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<strong>El</strong> Artilugio Tenia Un Duende<br />

Editorial Labor<br />

Antología de cuentos de ficción científica 1965<br />

escaneado por diaspar<br />

1<br />

Murray Leinster<br />

Ocurría en Istambul, y los ruidos de la ciudad - automóviles rezongantes y<br />

alborotadores borriquillos, gritos nasales de buhoneros y mercachifles y el lejano<br />

zumbido de <strong>un</strong> avión de reacción que volaba en aquel momento sobre la urbe -<br />

penetraban atenuados, como emitidos por medio de <strong>un</strong>a sordina, por los amplios<br />

ventanales del piso que ocupaba el señor Coglilan. Era ya bien cercana la noche,<br />

y el instructor acababa de regresar del colegio Americano, donde tenía a su cargo<br />

las clases de Física. Se sentó en <strong>un</strong>a butaca para descansar y esperó. Debía<br />

re<strong>un</strong>irse con Laurie más tarde, en el hotel Petra, situado en la impropiamente<br />

llamada Grande Rue de Petra 1 , y no tenía mucho tiempo que perder, pero estaba<br />

intrigado por los inesperados huéspedes que había encontrado esperándolo<br />

cuando llegó a su casa: Duval, <strong>un</strong> francés nervioso y gesticulante, rabioso de<br />

impaciencia, y el teniente Ghalil, tranquilo, paciente y reposado, impresionante<br />

dentro de su <strong>un</strong>iforme del departamento de policía de Istambul. Este último se<br />

había presentado a sí mismo con exquisita cortesía y explicado que había venido<br />

con monsieur Duval en busca de <strong>un</strong>a información que sólo el señor Coghlan, del<br />

Colegio Americano, sería capaz de proporcionarles.<br />

Se hallaban los tres en el salón de Coghlan y saboreaban <strong>un</strong>as bebidas heladas,<br />

muestra de la hospitalidad del anfitrión. Éste, esperaba.<br />

- Mucho me temo - aventuró el teniente Ghalil, con <strong>un</strong> gesto peculiar en su<br />

semblante - que va usted a tomarnos por locos, señor Coghlan...<br />

Duval vació de <strong>un</strong> trago el contenido de su vaso y dijo airadamente:<br />

- ¡Pues claro que estoy loco! ¡No puede ser de otro modo!<br />

1 En francés en el original. - N. del T.<br />

1


Coghlan levantó hacia ellos sus párpados enrojecidos. <strong>El</strong> teniente de la policía<br />

turca se encogió de hombros y repuso impasible:<br />

- Yo creo que lo que deseamos preg<strong>un</strong>tarle al señor Coghlan es lo siguiente: ¿Ha<br />

realizado usted, por casualidad, <strong>un</strong>a visita al siglo XIII?<br />

Coglilan sonrió cortésmente. Duval no pudo evitar <strong>un</strong> gesto de impaciencia.<br />

- ¡Perdón, señor Coghlan! Insisto en que, seguramente, le pareceremos <strong>un</strong>os<br />

pobres locos, pero le aseguro que esta preg<strong>un</strong>ta va dirigida completamente en<br />

serio!<br />

Esta vez, Coghlan sonrió burlonamente y respondió de esta guisa:<br />

- Pues bien, la respuesta es «no»... Creo que tienen ustedes conocimiento,<br />

evidentemente, de mis actividades: como saben, tengo a mi cargo las clases de<br />

Física en el Colegio Americano. Con mis enseñanzas, consigo obtener graduados,<br />

capaces - por decirlo así - de hacer pasar por el aro a los electrones, y mis<br />

alumnos más capacitados hasta consiguen penetrar en la vida íntima de los<br />

neutrones. Pero la cuarta dimensión - porque supongo que ustedes se refieren a<br />

<strong>un</strong> viaje a través del tiempo -no entra dentro de los postulados de mi cátedra.<br />

<strong>El</strong> teniente Ohalil suspiró y comenzó a desenvolver <strong>un</strong> voluminoso paquete que<br />

reposaba sobre sus rodillas. Al abrirlo, apareció <strong>un</strong> libro. Era de gran tamaño, de<br />

más de díez centímetros de grueso, y sus páginas eran de pergamino. La cubierta<br />

era maciza, de cuero antiguo, tan viejo que se desmoronaba si no se le trataba<br />

con sumo cuidado, y tenía incrustados varios medallones de marfil, artísticamente<br />

grabados. Coglilan reconoció el estilo. Eran grabados bizantinos, algo deteriorados<br />

por los golpes sufridos a lo largo del tiempo, y databan de la época anterior a la en<br />

que Bizancio convirtió sucesivamente en Estambul y Istambul.<br />

-Se trata -observó Ghalil- de <strong>un</strong>o II los ejemplares más antiguos y valiosos ti libro<br />

llamado Alexiada, debido a la princesa Ana Commeno, que vivió en el tilo 'cm, que<br />

antes he mencionado , tiene usted la amabilidad de ojear el libro, sr. Coglilan?<br />

Abrió el pesado volumen con exquisito cuidado y lo puso en las manos del<br />

interpelado. Las gruesas páginas, amarilleadas r. cl tiempo, se hallaban cubiertas<br />

de esos caracteres desgarbados, que utilizaban los griegos en su escritura - sin<br />

letras mayúsculas, sin separación entre las palabras y u signo de p<strong>un</strong>tuación<br />

alg<strong>un</strong>o -, y que instituían el texto de los libros al dejar de escribirse sobre largas<br />

bandas de pergamino que se enrollaban en <strong>un</strong>a barra de Idem. Coghlan lo miró<br />

con curiosidad. ¿Conoce usted, por casualidad, el griego bizantino? - inquirió el<br />

turco esperanzado. Pero Coghlan sacudió su cabeza en <strong>un</strong> So negativo. <strong>El</strong><br />

teniente de policía parea consternado. Comenzó a pasar páginas, jaibas Coghlan<br />

sostenía el libro. La primera página estaba tiesa, endurecida. Era color pardo, y en<br />

su borde quedaban 'LOS ya secos de alg<strong>un</strong>a sustancia adhesiva, muestra<br />

evidente de que, en alg<strong>un</strong>a ocasión, debió de estar pegada a la cubierta, 'Hasta<br />

2


que, más tarde, se la dejó suelta o se ¿té por sí misma. La mitad superior de parte<br />

de la hoja, que estuvo primitivamentes oculta, se hallaba ahora cubierta por a<br />

membrete del departamento de policía Istambul, sujeto a la hoja por medio de<br />

modernas pinzas metálicas de las que se utilizan en las oficinas. La mitad inferior<br />

la misma parte de la página contenía cinco> huellas más oscuras que el resto,<br />

cuyo aspecto y disposición eran muy familiares. Cuatro de ellas estaban alineadas<br />

y la última, que era la mayor de todas, aparecía a poco más abajo. <strong>El</strong> teniente<br />

Ghalil ofreció <strong>un</strong>a lupa de bolsillo.<br />

¿Quiere usted examinarlo? - rogó solicito..<br />

Coghlan miró a través de la lupa. Después de <strong>un</strong>os instantes levantó la cabeza.<br />

- Son huellas digitales - afirmó-. ¿Qué tiene eso de particular?<br />

Duval, hasta entonces inmovil, de pie al lado de Coglilan, comenz6 a pasear<br />

nerviosamente por la habitación, arriba y abajo, rabioso de impaciencia. <strong>El</strong><br />

teniente Ghalil produjo <strong>un</strong> prof<strong>un</strong>do suspiro.<br />

- Estoy a p<strong>un</strong>to de decir algo absurdo<br />

- dijo con acento comp<strong>un</strong>gido -. Monsieur Duval descubrió este libro en la<br />

Bibllothéque National de París. Perteneció a dicha biblioteca durante más de cien<br />

años. Antes habla pertenecido a las Comptes de Huime, firmes protectores de <strong>un</strong><br />

hombre, conocido con el apodo de Nostradamus. Pero el libro pertenece al siglo<br />

decimotercero. Fue escrito y encuadernado en Bizancio. En la Bibliotheque<br />

National, monsteur Duval observó que <strong>un</strong>a de las hojas estaba completamente<br />

pegada. La despegó y se encontró con esas huellas digitales y... otros escritos.<br />

Coghlan dijo, pensativo:<br />

-Interesantísimo...<br />

En lo que pensaba era que ya debía haber salido para cumplir su compromiso de<br />

ir a cenar con Laurie y su padre.<br />

- Naturalmente - siguió el oficial de policía -, monsieur Duval sospechó que se<br />

trataba de <strong>un</strong> fraude. En vista de ello, hizo examinar la tinta químicamente y luego<br />

espectroscópicamente. No había duda: las huellas digitales habían sido impresas<br />

cuando el libro era nuevo. Repito: ¡no hay duda alg<strong>un</strong>a!<br />

Coghlan no tenía la menor idea de lo que iba a ocurrir, y dijo, desconcertado:<br />

- La técnica de la obtención y examen de las huellas digitales es mucho más<br />

moderna que ese libro, por eso me parece sorprendente poder encontrar huellas<br />

tan antiguas. Pero...<br />

3


Duval, que seguía paseando nerviosamente, arriba y abajo, por la habitación,<br />

produjo <strong>un</strong>a exclamación ahogada, deteniéndose al lado de la mesa de despacho<br />

de Coghlan. Jugaba febrilmente con <strong>un</strong>a especie de daga curda con mango de<br />

madera que aquél utilizaba como abrecartas, mientras en sus ojos aparecía <strong>un</strong>a<br />

expresión extraña.<br />

<strong>El</strong> teniente Ghalil dijo resignadamente:<br />

- Esas huellas no son tan notables, señor Coghlan, sino imposibles. ¡Yo le aseguro<br />

a usted que, teniendo en cuenta su edad solamente, resultan quiméricas,<br />

irrealizables...! ¡Y esa imposibilidad es tan trivial, tan poco importante, en<br />

comparación con todo lo demás! ¡Porque, vea usted, señor Coghlan, esas huellas<br />

digitales son suyas!<br />

<strong>El</strong> aludido, sentado en su butaca, se quedó de <strong>un</strong>a pieza, con sus ojos perdidos en<br />

<strong>un</strong>a inexistente lejanía, sin mirar a ningún p<strong>un</strong>to determinado. Mientras, el teniente<br />

de la policía turca traía <strong>un</strong> tampón de los utilizados hasta la fecha en todos los<br />

departamentos de policía. No hay necesidad de tinta alg<strong>un</strong>a: se van apoyando las<br />

yemas de los dedos sucesivamente en la pequeña almohadilla, cubierta por <strong>un</strong>a<br />

hoja grasa especial, y se obtiene rápidamente la huella de cada <strong>un</strong>o de ellos.<br />

- Si usted me permite...<br />

Coghlan entregó sus dedos al policía, el cual fue apoyando <strong>un</strong>o a <strong>un</strong>o en la<br />

almohadilla, cubierta por <strong>un</strong>a hoja grasa especial muy brillante, haciéndolos girar<br />

ligeramente a <strong>un</strong>o y otro lado para obtener la huella completa de la yema del dedo.<br />

Era <strong>un</strong> proceso de lo más familiar y el propio Coghlan había impreso sus dedos en<br />

el pasaporte cuando tuvo que venir a Turquía, registrándoselas nuevamente en el<br />

departamento de policía como extranjero residente en el país. <strong>El</strong> turco le ofreció<br />

de nuevo su lupa de bolsillo. Coglilan estudió detenidamente la huella del dedo<br />

pulgar que acababan de obtener de él. Después de <strong>un</strong> momento de vacilación, la<br />

comparó con la del libro, impresa en el pergamino. Se sobresaltó visiblemente.<br />

Comparó <strong>un</strong>a a <strong>un</strong>a las otras huellas, con creciente cuidado e incredulidad.<br />

Luego, dijo, en el tono de quien no cree sus propias palabras:<br />

- ¡Parecen... parecen ser exactamente iguales...! A no ser pon..<br />

- Sí - corroboró el teniente Ghalil -. La huella del dedo pulgar correspondiente al<br />

libro presenta <strong>un</strong>a cicatriz que su dedo actual parece no tener ahora... Y, sin<br />

embargo, es su propia huella digital... ésa y todas las demás. ¡Y es imposible,<br />

filosófica y matemáticamente, que dos series de huellas digitales coincidan entre<br />

sí si no pertenecen a la misma mano!<br />

- Así es - exclamó Coghlan.<br />

4


Duval murmuró algo entre dientes. Luego, volvió a dejar en su sitio el cuchillo<br />

curdo y reemprendió sus nerviosos paseos por la habitación. Ghalil, por su parte,<br />

volvió a encogerse de hombros.<br />

- Monsiour Duval estudió las huellas -explicó- hace <strong>un</strong>os tres meses... las huellas y<br />

la escritura. Se tomó suficiente tiempo para convencerse a si mismo de que el<br />

as<strong>un</strong>to no era <strong>un</strong>a patraña. Escribió a la policía de Istambul rogándole que le<br />

dijese si se encontraba registrado en sus archivos <strong>un</strong> tal Thomas Coghlan,<br />

residente en el número 750 de la calle de Fátima. ¡De eso hace dos meses!<br />

Coghlan se sobresaltó de nuevo.<br />

- ¿De dónde sacó usted esa dirección?<br />

- Ya lo sabrá - respondió el turco -. ¡ Por el momento, le repito que 'eso fue hace<br />

dos meses! Contesté que, efectivamente, le teníamos registrado, pero que<br />

ignorábamos su dirección. Escribió de nuevo, enviándonos <strong>un</strong>a fotografía de esa<br />

parte de la hoja de pergamino y rogándonos que le contestásemos con toda<br />

urgencia si esas huellas coincidían con las suyas. Le contesté que así era, en<br />

efecto, salvo la cicatriz del dedo pulgar. Y agregué, con viva curiosidad, que dos<br />

días antes usted se había mudado al 750 de la calle de Fátima..., la dirección que<br />

monsieur Duval mencionaba en su carta de <strong>un</strong> mes antes...<br />

- Desgraciadamente - repuso el señor Coghlan - eso no podía ocurrir así... Yo<br />

mismo no conocí mi nueva dirección hasta <strong>un</strong>a semana antes de mudarme...<br />

- Ya lo sé que no puede ser - exclamó Ghalil apenadamente -. Pero no puede<br />

negarse que así ocurrió...<br />

- ¿Pretende usted - objetó Coglilan -que alguien podía tener información sobre ese<br />

as<strong>un</strong>to tres semanas antes de que ocurriera en el tiempo, tres semanas antes de<br />

que sucediera...?<br />

Ghalil hizo <strong>un</strong> gesto extraño y dijo:<br />

- Es <strong>un</strong>a obra maestra de reticencia...<br />

- ¡Es <strong>un</strong>a locura! - exclamó Duval -. ¡Es l<strong>un</strong>atismo! Ce n'est pas ¡logique! . ¡Tenga<br />

usted la amabilidad, señor Coglilan, de mirar el resto de la página!<br />

Coghlan quitó las pinzas que sujetaban el membrete del departamento de policía a<br />

la parte superior de la página de pergamino y pensó si estaría llegando al final de<br />

todo lo que sería capaz de resistir. Había escritas <strong>un</strong>as palabras con <strong>un</strong>a tinta<br />

increíblemente antigua, pero en inglés moderno. La escritura era tan familiar a<br />

Coghlan como la suya propia...<br />

5


Y aquella escritura decía:<br />

« Vean a Thomas Coglilan, que vive en el 750 de la calle de Fátima, de Istambul.<br />

Profesor, director u otro cargo por el estilo.<br />

<strong>El</strong> <strong>artilugio</strong> está en el 80 de la calle Hosain, seg<strong>un</strong>do piso, interior.<br />

¡Cuidado con Mannard! Va a ser asesinado».<br />

Debajo, sus huellas digitales bien visibles. Coghlan se quedó perplejo,<br />

contemplando aquella misteriosa página. Luego, buscó su vaso y se bebió el<br />

contenido de <strong>un</strong> trago. La situación parecía exigir algo semejante.<br />

Se produjo, al mismo tiempo, <strong>un</strong> silencio en la estancia, interrumpido apenas por<br />

los ruidos sordos que llegaban del exterior. Eran ruidos de voces, y de alg<strong>un</strong>a<br />

parte llegaba también <strong>un</strong> sonsonete nasal emitido por <strong>un</strong>a radio que los turcos<br />

consideran como <strong>un</strong>a música. Un alboroto inidentificable, producido por los taxis<br />

desalquilados, por la entonación peculiar del vocerío de las gentes y esos otros<br />

ruidos callejeros que se entremezclan <strong>un</strong>os a otros, formando esa barahúnda<br />

típica de Istambul que le hace inconf<strong>un</strong>dible con cualquier otro lugar de la Tierra.<br />

