Duras_ Marguerite-El Amante.pdf
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12 ve pasar a menudo, por las noches, que ella va con frecuencia a la concesión de Camboya. La madre está bien, dice la pequeña. Alrededor del transbordador, el río llega a ras de borda, sus aguas en movimiento atraviesan las aguas estancadas de los arrozales, no se mezclan. Ha arrastrado todo lo que ha encontrado desde el Tonlesap, la selva camboyana. Arrastra todo lo que le sale al paso, chozas de paja, selvas, incendios extinguidos, pájaros muertos, perros muertos, tigres, búfalos, ahogados, hombres ahogados, cebos, islas de jacintos de agua aglutinadas, todo va hacia el Pacífico, nada tiene tiempo de hundirse, todo es arrastrado por la tempestad profunda y vertiginosa de la corriente interior, todo queda en suspenso en la superficie de la fuerza del río. Le respondí que lo que quería, por encima de todo, era escribir, nada que no fuera eso, nada. Está celosa. Ninguna respuesta, una breve mirada inmediatamente desviada, el ligero encogimiento de hombros, inolvidable. Seré la primera en irme. Habrá que esperar unos años para que me pierda, para que pierda a esa niña, esa niña de entonces. Respecto a los hijos, no había nada que temer. Pero la niña, un día, ella lo sabía, se iría, lograría liberarse. Primera en francés. El director del instituto le dice: su hija, señora, es la primera en francés. Mi madre no dice nada, nada, no está contenta porque no son sus hijos los primeros en francés, qué asco, mi madre, mi amor, pregunta: ¿y en matemáticas? Dicen: todavía no, señora, ya llegará. Mi madre pregunta: ¿cuándo llegará? Responden: cuando ella quiera, señora. Mi madre mi amor mi increíble pinta con las medias de algodón zurcidas por Dô, en los trópicos sigue creyendo que hay que ponerse medias para ser la señora directora de la escuela, vestidos lamentables, deformados, remendados por Do, acaba aún de llegar de su granja picarda poblada de primas, lo usa todo hasta el final, cree que es necesario, que es necesario ganárselos, sus zapatos, sus zapatos están gastados, camina de través, con un gran esfuerzo, los cabellos tirantes y ceñidos en un moño de china, nos avergüenza, me avergüenza en la calle delante del instituto, cuando llega en su B. 12 delante del instituto todo el mundo la mira, ella no se da cuenta de nada, nunca, está para encerrar, para apalizar, para matar. Me mira, dice: quizá tú te salgas de eso. Día y noche la idea fija. No se trata de que sea necesario conseguir algo, sino de que es necesario salirse de donde se está.
13 Cuando mi madre se recupera, cuando sale de la desesperación, descubre el sombrero de hombre y los lames dorados. Me pregunta qué es eso. Digo que nada. Me mira, le gusta, sonríe. No está mal, dice, no te sienta mal, eso es otra cosa. No pregunta si lo ha comprado ella, sabe que ha sido ella. Sabe que es capaz de hacerlo, que a veces, esas veces a las que me he referido, se le saca todo lo que uno quiere, que nada puede contra nosotros. Le digo: no es nada caro, no te preocupes. Pregunta de dónde ha salido. Le digo que ha salido de la calle Catinat, de las rebajas rebajadas. Me mira con simpatía. Debe de considerar que esa imaginación de la pequeña, inventarse una manera de ataviarse, es una señal alentadora. No sólo admite esa payasada, esa inconveniencia, ella, tan formal como una viuda, vestida de grisalla como una monja enclaustrada, sino que semejante inconveniencia le gusta. El vínculo con la miseria también está ahí, en el sombrero de hombre, pues será necesario que el dinero llegue a casa, de un modo u otro será necesario. Alrededor de la madre, el desierto, los hijos, el desierto, no harán nada, las tierras salubres tampoco, el dinero seguirá perdido, es el final. Queda esa pequeña que crece y que quizás un día sabrá cómo traer dinero a casa. Por eso, ella no lo sabe, la madre permite a su hija salir vestida de niña prostituta. Y por eso también la niña sabe ya qué hacer para desviar la atención que se le dirige a ella, hacia la que ella dirige al dinero. Eso hace sonreír a la madre. Cuando busque dinero la madre no le impedirá hacerlo. La niña dirá: le he pedido quinientas piastras para regresar a Francia. La madre dirá que está bien, que es lo que se necesita para instalarse en París, dirá: basta con quinientas piastras. La niña sabe que lo que hace, lo que hace ella, es lo que la madre hubiera deseado que hiciera su hija, si se hubiera atrevido, si hubiera tenido fuerzas para ello, si el daño que hacía el pensarlo no estuviera presente cada día, extenuante.
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Cuando mi madre se recupera, cuando sale de la desesperación, descubre el sombrero de<br />
hombre y los lames dorados. Me pregunta qué es eso. Digo que nada. Me mira, le gusta,<br />
sonríe. No está mal, dice, no te sienta mal, eso es otra cosa. No pregunta si lo ha comprado<br />
ella, sabe que ha sido ella. Sabe que es capaz de hacerlo, que a veces, esas veces a las que<br />
me he referido, se le saca todo lo que uno quiere, que nada puede contra nosotros. Le digo:<br />
no es nada caro, no te preocupes. Pregunta de dónde ha salido. Le digo que ha salido de la<br />
calle Catinat, de las rebajas rebajadas. Me mira con simpatía. Debe de considerar que esa<br />
imaginación de la pequeña, inventarse una manera de ataviarse, es una señal alentadora. No<br />
sólo admite esa payasada, esa inconveniencia, ella, tan formal como una viuda, vestida de<br />
grisalla como una monja enclaustrada, sino que semejante inconveniencia le gusta.<br />
<strong>El</strong> vínculo con la miseria también está ahí, en el sombrero de hombre, pues será necesario<br />
que el dinero llegue a casa, de un modo u otro será necesario. Alrededor de la madre, el<br />
desierto, los hijos, el desierto, no harán nada, las tierras salubres tampoco, el dinero seguirá<br />
perdido, es el final. Queda esa pequeña que crece y que quizás un día sabrá cómo traer<br />
dinero a casa. Por eso, ella no lo sabe, la madre permite a su hija salir vestida de niña<br />
prostituta. Y por eso también la niña sabe ya qué hacer para desviar la atención que se le<br />
dirige a ella, hacia la que ella dirige al dinero. Eso hace sonreír a la madre.<br />
Cuando busque dinero la madre no le impedirá hacerlo. La niña dirá: le he pedido<br />
quinientas piastras para regresar a Francia. La madre dirá que está bien, que es lo que se<br />
necesita para instalarse en París, dirá: basta con quinientas piastras. La niña sabe que lo que<br />
hace, lo que hace ella, es lo que la madre hubiera deseado que hiciera su hija, si se hubiera<br />
atrevido, si hubiera tenido fuerzas para ello, si el daño que hacía el pensarlo no estuviera<br />
presente cada día, extenuante.