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El artilugio tenia un duende.pdf

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Evidentemente, el conductor aquel tenía órdenes de esperar. Cuando Coghlan<br />

salió del coche, sonrió cortésmente, metió el freno de mano y paró el motor.<br />

Coghlan, en silencio, penetró en el patio que caía bajo sus ventanas. Sentía <strong>un</strong><br />

ansia peculiar que él no sabría definir.<br />

Se dirigió en busca de la escalera que conducía a su departamento. Y, de repente,<br />

vio que descendía por ella y penetraba en el patio embaldosado de piedra, <strong>un</strong>a<br />

figura rolliza: era Apolonio el Grande. Su aspecto era muy diferente al suyo<br />

habitual, pues parecía desolado. Pero su expresión cambió al ver a Coghlan.<br />

- ¡Ah, señor Coghlan! - Dijo, henchido de gozo -. ¡Creí que no le encontraría a<br />

usted, y me hubiera contrariado mucho...!<br />

Coghlan repuso cortésmente:<br />

- Me alegro de que haya sido así. Pero he venido sólo a <strong>un</strong> recado: estaré apenas<br />

<strong>un</strong>os minutos...<br />

- Yo sólo le necesito <strong>un</strong> momento - exclamó Apolonio -. Tengo algo que decirle de<br />

mucho interés para usted.<br />

-¡Venga! -dijo Coghlan, echando a andar delante de él.<br />

<strong>El</strong> griego le siguió. Su aspecto era ya casi normal, hasta el p<strong>un</strong>to de que su rostro<br />

se había iluminado con <strong>un</strong>a ancha sonrisa, como si <strong>un</strong>a mano invisible,<br />

accionando <strong>un</strong> conmutador, hubiese modificado su talante. Pero cuando Coghlan<br />

le abrió la puerta de su departamento, su aspecto se había modificado de nuevo,<br />

desapareciendo la sonrisa de su rostro, como si la misma mano invisible,<br />

accionando el mismo conmutador, la hubiese borrado de nuevo. Coghlan tuvo<br />

entonces la evidencia de que aquel hombre era peligroso.<br />

- Espere <strong>un</strong> momento - dijo.<br />

Fue al cuarto de baño y se lavó cuidadosamente la herida del dedo pulgar,<br />

desinfectándosela luego con <strong>un</strong> antiséptico. Era apenas <strong>un</strong> arañazo, pero él quería<br />

evitar por todos los medios que se le formara <strong>un</strong>a cicatriz. Porque <strong>un</strong>a cicatriz<br />

podría significar que las huellas digitales impresas en aquella página de<br />

pergamino con setecientos años de antigüedad eran auténticas: es decir, que<br />

aquellas huellas eran realmente suyas... Y él no deseaba de ningún modo que<br />

aquello se convirtiese en realidad. Volvió al salón para re<strong>un</strong>irse con Apolonío, el<br />

cual se había sentado en <strong>un</strong>a butaca en el lado de la habitación opuesto a las<br />

ventanas abiertas.<br />

- Me tiene a su disposición - dijo Coghlan, solicito -. Ha sido muy desagradable lo<br />

ocurrido hoy... con Mannard.<br />

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