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-Soy <strong>un</strong> excelente tirador -dijo con fingida modestia-. Vigilaba. En el último instante<br />
se descubrió - y me avergüenzo decir que fue por casualidad - que su café estaba<br />
envenenado.<br />
Coghlan sintió que la sospecha y el aturdimiento se mezclaban en su cerebro,<br />
luchando por su primacía.<br />
- Usted recordará que el señor Mannard hablaba largo y tendido, totalmente<br />
absorto de todo lo que le rodeaba - siguió Ghalil, solicito -. Cuando fue a beber el<br />
café, se dio cuenta de que estaba frío, y rogó que le llenasen de nuevo su taza.<br />
Estoy avergonzado porque sólo <strong>un</strong> azar me hizo descubrir que aquel café estaba<br />
envenenado... A ese azar le debe el señor Mannard estar todavía vivo. <strong>El</strong> cocinero<br />
- mi hombre inteligente - vació el café frío y volvió a llenar la taza del millonario.<br />
Pero el hombre tiene la costumbre de tomar el café frío o templado, y como el<br />
señor Mannard ni siquiera había probado el suyo, que había devuelto por esta<br />
circ<strong>un</strong>stancia, fue a bebérselo, descubriendo que algo había sido añadido sin que<br />
nadie se diese cuenta... Inmediatamente, me lo dijo. No había tiempo de enviar <strong>un</strong><br />
mensaje. <strong>El</strong> señor Mannard ya elevaba la taza, en su mano, y se hacía precisa<br />
<strong>un</strong>a noción rápida, espectacular. Y como estaba preparado para intervenir en caso<br />
necesario, y soy <strong>un</strong> excelente tirador, y no había otra cosa que hacer..., disparé y<br />
le rompí la taza en la mano.<br />
Coghlan abrió la boca de admiración, sin poderlo remediar, y luego la cerró de<br />
nuevo.<br />
- ¡Así que fue usted el que disparó sobre la taza...! ¿Y quién trató de envenenarle?<br />
Ghalil extrajo de su bolsillo <strong>un</strong> frasqulto de cristal. Estaba destapado, pero tenía en<br />
su interior <strong>un</strong>a pequeña película de cristales como si hubiese contenido <strong>un</strong> liquido<br />
que se hubiese secado.<br />
- Esto - observó - cayó de su bolsillo cuando usted penetró en la selva para buscar<br />
al pres<strong>un</strong>to asesino del señor Mannard, que realmente estaba a bordo del yate.<br />
Uno de mis hombres lo vio caer y me lo trajo. Contenía veneno...<br />
Coghlan miró el frasquito.<br />
- ¡Estoy harto ya de mixtificaciones...! ¿Voy a ser arrestado?<br />
- Las huellas digitales, en cambio, no parecen coincidir con las suyas - repuso<br />
Ghalil -. Ya sabe usted que estoy completamente familiarizado con ellas. Y esas<br />
no son las de usted. Seguramente, alguien dejó caer ese frasco dentro de su<br />
bolsillo..., es decir, debió pretender dejarlo caer en su interior..., pero cayó fuera.<br />
No, no será usted arrestado.<br />
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