Eran los ruidos de la gran ciudad a la caída de la noche.<br />

Duval había cesado en sus nerviosos paros por la habitación y estaba ahora<br />

tranquilo. Ghalil miraba a Coglilan y permanecía silencioso. Y Cohglan<br />

contemplaba pensativo la hoja de viejo pergamino.<br />

Trataba de explicar lo inexplicable, y no le quedaba otra solución que rendirse a la<br />

fuerza de la realidad, a<strong>un</strong>que ésta resultase tan irreal como fantástica. Su nombre<br />

y su dirección actual estaban allí, escritas en aquella página, y sus huellas<br />

dactilares no ofrecían tampoco lugar a duda. En cuanto a lo que estaba escrito, la<br />

línea que se refería a Mannard, el padre de Laurie, indicaba claramente que aquél<br />

corría <strong>un</strong> indudable peligro, a<strong>un</strong>que su significado era muy vago. La línea que<br />

hacía referencia a la otra dirección, el número 80 de la calle Hosain, y a <strong>un</strong><br />

«<strong>artilugio</strong>» carecía por completo de significado real. Pero la línea acerca de<br />

«profésor, director u otro cargo por el estilo» le había afectado seriamente.<br />

Era lo que se decía Coghlan a si mismo siempre que pensaba en Laurie. Si no era<br />

más que <strong>un</strong> simple instructor de Física. Y, como tal, no seria discreto pedirle a<br />

Lauríe que se casase con él. Con el tiempo, Podría llegar a profesor. Pero, ni a<strong>un</strong><br />

entonces seria atinado pensar que la hija de <strong>un</strong> multimillonario se aviniese a ser su<br />

esposa. Más adelante, hasta podría llegar a ser director del colegio, a<strong>un</strong>que las<br />

probabilidades que tenía de alcanzar ese grado óptimo de su carrera eran tan<br />

problemáticas que podía considerarse como algo casual, inopinado. Sin embargo,<br />

podía ocurrir. Y luego..., ¿qué? Conservaría ese elevado cargo hasta que <strong>un</strong><br />

claustro de profesores decidiese que cualquier otro sería mejor para ocupar su<br />

6


puesto... Un débil programa para justificar su insistencia en solicitar que Laurie se<br />

casase con él..., <strong>un</strong> simple instructor, con <strong>un</strong>a cátedra de profesor como aspiración<br />

máxima de su carrera, y <strong>un</strong>a dirección del colegio como al utópico e inimaginable.<br />

Por eso, al acordarse de Laurie, Coghlan se dijo con pesadumbre a sí mismo: «<br />

Profesor, director del colegio u otro cargo por el estilo». Y recordó que no debía<br />

dejarse vencer por inclinación romántica alg<strong>un</strong>a.<br />

Pero no tenía que reír aquella frase a nadie en el m<strong>un</strong>do. <strong>El</strong> era el único ser<br />

humano para quien tenía algún significado. Era la prueba absoluta de que él,<br />

Thomas Coghlan, había escrito aquellas palabras, Pero no lo había hecho.<br />

-Esas palabras -dijo, como resumen de cuanto había estado pensando hasta<br />

aquel momento - parecen indudablemente escritas por mí. Es mi letra y hasta en<br />

los rasgos más simples obedecen en todo a mí modo de escribir... ¡Tengo que<br />

suponer que fui yo quien las escribió! Y, sin embargo, no tengo la menor idea de<br />

haberlo hecho. Por eso, les quedaría muy reconocido si me explicaran todo este<br />

lío.<br />

Duval se entregó a <strong>un</strong> frenético discurso.<br />

- ¡Pues eso es, precisamente, lo que hemos venido a pedirle a usted, señor<br />

Cogifian! ¡Me he considerado siempre <strong>un</strong> hombre cuerdo, en mis cabales! ¡He<br />

estudiado a fondo el Imperio bizantino y toda su historia! ¡Puede decirse que soy<br />

<strong>un</strong>a autoridad en ello! ¡Pero este... inglés moderno, escrito cuando no existía el<br />

inglés moderno!... ¡Números árabes cuando los números árabes eran totalmente<br />

desconocidos! ¡Números de casas inexistentes, en calles cuyos nombres no<br />

podían ni predecirse en aquellos tiempos, situadas en la ciudad de Istambul,<br />

cuando no había ciudad alg<strong>un</strong>a sobre la Tierra que llevara ese nombre! ¡No puedo<br />

concebirlo! Señor Coglilan, se lo ruego..., ¿cuál es el significado de todo esto?<br />

Coghlan volvió a mirar fijamente la escritura, desvanecida por el tiempo, realizada<br />

sobre el pergamino. Duval escondió la cara entre sus manos. Ghalil aplastó<br />

cuidadosamente su cigarrillo en el cenicero. Y esperó.<br />

Coglilan seguía de pie, deliberando sobre el intrincado as<strong>un</strong>to.<br />

- Creo - dijo - que debíamos tomar otra copa...<br />

Recogió los vasos y salió de la habitación, sin lograr que su mente se aclarase lo<br />

más mínimo. Deseó vivamente que Duval y Ghalil no hubiesen nacido jamás, ya<br />

que con su existencia habían complicado su propia vida, planteándole <strong>un</strong><br />

problema que parecía irresoluble. Sí no había escrito aquel dichoso mensaje...<br />

pero ningún otro podía tampoco haberlo hecho. Y, sin embargo, allí estaba, escrito<br />

con los propios caracteres de su grafología y hasta firmado por sus propias huellas<br />

dactilares...<br />

7


Y no tenía la menor idea de lo que quería significar aquel mensaje ni de qué podía<br />

hacerse con él.<br />

Regresó al salón con los vasos llenos. Duval continuaba sentado con la cabeza<br />

entre las manos. Galil había encendido otro cigarrillo y miraba hacia su ceniza con<br />

<strong>un</strong>a expresión de agudo desconsuelo. Coghlan dejó en la mesa las bebidas.<br />

- No creo que ningún otro, aparte de mí, haya podido escribir eso mensaje -<br />

observó -, pero tampoco recuerdo haberlo escrito yo, ni tengo la menor idea de lo<br />

que pueda significar. Como ustedes lo han traído, seguramente sabrán algo más<br />

que yo...<br />

- No - respondió Ghalil -. Mi primera preg<strong>un</strong>ta era la única razonable que podía<br />

dirigirle: Ha estado usted viajando por el siglo XIII? Me imagino que no, porque<br />

supongo que jamás se le ha ocurrido cosa semejante.<br />

- No solamente no se me ha ocurrido n<strong>un</strong>ca - repuso Coghlan con ironía -, sino<br />

que no conozco otro lugar con menos probabilidades de ser visitado que ése...<br />

Ghalil agitó su cigarrillo y la ceniza cayó al suelo.<br />

- Como oficial de policía, 10 que más me interesa de ese curioso mensaje es que<br />

en él se hace mención de que van a asesinar a alguien; es decir, que puede ser<br />

asesinado... Esto entra dentro de mis atribuciones. ¡Y más como estudiante de<br />

Filosofía...! Tanto como policía como filósofo, es a veces necesario partir de <strong>un</strong><br />

absurdo para llegar a <strong>un</strong>a solución razonable. Y eso es lo que propongo hacen.. o,<br />

por lo menos, intentar...<br />

- ¡No faltaba más! - exclamó Coghlan secamente.<br />

- Por el momento - dijo Ghalil, volviendo a sacudir la ceniza de su cigarrillo con <strong>un</strong><br />

movimiento brusco de su mano -, usted no tiene la menor idea de que nadie vaya<br />

a asesinar al señor Mannard. Tampoco tiene <strong>un</strong>a cicatriz en el dedo pulgar..., ni<br />

espera tenerla. Y la existencia de - digámoslo así - <strong>un</strong> « artefacto » en el número<br />

80 de la calle Hosain le es totalmente desconocida..., ¿no es eso?<br />

-Así es -admitió Coghlan.<br />

- Ahora bien, si usted llega a tener, casualmente, esa cicatriz en el dedo pulgar -<br />

observó Ghalil -, quiere decir que esas huellas dactilares del pergamino<br />

pertenecen a <strong>un</strong>a época futura, en la cual, probablemente usted conocerá<br />

asimísmo la existencia del peligro que acecha al señor Mannard y la del «<strong>artilugio</strong>»<br />

ese en el numero 80 de la calle Hosain... Esto...<br />

- Ce n'est pas Iogique! - protestó Duval violentamente.<br />

8


- SI, es lógico - repuso Ghalil con calma -, a<strong>un</strong>que no es de sentido común...<br />

Lógicamente, pues..., se deduce que, en <strong>un</strong>a época futura, ignorada por nosotros,<br />

el señor Coghlan conocerá todas esas cosas y desearía informarse ahora de lo<br />

que sabrá entonces. Para que me comprendan mejor, el señor Coglilan desearía<br />

conocer hoy mismo algo que ocurrirá en el futuro - quizá la semana próxima -: la<br />

existencia del peligro que se cierne sobre el señor Mannard y que hay algo de<br />

suma importancia en el número 80 de la calle Hosain, en el seg<strong>un</strong>do piso, interin<br />

Pues bien, esa información puede proporcionársela ese memorándum escrito en<br />

la hoja suelta de este antiquísimos libro.<br />

- ¡Pero usted no creerá eso...! - exclamó Coghlan sorprendido.<br />

- No admito que lo crea - replicó Ghalil con <strong>un</strong>a sonrisa imperceptible en sus labios<br />

-, pero estimo que sería muy acertado hacer <strong>un</strong>a visita a ese número 80 de la calle<br />

Hosain. ¡No creo que podamos hacer otra cosa!<br />

- ¿Y por qué no decirle a Mannard lo que ocurre? -inquirió Coglilan con aspereza.<br />

- Me tomaría por loco - repuso el turco con la misma aspereza que su interlocutor-.<br />

Y con razón. Yo mismo sospecho que lo estoy...<br />

- Pues se lo diré yo - concluyó Coghlan-, porque creo que debo hacerlo. Voy a<br />

cenar con él y con su hija esta noche y así será más fácil... - Miró el reloj -. Ya<br />

debía haber salido...<br />

<strong>El</strong> teniente Ghalil se levantó cortésmente. Duval separó la cabeza de entre las<br />

manos y se levantó también, con <strong>un</strong> aspecto más abatido que cuando comenzó la<br />

conversación. Algo le ocurría al señor Coglilan.<br />

- Dígame, monsieur Duval, cuando usted encontró ese libro, ¿qué fue lo que le<br />

impulsó a despegar esa hoja...?<br />

Duval extendió sus manos. Ghalil abrió la cubierta del libro y mostró la primera<br />

página que había sido despegada por el francés. En la que había sido cara visible<br />

de la misma, había <strong>un</strong>a nota, <strong>un</strong>a glosa, de cinco o seis líneas. Estaba escrita en<br />

<strong>un</strong>a especie de griego primitivo, incomprensible para Coglilan. Pero, a juzgar por<br />

su situación, debía ser <strong>un</strong> memorándum escrito por alg<strong>un</strong>o de los anteriores<br />

propietarios del manuscrito y no <strong>un</strong>a nota inserta por el copista.<br />

- Mi traductor y monsteur Duval están de completo acuerdo - observó Ghalil -. Uno<br />

y otro dicen que el significado de esa nota escrita en griego primitivo sobre la hoja<br />

de pergamino es el siguiente: «Este libro ha viajado hasta el frígido Más Allá y ha<br />

regresado, portando <strong>un</strong> escrito de los adeptos que solicitan noticias de Apolonio».<br />

No sé qué significa, ni monsieur Duval tampoco, pero al verlo trató de descubrir<br />

nuevos escritos. Al ver que la página estaba pegada, la despegó... y ya ha visto<br />

usted lo que ha resultado,<br />

9


Coghlan dijo atribulado:<br />

- No sé lo que es <strong>un</strong> adepto, ni tampoco en qué consiste ese frígido Más Allá, ni si<br />

existe otro que sea caluroso... Pero conozco a <strong>un</strong> Apolonio. Creo que es griego...,<br />

y dice de sí mismo que es neoplatónico, como si se tratara de <strong>un</strong>a nacionalidad, y<br />

que procede de algún lugar de la Arabia. Está tratando de conseguir que Mannard<br />

financie no sé qué as<strong>un</strong>to político. Pero no debe referirse a lo del libro ¡que tiene<br />

ya siete siglos!<br />

- Pues yo creo que no debemos descartarlo - dijo Ghalil -. Ni al señor Mannard. Ni<br />

a esa casa del número 80 de la calle Hosain... Me parece que Monsieur Duval y yo<br />

vamos a investigar esa dirección para ver si descubrimos el misterio o lo<br />

complicamos más todavía.<br />

Repentinamente, Duval sacudió la cabeza.<br />

- No - dijo, con <strong>un</strong>a especie de violencia patética -. ¡Este as<strong>un</strong>to no es posible!<br />

¡Pensar en él invita a la locura! ¡Señor Coglilan, tratemos de apartarlo de nuestras<br />

mentes! ¡Abandonemos! Le pido perdón por mi intrusión. Tenía la esperanza de<br />

haber hallado <strong>un</strong>a solución satisfactoria, <strong>un</strong>a explicación que pudiese creerse sin<br />

gran esfuerzo, pero veo que es imposible... Abandono la esperanza y el intento.<br />

¡Regresaré a París en la creencia de que todo eso jamás ha podido ocurrir!<br />

Coghlan no le creyó y no dijo nada.<br />

- Espero - repuso Ohalil - que recapacite. - Se movió en dirección a la puerta con<br />

el francés a remolque -. ¡Abandonar a estas alturas seria suicida!<br />

- ¿Suicida? - repuso Coglilan.<br />

- Sí..., por lo menos para mi - contestó Ghalil apesadumbrado -, ¡porque me<br />

moriría de curiosidad!<br />

Saludó con <strong>un</strong> gesto de la mano y salió empujando a Duval. Coglilan comenzó a<br />

vestirse para la cena con Laurie y su padre en el hotel Petra. Pero, mientras se<br />

vestía, su frente era <strong>un</strong>a verdadera borrasca de arrugas, síntoma infalible de la<br />

tempestad de ideas que se desencadenaba en su interior.<br />

II<br />

Todos los taxis de Istambul están conducidos por maníacos evadidos, a los<br />

cuales, inexplicablemente, la policía turca los deja campar por sus respetos. <strong>El</strong> taxi<br />

en que Cogillan se dirigió al hotel Petra estaba conducido por <strong>un</strong> hombre de piel<br />

muy oscura y dientes blanquisimos, el cual estaba prof<strong>un</strong>damente convencido de<br />

que el destino de todos y cada <strong>un</strong>o de los peatones estaba en las manos de Alá y<br />

que él nada podía hacer para modificarlo. Estaba equipado con <strong>un</strong>a bocina<br />

10


desusadamente escandalosa, cuyo sonido, afort<strong>un</strong>adamente, parecía agradarle<br />

mucho a su conductor. <strong>El</strong> coche alquilado por Coghlan corría, pues,<br />

desenfrenadamente por estrechas callejuelas, en las que los peatones parecían<br />

huir constantemente horrorizados de aquella bocina infernal ante el terror de verse<br />

despachurrados por el taxi.<br />

Éste pasaba como alma que lleva el diablo por callejuelas inverosimilmente<br />

estrechas, doblaba las esquinas poniéndose en dos ruedas que chirriaban<br />

terriblemente como si se quejasen, doloridas de su incómoda postura, sorteaba o<br />

arremetía contra los peatones que encontraba ante sí, los cuales se disolvían con<br />

increíble agilidad antes que se aproximase el vehículo enloquecido y lograse<br />

alcanzarlos con sus guardabarros, se metía a aquella velocidad endiablada, por<br />

avenidas que parecían túneles y desembocaba en calles más anchas, ya<br />

pertenecientes a la parte moderna de la ciudad, seguido siempre por los<br />

p<strong>un</strong>zantes insultos y amenazas que salían de las bocas de los peatones turcos,<br />

cubriéndolo como <strong>un</strong>a guirnalda...<br />

Pero Coghlan apenas si se enteraba de todo aquello. Iba ensimismado,<br />

introvertido, como si todo lo que le rodeaba no existiese para él. Desde el<br />

momento en que se quedó solo, las sospechas lo dominaron de tal modo que se<br />

sentía culpable, no sabiendo cómo justificarse a sí mismo y viéndose forzado a<br />

aceptar la situación que sus visitantes le habían presentado. Por inverosímil que<br />

pudiese parecerle a <strong>un</strong>a persona en sus cabales. Ning<strong>un</strong>o de los dos le había<br />

pedido dinero, ni lo había insinuado siquiera. Claro está que él no tenía dinero, de<br />

cualquier modo, para que a ellos se les hubiese antojado sacrílego urdiendo<br />

aquella fantástica historia. Pero Mannard, sí. Mannard era inmensamente rico y<br />

quizá fuesen los tiros contra él. Había hecho su fort<strong>un</strong>a construyendo presas y<br />

saltos de agua, diques, vías férreas, instalaciones de fuerza y centrales hidráulicas<br />

en las partes más diversas del m<strong>un</strong>do. Pero sería dificilisimo sacarle <strong>un</strong> céntimo<br />

inventando <strong>un</strong>a patraña, a<strong>un</strong>que su propio nombre fuese mencionado en aquel<br />

memorándum del manuscrito y a<strong>un</strong>que lo fuese con la caligrafía del mismo<br />

