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El artilugio tenia un duende.pdf

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- ¡Maldita sea...!<br />

Se inclinó sobre los objetos que estaban en el suelo. Había <strong>un</strong> estilo de marfil, <strong>un</strong>a<br />

tosca pluma de caña, <strong>un</strong> tintero - cuya tinta estaba a p<strong>un</strong>to de solidificarse,<br />

convirtiéndose en hielo - y <strong>un</strong>a hoja de pergamino en la que había <strong>un</strong>a escritura<br />

reciente, con la misma letra cursiva que habían sido escritas las palabras « frígido<br />

más allá », «adeptos» y «Apolonio » en el antiquísimo libro que contenía las<br />

huellas digitales de Coghlan. Había <strong>un</strong>a correa de cuero con <strong>un</strong>a hebilla<br />

primorosamente trabajada. Había <strong>un</strong>a daga con mango de marfil. Habla tres libros,<br />

todos ellos completamente nuevos, a<strong>un</strong>que no de reciente impresión: eran<br />

manuscritos, escritos en ese griego antiguo con caracteres desgarbados, sin<br />

espacios entre las palabras, sin signos de p<strong>un</strong>tuación ni letras capitulares. En lo<br />

que atañe a su encuadernación y aspecto exterior, eran exactamente iguales a la<br />

Alexiada de hacía siete siglos. Solamente... estaban prodigiosamente nuevos.<br />

Coghlan tomó en sus manos <strong>un</strong>o de ellos. Era la Alexiada. Una copia exacta del<br />

libro que contenía sus huellas dactilares, hasta el más mínimo detalle, con los<br />

medallones de marfil grabados en la lujosa cubierta de cuero. Podía decirse que<br />

era el mismo volumen...<br />

Pero... siete siglos más joven...<br />

Y estaba extrañamente frío.<br />

Duval estaba más que dormido. Estaba inconsciente. En opinión del médico, habla<br />

estado tan cerca de la locura que no habla habido más remedio que calmarlo. Y<br />

ahora estaba calmado. Definitivamente.<br />

Coghlan cogió el imán del alnico. Avanzó hacia la pared y colocó el imán cerca del<br />

hueco practicado en ella. La apariencia argentina volvió a formarse de nuevo,<br />

como si tomase vida propia ante la presencia del imán. Coghlan lo movió,<br />

acercándolo y alejándolo de la pared. Y luego, dijo:<br />

-¿No podría el doctor despertar a Duval? Así podría escribir algo para mí en griego<br />

bizantino...<br />

Luego, agregó, con <strong>un</strong>a especie de sosegada amargura:<br />

- La mancha se está encogiendo... ¡naturalmente!<br />

Era verdad. La mancha húmeda ya no era cuadrada. Se había encogido en si<br />

misma y ahora ya no era más que <strong>un</strong> óvalo irregular, de poco más de treinta<br />

centímetros en su mayor dimensión y <strong>un</strong>os dieciséis en la menor.<br />

- Denme algo sólido - ordenó Coghlan-. Una lámpara de mano... ¡pronto!<br />

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