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El artilugio tenia un duende.pdf

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americanos habrían sido suficientes para manejarlo sobradamente. Los marineros<br />

parecían afanarse a más y mejor para preparar el barco para salir a la mar.<br />

Los invitados no eran muchos. Había <strong>un</strong> profesor del colegio, <strong>un</strong> político local, el<br />

propietario del terreno propuesto, <strong>un</strong> abogado; el propietario del yate resplandecía<br />

de gozo visiblemente cuando llegaron a bordo, en el último minuto, las cestas<br />

repletas de exquisitos manjares...<br />

Coghlan y Laurie se sentaron en la misma popa del yate cuando al fin largó<br />

amarras y salió del Cuerno de Oro. No podían estar muy a solas a causa de la<br />

superab<strong>un</strong>dancia de hombres en la dotación. Coghlan estaba más a gusto así y no<br />

trató de aumentar su aislamiento. Observó el panorama de la ciudad que había<br />

sido centro de la civilización durante más de mil años... y ahora no era más que<br />

<strong>un</strong>a conejera de estrechas callejuelas y dudosas ocupaciones. Laurie, a su lado,<br />

contemplaba los típicos minaretes y cúpulas que se recortaban en el cielo como<br />

soldados de <strong>un</strong> ejército mitológico con sus lanzas enhiestas ap<strong>un</strong>tando hacia el<br />

cenit, y el enorme y blanquisimo palacio que había sido serrallo, y la inmensa mole<br />

de Santa Sofía, y toda la belleza de este lugar, notoria desde hacía casi dos mil<br />

años. <strong>El</strong> sol brillaba intensamente, y su luz rutilante añadía belleza a la natural del<br />

maravilloso paisaje urbano de Istambul al reflejarse sus rayos en las tranquilas<br />

aguas. Todo aquello parecía extender <strong>un</strong> encanto, <strong>un</strong>a fascinación especial, sobre<br />

lo existente, haciéndolo irreal, transformándolo en <strong>un</strong> ensueño, hechizándolo de tal<br />

manera que era imposible huir de su magia. Pero Laurie se abstrajo para mirar a<br />

Coghlan.<br />

- Tommy - dijo -, ¿quieres decirme qué decía aquel misterioso mensaje del que no<br />

nos quisiste hablar anoche? Dijiste que se refería a mi...<br />

- No era nada importante - contestó Coghlan -. ¿Vamos a la caseta del piloto para<br />

ver cómo gobiernan el barco?<br />

<strong>El</strong>la lo miró fijamente y sonrió.<br />

- ¿No se te ha ocurrido n<strong>un</strong>ca pensar, Tommy, que hace muchos años que te<br />

conozco, que te he estudiado muy a fondo y... que puedo leer perfectamente tus<br />

más recónditos pensamientos?<br />

Coghlan se agitó incómodo.<br />

- Cuando tenía diez años - agregó Laurie -, me dijiste muy generosamente que,<br />

cuando fueras mayor, te casarías conmigo. ¡Pero insistías siempre con gran<br />

interés en que debía guardar el secreto más absoluto sin decírselo a nadie!<br />

Coghlan murmuró algo indistinto acerca de los niños.<br />

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