Coghlan y estuviese firmado por sus huellas digitales. Mannard era <strong>un</strong>o de los<br />

principales benefactores del colegio en el que Coghlan enseñaba. Tenía ahora<br />

ante él otra oport<strong>un</strong>idad en que desarrollar su filantropía, y el único medio de<br />

atacarle era Laurie. <strong>El</strong>la era su p<strong>un</strong>to vulnerable...<br />

Decididamente, Mannard debía ser informado de aquel enmarañado as<strong>un</strong>to.<br />

<strong>El</strong> taxi corría alocado, ululando con su bocina infernal, recorriendo la gran ciudad.<br />

M fin, se precipitó en la Grande Rue de Petra. Dio <strong>un</strong>a vuelta en forma de U.<br />

Culebreó entre <strong>un</strong> elegante y lujoso coche particular y <strong>un</strong> feroz «jeep » del ejército<br />

turco, dispersó <strong>un</strong> grupo familiar que, sin saber por qué, se había detenido en<br />

plena calzada, rozó ligeramente <strong>un</strong> descapotable que estaba estacionado allí<br />

cerca, dio <strong>un</strong> frenazo que hizo chirriar de nuevo las ruedas dejando su huella en el<br />

pavimento y se detuvo precisamente ante la marquesina del hotel Petra. <strong>El</strong><br />

conductor le reclamó a Coghlan, exactamente, seis veces la tarifa legal de la<br />

carrera.<br />

11


Coghlan se quedó perplejo. Pero conocía perfectamente a los habitantes de<br />

Istambul y sabía de qué pie cojeaban. Llamó por señas al commissionaire del<br />

hotel, puso en sus manos exactamente dos veces la tarifa que debía pagar y le<br />

dijo: «Páguele y quédese con la vuelta ». Luego, entró en el hotel. Su modo de<br />

comportarse era <strong>un</strong>a especie de eficacia americana. Ahorraba dinero y<br />

argumentos. La discusión alcanzaba ya limites insospechados cuando Coghlan<br />

entraba en el impresionante vestíbulo del hotel.<br />

Laurie y su padre ya le esperaban. La muchacha estaba tan encantadora que<br />

Coghlan no pudo por menos que murmurar: «Profesor, director y otro cargo por el<br />

estilo », al estrechar sus manos. Era muy difícil evitar el hecho de estar<br />

enamorado de Laurie, a<strong>un</strong>que él hacía todo lo posible por conseguirlo.<br />

- Siento haberme retrasado - dijo al saludarles -, pero al llegar a casa me encontré<br />

con dos de los seres más fantásticos que jamás podría imaginar, los cuales me<br />

refirieron la historia más inverosímil que n<strong>un</strong>ca he oído. Y no tuve más remedio<br />

que escucharles, porque, a pesar mío, me vi prendido en el interés del relato por<br />

irreal que éste pudiese parecer.<br />

De pronto, entró en escena <strong>un</strong> nuevo personaje. Usaba <strong>un</strong>a camisa deslumbrante<br />

y en sus labios se dibujaba <strong>un</strong>a sonrisa acariciadora. Era bajo y fornido y se<br />

llamaba a si mismo Apolonio el Grande. Apenas si llegaba con su cabeza al<br />

hombro de Coghlan, pero le aventajaba, en cambio, en peso, en más de veinte<br />

kilos. Aquel hombre fuerte, bajo y regordete extendió cordialmente hacia Coghlan<br />

<strong>un</strong> brazo corto y grueso y <strong>un</strong>a mano redonda y carnosa. <strong>El</strong> instructor de Física<br />

observó que el lujoso reloj de pulsera de Apolonio, de gran valor intrinseco y<br />

artístico, se incrustaba en la gruesa muñeca del griego.<br />

- Seguramente - dijo en tono de reproche - no encontraría nada tan extraño como<br />

yo...<br />

Coghlan estrechó su mano lo más brevemente posible. Apolonio el Grande era <strong>un</strong><br />

ilusionista - <strong>un</strong> mago de la escena - que acababa de realizar <strong>un</strong>a excursión por las<br />

capitales europeas situadas al oeste del telón de acero, en <strong>un</strong>a temporada que él<br />

calificaba de sorprendente y extraordinaria. Su especialidad - según le pareció<br />

entender a Coglilan - consistía en serrar a <strong>un</strong>a mujer por la mitad a la vista del<br />

público, y luego volverla a presentar entera y resucitada como si nada hubiera<br />

ocurrido. Decía lleno de orgullo que, <strong>un</strong>a vez serrada la mujer, llevaba cada <strong>un</strong>a<br />

de las mitades en que había dividido su cuerpo a <strong>un</strong> extremo opuesto del<br />

escenario. Aquello era algo que ning<strong>un</strong> otro podía hacer con esperanzas de<br />

reintegraría de nuevo.<br />

- Ya conoces a Apolonio... - murmur6 Mannard -. Vamos a cenar.<br />

Con <strong>un</strong> gesto de cortesía, emprendió el canino del comedor delante de sus<br />

invitados con objeto de guiarles. Laurie se cogió del brazo de Coghlan. Lo miraba<br />

y le sonreía.<br />

12


- Estaba pensando si ya no me querrías, Tommy - repuso, mimosa -. Y trataba de<br />

ensayar <strong>un</strong> gesto de desesperación por si llegaba el caso...<br />

Coghlan la miró a los ojos y trató de endurecer su corazón para hacerlo insensible'<br />

a los encantos de la muchacha. En dos ocasiones anteriores había roto<br />

resueltamente su decisión al ver a Laurie, porque le gustaba tanto que no lo podía<br />

remedian Pero <strong>tenia</strong> miedo que volviese a ocurrir ahora. Por eso, enfocó la<br />

conversación por otros derroteros.<br />

- ¡Buen día he tenido hoy...! - dijo en voz baja-. Mis visitantes me han dejado<br />

verdaderamente aturdido. Es algo increi1)le y le voy a pedir a Apolonio que me<br />

explique cómo han podido realizar algo tan fantástico e inverosímil. Yo creo que,<br />

más o menos, entra dentro de su especialidad.<br />

<strong>El</strong> maitre se inclinó ante el grupo y los condujo hasta la mesa. Estaban sólo los<br />

cuatro en el comedor y, al verlos entrar, <strong>un</strong>a orquesta de cuerda inició<br />

valientemente los compases de Rapsodia en azul, tratando de interpretar el «<br />

swing» americano en su versión del cercano Oriente. Había destellos de plata y<br />

cristal y se oía <strong>un</strong> murmullo de voces.<br />

Coghlan esperaba los entremeses mientras su rostro se iba entristeciendo cada<br />

vez más. Apolonio el Grande levantó su copa de vino. A Coghlan le molestaba ver<br />

la pulsera del reloj fuertemente incrustado en la muñeca del griego. Y, sin saber<br />

por qué, le irritaba también sobremanera el seg<strong>un</strong>dero de aquel reloj moviéndose<br />

incansablemente... Apolonio decía con voz suave:<br />

- ¡Creo que ha llegado la hora de revelarles mi gran fort<strong>un</strong>a! ¡Brindo por la<br />

naciente República Autónoma Neoplatónica! Alg<strong>un</strong>os creen que es <strong>un</strong>a utopía;<br />

otros, que es <strong>un</strong> timo y que yo soy el timador.. ¡Pero bebamos por su realidad!<br />

Bebió su copa. Luego, pareció más gordo todavía.<br />

- He tenido que asegurarme la financiación de los sobornos que ha sido preciso<br />

pagar - explicó. Todas sus papadas rebosaban felicidad-. ¡No debo revelar quién<br />

decidió enriquecer a ciertos truhanes políticos para ayudar a mi pueblo, pero soy<br />

muy dichoso. ¡Por mí y por mi pueblo!<br />

- ¡Magnífico! - dijo Mannard.<br />

- Ya no le molestaré más pidiéndole donativos - le aseguró Apolonio -. ¿No es <strong>un</strong><br />

alivio?<br />

Mannard rió entre dientes. Apolonio el Grande debía, indudablemente, estar<br />

hablando en broma. Habló de su «pueblo» con el aire del que no espera que lo<br />

13


tomen en serio. La cosa era que, en no sé qué parte de Arabia, habla <strong>un</strong> grupo de<br />

pequeñas y oscuras aldeas, en el cual las doctrinas del neoplatonismo sobrevivían<br />

como <strong>un</strong>a religión. Estaban mantenidas por <strong>un</strong>a casta de filósofos que los tenían<br />

embobados por medio de la magia, y Apolonio presumía de haber sido <strong>un</strong>a de las<br />

jerarquías y de tener asombrada a media Europa con todas las artimañas que<br />

constituían el f<strong>un</strong>damento de su culto. Aquello sonaba como <strong>un</strong>a campaña<br />

publicitaria, ideada por <strong>un</strong> agente de prensa de imaginación calenturienta. Una<br />

tradición secular del desarrollo y culto de la treta no era demasiado verosímil. Y<br />

ahora, según parecía, Apolonio aseguraba haber sobornado a algún gobierno<br />

árabe y haber obtenido dinero para asegurar la salvación de los aldeanos<br />

revelándoles la existencia de aquella excéntrica religión.<br />

- Yo también he tenido hoy dos visitantes que parecían haber empleado su propia<br />

magia neoplatónica - dijo Coghlan. Luego, se volvió hacia Mannard -. A propósito,<br />

señor, me dijeron que, probablemente, yo voy a asesinarle a usted...<br />

A Mannard pareció divertirle aquella declaración inesperada. Era <strong>un</strong> hombre alto y<br />

corpulento, de piel curtida y color atezado, muy capaz de cuidar de si' mismo.<br />

- ¿Puñal, bala o veneno, Tommy? -preg<strong>un</strong>tó en tono humorista -. ¿O vas a<br />

emplear <strong>un</strong> ciclotrón? ¿Cómo es eso?<br />

Coghlan explicó. La historia de su entrevista con el atormentado Duval y con el<br />

escéptico Ghalil parecía, al contarla, más absurda todavía que cuando ocurrió en<br />

el domicilio de Coghlan.<br />

Mannard escuchaba. Llegaron los entremeses. La sopa. Coghlan refirió la historia<br />

con todo detalle, y su preocupación llegó al límite cuando trató de explicar que era<br />

imposible que todo aquello fuese <strong>un</strong>a patraña. Sin embargo, no hizo mención de la<br />

línea que más le había preocupado.<br />

Mannard río entre dientes <strong>un</strong>a o dos veces cuando Coghlan refería su historia.<br />

- ¡Magnifico! - exclamó cuando la historia llegó a su fin -. ¿Cómo crees que lo<br />

hicieron y qué es lo que desean?<br />

Apolonio el Grande se secó la boca y luego la más alta de las papadas.<br />

- No me gusta esto dijo, gravemente-, no me gusta absolutamente nada. ¡Oh, el<br />

libro y las huellas digitales y el escrito..., yo podría hacer todo eso! ¡Recuerdo <strong>un</strong>a<br />

vez, en Madrid, que..., pero no importa! Son aficionados, y, sin embargo, pueden<br />

ser peligrosos...<br />

Laurle intervino::<br />

14


- Creo que Tommy se ha visto metido en <strong>un</strong> as<strong>un</strong>to muy desagradable, a<strong>un</strong>que me<br />

parece que no ha dicho todo lo que sabe... Le conozco desde hace mucho tiempo,<br />

y creo que hay algo que le preocupa.<br />

Coghlan se puso colorado. Laurie podía leer imp<strong>un</strong>emente en su cerebro.<br />

-Había, en efecto -admitió-, <strong>un</strong>a linea de la que no he hablado. Mencionaba algo<br />

que no podía significar nada para nadie, sino para mi mismo... y a nadie he dicho<br />

<strong>un</strong>a sola palabra.<br />

Apolonio suspiró.<br />

- ¡Ah, cuántas veces he leído los pensamientos ajenos por ocultos que estos sean!<br />

Todo el m<strong>un</strong>do cree que sus pensamientos son únicos... Pero, insisto <strong>un</strong>a vez<br />

más, esto no me gusta nada.<br />

Laurie se inclinó hacia Coghlan. Y, apenas en <strong>un</strong> susurro, le dijo:<br />

- ¿Eso que no le has dicho a nadie... trataba de mí?<br />

Coghlan la miró confuso, inquieto, y asintió con la cabeza.<br />

- ¡Estupendo! - dijo Laurie, y le sonrió. Apolonio, de repente, hizo <strong>un</strong> ademán<br />

extraño. Levantó <strong>un</strong>a copa llena de agua y la mantuvo a la altura de sus ojos.<br />

- Les voy a Iniciar en el principio de la magia -dijo, gravemente-. Aquí tienen <strong>un</strong>a<br />

copa, llena de agua solamente. ¡Ya ven que no contiene otra cosa!<br />

Mannard la miró cautamente. E' agua estaba perfectamente clara. Apolonio la<br />

paseó alrededor de la mesa, siempre a la altura de los ojos.<br />

Decididamente, Mannard debía ser informado de aquel enmarañado as<strong>un</strong>to.<br />

<strong>El</strong> taxi corría alocado, ululando con su bocina infernal, recorriendo la gran ciudad.<br />

Al fin, se precipitó en la Grande Rue de Petra. Dio <strong>un</strong>a vuelta en forma de U.<br />

Culebreó entre <strong>un</strong> elegante y lujoso coche particular y <strong>un</strong> feroz « jeep» del ejército<br />

turco, dispersó <strong>un</strong> grupo familiar que, sin saber por qué, se había detenido en<br />

plena calzada, rozó ligeramente <strong>un</strong> descapotable que estaba estacionado allí<br />

cerca, dio <strong>un</strong> frenazo que hizo chirriar de nuevo las ruedas dejando su huella en el<br />

pavimento y se detuvo precisamente ante la marquesina del hotel Petra. <strong>El</strong><br />

conductor le reclamó a Coghlan, exactamente, seis veces la tarifa legal de la<br />

carrera.<br />

Coghlan se quedó perplejo. Pero conocía perfectamente a los habitantes de<br />

Istambul y sabía de qué pie cojeaban. Llamó por señas al commissionaire del<br />

hotel, puso en sus manos exactamente dos veces la tarifa que debía pagar y le<br />

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dijo: «Páguele y quédese con la vuelta». Luego, entró en el hotel. Su modo de<br />

comportarse era <strong>un</strong>a especie de eficacia americana. Ahorraba dinero y<br />

argumentos. La discusión alcanzaba ya Imites insospechados cuando Coghlan<br />

entraba en el impresionante vestíbulo del hotel.<br />

Laurie y su padre ya le esperaban. La muchacha estaba tan encantadora que<br />

Coghlan no pudo por menos que murmurar:<br />

« Profesor, director y otro cargo por el estilo », al estrechar sus manos. Era muy<br />

difícil evitar el hecho de estar enamorado de Laude, a<strong>un</strong>que él hacía todo lo<br />

posible por conseguirlo.<br />

- Siento haberme retrasado - dijo al saludarles -, pero al llegar a casa me encontré<br />

con dos de los seres más fantásticos que jamás podría imaginar, los cuales me<br />

refirieron la historia más inverosímil que n<strong>un</strong>ca he oído. Y no tuve más remedio<br />

que escucharles, porque, a pesar mío, me vi prendido en el interés del relato por<br />

irreal que éste pudiese parecen<br />

De pronto, entró en escena <strong>un</strong> nuevo personaje. Usaba <strong>un</strong>a camisa deslumbrante<br />

y en sus labios se dibujaba <strong>un</strong>a sonrisa acariciadora. Era bajo y fornido y se<br />

llamaba a sí mismo Apolonio el Grande. Apenas si llegaba con su cabeza al<br />

hombro de Coghlan, pero le aventajaba, en cambio, en peso, en más de veinte<br />

kilos. Aquel hombre fuerte, bajo y regordete extendió cordialmente hacia Coghlan<br />

