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El artilugio tenia un duende.pdf

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Coghlan dijo atribulado:<br />

- No sé lo que es <strong>un</strong> adepto, ni tampoco en qué consiste ese frígido Más Allá, ni si<br />

existe otro que sea caluroso... Pero conozco a <strong>un</strong> Apolonio. Creo que es griego...,<br />

y dice de sí mismo que es neoplatónico, como si se tratara de <strong>un</strong>a nacionalidad, y<br />

que procede de algún lugar de la Arabia. Está tratando de conseguir que Mannard<br />

financie no sé qué as<strong>un</strong>to político. Pero no debe referirse a lo del libro ¡que tiene<br />

ya siete siglos!<br />

- Pues yo creo que no debemos descartarlo - dijo Ghalil -. Ni al señor Mannard. Ni<br />

a esa casa del número 80 de la calle Hosain... Me parece que Monsieur Duval y yo<br />

vamos a investigar esa dirección para ver si descubrimos el misterio o lo<br />

complicamos más todavía.<br />

Repentinamente, Duval sacudió la cabeza.<br />

- No - dijo, con <strong>un</strong>a especie de violencia patética -. ¡Este as<strong>un</strong>to no es posible!<br />

¡Pensar en él invita a la locura! ¡Señor Coglilan, tratemos de apartarlo de nuestras<br />

mentes! ¡Abandonemos! Le pido perdón por mi intrusión. Tenía la esperanza de<br />

haber hallado <strong>un</strong>a solución satisfactoria, <strong>un</strong>a explicación que pudiese creerse sin<br />

gran esfuerzo, pero veo que es imposible... Abandono la esperanza y el intento.<br />

¡Regresaré a París en la creencia de que todo eso jamás ha podido ocurrir!<br />

Coghlan no le creyó y no dijo nada.<br />

- Espero - repuso Ohalil - que recapacite. - Se movió en dirección a la puerta con<br />

el francés a remolque -. ¡Abandonar a estas alturas seria suicida!<br />

- ¿Suicida? - repuso Coglilan.<br />

- Sí..., por lo menos para mi - contestó Ghalil apesadumbrado -, ¡porque me<br />

moriría de curiosidad!<br />

Saludó con <strong>un</strong> gesto de la mano y salió empujando a Duval. Coglilan comenzó a<br />

vestirse para la cena con Laurie y su padre en el hotel Petra. Pero, mientras se<br />

vestía, su frente era <strong>un</strong>a verdadera borrasca de arrugas, síntoma infalible de la<br />

tempestad de ideas que se desencadenaba en su interior.<br />

II<br />

Todos los taxis de Istambul están conducidos por maníacos evadidos, a los<br />

cuales, inexplicablemente, la policía turca los deja campar por sus respetos. <strong>El</strong> taxi<br />

en que Cogillan se dirigió al hotel Petra estaba conducido por <strong>un</strong> hombre de piel<br />

muy oscura y dientes blanquisimos, el cual estaba prof<strong>un</strong>damente convencido de<br />

que el destino de todos y cada <strong>un</strong>o de los peatones estaba en las manos de Alá y<br />

que él nada podía hacer para modificarlo. Estaba equipado con <strong>un</strong>a bocina<br />

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