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Coghlan levantó hacia ellos sus párpados enrojecidos. <strong>El</strong> teniente de la policía<br />
turca se encogió de hombros y repuso impasible:<br />
- Yo creo que lo que deseamos preg<strong>un</strong>tarle al señor Coghlan es lo siguiente: ¿Ha<br />
realizado usted, por casualidad, <strong>un</strong>a visita al siglo XIII?<br />
Coglilan sonrió cortésmente. Duval no pudo evitar <strong>un</strong> gesto de impaciencia.<br />
- ¡Perdón, señor Coghlan! Insisto en que, seguramente, le pareceremos <strong>un</strong>os<br />
pobres locos, pero le aseguro que esta preg<strong>un</strong>ta va dirigida completamente en<br />
serio!<br />
Esta vez, Coghlan sonrió burlonamente y respondió de esta guisa:<br />
- Pues bien, la respuesta es «no»... Creo que tienen ustedes conocimiento,<br />
evidentemente, de mis actividades: como saben, tengo a mi cargo las clases de<br />
Física en el Colegio Americano. Con mis enseñanzas, consigo obtener graduados,<br />
capaces - por decirlo así - de hacer pasar por el aro a los electrones, y mis<br />
alumnos más capacitados hasta consiguen penetrar en la vida íntima de los<br />
neutrones. Pero la cuarta dimensión - porque supongo que ustedes se refieren a<br />
<strong>un</strong> viaje a través del tiempo -no entra dentro de los postulados de mi cátedra.<br />
<strong>El</strong> teniente Ohalil suspiró y comenzó a desenvolver <strong>un</strong> voluminoso paquete que<br />
reposaba sobre sus rodillas. Al abrirlo, apareció <strong>un</strong> libro. Era de gran tamaño, de<br />
más de díez centímetros de grueso, y sus páginas eran de pergamino. La cubierta<br />
era maciza, de cuero antiguo, tan viejo que se desmoronaba si no se le trataba<br />
con sumo cuidado, y tenía incrustados varios medallones de marfil, artísticamente<br />
grabados. Coglilan reconoció el estilo. Eran grabados bizantinos, algo deteriorados<br />
por los golpes sufridos a lo largo del tiempo, y databan de la época anterior a la en<br />
que Bizancio convirtió sucesivamente en Estambul y Istambul.<br />
-Se trata -observó Ghalil- de <strong>un</strong>o II los ejemplares más antiguos y valiosos ti libro<br />
llamado Alexiada, debido a la princesa Ana Commeno, que vivió en el tilo 'cm, que<br />
antes he mencionado , tiene usted la amabilidad de ojear el libro, sr. Coglilan?<br />
Abrió el pesado volumen con exquisito cuidado y lo puso en las manos del<br />
interpelado. Las gruesas páginas, amarilleadas r. cl tiempo, se hallaban cubiertas<br />
de esos caracteres desgarbados, que utilizaban los griegos en su escritura - sin<br />
letras mayúsculas, sin separación entre las palabras y u signo de p<strong>un</strong>tuación<br />
alg<strong>un</strong>o -, y que instituían el texto de los libros al dejar de escribirse sobre largas<br />
bandas de pergamino que se enrollaban en <strong>un</strong>a barra de Idem. Coghlan lo miró<br />
con curiosidad. ¿Conoce usted, por casualidad, el griego bizantino? - inquirió el<br />
turco esperanzado. Pero Coghlan sacudió su cabeza en <strong>un</strong> So negativo. <strong>El</strong><br />
teniente de policía parea consternado. Comenzó a pasar páginas, jaibas Coghlan<br />
sostenía el libro. La primera página estaba tiesa, endurecida. Era color pardo, y en<br />
su borde quedaban 'LOS ya secos de alg<strong>un</strong>a sustancia adhesiva, muestra<br />
evidente de que, en alg<strong>un</strong>a ocasión, debió de estar pegada a la cubierta, 'Hasta<br />
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