<strong>un</strong> brazo corto y grueso y <strong>un</strong>a mano redonda y carnosa. <strong>El</strong> instructor de Física<br />

observó que el lujoso reloj de pulsera de Apolonio, de gran valor intrínseco y<br />

artístico, se incrustaba en la gruesa muñeca del griego.<br />

- Seguramente - dijo en tono de reproche- no encontraría nada tan extraño como<br />

yo...<br />

Coghlan estrechó su mano lo más brevemente posible. Apolonio el Grande era <strong>un</strong><br />

ilusionista - <strong>un</strong> mago de la escena - que acababa de realizar <strong>un</strong>a excursión por las<br />

capitales europeas situadas al oeste del telón de acero, en <strong>un</strong>a temporada que él<br />

calificaba de sorprendente y extraordinaria. Su especialidad - según le pareció<br />

entender a Coghlan - consistía en serrar a <strong>un</strong>a mujer por la mitad a la vista del<br />

público, y luego volverla a presentar entera y resucitada como si nada hubiera<br />

ocurrido. Decía lleno de orgullo que, <strong>un</strong>a vez serrada la mujer, llevaba cada <strong>un</strong>a<br />

de las mitades en que había dividido su cuerpo a <strong>un</strong> extremo opuesto del<br />

escenario. Aquello era algo que ningún otro podía hacer con esperanzas de<br />

reintegraría de nuevo.<br />

- Ya conoces a Apolonio... - murmuró Mannard -. Vamos a cenar.<br />

Con <strong>un</strong> gesto de cortesía, emprendió el camino del comedor delante de sus<br />

invitados con objeto de guiarles. Laude se cogió del brazo de Coghlan. Lo miraba<br />

y le sonreía.<br />

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- Estaba pensando si ya no me querrías, Tommy - repuso, mimosa -. Y trataba de<br />

ensayar <strong>un</strong> gesto de desesperación por si llegaba el caso...<br />

Coghlan la miró a los ojos y trató de endurecer su corazón para hacerlo insensible<br />

a los encantos de la muchacha. En dos ocasiones anteriores había roto<br />

resueltamente su decisión al ver a Laurie, porque le gustaba tanto que no lo podía<br />

remedian Pero <strong>tenia</strong> miedo que volviese a ocurrir ahora. Por eso, enfocó la<br />

conversación por otros derroteros.<br />

- ¡Buen día he tenido hoy...! - dijo en voz baja-. Mis visitantes me han dejado<br />

verdaderamente aturdido. Es algo increíble y le voy a pedir a Apolonio que me<br />

explique cómo han podido realizar algo tan fantástico e inverosímil. Yo creo que,<br />

más o menos, entra dentro de su especialidad.<br />

<strong>El</strong> maitre se inclinó ante el grupo y los condujo hasta la mesa. Estaban sólo los<br />

cuatro en el comedor y, al verlos entrar, <strong>un</strong>a orquesta de cuerda Inició<br />

valientemente los compases de Rapsodia en azul, tratando de interpretar el «<br />

swing » americano en su versión del cercano Oriente. Había destellos de plata y<br />

cristal y se oía <strong>un</strong> murmullo de voces.<br />

Coghlan esperaba los entremeses mientras su rostro se iba entristeciendo cada<br />

vez más. Apolonio el Grande levantó su copa<br />

de vino. A Coghlan le molestaba ver la pulsera del reloj fuertemente incrustado en<br />

la muñeca del griego. Y, sin saber por qué, le irritaba también sobremanera el<br />

seg<strong>un</strong>dero de aquel reloj moviéndose incansablemente... Apolonio decía con voz<br />

suave:<br />

- ¡Creo que ha llegado la hora de revelarles mi gran fort<strong>un</strong>a! ¡Brindo por la<br />

naciente República Autónoma Neoplatónica! Alg<strong>un</strong>os creen que es <strong>un</strong>a utopía;<br />

otros, que es <strong>un</strong> timo y que yo soy el timador... ¡Pero bebamos por su realidad!<br />

Bebió su copa. Luego, pareció más gordo todavía.<br />

- He tenido que asegurarme la financiación de los sobornos que ha sido preciso<br />

pagar -explicó. Todas sus papadas rebosaban felicidad-. ¡No debo revelar quién<br />

decidió enriquecer a ciertos truhanes políticos para ayudar a mi pueblo, pero soy<br />

muy dichoso. ¡Por mí y por mi pueblo!<br />

- ¡Magnifico! - dijo Mannard.<br />

- Ya no le molestaré más pidiéndole donativos - le aseguró Apolonio -. ¿No es <strong>un</strong><br />

alivio?<br />

Mannard rió entre dientes. Apolonio el Grande debía, indudablemente, estar<br />

hablando en broma. Habló de su «pueblo» con el aire del que no espera que lo<br />

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tomen en serio. La cosa era que, en no sé qué parte de Arabia, habla <strong>un</strong> grupo de<br />

pequeñas y oscuras aldeas, en el cual las doctrinas del neoplatonismo sobrevivían<br />

como <strong>un</strong>a religión. Estaban mantenidas por <strong>un</strong>a casta de filósofos que los tenían<br />

embobados por medio de la magia, y Apolonio presumía de haber sido <strong>un</strong>a de las<br />

jerarquías y de tener asombrada a media Europa con todas las artimañas que<br />

constituían el f<strong>un</strong>damento de su culto. Aquello sonaba como <strong>un</strong>a campaña<br />

publicitaria, ideada por <strong>un</strong> agente de prensa de imaginación calenturienta. Una<br />

tradición secular del desarrollo y culto de la treta no era demasiado verosímil. Y<br />

ahora, según parecía, Apolonio aseguraba haber sobornado a algún gobierno<br />

árabe y haber obtenido dinero para asegurar la salvación de los aldeanos<br />

revelándoles la existencia de aquella excéntrica religión.<br />

- Yo también he tenido hoy dos visitantes que parecían haber empleado su propia<br />

magia neoplatónica - dijo Coghlan. Luego, se volvió hacia Mannard -. A propósito,<br />

señor, me dijeron que, probablemente, yo voy a asesinarle a usted...<br />

A Mannard pareció divertirle aquella declaración inesperada. Era <strong>un</strong> hombre alto y<br />

corpulento, de piel curtida y color atezado, muy capaz de cuidar de sí mismo.<br />

- ¿Puñal, bala o veneno, Tommy? -preg<strong>un</strong>tó en tono humorista -. ¿O vas a<br />

emplear <strong>un</strong> ciclotrón? ¿Cómo es eso?<br />

Coghlan explicó. La historia de su entrevista con el atormentado Duval y con el<br />

escéptico Ghalil parecía, al contarla, más absurda todavía que cuando ocurrió en<br />

el domicilio de Coghlan.<br />

Mannard escuchaba. Llegaron los entre meses. La sopa. Coghlan refirió la historia<br />

con todo detalle, y su preocupación llegó al límite cuando trató de explicar que era<br />

imposible que todo aquello fuese <strong>un</strong>a patraña. Sin embargo, no hizo mención de la<br />

línea que más le habla preocupado.<br />

Mannard rió entre dientes <strong>un</strong>a o dos veces cuando Coghlan refería su historia.<br />

- ¡Magnifico! - exclamó cuando la historia llegó a su fin -. ¿Cómo crees que lo<br />

hicieron y qué es lo que desean?<br />

Apolonio el Grande se secó la boca y luego la más alta de las papadas.<br />

- No me gusta esto dijo, gravemente-, no me gusta absolutamente nada. ¡Oh, el<br />

libro y las huellas digitales y el escrito..., yo podría hacer todo eso! ¡Recuerdo <strong>un</strong>a<br />

vez, en Madrid, que..., pero no importa! Son aficionados, y, sin embargo, pueden<br />

ser peligrosos...<br />

Laurie intervino:<br />

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- Creo que Tommy se ha visto metido en <strong>un</strong> as<strong>un</strong>to muy desagradable, a<strong>un</strong>que me<br />

parece que no ha dicho todo lo que sabe... Le conozco desde hace mucho tiempo,<br />

y creo que hay algo que le preocupa.<br />

Coghlan se puso colorado. Laude podía leer imp<strong>un</strong>emente en su cerebro.<br />

- Había, en efecto - admitió -, <strong>un</strong>a línea de la que no he hablado. Mencionaba algo<br />

que no podía significar nada para nadie, sino para mi mismo... y a nadie he dicho<br />

<strong>un</strong>a sola palabra.<br />

Apolonio suspiró.<br />

- ¡Ah, cuántas veces he leído los pensamientos ajenos por ocultos que estos sean!<br />

Todo el m<strong>un</strong>do cree que sus pensamientos son únicos... Pero, insisto <strong>un</strong>a vez<br />

más, esto no me gusta nada.<br />

Laude se inclinó hacia Coghlan. Y, apenas en <strong>un</strong> susurro, le dijo:<br />

-¿Eso que no le has dicho a nadie... trataba de mí?<br />

Coghlan la miró confuso, inquieto, y asintió con la cabeza.<br />

- ¡Estupendo! - dijo Laude, y le sonrió. Apolonio, de repente, hizo <strong>un</strong> ademán<br />

extraño. Levantó <strong>un</strong>a copa llena de agua y la mantuvo a la altura de sus ojos.<br />

- Les voy a Iniciar en el principio de la magia -dijo, gravemente-. Aquí tienen <strong>un</strong>a<br />

copa, llena de agua solamente. ¡Ya ven que no contiene otra cosa!<br />

Mannard la miró cautamente. <strong>El</strong> agua estaba perfectamente clara. Apolonio la<br />

paseó alrededor de la mesa, siempre a la altura de los ojos.<br />

-¡Vean! Ahora, señor, Coghlan, encierre la copa dentro de sus manos. Enciérrela<br />

bien. ¡Ustedes, por lo menos, no se han puesto de acuerdo! Ahora...<br />

<strong>El</strong> robusto hombrecillo miró intensamente a la copa de agua que cubrían las<br />

manos de Coghlan. A éste le parecía que estaba haciendo el idiota.<br />

-Abracadabra, calle de Fátima, número 750, la señorita Mannard es muy<br />

hermosa... - dijo en <strong>un</strong> tono teatral. Luego, agregó plácidamente -: Cualesquiera<br />

otras palabras habrían hecho el mismo efecto. Deje ya la copa, señor Coghlan, y<br />

mírela.<br />

Coghlan dejó la copa sobre la mesa y re tiró las manos. En el interior de la copa<br />

había <strong>un</strong>a moneda de oro. Era <strong>un</strong>a moneda muy antigua, <strong>un</strong>a pieza de diez<br />

dirhem del antiguo Imperio turco.<br />

19


- No podía confiar en la ilusión - dijo Apolonio -, pero, a<strong>un</strong>que ustedes no se hayan<br />

dado cuenta, les he engañado con <strong>un</strong> truco muy simple...<br />

- ¿Cómo lo ha hecho usted? - inquirió Mannard.<br />

- Es muy fácil. Colocando la copa al nivel de los ojos, ustedes no pueden ver la<br />

moneda que se halla en su fondo, cuando aquélla está llena de agua, a causa de<br />

la refracción. Antes de que ustedes se dieran cuenta de ello, yo ya habla dejado<br />

caer la moneda en su interior, elevando luego la copa a la altura de los ojos.<br />

Mientras la copa está elevada, parece vacía. Eso es todo.<br />

Mannard murmuró algo entre sí.<br />

- ¡Es el principio lo que cuenta! - manifestó Apolonio -. Yo hice algo de lo que<br />

ustedes no tenían la menor noticia. Les engañé a ustedes porque cuando creían<br />

que estaba preparándome para ello, ya lo había hecho. ¡He ahí el secreto de la<br />

magia...!<br />

Extrajo la moneda de oro del fondo de la copa y la depositó en el bolsillo de su<br />

chaqueta, mientras Coghlan pensaba que el truco del griego no era tan<br />

convincente como su propia escritura de la página de pergamino, sus huellas<br />

digitales y sus pensamientos más íntimos... escritos siete siglos antes.<br />

-~... Creo que debo poner este hecho en conocimiento de la policía - dijo Mannard<br />

-. Porque... yo corro <strong>un</strong> peligro, indudablemente. Todo eso es demasiado<br />

complicado para que se trate de <strong>un</strong>a broma... y ahí se habla de alguien que va a<br />

ser asesinado. Y hasta se da mi nombre... No, no es cosa de tomarlo a broma.<br />

Conozco a alg<strong>un</strong>os f<strong>un</strong>cionarios turcos de alta graduación... ¿No tendrás<br />

inconveniente de hablarles de lo ocurrido?<br />

- Naturalmente que no - respondió Coghlan, pensando que debería sentirse<br />

aliviado, a<strong>un</strong>que no lo estaba de ningún modo.<br />

- A propósito - le dijo a Apolonio -, también está usted metido en el ajo... ¡En el<br />

memorándum se dice que los «adeptos »preg<strong>un</strong>taban por usted!<br />

Repitió el texto del memorándum lo mejor que pudo. <strong>El</strong> rollizo Apolonio<br />

escuchaba, fr<strong>un</strong>ciendo el ceño.<br />

- ¡Eso no me gusta nada...! - dijo con firmeza -. ¡No es agradable para mi<br />

reputación profesional que se me considere como <strong>un</strong> tramposo embaucador.! ¡No,<br />

no es muy agradable!<br />

<strong>El</strong> griego parecía extrañamente pálido, mucho más pálido que de costumbre.<br />

Lauríe dijo con viveza:<br />

20


- ¿No dijiste algo acerca de <strong>un</strong> «<strong>artilugio</strong>», Tommy, en... el número 80 de la calle<br />

Hosain?<br />

Coghlan asintió.<br />

- Sí. Duval y el teniente Ghalil dijeron que iban a averiguar de qué se trata.<br />

- Después de cenar - sugirió Laude -podemos ir en el coche a observar la casa por<br />

fuera, ¿les parece? No creo que papá tenga algo planeado. Sería muy<br />

interesante...<br />

- No esta mal pensado - dijo Mannard -. Hace <strong>un</strong>a noche muy agradable. Iremos.<br />

Laude sonrió, con <strong>un</strong> gesto de tristeza en su rostro, mirando a Coghlan. Y éste se<br />

dijo a si mismo que sería muy agradable aquel paseo hasta la misteriosa casa. No<br />

deseaba quedarse a solas con Laurie bajo ningún concepto.<br />

Mannard echó su silla hacia atrás.<br />

- ¡Es irritante! - gruñó -. ¡No puedo imaginarme qué es lo que se proponen!<br />

¡Vayamos de <strong>un</strong>a vez a esa endemoniada casa, no puedo resistirlo más!<br />

Subieron todos al departamento de Mannard, situado en el tercer piso del hotel<br />

Petra, y allí telefoneó para pedir el coche que habla alquilado durante su estancia<br />

en Istambul. Laurie se puso <strong>un</strong> mantoncillo sobre la cabeza, que le sentaba muy<br />

bien, lo que hubo de reconocer Coghlan a pesar de su depresión de ánirno.<br />

Apolonio el Grande había aceptado <strong>un</strong>a invitación y continuaba hablando de su<br />

soborno político. Decía que creía que debía tratarse de alg<strong>un</strong>os manuscritos<br />

antiguos, descubiertos en alg<strong>un</strong>a de las remotas aldeas de su país, cuando se<br />

inició la era del renacimiento. Coghlan coligió que reivindicaba a dos o tres mil<br />

compatriotas suyos.<br />

Avisaron que el coche estaba dispuesto.<br />

- ¡Iré bajando las escaleras! - an<strong>un</strong>ció Apolonio, haciendo <strong>un</strong> gesto con su mano<br />

gordezuela -. Me siento grande y dignificado ahora que alguien me ha dado dinero<br />

para mi pueblo, y no creo que nadie pueda sentirse dignificado dentro de <strong>un</strong><br />

ascensor...<br />

Mannard asintió con <strong>un</strong> gruñido. Todos salieron, dirigiéndose hacia las escaleras<br />

detrás de Apolonio.<br />

De pronto, se apagaron las luces, e inmediatamente se oyó el ruido inequívoco de<br />

<strong>un</strong> cuerpo al caer seguido de <strong>un</strong> quejido entrecortado. Luego, la voz de Mannard<br />

llegó hasta los demás desde el centro del tramo de escaleras comprendido entre<br />

