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El artilugio tenia un duende.pdf

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Duval, que seguía paseando nerviosamente, arriba y abajo, por la habitación,<br />

produjo <strong>un</strong>a exclamación ahogada, deteniéndose al lado de la mesa de despacho<br />

de Coghlan. Jugaba febrilmente con <strong>un</strong>a especie de daga curda con mango de<br />

madera que aquél utilizaba como abrecartas, mientras en sus ojos aparecía <strong>un</strong>a<br />

expresión extraña.<br />

<strong>El</strong> teniente Ghalil dijo resignadamente:<br />

- Esas huellas no son tan notables, señor Coghlan, sino imposibles. ¡Yo le aseguro<br />

a usted que, teniendo en cuenta su edad solamente, resultan quiméricas,<br />

irrealizables...! ¡Y esa imposibilidad es tan trivial, tan poco importante, en<br />

comparación con todo lo demás! ¡Porque, vea usted, señor Coghlan, esas huellas<br />

digitales son suyas!<br />

<strong>El</strong> aludido, sentado en su butaca, se quedó de <strong>un</strong>a pieza, con sus ojos perdidos en<br />

<strong>un</strong>a inexistente lejanía, sin mirar a ningún p<strong>un</strong>to determinado. Mientras, el teniente<br />

de la policía turca traía <strong>un</strong> tampón de los utilizados hasta la fecha en todos los<br />

departamentos de policía. No hay necesidad de tinta alg<strong>un</strong>a: se van apoyando las<br />

yemas de los dedos sucesivamente en la pequeña almohadilla, cubierta por <strong>un</strong>a<br />

hoja grasa especial, y se obtiene rápidamente la huella de cada <strong>un</strong>o de ellos.<br />

- Si usted me permite...<br />

Coghlan entregó sus dedos al policía, el cual fue apoyando <strong>un</strong>o a <strong>un</strong>o en la<br />

almohadilla, cubierta por <strong>un</strong>a hoja grasa especial muy brillante, haciéndolos girar<br />

ligeramente a <strong>un</strong>o y otro lado para obtener la huella completa de la yema del dedo.<br />

Era <strong>un</strong> proceso de lo más familiar y el propio Coghlan había impreso sus dedos en<br />

el pasaporte cuando tuvo que venir a Turquía, registrándoselas nuevamente en el<br />

departamento de policía como extranjero residente en el país. <strong>El</strong> turco le ofreció<br />

de nuevo su lupa de bolsillo. Coglilan estudió detenidamente la huella del dedo<br />

pulgar que acababan de obtener de él. Después de <strong>un</strong> momento de vacilación, la<br />

comparó con la del libro, impresa en el pergamino. Se sobresaltó visiblemente.<br />

Comparó <strong>un</strong>a a <strong>un</strong>a las otras huellas, con creciente cuidado e incredulidad.<br />

Luego, dijo, en el tono de quien no cree sus propias palabras:<br />

- ¡Parecen... parecen ser exactamente iguales...! A no ser pon..<br />

- Sí - corroboró el teniente Ghalil -. La huella del dedo pulgar correspondiente al<br />

libro presenta <strong>un</strong>a cicatriz que su dedo actual parece no tener ahora... Y, sin<br />

embargo, es su propia huella digital... ésa y todas las demás. ¡Y es imposible,<br />

filosófica y matemáticamente, que dos series de huellas digitales coincidan entre<br />

sí si no pertenecen a la misma mano!<br />

- Así es - exclamó Coghlan.<br />

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