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Y llorando, él lo hace. Primero hay dolor. Y después ese dolor se asimila a su vez, se<br />
transforma, lentamente arrancado, transportado hacia el goce, abrazado a ella.<br />
<strong>El</strong> mar, informe, simplemente incomparable.<br />
La imagen, ya en el transbordador, habría participado de esta imagen, adelantándose.<br />
La imagen de la mujer de las medias zurcidas ha cruzado por la habitación. Al final,<br />
aparece como niña. Los hijos lo sabían ya. La hija todavía no. Nunca hablarán juntos de la<br />
madre, de ese conocimiento que poseen y que les separa de ella, de ese conocimiento<br />
decisivo, último, el de la infancia de la madre.<br />
La madre no conoció el placer.<br />
No sabía que se sangraba. Me pregunta si duele, digo no, dice que se siente feliz.<br />
Seca la sangre, me lava. Le miro hacer. Insensiblemente vuelve, se vuelve otra vez<br />
deseable. Me pregunto cómo he tenido el valor de ir al encuentro de lo prohibido por mi<br />
madre. Con esa calma, esa determinación. Cómo he llegado a ir "hasta el final de la idea".<br />
Nos miramos. Besa mi cuerpo. Me pregunta por qué he venido. Digo que debía hacerlo,<br />
que era como si se tratara de una obligación. Es la primera vez que hablábamos. Le hablo<br />
de la existencia de mis dos hermanos. Le digo que no tenemos dinero. Nada más. Conoce al<br />
hermano mayor, se lo ha encontrado en los fumaderos del puesto. Digo que ese hermano<br />
roba a mi madre para ir a fumar, que roba a los criados, y que a veces los encargados de los<br />
fumaderos van a reclamar el dinero a mi madre. Le hablo de las dificultades. Digo que mi<br />
madre se va a morir, que eso ya no puede durar. Que la muerte muy próxima de mi madre<br />
debe estar también en correlación con lo que hoy me ha sucedido.<br />
Descubro que le deseo.