21


la meseta superior y la parte donde aquéllas iniciaban la curva, pron<strong>un</strong>ciando <strong>un</strong><br />

juramento. Un momento antes, estaba arriba.<br />

Se encendieron las luces. Mannard volvió a subir las escaleras jurando<br />

furiosamente. Miraba a su alrededor respirando fatigosamente. Era el revés de la<br />

medalla del elegante millonario que todos conocían. Parecía testarudo, atlético,<br />

enfurecido, dispuesto a pelear con quien fuera.<br />

- ¡Mi querido amigo! - exclamó Apolonio -. ¿Qué es lo que ha ocurrido?<br />

- ¡Que alguien trató de tirarme por las escaleras! - gruñó Mannard con furia-. Me<br />

echaron la zancadilla y me empujaron... ¡Si no llego a agarrarme a la barandilla,<br />

me rompo la cabeza!<br />

Seguía mirando en derredor. Pero a su alrededor sólo se veían los tres amigos y<br />

su hija. Mannard recorrió todos los pasillos del hotel tratando de descubrir quién<br />

había sido. Estaba encolerizado. Pero no encontró a nadie que pudiera haberlo<br />

hecho.<br />

- ¡Bueno!... ¡Tal vez haya dado <strong>un</strong> traspiés o resbalado - dijo, en el colmo de la<br />

irritación -, pero n<strong>un</strong>ca me ha ocurrido cosa semejante! ¡Maldita sea! ¡Y menos<br />

mal que no me he hecho daño!<br />

Volvió a bajar las escaleras, enfurruñado. Laurie comentó:<br />

- Es extraño, ¿verdad?<br />

- Sí; muy extraño - repuso Coghlan -. Si recuerdas, yo dije que me habían dicho<br />

que lo asesinaría yo.<br />

- ¡Pero si estabas a mi lado...!<br />

- No tan cerca como para no poder haberlo hecho - replicó el aludido -. Desearla<br />

que no hubiese ocurrido jamás...<br />

Llegaron a la planta baja del hotel, Mannard todavía encolerizado. Apolonio<br />

andaba con <strong>un</strong> contoneo especial, cimbreándose garbosamente. Al verlo, Coghlan<br />

no pudo por menos de evocar al Agha Khan. Había en todo su aspecto <strong>un</strong> aire<br />

especial, como si brotaran de su ser efluvios de bienaventuranza. Y, sin embargo,<br />

su rostro estaba inexpresivo, mientras que su talante era solemne, majestuoso.<br />

Debía haber estado pensando en aquella profecía, porque, al llegar al vestíbulo,<br />

dijo <strong>un</strong>tuosamente:<br />

- Usted habló algo acerca de <strong>un</strong>a profecía en la cual se afirmaba que iba a<br />

asesinar a Mannard, ¿no es verdad, Coghlan? ¡Tenga cuidado, amigo, tenga<br />

cuidado!<br />

22


Hizo <strong>un</strong> guiño a los dos que le seguían y prosiguió su marcha tri<strong>un</strong>fal hacia el<br />

coche que les esperaba ante la puerta del hotel.<br />

<strong>El</strong> interior del coche estaba oscuro. Lauríe se sentó al lado de Coghlan. Éste se<br />

daba cuenta de su proximidad, pero se sentía inquieto a medida que el automóvil<br />

avanzaba hacia su destino. Su propia escritura sobre la hoja de perganúno del<br />

viejo libro advertía desde tiempos remotos: «¡Cuidado con Mannard! Va a ser<br />

asesinado ». Y Mannard acababa de estar a p<strong>un</strong>to de sufrir <strong>un</strong> grave accidente...<br />

Coghlan comprendió, desconcertado, que algo muy significativo acababa de<br />

ocurrir y él debería haberlo previsto.<br />

Pero, se convenció a si mismo de que todo aquello no podía ser más que <strong>un</strong>a<br />

coincidencia.<br />

III<br />

A la mañana siguiente, Coghlan sólo tomó café de desay<strong>un</strong>o, y se sentía tan<br />

deprimido, como le ocurría siempre, en aquellos días, después de haber pasado la<br />

velada con Laurie. <strong>El</strong> motivo era, por supuesto, que él quería casarse con ella y no<br />

veía la posibilidad de realizarlo.<br />

Se bebió el café y se quedó, triste y pensativo, mirando hacia el patio que había<br />

bajo sus ventanas. Hallábase su departamento en <strong>un</strong>a de las viejas casas del<br />

barrio de Galata, modernizada para adaptarla a los nuevos tiempos. Aquel patio<br />

había sido, probablemente, el jardín de <strong>un</strong> harén; pero en la actualidad estaba<br />

enlosado con piedras y rodeado de pequeños arbustos recortados, y los ruidos de<br />

la gran ciudad llegaban hasta él amortiguados.<br />

Se oyeron fuertes pisadas en el patio y apareció el teniente Ghalil de la policía<br />

turca. Luego, desapareció. Y, <strong>un</strong> momento más tarde, sonó el timbre de la puerta<br />

del departamento de Coghlan. De mal humor, dijo que entrara: estaba abierto.<br />

Ghalil hizo <strong>un</strong>a mueca mientras decía:<br />

-¡Buenos días!<br />

- ¿Qué, más misterio? - preg<strong>un</strong>tó Coghlan, suspicaz.<br />

-- Una parte de él creo que ha sido aclarada dijo Ghalil -. Me parece que mis ideas<br />

no están ya tan enmarañadas como antes.<br />

- Estoy tomando café - gruñó Coghlan-. ¿Quiere usted acompañarme? -<br />

Sin esperar respuesta, cogió otra taza y la llenó del liquido aromático. Le pareció<br />

que Ghalil le miraba con <strong>un</strong> nuevo sentimiento de amistad.<br />

23


Tengo <strong>un</strong>a carta para usted - Dijo el turco alegremente.<br />

Se la entregó. Era <strong>un</strong>a nota, limpiamente mecanografiada, escrita en inglés, en <strong>un</strong><br />

pliego de oficio del ministerio de Policía, que radica oficialmente en Ankara en<br />

lugar de en Istambul, a<strong>un</strong>que extraoficialmente ha seguido en el centro de<br />

gravedad de la criminalidad de la ciudad vieja. La firma estaba clara. Era, por lo<br />

menos, del propio ministro del ramo. La nota decía que, a petición del súbdito<br />

americano, señor Mannard, el teniente Ghalil había sido designado para<br />

conferenciar con el señor Coghlan sobre <strong>un</strong>a materia de carácter grave. <strong>El</strong><br />

ministro de Policía aseguraba al señor Coghlan que el teniente Ghalil <strong>tenia</strong> toda la<br />

confianza del ministerio, el cual estaba seguro de que sería <strong>un</strong> competente<br />

colaborador.<br />

Coghlan parecía confuso.<br />

- ¡Y yo que creía que era usted la persona sospechosa!... - dijo Ghalil -. Pero usted<br />

hizo seguramente lo primero que <strong>un</strong> sospechoso no haría jamás: llamar<br />

inmediatamente a la policía. ¡Porque usted creyó que yo era sospechoso! - Rió<br />

socarronamente -. Ahora bien, si tiene usted dudas todavía, puedo informar que<br />

desea conferenciar con <strong>un</strong>a persona de rango más elevado. ¡Pero no creo que<br />

sea fácil encontrar a alguien que tome este as<strong>un</strong>to en serio! O de <strong>un</strong>a manera tan<br />

amistosa, con órdenes o no, en vista de la amenaza al señor Mannard y de mi<br />

relativa seguridad de que usted es inocente... hasta ahora... - se rió entre dientes -<br />

de toda responsabilidad en esa amenaza...<br />

Coghlan había estado también pensando en esto, y respondió con <strong>un</strong> gruñido:<br />

- ¡Es ridículo! Apenas había acabado de hablarle de ello a Mannard, cuando se<br />

produjo el accidente que pudo costarle la vida... Y luego, lo otro...<br />

Ghalil estaba tenso. Levantó <strong>un</strong>a mano y preg<strong>un</strong>tó:<br />

- ¿Qué es... lo otro? ¿Y a qué accidente se refiere usted?<br />

Coghlan refirió al policía turco el accidente ocurrido a Mannard al bajar las<br />

escaleras del hotel la noche pasada. « Una coincidencia, evidentemente», terminó.<br />

Y, colocándose a la defensiva, prosiguió:<br />

-En cuanto a lo otro...<br />

- ¿Qué es lo otro? - insistió Ghalil<br />

¿Qué me dice usted de esa casa situada en el número 80 de la calle Hosain?<br />

Porque ustedes estuvieron allí anoche...<br />

24


Coghlan se encogió de hombros. Los cuatro - Mannard, Laurie, Apolonio el<br />

Grande y él, Coghlan - habían penetrado, efectivamente, en el barrio de Galata,<br />

metidos en el coche alquilado por el millonario, y habían llegado hasta el número<br />

80 de la calle Hosain. Era <strong>un</strong>a edificación increíblemente antigua e<br />

insospechadamente sucia y arruinada, vacía de toda vida, y situada en <strong>un</strong>a<br />

callejuela apartada, solitaria, estrecha y silenciosa. Cuando el coche llegó hasta<br />

ella, alg<strong>un</strong>os curiosos vagaban por sus alrededores observando los movimientos<br />

de la policía estacionada en el exterior de la misteriosa casa. <strong>El</strong> mismo Ghalil se<br />

acercó a preg<strong>un</strong>tarles a los ocupantes del coche qué era lo que les había llevado<br />

hasta allí. Luego, toda la partida penetró en el desierto edificio, en el que<br />

retumbaban siniestramente los ecos de las pisadas, y subió hasta el seg<strong>un</strong>do piso,<br />

interior, que se hallaba desocupado, como el resto del edificio.<br />

Coghlan podía recordar perfectamente ahora el aspecto y hasta el olor de aquella<br />

casa y particularmente los de aquel piso misterioso. La casa llevaba desocupada<br />

mucho tiempo, y era tan antigua, que las losas de piedra de la planta baja se<br />

hablan desgastado hacía tanto tiempo que habían tenido que ser remplazadas por<br />

tablones de madera que se habían desgastado también. Los escalones de piedra<br />

de la escalera que conducía al seg<strong>un</strong>do piso tenían <strong>un</strong>a prof<strong>un</strong>da oquedal en su<br />

centro, formada por las pisadas de muchas generaciones. Habla en toda ella <strong>un</strong><br />

olor especial a viejo, a antiguo, a vacío, a moho, a inm<strong>un</strong>dicia. Y muestras<br />

evidentes de abandono, de <strong>un</strong> abandono que duraba más de <strong>un</strong> milenio. Había<br />

por doquier telarañas, suciedad de toda índole y señales inequívocas de<br />

degeneración y envilecimiento. Y, sin embargo, los dinteles de las puertas eran de<br />

piedra labrada y databan de la época en que los obreros trabajaban como <strong>un</strong><br />

artesano y realizaban la obra de <strong>un</strong> artista.<br />

<strong>El</strong> piso interior de la seg<strong>un</strong>da planta, que era el que daba a la parte posterior de la<br />

casa, estaba vacío de todo menos de la mugre del tiempo. Había caído casi todo<br />

el yeso que en otro tiempo había cubierto las paredes, dejando al descubierto el<br />

enlucido de épocas anteriores, con rastros de color, como si las paredes hubiesen<br />

estado pintadas con figuras que n<strong>un</strong>ca más Podrían descubrirse. Y había <strong>un</strong> lugar,<br />

en la pared occidental, en el que el yeso estaba todavía húmedo. Era <strong>un</strong> cuadrado<br />

de <strong>un</strong>os cuarenta y cinco centímetros de lado, situado a <strong>un</strong> metro,<br />

aproximadamente, del suelo, que rezumaba humedad.<br />

Mientras Ghalil miraba interesadamente a Coghlan, éste fr<strong>un</strong>ció el ceño.<br />

- En aquel piso no habla nada. Estaba vacío. No había «artefacto» alg<strong>un</strong>o como<br />

decía el libro de Duval...<br />

Ghalil dijo suavemente:<br />

- <strong>El</strong> libro era del siglo XIII. ¿Esperaba usted encontrar algo en ese piso después de<br />

tanto tiempo, después de tantos saqueos, después del paso de veinte<br />

generaciones?<br />

25


- Yo me guiaba solamente por el libro de Duval - dijo Coghlan con cierto tono de<br />

ironía.<br />

- ¿Sospecha usted de ese sitio húmedo de la pared, eh?<br />

- No conseguí comprenderlo - admitió Coghlan - y era muy... peculiar. Estaba frío.<br />

- Quizá sea ése el artefacto - observó Ghalil con acento suave -· Cuando ustedes<br />

se marcharon, yo subí al piso. Observé lo mismo que usted: aquel sitio estaba frío,<br />

muy frío. Creí que se me iba a congelar la mano cuando la tuve apoyada en aquel<br />

lugar durante <strong>un</strong> rato. ¡Y no me equivocaba, porque más tarde cubrí aquel<br />

cuadrado que rezumaba humedad con <strong>un</strong>a manta y debajo de ella apareció<br />

escarcha!<br />

Coghlan dijo, impacientemente:<br />

- ¡Y eso sin aparato refrigerador alg<strong>un</strong>o, porque esto es indudable!<br />

Ghalil agregó pensativo:<br />

- No cabe duda..., pero aquello aparecía helado...<br />

- ¿Se le puede llamar artefacto a <strong>un</strong> aparato refrigerador? - insinuó cogían.<br />

<strong>El</strong> turco sacudió la cabeza.<br />

- Es muy peculiar... He sabido que esa parte de la pared se conserva siempre fría<br />

y húmeda. Se creyó que era cosa de magia, 10 cual le dio a la casa muy mala<br />

fama, siendo ésta la causa de que esté siempre vacía. Parece que esa leyenda<br />

tiene <strong>un</strong>os sesenta años de antigüedad y los pequeños aparatos refrigeradores no<br />

se conocían entonces... ¿Será esa frialdad otra imposibilidad de este as<strong>un</strong>to?<br />

Coghlan repuso:<br />

- ¡No hacemos más que decir cosas sin sentido alg<strong>un</strong>o!<br />

Pero Ghalil seguía absorto en sus pensamientos.<br />

- ¿'>odia ser la refrigeración <strong>un</strong>a de las artes perdidas de los antiguos? - preg<strong>un</strong>tó,<br />

con <strong>un</strong>a débil sonrisa -. Y, si es así, ¿qué tiene eso que ver con usted, con el<br />

señor Mannard y con ese... Apolonio?<br />

- No hay artes perdidas - replicó Coghlan-. En los tiempos pasados, la gente hacía<br />

cosas que ellos consideraban como de magia y a veces obtenían resultados<br />

maravillosos. Razonando de esta manera, emplearon la digital para el corazón.<br />

Luego, vieron que daba buenos resultados, y continuaron empleándola.<br />

26


Considerándolo, también, como cosa de magia, martillaron el cobre, golpeándolo<br />

fuertemente hasta conseguir endurecerlo, creyendo que lo habían templado. Hay<br />

objetos galvanizados que han sobrevivido más de mil años. Los griegos<br />

construyeron <strong>un</strong>a turbina de vapor en la era clásica. Y es más que probable que<br />

hicieron también la linterna mágica. Pero no puede haber ciencia sin idea<br />

científica. Obtenían resultados positivos por casualidad, por azar, pero no sabían<br />

ni lo que estaban haciendo ni lo que hablan hecho. No Podían pensar<br />

técnicamente... y así no hay artes perdidas, sino redefiniciones. Nosotros<br />

podemos hacer todo lo que hacían los antiguos.<br />

- Entonces, ¿puede usted hacer que <strong>un</strong> lugar se conserve frío durante sesenta<br />

años... después de haber permanecido solitario más de setecientos?<br />

- Eso es ilusionismo puro - respondió Coghlan -. ¡O~ al menos, así debe ser!<br />

Pregúntele a Apolonio, verá cómo él le explica cómo se hace. Está dentro de su<br />

especialidad.<br />

- Me gustaría mucho que examinase usted de nuevo ese sitio frío de la pared de la<br />

casa del número 80 de la calle Hosain - dijo Ghalil, con acento triste y preocupado<br />

-. ¡Si es <strong>un</strong>a ilusión, es singularmente impenetrable!<br />

- Me he comprometido a ir hoy con los Mannard a <strong>un</strong>a jira marítima - an<strong>un</strong>ció<br />

Coghlan -. Quieren ir por la orilla del mar de Mármara para ver <strong>un</strong>a parcela de<br />

terreno.<br />

Ghalil alzó la vista.<br />

-¿Se proponen construir <strong>un</strong>a casa aquí?<br />

-- Una casa de campo para los niños... explicó Coghlan con reserva -. Ya sabe<br />

usted que Mannard es millonario. Está dando su dinero a manos llenas al colegio<br />

Americano y le han sugerido que construya en el campo, a orillas del mar de<br />

Mármara, <strong>un</strong>a residencia infantil para niños pobres. Se propone hacer algo<br />

semejante a lo existente en los Estados Unidos y quiere ir a buscar <strong>un</strong> sitio<br />

apropiado. Sí dará el dinero necesario y la residencia será administrada por<br />

personal turco, y él correrá, asimismo, con los gastos de entretenimiento. Si, como<br />

esperamos, la cosa tiene éxito, el Gobierno turco o las sociedades de caridad<br />

prívadas pueden encargarse de la residencia y construir otras semejantes en<br />

diversos p<strong>un</strong>tos del país.<br />

- ¡Admirable! - exclamó el teniente Ghalil-. No me agradaría que asesinasen a ese<br />

hombre...<br />

Coghlan no hizo el menor comentario. Ghalil se levantó.<br />

27


- Pero... vaya y examine ese aparato refrigerador de la antigüedad, ¡por favor!<br />

