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El artilugio tenia un duende.pdf

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tomado, pero la mantendría a pesar suyo. Era inútil volver a hablarle del as<strong>un</strong>to. Si<br />

lo hiciera, sería <strong>un</strong> miserable. Trató de apartar de ella sus pensamientos,<br />

fijándolos en el as<strong>un</strong>to del numero 80 de la calle Hosain y tratando de imaginarse<br />

algún artefacto especial por medio del cual fuesen capaces los antiguos de<br />

producir frío. En Babilonia, se sabía que dejando durante <strong>un</strong>a noche a la<br />

intemperie <strong>un</strong>a cubeta plana, de muy poco fondo, colocada sobre <strong>un</strong>a manta, se<br />

conseguía obtener, a la mañana siguiente, <strong>un</strong>a ligera capa de hielo en <strong>un</strong>a noche<br />

con el viento en calma y sin nubes. <strong>El</strong> calor irradiado por la cubeta se iba a la<br />

atmósfera, impidiendo la manta que, por conducción, pasase al suelo... Pero<br />

Istambul no <strong>tenia</strong> jamás <strong>un</strong> cielo despejado, sin nubes. Que era condición<br />

indispensable para conseguirlo. A<strong>un</strong>que los antiguos no habrían sabido explicar el<br />

porqué. Desechó la idea.<br />

<strong>El</strong> yate se iba aproximando cada vez más a la costa a medida que penetraba en el<br />

mar de Mármara, después de haber salido del Bósforo. Poco después, puso proa<br />

a <strong>un</strong> desvencijado muelle de madera que servía de desembarcadero, mientras <strong>un</strong><br />

número incontable de marineros se aprestaba a realizar la faena de atraque.<br />

Mannard saltó a tierra, seguido de <strong>un</strong> grupo de hombres, para inspeccionar el sitio<br />

propuesto para edificar la residencia para niños pobres. Otros marineros se<br />

dedicaban a preparar mesas y sillas plegables para servir <strong>un</strong>a espléndida comida<br />

al aire libre. Coghlan fumaba, paseando nerviosamente por la cubierta del yate<br />

con gesto hosco.<br />

Laurie saltó también a tierra y se sentó, tranquila, sintiéndose tan ridícula como <strong>un</strong><br />

niño enfurruñado. Luego, desembarcó también Coghlan y se puso a pasear<br />

nerviosamente por el muelle, de <strong>un</strong> lado para otro, sin rumbo fijo, mientras los<br />

marineros disponían la comida. Cuando la partida de exploradores regresó al<br />

muelle, Coghlan accedió a sentarse al lado de Laurie... La muchacha parecía<br />

haber olvidado por completo su reciente discusión y charlaba alegremente.<br />

Coghlan parecia, por el contrario, abatido por <strong>un</strong>a prof<strong>un</strong>da tristeza.<br />

<strong>El</strong> as<strong>un</strong>to del terreno propuesto para edificar la residencia para niños pobres fue<br />

discutido, por lo menos en tres idiomas, en toda su amplitud. Entretanto, la comida<br />

progresaba, con los marineros haciendo de camareros trayendo sabrosas viandas<br />

de la cocina del yate. <strong>El</strong> propietario del terreno se levantó y pron<strong>un</strong>ció <strong>un</strong> florido y<br />

sudoroso discurso en el que aseguró que se desharía de aquella parcela a <strong>un</strong><br />

precio irrisorio, si era preciso, en beneficio de aquellos niños desamparados. <strong>El</strong><br />

profesor del colegio Americano habló calurosamente de Mannard, al que dirigió<br />

<strong>un</strong>a o dos indirectas referentes a' aprovechamiento de ciertos fondos del colegio.<br />

Coghlan comprendió claramente que todos y cada <strong>un</strong>o de los allí presentes sólo<br />

trataban de sacarle dinero a Mannard de <strong>un</strong>a u otra forma, y volvió a prometerse a<br />

51 mismo no tomar parte en aquella indignante rebatiña, reiterándose su propia<br />

resolución de no intentar de ningún modo casarse con Laurie.<br />

Los marineros trajeron café. Coghlan bebió el suyo mientras continuaban los<br />

discursos. Mannard hablaba absorto con el abogado y con el propietario del<br />

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