El artilugio tenia un duende.pdf

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Cuando las luces se encendieron de nuevo, tan inopinada e inexplicablemente como se habían apagado, se vio que los hombres tenían agarrado a Apolonio el Grande, que luchaba por desasirse. Coghlan tenía la chaqueta rota y un profundo arañazo en la cara. El teniente Ghalil estaba inclinado y comenzaba a registrar el suelo. Poco después, encontró lo que buscaba: tenía en la mano un encorvado cuchillo curdo. Habló en turco con el policía uniformado, contra el cual seguía luchando el pequeño y gordo Apolonio en febril silencio. Cuando salieron con él, todavía seguía saltando y retorciéndose como un globo de carne... Ghalil le mostró el cuchillo a Coghlan. -¿Suyo? Coghlan respondió, mientras salía de la estancia: - Si..., lo uso como abrecartas y suelo tenerlo sobre la mesa de despacho. ¿Cómo habrá llegado hasta aquí? -Sospecho -repuso Ghalil - que lo cogió Apolonio cuando le visitó antes... Se sacudió el uniforme. Todavía jadeaba fatigosamente. Mannard dijo, indignado: - ¡No me lo explico! ¿Es que intentaba asesinarme Apolonio? ¿Y por qué, en el nombre del cielo? ¿Qué beneficios le produciría mi muerte? Ghalil, que continuaba, preocupado, sacudiéndose su uniforme, dijo con un suspiro: - Cuando monsieur Duval me trajo aquel libro fantástico, comencé a efectuar las investigaciones policíacas normales en estos casos sobre todos aquellos que pudieran estar complicados en el asunto: usted..., señor Mannard, y el señor Coghlan. Sin olvidar tampoco a monsieur Duval... ni a Apolonio el Grande. La última información acerca de este último todavía la recibí hoy. Parece ser que en Roma en Madrid y en París ha sido amigo íntimo de tres hombres muy ricos, uno de los cuales falleció en accidente de automóvil; otro, al parecer, de un ataque cardíaco, y el tercero, se dice que se suicidó... No es una coincidencia, me imagino, que cada uno de ellos haya dado a Apolonio un cheque para sus supuestos compatriotas sólo unos días antes de su muerte. Creo que ésa es la respuesta señor Mannard... - ¡Pero si yo no le he dado ningún dinero! 64

- protestó Mannard, sorprendido -. ti ha dicho que obtuvo una cierta cantidad de dinero, es cierto, pero... - repentinamente, enmudeció -. ¡Maldición!... ¡Habrá depositado un cheque falso en la Cámara de Compensación mientras yo estoy vivo... y tendré que morir antes de que sea descubierta la superchería! Estando muerto, no podría ser rechazado... ni yo interrogado... - Así es, en efecto - repuso Ghalil -. Desgraciadamente, los bancos no tienen tiempo de revisar todos sus archivos, resultaría abrumador... Espero tener mañana esa información. Laurie apoyó su mano en el brazo de Coghlan. Mannard dijo bruscamente: - ¡Actuaste rápidamente, Tommy! Tú, y el teniente también. ¿Cómo pudiste hacerte con él en la oscuridad al apagarse las luces? - Yo no lo sé... - admitió Coghlan Pero lo vi mirando fijamente su rico y ostentoso reloj de pulsera, con el enorme segundero girando alrededor. Cuando me visitó hoy en mi departamento, me enseñó un truco que dependía del conocimiento de la décima de segundo exacta en que algo iba a ocurrir. Entonces, se me ocurrió pensar que si, la noche pasada, él pudiera haber tenido conocimiento del momento preciso en que las luces se apagaron a apagar, podría haberlo preparado todo para empujarle a usted, echándole la zancadilla, para tirarlo por las escaleras... Por eso, cuando vi que esta noche miraba también su reloj y que se apagaban las luces... me arrojé sobre él sin pensarlo ni un instante. - Estaba desesperado intervino Ghalii-. Ha intentado asesinarle a usted cuatro veces señor Mannard. -Usted dijo algo semejante a eso... - Ha estado usted vigilado desde el mismo momento en que monsieur Duval me enseñó el libro con el extraño mensaje. Usted había alquilado un automóvil, y mis hombres descubrieron que el silencioso del motor tenía un defecto, provocado por una mano criminal, que le permitía ir llenando del mortífero monóxido de carbono la parte posterior del coche. El defecto fue corregido. Le enviaron una bomba por correo, que debía llegar a usted anteayer.. antes de que yo hablara por primera vez con el señor Coghlan. Fue - sonrió apologéticamente - interceptada. Hoy trató de envenenarle a usted en el mar de Mármara. Falló pon.. aquel disparo mío afortunado. Pero él estaba asustado por el asunto del libro. Creía que existía otra conspiración en competencia con la suya. El misterio que rodeaba todo aquello y los inexplicables fallos que se producían en sus intentos de asesinato k llevaron al paroxismo de la locura. Cuando supo que también había fallado la bomba que habla sido colocada por orden suya en el lugar por donde había de pasar el cochepolicía... - Suponga - intervino Mannard - que usted le explica lo del libro misterioso que usted y Duval están tratando de poner en claro... 65