Después de todo, es mencionado indudablemente en <strong>un</strong> memorándum escrito con<br />

su propia letra ¡hace la friolera de setecientos años! Pero..., señor Coghlan, ¡tenga<br />

muchísimo cuidado!<br />

- ¿Con qué?<br />

- ¡Con el señor Mannard! - la expresión de Ghalil era extraña, indescifrable-. No<br />

creo en las cosas del pasado más que usted, pero, como filósofo y como policía,<br />

tengo que enfrentarme muy frecuentemente con casos y hechos que parecen<br />

inverosímiles, con posibilidades, incluso, de insensatez... Hay dos cosas que me<br />

preocupan, y espero que usted me ayude a solventarías.<br />

- Una de ellas es, por supuesto, el asesinato del señor Mannard. Pero ¿cuál es la<br />

otra?<br />

- Pues..., a<strong>un</strong>que le parezca extraño, me disgustaría muchísimo que se cortase el<br />

dedo pulgar - repuso Ghalil -. Porque entonces sería explicable <strong>un</strong> asesinato.<br />

Coghlan fr<strong>un</strong>ció el ceño.<br />

- Descuide usted que procuraré que no me ocurra nada semejante... ¡No lo creo<br />

probable!<br />

-Bien..., pero, por favor, vaya cuanto antes a Hosain, número 80, en cuanto usted<br />

pueda... Estoy haciendo examinar microscópicamente todo el piso... y estoy<br />

procediendo a su limpieza. Además, he establecido <strong>un</strong>a vigilancia permanente<br />

para evitar toda preparación de <strong>un</strong> truco de ilusionismo.<br />

Saludó con la mano en señal de despedido y salió.<br />

Una hora más tarde, Coghlan se re<strong>un</strong>ía con los Mannard, que le esperaban para<br />

realizar la excursión, con objeto de inspeccionar el lugar que habían propuesto<br />

para construir <strong>un</strong>a residencia infantil a la orilla del mar. Un pequeño yate,<br />

impresionante por la pureza de sus líneas y por el derroche de lujo de todos y<br />

cada <strong>un</strong>o de sus detalles, esperaba fondeado, amarrado al muelle, en el puerto del<br />

Cuerno de Oro. Había en el puerto <strong>un</strong>a gran confusión de lenguas, de razas, que<br />

producían <strong>un</strong>a verdadera algarabía. Y fondeadas en las tranquilas aguas de la<br />

rada o atracadas al muelle, toda clase de embarcaciones, desde los buques de<br />

carga italianos hasta los lujosos buques de recreo, pasando por las sucias<br />

barcazas remolcables, los faluchos con vela latina, las bateas y los pequeños<br />

botes de remos de dos o tres pasajeros... Todos los tipos de embarcaciones<br />

concebibles, desde las más pequeñas hasta las de mayor tonelaje, se movían en<br />

aquel puerto o estaban fondeadas o atracadas en él. <strong>El</strong> yate había sido prestado,<br />

en <strong>un</strong> gesto magnifico, por su propietario, en correspondencia al magnánimo<br />

donativo de Mannard para los niños pobres turcos.<br />

28


Laurie pareció aliviar cuando Coghlan apareció en el muelle, y agitó la mano sobre<br />

su cabeza en señal de cariñosa bienvenida cuando aquél subió a bordo.<br />

- ¡Hay noticias, Tommy! ¡Tu amigo Duval me telefoneó esta mañana muy<br />

temprano!<br />

- ¿Y qué te dijo?<br />

- Su voz sonaba histérica y apologética - explicó Laurie - porque había estado<br />

tratando de alcanzar a papá y no lo había conseguido. Dijo que no podía darme<br />

detalles sobre su fuente de información, pero que estaba completamente seguro<br />

de que tú intentarías asesinar a mi padre. Casi le dio <strong>un</strong> desmayo cuando le dije<br />

suavemente y con toda cortesía: « ¡ Muchas gracias, Duval! Pero... ¡ya nos lo dijo<br />

él mismo anoche!». - Hizo <strong>un</strong> gracioso mohín y añadió -: ¡Yo creo que no era ésa<br />

la reacción que él esperaba!<br />

- Tratándose de <strong>un</strong> hombre honrado - murmuró Coghlan -, eso es exactamente lo<br />

que debe hacer: advertir a tu padre de que tratan de asesinarlo... Pero él no podía<br />

decir por qué pensaba que se iba a cometer <strong>un</strong> asesinato..., porque era increíble.<br />

Puede ser que, efectivamente, se trate de <strong>un</strong> hombre honrado. Pero no puedo<br />

asegurarlo.<br />

Apolonio el Grande avanzaba contoneándose por el muelle, vestido con <strong>un</strong><br />

atuendo impecable de elegante hombre de mar. Saludó desde lejos alzando el<br />

brazo y agitando su mano gordinflona, mientras <strong>un</strong> rayo de sol era reflejado por su<br />

reloj de pulsera. Un mendigo se precipitó a su paso y se plañó ante él llevando en<br />

su mano <strong>un</strong>a gorra muy vieja. <strong>El</strong> pordiosero hacia ante el griego zalemas y<br />

reverencias exageradas, exhalando ayes lastimeros para excitar su compasión. Y<br />

Apolonio el Grande se detuvo, miró al interior de la gorra con evidente<br />

estupefacción, y señaló con el dedo. Entonces, miró también el mendicante<br />

adonde le indicaba el voluminoso griego, en el interior de su asquerosa gorra, dio<br />

<strong>un</strong> alarido y huyó corriendo a toda la velocidad que le permitían sus piernas,<br />

'agarrándola fuertemente. Apolonio siguió adelante, con su andar contoneante,<br />

riéndose con gran agitación de su broma.<br />

-¿Han visto? - dijo al llegar a la cubierta del yate -. ¡No puedo resistir la tentación<br />

de gastar estas bromas! Sí había puesto su gorra implorante ante sí, y yo miré<br />

hacia su interior fingiendo sorpresa... Cuando él miró, había en ella ¡<strong>un</strong> puñado de<br />

joyas! Eran todas baratijas y piedras falsas... pero agregué <strong>un</strong>a moneda de plata<br />

para que, cuando descubriese que todo aquello no valía nada, le sirviese de<br />

consuelo.<br />

Avanzó su cuerpo contoneaste para saludar a Mannard. Alrededor del yate se<br />

agitaba el pandemonio que acompaña siempre, en el cercano Oriente, a todo<br />

acontecimiento público. Había hombres por todas partes. A<strong>un</strong>que el yate iba a<br />

partir para el crucero con <strong>un</strong>a dotación muy superior a la que parecía necesaria,<br />

había por lo menos <strong>un</strong>a docena de hombres a bordo, cuando sólo tres marineros<br />

29


americanos habrían sido suficientes para manejarlo sobradamente. Los marineros<br />

parecían afanarse a más y mejor para preparar el barco para salir a la mar.<br />

Los invitados no eran muchos. Había <strong>un</strong> profesor del colegio, <strong>un</strong> político local, el<br />

propietario del terreno propuesto, <strong>un</strong> abogado; el propietario del yate resplandecía<br />

de gozo visiblemente cuando llegaron a bordo, en el último minuto, las cestas<br />

repletas de exquisitos manjares...<br />

Coghlan y Laurie se sentaron en la misma popa del yate cuando al fin largó<br />

amarras y salió del Cuerno de Oro. No podían estar muy a solas a causa de la<br />

superab<strong>un</strong>dancia de hombres en la dotación. Coghlan estaba más a gusto así y no<br />

trató de aumentar su aislamiento. Observó el panorama de la ciudad que había<br />

sido centro de la civilización durante más de mil años... y ahora no era más que<br />

<strong>un</strong>a conejera de estrechas callejuelas y dudosas ocupaciones. Laurie, a su lado,<br />

contemplaba los típicos minaretes y cúpulas que se recortaban en el cielo como<br />

soldados de <strong>un</strong> ejército mitológico con sus lanzas enhiestas ap<strong>un</strong>tando hacia el<br />

cenit, y el enorme y blanquisimo palacio que había sido serrallo, y la inmensa mole<br />

de Santa Sofía, y toda la belleza de este lugar, notoria desde hacía casi dos mil<br />

años. <strong>El</strong> sol brillaba intensamente, y su luz rutilante añadía belleza a la natural del<br />

maravilloso paisaje urbano de Istambul al reflejarse sus rayos en las tranquilas<br />

aguas. Todo aquello parecía extender <strong>un</strong> encanto, <strong>un</strong>a fascinación especial, sobre<br />

lo existente, haciéndolo irreal, transformándolo en <strong>un</strong> ensueño, hechizándolo de tal<br />

manera que era imposible huir de su magia. Pero Laurie se abstrajo para mirar a<br />

Coghlan.<br />

- Tommy - dijo -, ¿quieres decirme qué decía aquel misterioso mensaje del que no<br />

nos quisiste hablar anoche? Dijiste que se refería a mi...<br />

- No era nada importante - contestó Coghlan -. ¿Vamos a la caseta del piloto para<br />

ver cómo gobiernan el barco?<br />

<strong>El</strong>la lo miró fijamente y sonrió.<br />

- ¿No se te ha ocurrido n<strong>un</strong>ca pensar, Tommy, que hace muchos años que te<br />

conozco, que te he estudiado muy a fondo y... que puedo leer perfectamente tus<br />

más recónditos pensamientos?<br />

Coghlan se agitó incómodo.<br />

- Cuando tenía diez años - agregó Laurie -, me dijiste muy generosamente que,<br />

cuando fueras mayor, te casarías conmigo. ¡Pero insistías siempre con gran<br />

interés en que debía guardar el secreto más absoluto sin decírselo a nadie!<br />

Coghlan murmuró algo indistinto acerca de los niños.<br />

30


- Tienes que recordar también que, cuando ibas a recibir el grado en la<br />

<strong>un</strong>iversidad, quisiste que yo asistiese a la ceremonia, para lo cual mi padre tuvo<br />

que salir de Bogotá dos meses antes para que yo tuviese tiempo de recibir tu<br />

invitación. Y fuiste el primer hombre que yo besé... - añadió mimosamente -, y<br />

hasta... ¡bueno!... hasta hace poco, me escribías cartas muy... cariñosas. Toda la<br />

vida puede decirse que hemos estado <strong>un</strong>idos, ¡Tommy! ¡Nuestras vidas han sido<br />

como <strong>un</strong>a sola!<br />

Coghlan no respondió nada y preg<strong>un</strong>tó solamente:<br />

- ¿Un cigarrillo?<br />

- No - respondió ella con firmeza -, estoy hablando de algo más importante...<br />

-Es inútil hablar de eso... -repuso el hombre con tristeza -. Vamos a re<strong>un</strong>irnos con<br />

los demás, es mejor...<br />

-¡Tommy! -protestó Laurie-. ¡Eres <strong>un</strong> antipático! ¡Y muy poco amable! ¡Después de<br />

todo lo que estoy haciendo para evitar tu preocupación! - Hizo <strong>un</strong> mohín delicioso,<br />

mirándole a los ojos- ¡No deberías esperar a que mi padre te preg<strong>un</strong>tase cuáles<br />

son tus intenciones!<br />

- No tengo ning<strong>un</strong>a intención - respondió Coghlan con acento triste -. Si yo fuese<br />

solamente el marido de <strong>un</strong>a mujer rica, me despreciaría a mi mismo. Si no lo soy,<br />

eres tú la que me desprecias... No sé qué hacer. ¡Lo único que puedo decirte es<br />

que no me gustaría ser tu primer marido!<br />

Los ojos de la muchacha se suavizaron, pero su cabeza se agitó<br />

reprobadoramente,<br />

- Entonces... ¿te gustaría ser mi hermano? Deberías sugerírmelo, a<strong>un</strong>que no<br />

fuese más que por cortesía...<br />

Coghlan la conocía desde hacía mucho, muchísimo tiempo. Su tono mordaz<br />

habría divertido a cualquiera, pero a él le sonó como <strong>un</strong>a grosería.<br />

Murmuró algo entre dientes. Luego, dijo airado:<br />

- ¡Tú sabes muy bien, demonio, que estoy enamorado de ti! ¡Pero eso es todo! No<br />

puedo evitarlo, y más vale que no hablemos más del as<strong>un</strong>to. ¡No hay nadie que<br />

esté tan loco por otra persona como yo por ti, pero no por eso voy a consentir que<br />

me zarandees a tu gusto! ¿Comprendes?<br />

- No quisiera disgustarte, Tommy, porque tú sabes cuánto te quiero - replicó<br />

Laurie, razonadamente -, pero créeme que estoy a p<strong>un</strong>to de perder la paciencia,<br />

¡estoy desesperada! -<br />

31


Luego sonrió. <strong>El</strong> gruño algo ente dientes y se marchó de allí con cajas<br />

destempladas. Al volver la espalda, la sonrisa de la muchacha se heló en sus<br />

labios. Y cuando, <strong>un</strong>os instantes más tarde, se volvió para mirarla, Laurie<br />

contemplaba tristemente el agua del mar con su espalda vuelta hacia el resto de<br />

los tripulantes del yate. Tenia las manos cruzadas en <strong>un</strong> gesto de terrible<br />

desesperación.<br />

<strong>El</strong> yate penetraba en aquel momento en el Bósforo. Había altas montañas a <strong>un</strong>o y<br />

otro lado, salpicadas de pintorescas casitas... Tenían <strong>un</strong> aspecto muy peculiar<br />

contempladas desde el agua, semejando de inmaculada blancura, a<strong>un</strong>que en<br />

realidad eran sucias y mugrientas, lo cual, si bien realzaba su pintoresquismo, era<br />

engañoso a través de la distancia. <strong>El</strong> cielo era prof<strong>un</strong>damente azul, constituyendo<br />

el fondo adecuado para aquel paisaje en el que se habían desarrollado muchas<br />

historias románticas en tiempos pretéritos. Pero el rico propietario del yate hablaba<br />

locuazmente con Marnnard empleando el acento turco más ordinario. <strong>El</strong> profesor<br />

del colegio Americano sostenía <strong>un</strong>a prof<strong>un</strong>da discusión con el abogado acerca de<br />

la responsabilidad del m<strong>un</strong>icipio en los hedores que producía <strong>un</strong> vertedero de<br />

basuras e inm<strong>un</strong>dicias en que habían convertido las cercanías de su casa hasta<br />

hacerla casi inhabitable. Y como el propietario del lugar que iban a inspeccionar<br />

hablaba solamente turco, esta eventualidad dejaba solo a Apolonio el Grande.<br />

Coghlan trajo a colación el as<strong>un</strong>to del secreto e increíble mensaje contenido en la<br />

Alexiada.<br />

- ¡Bah, es <strong>un</strong>a mixtificación! - dijo Apolonio en <strong>un</strong>a de sus genialidades -. Alguien<br />

que trata de hacer <strong>un</strong> timo, probablemente muy provechoso para él... Pero el<br />

señor Mannard ha hablado con la policía, que se va a encargar de interrogar a los<br />

pres<strong>un</strong>tos complicados, según se deduce del proceso... ¡Para mí sería contrario a<br />

las leyes de mi profesión inmiscuirme en ello!<br />

Coghlan intervino para decir brevemente:<br />

- No, si se trata de <strong>un</strong> timo..., quiero decir..., de engañar a alguien...<br />

- Eso es lo que me preocupa - concedió Apolonio -. Como usted sabe, he recibido<br />

recientemente <strong>un</strong>a importante suma, de alguien que le sorprendería a usted, para<br />

comprar la libertad de mí pueblo. Y no me agradaría que me asociasen con ese<br />

sucio negocio. Una cosa es engañar a la gente con trucos de ilusionista, buscando<br />

en ello solamente <strong>un</strong>a mera diversión, y otra colaborar con <strong>un</strong>a cuadrilla de<br />

truhanes que, para lograr sus fines, no vacilarían ni ante el asesinato... ¡Por eso<br />

quiero permanecer al margen... para evitar que me tomen también por <strong>un</strong>o de<br />

esos canallas!<br />

Coghlan se puso a considerar el caso detenidamente.<br />

Verdaderamente, aquél no era <strong>un</strong> día alegre para él. Por todos los medios, trataría<br />

de no volver a Laurie. Le habla costado mucho tomar la decisión que había<br />

32


tomado, pero la mantendría a pesar suyo. Era inútil volver a hablarle del as<strong>un</strong>to. Si<br />

lo hiciera, sería <strong>un</strong> miserable. Trató de apartar de ella sus pensamientos,<br />

fijándolos en el as<strong>un</strong>to del numero 80 de la calle Hosain y tratando de imaginarse<br />

algún artefacto especial por medio del cual fuesen capaces los antiguos de<br />

producir frío. En Babilonia, se sabía que dejando durante <strong>un</strong>a noche a la<br />

intemperie <strong>un</strong>a cubeta plana, de muy poco fondo, colocada sobre <strong>un</strong>a manta, se<br />

conseguía obtener, a la mañana siguiente, <strong>un</strong>a ligera capa de hielo en <strong>un</strong>a noche<br />

con el viento en calma y sin nubes. <strong>El</strong> calor irradiado por la cubeta se iba a la<br />

atmósfera, impidiendo la manta que, por conducción, pasase al suelo... Pero<br />

