea la madre despellejada viva por la<br />

pobreza o la que, en todos sus estados, clama en el desierto, ya sea la que busca el alimento<br />

o la que interminablemente cuenta lo que le ha sucedido a ella, a Marie Legrand de<br />

Roubaix, habla de su inocencia, de sus economías, de su esperanza.

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