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El artilugio tenia un duende.pdf

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terreno. La residencia infantil parecía estar ya definitivamente asegurada, lo cual<br />

fue, para Coghlan, como <strong>un</strong> rayo de luz en <strong>un</strong> día triste y aciago.<br />

Vio que Mannard empezaba a tomar su café, y entonces le entregó su taza a <strong>un</strong><br />

marinero para que volviera a llenársela en el yate de café caliente. <strong>El</strong> suyo se<br />

había quedado frío.<br />

Laurie charlaba alegremente con Apolonio. <strong>El</strong> griego se inclinaba cortésmente<br />

hacia ella.<br />

Un marinero volvió con otra taza de café para Mannard. La tocó, como hacía<br />

siempre, para comprobar su temperatura, y luego la elevó hasta sus labios.<br />

Se oyó <strong>un</strong> violento estallido, cuyos ecos lo reprodujeron <strong>un</strong>a y otra vez,<br />

multiplicándolo hasta desvanecerse finalmente. Las voces del grupo callaron de<br />

repente.<br />

Mannard miraba estupefacto a la taza de café que tenía en la mano. Estaba rota.<br />

Habla sido pulverizada por <strong>un</strong>a bala. <strong>El</strong> café lo había salpicado todo, y Mannard,<br />

absurdamente, tenía todavía el asa de la taza en su mano, en la que, hacía sólo<br />

<strong>un</strong>os instantes, había pretendido beber su café...<br />

Coghlan vio de pronto ante sus ojos, claramente escrita con su propia letra,<br />

aquella terrorífica y misteriosa frase de la página de pergamino amarilleada por el<br />

tiempo:<br />

¡Cuidado con Mannard! Va a ser asesinado.<br />

IV<br />

Era absurdo. Mannard estaba allí, de pie, furib<strong>un</strong>do, con el asa de la taza de café<br />

todavía en su mano. Parecía no haberse dado cuenta de que, al ponerse en pie,<br />

presentaba mucho mejor blanco. Hubo <strong>un</strong> momento de confusión en todos los<br />

presentes, que se quedaron inmóviles, excepto Coghlan. Éste, sin pensarlo<br />

siquiera, se precipitó ciegamente en dirección al sitio en que se encontraba<br />

Mannard, atropellando mesas y sillas y derribando a su paso vajilla, cubiertos y<br />

cristalería, con <strong>un</strong>a espantosa algarabía de vidrios rotos y de porcelana hecha<br />

añicos, y gritando fuera de sí:<br />

- ¡Agáchese!<br />

Al mismo tiempo, empujó al padre de Laurie hacia atrás haciéndolo sentar en su<br />

silla. Por lo demás, todo era tranquilidad en el lugar, a no ser por los otros<br />

comensales, pálidos como cadáveres, que recogían apresuradamente los restos<br />

de las copas y de las tazas y los cubiertos derribados por Coghlan en su<br />

precipitada carrera. Alg<strong>un</strong>o de ellos resultó también derribado y ahora se volvía a<br />

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