Istambul no <strong>tenia</strong> jamás <strong>un</strong> cielo despejado, sin nubes. Que era condición<br />

indispensable para conseguirlo. A<strong>un</strong>que los antiguos no habrían sabido explicar el<br />

porqué. Desechó la idea.<br />

<strong>El</strong> yate se iba aproximando cada vez más a la costa a medida que penetraba en el<br />

mar de Mármara, después de haber salido del Bósforo. Poco después, puso proa<br />

a <strong>un</strong> desvencijado muelle de madera que servía de desembarcadero, mientras <strong>un</strong><br />

número incontable de marineros se aprestaba a realizar la faena de atraque.<br />

Mannard saltó a tierra, seguido de <strong>un</strong> grupo de hombres, para inspeccionar el sitio<br />

propuesto para edificar la residencia para niños pobres. Otros marineros se<br />

dedicaban a preparar mesas y sillas plegables para servir <strong>un</strong>a espléndida comida<br />

al aire libre. Coghlan fumaba, paseando nerviosamente por la cubierta del yate<br />

con gesto hosco.<br />

Laurie saltó también a tierra y se sentó, tranquila, sintiéndose tan ridícula como <strong>un</strong><br />

niño enfurruñado. Luego, desembarcó también Coghlan y se puso a pasear<br />

nerviosamente por el muelle, de <strong>un</strong> lado para otro, sin rumbo fijo, mientras los<br />

marineros disponían la comida. Cuando la partida de exploradores regresó al<br />

muelle, Coghlan accedió a sentarse al lado de Laurie... La muchacha parecía<br />

haber olvidado por completo su reciente discusión y charlaba alegremente.<br />

Coghlan parecia, por el contrario, abatido por <strong>un</strong>a prof<strong>un</strong>da tristeza.<br />

<strong>El</strong> as<strong>un</strong>to del terreno propuesto para edificar la residencia para niños pobres fue<br />

discutido, por lo menos en tres idiomas, en toda su amplitud. Entretanto, la comida<br />

progresaba, con los marineros haciendo de camareros trayendo sabrosas viandas<br />

de la cocina del yate. <strong>El</strong> propietario del terreno se levantó y pron<strong>un</strong>ció <strong>un</strong> florido y<br />

sudoroso discurso en el que aseguró que se desharía de aquella parcela a <strong>un</strong><br />

precio irrisorio, si era preciso, en beneficio de aquellos niños desamparados. <strong>El</strong><br />

profesor del colegio Americano habló calurosamente de Mannard, al que dirigió<br />

<strong>un</strong>a o dos indirectas referentes a' aprovechamiento de ciertos fondos del colegio.<br />

Coghlan comprendió claramente que todos y cada <strong>un</strong>o de los allí presentes sólo<br />

trataban de sacarle dinero a Mannard de <strong>un</strong>a u otra forma, y volvió a prometerse a<br />

51 mismo no tomar parte en aquella indignante rebatiña, reiterándose su propia<br />

resolución de no intentar de ningún modo casarse con Laurie.<br />

Los marineros trajeron café. Coghlan bebió el suyo mientras continuaban los<br />

discursos. Mannard hablaba absorto con el abogado y con el propietario del<br />

33


terreno. La residencia infantil parecía estar ya definitivamente asegurada, lo cual<br />

fue, para Coghlan, como <strong>un</strong> rayo de luz en <strong>un</strong> día triste y aciago.<br />

Vio que Mannard empezaba a tomar su café, y entonces le entregó su taza a <strong>un</strong><br />

marinero para que volviera a llenársela en el yate de café caliente. <strong>El</strong> suyo se<br />

había quedado frío.<br />

Laurie charlaba alegremente con Apolonio. <strong>El</strong> griego se inclinaba cortésmente<br />

hacia ella.<br />

Un marinero volvió con otra taza de café para Mannard. La tocó, como hacía<br />

siempre, para comprobar su temperatura, y luego la elevó hasta sus labios.<br />

Se oyó <strong>un</strong> violento estallido, cuyos ecos lo reprodujeron <strong>un</strong>a y otra vez,<br />

multiplicándolo hasta desvanecerse finalmente. Las voces del grupo callaron de<br />

repente.<br />

Mannard miraba estupefacto a la taza de café que tenía en la mano. Estaba rota.<br />

Habla sido pulverizada por <strong>un</strong>a bala. <strong>El</strong> café lo había salpicado todo, y Mannard,<br />

absurdamente, tenía todavía el asa de la taza en su mano, en la que, hacía sólo<br />

<strong>un</strong>os instantes, había pretendido beber su café...<br />

Coghlan vio de pronto ante sus ojos, claramente escrita con su propia letra,<br />

aquella terrorífica y misteriosa frase de la página de pergamino amarilleada por el<br />

tiempo:<br />

¡Cuidado con Mannard! Va a ser asesinado.<br />

IV<br />

Era absurdo. Mannard estaba allí, de pie, furib<strong>un</strong>do, con el asa de la taza de café<br />

todavía en su mano. Parecía no haberse dado cuenta de que, al ponerse en pie,<br />

presentaba mucho mejor blanco. Hubo <strong>un</strong> momento de confusión en todos los<br />

presentes, que se quedaron inmóviles, excepto Coghlan. Éste, sin pensarlo<br />

siquiera, se precipitó ciegamente en dirección al sitio en que se encontraba<br />

Mannard, atropellando mesas y sillas y derribando a su paso vajilla, cubiertos y<br />

cristalería, con <strong>un</strong>a espantosa algarabía de vidrios rotos y de porcelana hecha<br />

añicos, y gritando fuera de sí:<br />

- ¡Agáchese!<br />

Al mismo tiempo, empujó al padre de Laurie hacia atrás haciéndolo sentar en su<br />

silla. Por lo demás, todo era tranquilidad en el lugar, a no ser por los otros<br />

comensales, pálidos como cadáveres, que recogían apresuradamente los restos<br />

de las copas y de las tazas y los cubiertos derribados por Coghlan en su<br />

precipitada carrera. Alg<strong>un</strong>o de ellos resultó también derribado y ahora se volvía a<br />

34


poner en pie, estupefacto, sin saber qué había ocurrido. Las verdes colinas que<br />

rodeaban el lugar estaban, asimismo, silenciosas y tranquilas, a no ser por los<br />

ruidos estridentes que emitían alg<strong>un</strong>os insectos. La mar permanecía también<br />

tranquila, inmutable. Y alg<strong>un</strong>os marineros comenzaban a desembarcar<br />

apresuradamente del yate por si su presencia en tierra fuera necesaria.<br />

- ¡Todos aquí! - ordenó imperativamente Coghlan -. ¡Alguien disparó sobre<br />

Mannard! ¡Que ning<strong>un</strong>o se mueva!<br />

Laurie era la única que parecía obedecerle. Estaba tremendamente pálida, como<br />

el resto de los presentes, pero pudo decir:<br />

- Aquí estoy, Tommy. ¿Qué debemos hacer?<br />

- ¡Tú no, maldita sea! ¡Alguien disparó contra tu padre! ¡Si todos nos agrupamos a<br />

su alrededor y lo cubrimos con nuestros cuerpos, podemos acompañarlo así hasta<br />

el yate y no podrán volver a disparar contra él! ¡Métete tú también dentro del<br />

grupo!...<br />

A los marineros que sólo hablaban turco, les ordenó que le obedecieran por<br />

señas, por gestos violentos más bien, y lo consiguió gracias a su ademán<br />

autoritario. Entre él, Laurie y los marineros se llevaron a la fuerza al farfullante y<br />

colérico Mannard, mientras los otros miembros que constituían la partida les<br />

siguieron, reembarcando en el yate <strong>un</strong>o tras otro. <strong>El</strong> abogado fue el primero de<br />

todos en pretender saltar a bordo. Pero, en el camino, se le anticipó el propietario<br />

del terreno. Sólo Apolonio seguía sentado en el mismo sido en que su silla había<br />

sido derribada, con <strong>un</strong> gesto de estupor en su semblante. <strong>El</strong> profesor del Colegio<br />

Americano saltó a bordo y desapareció rápidamente. Coghlan volvió a tierra y<br />

recogió a Apolonio. <strong>El</strong> rollizo griego, a trompicones, atravesó el desvencijado<br />

muelle y subió a bordo.<br />

- ¡Uno que sepa hablar turco - vociferó Coghlan - que tenga la bondad de decirles<br />

a los marineros que me ayuden a buscar por los alrededores a ver si encontramos<br />

al que hizo el disparo! ¡Ha podido tener <strong>un</strong>a oport<strong>un</strong>idad de escaparse, pero de<br />

todas maneras yo creo que aún podemos encontrarlo!<br />

Una voz dijo cosas ininteligibles. Y los marineros comenzaron a desembarcar,<br />

siguiendo a Coghlan, que iba en cabeza. Obedeciendo los gestos de Coghlan,<br />

penetraron en la selva, buscando afanosamente y, al parecer, sin timidez alg<strong>un</strong>a.<br />

Pero Coghlan estaba encolerizado. No podía dar órdenes detalladas. No podía<br />

tener la certeza de que los hombres que le acompañaban trataban de buscar en el<br />

suelo huellas de pies humanos o alg<strong>un</strong>a cápsula vacía, indicadora de que allí, por<br />

lo menos, había estado el criminal<br />

Desde el yate llegaron gritos indescifrables. Pero parecía ignorarlos atento<br />

solamente a buscar el rastro del pres<strong>un</strong>to asesino, a investigar cada metro<br />

cuadrado de la j<strong>un</strong>gla, con <strong>un</strong>a creciente sensación de que todo aquello era<br />

35


totalmente inútil. Entonces, Laurie llegó corriendo adonde estaban Coghlan y sus<br />

hombres.<br />

-¡Tommy! ¡Es inútil! ¡Se ha ido! ¡Lo que tenemos que hacer es regresar a Istambul<br />

y decírselo a la policía!<br />

Pero Coghlan, encolerizado, se negaba a obedecerle, pensando si el que había<br />

fallado al disparar sobre Mannard acertarla al hacerlo sobre Laurie. Hizo señas a<br />

los marineros para que rodearan a la muchacha, con objeto de protegerla, y así la<br />

condujeron de nuevo hasta el yate, formando <strong>un</strong> estrecho círculo a su alrededor<br />

<strong>El</strong> yate, que ya les esperaba preparado, largó amarras y se hizo a la mar con <strong>un</strong>a<br />

prisa inusitada, Mannard estaba sentado en cubierta, todavía irac<strong>un</strong>do, con los<br />

ojos inyectados en sangre por la cólera, y se dirigió a Coghlan en estos términos:<br />

- ¡No comprendo lo que te propones al protegerme ahora, cuando ya pasó el<br />

peligro! - admitió con <strong>un</strong> humor de todos los diablos -. ¡Eso antes! Todo esto, por<br />

lo visto, era lo que tratabas de explicarme anoche... - Luego, dijo con <strong>un</strong>a irritación<br />

cada vez más explosiva -: ¡Diantre, o quieren matarme sin pedirme antes dinero, o<br />

lo mismo ¡es da si me matan o no!<br />

Coghlan asintió.<br />

- Yo creo que tratan de asustarle, sin preocuparse de si le matan o no - dijo<br />

fríamente-. De este modo, si le matan, habrá muchas más razones para que<br />

pague Laurie si algo ocurriese... O... pueden también tratar de asustarle a usted,<br />

sin intentar matarle, para que sea usted el que pague si luego amenazan a<br />

Laurie...<br />

- ¿Cómo es eso? - preg<strong>un</strong>tó Mannard airadamente.<br />

- No sé verdaderamente lo que se proponen - repuso Coghlan -. ¡Parece cosa de<br />

locos! Pero, a<strong>un</strong>que la amenaza parece ir directamente contra usted, quizá corra<br />

Laurie todavía mayor peligro.<br />

Mannard asintió.<br />

- Sí, creo que tienes razón..., y conviene estar vigilantes... ¡Gracias!<br />

<strong>El</strong> yate surcaba las aguas de vuelta a Istambul. <strong>El</strong> sol brillaba radiante y se<br />

reflejaba en la estrecha mar azul. Las altas montañas que se elevaban a <strong>un</strong>o y<br />

otro lado parecían rielar con el calor sofocante. Pero la atmósfera del yate estaba<br />

muy lejos de ser pacifica. Los marineros parecían poner gran interés bajo <strong>un</strong>a<br />

máscara de discreción, la mayoría de ellos atendiendo lo mejor que podían a los<br />

huéspedes turcos, que formaban <strong>un</strong> grupo y hablaban con gran excitación.<br />

36


Laurie apoyó su brazo en el de Coghlan.<br />

- Nada hay tan hermoso como el valor, Tommy, y yo sé apreciar el tuyo; pero otra<br />

cosa muy diferente es la temeridad. Tú estás exponiéndote por nosotros, Tommy.<br />

Has expuesto tu vida cuando penetraste en la j<strong>un</strong>gla al frente de los marineros<br />

para buscar al que había disparado contra mi padre..., y yo no quisiera que te<br />

matasen a ti...<br />

- Podría ser que todo lo que se propusiesen fuese amedrentaros a ti o a tu padre,<br />

sin preocuparse de si os matan o no, con objeto de que cualquiera de los dos -<br />

sea quien fuere - pague lo que le pidan sin rechistar...<br />

- ¿Pero cómo...? ¿Qué podrían hacer?<br />

-Pues... ¡secuestrándote, por ejemplo! - repuso Coghlan, fuera de sí-. ¡Por eso, te<br />

lo suplico!.., ten mucho cuidado, ¿oyes? No vayas a ning<strong>un</strong>a parte si te llaman por<br />

teléfono, por medio de <strong>un</strong>a nota o... como sea.<br />

Se puso a pasear impacientemente, arriba y abajo, por la cubierta del yate hasta<br />

que éste atracó de nuevo.<br />

Entonces, se produjo <strong>un</strong>a gran confusión a bordo. Mannard intentaba sostener<br />

inmediatamente <strong>un</strong>a conferencia con la policía para den<strong>un</strong>ciarle el intento de<br />

asesinato de que acababa de ser objeto. Coghlan y Laurie, en vista de su<br />

insistencia, decidieron acompañarle a la comisaría de policía en <strong>un</strong> coche de<br />

alquiler.<br />

Al llegar a ella, se originó <strong>un</strong>a tremenda rtisi6n, porque Mannard no conseguía<br />

cede creer al comisario que hacia setecientos años se habla escrito <strong>un</strong> mensaje, S<br />

cual se decía que él iba a ser asesinado, que el disparo que estuvo a p<strong>un</strong>to de<br />

hablar con él estaba estrechamente reíanado con dicho mensaje.<br />

Verdaderamente, que se trataba de <strong>un</strong> cuento tan inverosímil' que a duras penas<br />

podía creerse, a<strong>un</strong>que se tratase del propio protagonista.<br />

Relató cachazudamente y con toda prolijidad los hechos que caracterizaban el<br />

acontecimiento, sin omitir detalle alg<strong>un</strong>o. Y luego respondió a las preg<strong>un</strong>tas del<br />

comisario. No, que él supiese no tenía enemigos. No, él no había recibido mensaje<br />

alg<strong>un</strong>o en el que se le amenazase de muerte o se dijese algo que él pudiese<br />

considerar como <strong>un</strong>a amenaza. Tampoco podía adivinar quien podía estar detrás<br />

de aquel acto contra su vida...<br />

La policía se comportó cortésmente, mostrándose prof<strong>un</strong>damente respetuosa con<br />

Mannard y sus acompañantes, asegurán1e que todo lo que acababan de declarar<br />

seria puesto inmediatamente en conocimiento del teniente Ghalil. Se le había<br />

encomendado <strong>un</strong> as<strong>un</strong>to que el propio señor Mannard acababa de mencionar,<br />

37


pero, a cuanto fuese posible, se pondrían en contacto con él para ponerle al<br />

corriente del atentado...<br />

En resumen, que en aquel as<strong>un</strong>to, inconcluso, se perdió más de <strong>un</strong>a hora.<br />

