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20<br />
enterarse de nada, ni los hermanos, lo sabe también ese día. Desde que ha entrado en el<br />
coche negro, lo ha sabido, está al margen de esa familia por primera vez y para siempre.<br />
Desde ahora no deben saber nada de lo que ocurra. Que se la quiten, que se la lleven, que se<br />
la hieran, que se la arruinen, ellos no deben enterarse. Ni la madre, ni los hermanos. Esa<br />
será, en lo sucesivo, su suerte. Es ya como para llorar en la limusina negra.<br />
La niña ahora tendrá que vérselas con ese hombre, el primero, el que se ha presentado en el<br />
transbordador.<br />
Ocurrió muy pronto aquel día, un jueves. Cada día iba a buscarla al instituto para llevarla al<br />
pensionado. Y luego una vez fue al pensionado un jueves por la tarde. La llevó en el<br />
automóvil negro.<br />
Es en Cholen. Es en dirección opuesta a los bulevares que conectan la ciudad china con el<br />
centro de Saigón, esas grandes vías a la americana surcadas de tranvías, cochecillos chinos<br />
tirados por un hombre, autobuses. Es por la tarde, pronto. Ha escapado al paseo obligatorio<br />
de las chicas del pensionado.<br />
Es un apartamento en el sur de la ciudad. <strong>El</strong> lugar es moderno, diríase que amueblado a la<br />
ligera, con muebles modern style. <strong>El</strong> hombre dice: no he elegido yo los muebles. Hay poca<br />
luz en el estudio. <strong>El</strong>la no le pide que abra las persianas. Se encuentra sin sentimientos<br />
definidos, sin odio, también sin repugnancia, sin duda se trata ya del deseo. Lo ignora.<br />
Aceptó venir en cuanto él se lo pidió la tarde anterior. Está donde es preciso que esté,<br />
desterrada. Experimenta un ligero miedo. Diríase, en efecto, que eso debe corresponder no<br />
sólo a lo que esperaba sino también a lo que debía suceder precisamente en su caso. Está<br />
muy atenta al exterior de las cosas, a la luz, al estrépito de la ciudad en el que la habitación<br />
está inmersa. <strong>El</strong> tiembla. Al principio la mira como si esperara que hablara, pero no habla.<br />
Entonces, él tampoco se mueve, no la desnuda, dice que la ama con locura, lo dice muy<br />
quedo. Después se calla. <strong>El</strong>la no le responde. Podría responder que no lo ama. No dice<br />
nada. De repente sabe, allí, en aquel momento, sabe que él no la conoce, que no la conocerá<br />
nunca, que no tiene los medios para conocer tanta perversidad. Ni de dar tantos y tantos