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- Tenía <strong>un</strong>a nota para la señorita Mannard. Me rogó que la protegiese en este<br />
desagradable as<strong>un</strong>to...<br />
La voz de Mannard resonó detrás de Coghlan:<br />
- ¡Estamos dándole vueltas a este as<strong>un</strong>to y cada vez lo complicamos más!<br />
¡Maldita sea!, ¡no sé adónde vamos a parar!<br />
Apolonio apenas pudo exclamar:<br />
-¡Es que..., señor Mannard!<br />
Se oyó <strong>un</strong> ruido extraño que parecía tener su origen en los dientes de Apolonio el<br />
Grande. Éste se apoyó contra la puerta y dijo:<br />
- ¡Perdón! ¡Déjenme recobrar! No quisiera desmayarme... ¡Es... increíble!<br />
Coghlan esperaba, impaciente. La cara del pequeño y voluminoso griego estaba<br />
pálida. Respiraba trabajosamente y trataba de tomar aliento. Al fin, pudo hablar de<br />
nuevo:<br />
- Creo... creo que puedo ya actuar con naturalidad...<br />
Se enderezó y Coghlan cerró la puerta, mientras Apolonio penetraba en el salón<br />
del departamento, andando con su contoneo usual..., pero sin que su habitual<br />
sonrisa asomase a sus labios. Se inclinó ceremoniosamente ante Mannard y ante<br />
Laurie, con la frente salpicada de gotitas de sudor. Y Mannard habló así:<br />
- Apolonio, le presento al teniente Ghalil, de la policía turca. Cree que estoy en<br />
peligro...<br />
Apolonio el Grande apenas podía respirar, pero, entrecortadamente, dijo a<br />
Mannard:<br />
- Vine... porque... porque creí que... estaba usted... muerto...<br />
Siguió <strong>un</strong> silencio pesado y torturante, en el que todos parecían pensar en lo que<br />
acaban de escuchar de los titubeantes labios del rollizo griego. Luego, el teniente<br />
Ghalil aclaró su garganta para preg<strong>un</strong>tar algo trivial y rutinario, mientras Apolonio<br />
introducía su mano gordezuela en el bolsillo de la chaqueta...<br />
Extrajo solamente <strong>un</strong> sobre. Un sobre del hotel Petra. Y de él, con mano<br />
temblorosa extrajo Apolonio <strong>un</strong>a hoja de papel y se la entregó al señor Mannard.<br />
Éste la leyó, enrojeciendo de ira, y, sin pron<strong>un</strong>ciar palabra, se la entregó a Ghalil.<br />
Ghalil la leyó a su vez y dijo, lentamente;<br />
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