Cuando las luces se encendieron de nuevo, tan inopinada e inexplicablemente<br />

como se habían apagado, se vio que los hombres tenían agarrado a Apolonio el<br />

Grande, que luchaba por desasirse.<br />

Coghlan tenía la chaqueta rota y <strong>un</strong> prof<strong>un</strong>do arañazo en la cara.<br />

<strong>El</strong> teniente Ghalil estaba inclinado y comenzaba a registrar el suelo. Poco<br />

después, encontró lo que buscaba: tenía en la mano <strong>un</strong> encorvado cuchillo curdo.<br />

Habló en turco con el policía <strong>un</strong>iformado, contra el cual seguía luchando el<br />

pequeño y gordo Apolonio en febril silencio. Cuando salieron con él, todavía<br />

seguía saltando y retorciéndose como <strong>un</strong> globo de carne...<br />

Ghalil le mostró el cuchillo a Coghlan.<br />

-¿Suyo?<br />

Coghlan respondió, mientras salía de la estancia:<br />

- Si..., lo uso como abrecartas y suelo tenerlo sobre la mesa de despacho. ¿Cómo<br />

habrá llegado hasta aquí?<br />

-Sospecho -repuso Ghalil - que lo cogió Apolonio cuando le visitó antes...<br />

Se sacudió el <strong>un</strong>iforme. Todavía jadeaba fatigosamente.<br />

Mannard dijo, indignado:<br />

- ¡No me lo explico! ¿Es que intentaba asesinarme Apolonio? ¿Y por qué, en el<br />

nombre del cielo? ¿Qué beneficios le produciría mi muerte?<br />

Ghalil, que continuaba, preocupado, sacudiéndose su <strong>un</strong>iforme, dijo con <strong>un</strong><br />

suspiro:<br />

- Cuando monsieur Duval me trajo aquel libro fantástico, comencé a efectuar las<br />

investigaciones policíacas normales en estos casos sobre todos aquellos que<br />

pudieran estar complicados en el as<strong>un</strong>to: usted..., señor Mannard, y el señor<br />

Coghlan. Sin olvidar tampoco a monsieur Duval... ni a Apolonio el Grande. La<br />

última información acerca de este último todavía la recibí hoy. Parece ser que en<br />

Roma en Madrid y en París ha sido amigo íntimo de tres hombres muy ricos, <strong>un</strong>o<br />

de los cuales falleció en accidente de automóvil; otro, al parecer, de <strong>un</strong> ataque<br />

cardíaco, y el tercero, se dice que se suicidó... No es <strong>un</strong>a coincidencia, me<br />

imagino, que cada <strong>un</strong>o de ellos haya dado a Apolonio <strong>un</strong> cheque para sus<br />

supuestos compatriotas sólo <strong>un</strong>os días antes de su muerte. Creo que ésa es la<br />

respuesta señor Mannard...<br />

- ¡Pero si yo no le he dado ningún dinero!<br />

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