Mannard iba encolerizado y no hizo más que jurar amenazar a todo el m<strong>un</strong>do,<br />

dentro del taxi, en el viaje de vuelta al hotel.<br />

- ¡Ghalil está metido de lleno en este as<strong>un</strong>to y no podemos mover <strong>un</strong> dedo sin<br />

encontrarnos con él! -dijo, con <strong>un</strong> ceño amenazador -. Podía estar cumpliendo<br />

ordenes o en cualquier otra parte...<br />

- Yo sé que tiene órdenes - dijo Coghlan brevemente-. Y creo que sé dónde<br />

daré con él. ¡Vaya si daré con él! se detuvo ante el hotel Petra. Mannard y Laurie<br />

salieron. Coghlan se quedó en él, mientras Laurie le decía, mimosa:<br />

- ¡Ten cuidado, Tommy, por favor!<br />

Arrancó de nuevo el coche, mezclándose o el tráfico de la gran ciudad, y se dirigió<br />

número 80 de la calle Hosain con la desocupación propia de todos los taxis de<br />

Istambul por las reglas de la circulación hasta por la seguridad de vehículos y<br />

viandantes.<br />

La casa que ocupaba el número 80 de era todavía menos apetecible a la luz del<br />

día de lo que había parecido de noche. La calle era estrecha e increíblemente<br />

tortuosa. ataba pavimentada con guijarros desiguales y desigualmente<br />

desgastados que presentaban <strong>un</strong> pron<strong>un</strong>ciando desnivel hacia el centro o eje de la<br />

callejuela, con la vana esperanza de que la lluvia arrastrase por el canal así<br />

formado los desperdicios que se arrojaban en ella con insistente perseverancia. A<br />

causa de la tortuosidad de la calle, era imposible ver más de quince metros hacía<br />

delante. Cuando al fin apareció el edificio que buscaban, había ante él <strong>un</strong> coche<br />

de la policía y <strong>un</strong> agente <strong>un</strong>iformado montaba la guardia en la puerta de la casa.<br />

La expresiva limpieza del agente contrastaba fuertemente con la suciedad y<br />

abandono de la casa y sus alrededores..., pero, a pesar de ello, aquel lugar podía<br />

haber pertenecido a <strong>un</strong>o de los barrios más aristocráticos del Imperio bizantino.<br />

Coglilan fue admitido en la casa sin impedimento alg<strong>un</strong>o. Se había realizado ya<br />

<strong>un</strong>a gran limpieza, bajo las órdenes de Ghalil, y el olor era mucho menos<br />

nauseab<strong>un</strong>do que la primera vez que había estado allí. Subió las escaleras y<br />

penetró en el piso que mencionaba el mensaje que él podía o no haber escrito.<br />

Duval se hallaba sentado en <strong>un</strong>a silla de tijera en <strong>un</strong> rincón, más macilento y<br />

trasnochado que n<strong>un</strong>ca. A su lado, en el suelo, había <strong>un</strong> montón de libros, y <strong>un</strong>o<br />

de ellos lo tenía abierto en la mano. Ghalil fumaba reflexivamente apoyado en la<br />

repisa de la ventana. La pared de piedra negra del vecino edificio se veía a través<br />

de ella a poco menos de dos metros de distancia. Por las ventanas sólo penetraba<br />

<strong>un</strong>a luz muy vaga y difusa, como crepuscular. Ghalil levantó la vista y pareció<br />

complacido al ver que entraba Coghlan.<br />

38


- Esperaba que vendría usted después de la excursión marítima - dijo<br />

cordialmente -. Monsieur Duval y yo continuamos intercambiando mutuas<br />

seguridades sobre nuestro l<strong>un</strong>atismo.<br />

- Cuando estábamos en el mar de Mármara, atracados al pequeño<br />

desembarcadero que hay en aquel lugar, alguien disparó contra el señor Mannard<br />

con el designio evidente de asesinarlo. Como ello debe formar parte de todo este<br />

enmarañado as<strong>un</strong>to, a<strong>un</strong>que parece cosa de locos, el hecho demuestra que es<br />

indudablemente serio... ¿Le dijeron a usted algo acerca de esto desde la<br />

comisaría?<br />

- No hubo necesidad - respondió Ghalil suavemente -, yo estaba allí...<br />

Coghlan se quedó perplejo.<br />

- Desde <strong>un</strong> principio creí que el señor Mannard se hallaba en peligro - explicó el<br />

policía apologéticamente -. Y, a decir verdad, creo que lo subestimé. Pero<br />

después que usted me dijo lo que había ocurrido anoche, tomé todas las<br />

precauciones para protegerlo. Y, por eso, me embarqué en el yate.<br />

Coghlan dijo incrédulamente:<br />

- ¡Pues no le vi a usted!...<br />

- Estaba oculto bajo cubierta - repuso Ghalil -, pero la mayoría de los marineros<br />

eran policías. ¿No se dio usted cuenta de que no eran marinos avezados?<br />

Coghlan no lograba poner orden en sus ideas.<br />

- Pero...<br />

- Esa bala no representaba <strong>un</strong> peligro para él... - aseguró Ghalil con aplomo. Yo<br />

estaba preocupado por la comida. En Istambul, cuando nos enfrentamos con <strong>un</strong><br />

pres<strong>un</strong>to crimen, no pensamos solamente en cuchillos y armas, sino también en<br />

veneno. Tomé todas las precauciones posibles para que Mannard no fuese<br />

envenenado. Obligaba al cocinero del yate a probar todos los alimentos antes de<br />

servirlos, y ese cocinero tenía la facultad de descubrir, con sólo tocar la vianda con<br />

la p<strong>un</strong>ta de la lengua, la más ligera traza del más corriente de los venenos. Una<br />

maravillosa facultad, ¿no cree?<br />

-Pero Mannard no fue envenenado, sino que alguien disparó contra él...<br />

<strong>El</strong> teniente Ghalii asintió. Luego, sopló tranquilamente sobre la ceniza de su<br />

cigarrillo.<br />

39


-Soy <strong>un</strong> excelente tirador -dijo con fingida modestia-. Vigilaba. En el último instante<br />

se descubrió - y me avergüenzo decir que fue por casualidad - que su café estaba<br />

envenenado.<br />

Coghlan sintió que la sospecha y el aturdimiento se mezclaban en su cerebro,<br />

luchando por su primacía.<br />

- Usted recordará que el señor Mannard hablaba largo y tendido, totalmente<br />

absorto de todo lo que le rodeaba - siguió Ghalil, solicito -. Cuando fue a beber el<br />

café, se dio cuenta de que estaba frío, y rogó que le llenasen de nuevo su taza.<br />

Estoy avergonzado porque sólo <strong>un</strong> azar me hizo descubrir que aquel café estaba<br />

envenenado... A ese azar le debe el señor Mannard estar todavía vivo. <strong>El</strong> cocinero<br />

- mi hombre inteligente - vació el café frío y volvió a llenar la taza del millonario.<br />

Pero el hombre tiene la costumbre de tomar el café frío o templado, y como el<br />

señor Mannard ni siquiera había probado el suyo, que había devuelto por esta<br />

circ<strong>un</strong>stancia, fue a bebérselo, descubriendo que algo había sido añadido sin que<br />

nadie se diese cuenta... Inmediatamente, me lo dijo. No había tiempo de enviar <strong>un</strong><br />

mensaje. <strong>El</strong> señor Mannard ya elevaba la taza, en su mano, y se hacía precisa<br />

<strong>un</strong>a noción rápida, espectacular. Y como estaba preparado para intervenir en caso<br />

necesario, y soy <strong>un</strong> excelente tirador, y no había otra cosa que hacer..., disparé y<br />

le rompí la taza en la mano.<br />

Coghlan abrió la boca de admiración, sin poderlo remediar, y luego la cerró de<br />

nuevo.<br />

- ¡Así que fue usted el que disparó sobre la taza...! ¿Y quién trató de envenenarle?<br />

Ghalil extrajo de su bolsillo <strong>un</strong> frasqulto de cristal. Estaba destapado, pero tenía en<br />

su interior <strong>un</strong>a pequeña película de cristales como si hubiese contenido <strong>un</strong> liquido<br />

que se hubiese secado.<br />

- Esto - observó - cayó de su bolsillo cuando usted penetró en la selva para buscar<br />

al pres<strong>un</strong>to asesino del señor Mannard, que realmente estaba a bordo del yate.<br />

Uno de mis hombres lo vio caer y me lo trajo. Contenía veneno...<br />

Coghlan miró el frasquito.<br />

- ¡Estoy harto ya de mixtificaciones...! ¿Voy a ser arrestado?<br />

- Las huellas digitales, en cambio, no parecen coincidir con las suyas - repuso<br />

Ghalil -. Ya sabe usted que estoy completamente familiarizado con ellas. Y esas<br />

no son las de usted. Seguramente, alguien dejó caer ese frasco dentro de su<br />

bolsillo..., es decir, debió pretender dejarlo caer en su interior..., pero cayó fuera.<br />

No, no será usted arrestado.<br />

40


- ¡Gracias! - dijo Coghlan con ironía. Con su pie empujó <strong>un</strong>o de los libros del<br />

montón que había en el suelo al lado de Duval. Eran libros de todos los tamaños y<br />

grosores, y todos ellos modernos. Alg<strong>un</strong>os tenían el aspecto de libros técnicos<br />

alemanes, y <strong>un</strong>o o dos eran franceses. Pero la mayor parte de ellos estaban<br />

escritos en griego moderno.<br />

- Monsieur Duval busca referencias históricas que puedan aplicarse a nuestro<br />

problema - dijo el turco -. Yo creo que nos encontramos ante <strong>un</strong> as<strong>un</strong>to de suma<br />

importancia. Y lo más significativo de todo me parece esa zona húmeda de la<br />

pared de este cuarto - dijo, señalando aquel paraje-. Me alegro mucho de que<br />

haya venido usted por sus conocimientos especiales...<br />

- ¿Por qué? ¿Qué quiere usted de mi?<br />

- Examínelo y explíqueme qué significa...<br />

- dijo Ghalil -. Tengo <strong>un</strong>a sospecha que no me gustaría poner de manifiesto<br />

porque sólo tiene <strong>un</strong> f<strong>un</strong>damento lógico.<br />

- Si de todo ello usted es capaz de hacer alg<strong>un</strong>a conjetura - repuso Coghlan con<br />

gesto adusto -, puede decir que vale más que yo. ¡Para mi no tiene sentido<br />

alg<strong>un</strong>o!<br />

Ghalil miraba a Coghlan con gesto expectante. Coghlan anduvo <strong>un</strong>os pasos hasta<br />

el sitio húmedo de la pared. Era <strong>un</strong>a mancha de forma cuadrada, alrededor de la<br />

cual no había la menor traza de humedad. Alg<strong>un</strong>as gotas escurrían de la pared<br />

deformando algo la forma rectangular de la mancha. Coghlan tocó la pared sobre<br />

la mancha y en sus inmediaciones. Sólo en aquel sitio estaba fría, alrededor<br />

conservaba la temperatura normal. La modificación de temperatura se producía<br />

exactamente como si hubiera <strong>un</strong> aparato refrigerador metido en la pared del<br />

tamaño de la mancha. La cual estaba cubierta de moho y podredumbre como<br />

consecuencia de la humedad. Coghlan extrajo de su bolsillo <strong>un</strong>a navaja y hurgó en<br />

la mancha tratando de investigar con todo cuidado la naturaleza del hecho<br />

misterioso.<br />

- ¿Qué conexión racional puede esto tener con ese mensaje de hace setecientos<br />

años? ¿Y qué tiene que ver con ese pres<strong>un</strong>to asesino del señor Mannard? -<br />

preg<strong>un</strong>tó mientras trabajaba.<br />

- Ning<strong>un</strong>a conexión racional - adrnitió Ghalil -. Pero sí <strong>un</strong>a conexión lógica. En los<br />

trabajos policíacos empleamos siempre la razón, pero no esperamos jamás<br />

encontrarla en los casos que tratamos.<br />

Un trozo de yeso húmedo de forma irregular se desprendió de la pared y cayó al<br />

suelo. Coghlan se quedó contemplándolo estupefacto.<br />

41


- ¡Hielo! - dijo bruscamente -. Debe haber algún artefacto oculto...<br />

<strong>El</strong> espacio de donde había caído el trozo de yeso de la pared estaba blanco de<br />

hielo. Coghlan rascó en el hueco con la navaja. Y extrajo <strong>un</strong>a capa de hielo<br />

delgadisima, casi infinitamente delgada. Debajo había más yeso húmedo, pero sin<br />

congelar. Coghlan fr<strong>un</strong>ció el ceño. Primero, hielo; después, humedad sin hielo<br />

alg<strong>un</strong>o... y ning<strong>un</strong>a razón para que el hielo se formase allí..., en la superficie<br />

exterior de la pared. Un serpentín refrigerador no trabajaría así. La refrigeración no<br />

suele producirse por capas alternativas y en láminas tan delgadas...<br />

Coghlan hurgó más prof<strong>un</strong>damente en el hueco producido con la p<strong>un</strong>ta de la<br />

navaja, <strong>El</strong> frío aumentaba cada vez más, hasta tal p<strong>un</strong>to que el acero de la navaja<br />

se iba enfriando al prof<strong>un</strong>dizar en la pared. Coghlan tuvo que envolverla en su<br />

pañuelo para evitar el contacto de la mano con <strong>un</strong> frío tan intenso. Siguió<br />

prof<strong>un</strong>dizando todavía <strong>un</strong>os cuantos centímetros más y, al fin, apareció la piedra<br />

que constituía la pared del edificio.<br />

- ¡Demonio! - dijo bruscamente, mientras se echaba <strong>un</strong> poco hacia atrás<br />

contemplando detenidamente la abertura practicada.<br />

Se hizo <strong>un</strong> silencio. Había cavado <strong>un</strong> prof<strong>un</strong>do agujero en la pared y no había<br />

encontrado más que <strong>un</strong>a finísima capa de hielo debajo de otra de yeso podrido por<br />

la humedad y luego yeso otra vez Contempló aquel misterio desconcertado.<br />

Entonces se dio cuenta de que, a<strong>un</strong>que el hielo había sido extraído del agujero,<br />

había <strong>un</strong>a especie de vaho o vapor científicamente inexplicable. Sopló en el<br />

interior del agujero, y produjo <strong>un</strong> grito de asombro.<br />

- ¡Cuando soplé, mi aliento se transformó en <strong>un</strong>a especie de neblina al pasar por<br />

el sitio donde se j<strong>un</strong>tan las capas de yeso! - su tono era de incredulidad.<br />

- ¿Entonces, hay refrigeración? - preg<strong>un</strong>tó Ghalil.<br />

- ¡No hay nada! - protestó Coghlan<br />

¡No tiene explicación posible la formación de <strong>un</strong> espacio frío en el interior de <strong>un</strong>a<br />

cámara de aire!<br />

- ¡Ah! - repuso el turco con satisfacción -. ¡Luego progresamos! Dos cosas<br />

asociadas con otra están asociadas entre sí... ¡Esto se asocia con la imposibilidad<br />

de sus huellas digitales, de su grafología y de la amenaza al señor Mannard!<br />

- Me gustaría saber cuál es la causa natural de este misterio... - exclamó Coghlan,<br />

contemplando el agujero -. ¡<strong>El</strong> calor es absorbido y no hay nada que pueda<br />

absorberlo. . .!<br />

42


Retiró su pañuelo de la navaja y frotó con <strong>un</strong>a de sus esquinas la pared hasta que<br />

quedó humedecida. Luego, introdujo esta esquina en el agujero de la pared,<br />

dejándolo allí <strong>un</strong>os instantes, y extrayéndolo de nuevo. Al estirar el pañuelo,<br />

comprobó que en su tela húmeda había <strong>un</strong>a línea de hielo perfectamente recta.<br />

¡Jamás había visto <strong>un</strong>a cosa como ésta! - dijo Coghlan, con <strong>un</strong> gesto de extrañeza<br />

-. ¡Es algo realmente nuevo!<br />

- ¡O extremadamente viejo!... - repuso Ghalil suavemente -. ¿Por qué no?<br />

- ¡No puede ser! - replicó Coghlan<br />

¡Por lo menos, nosotros, los científicos, no sabemos hacerlo con los medios de<br />

que disponemos.. .! ¡Y puedo decirle que si nosotros no sabemos hacerlo,<br />

tampoco lo sabrían los antiguos! ¡Ese fenómeno sólo podría realizarse por medio<br />

de <strong>un</strong> campo de fuerzas de naturaleza desconocida, y no hay ningún campo de<br />

fuerzas conocido que absorba energía..! ¡Puede decirse, incluso, que su<br />

existencia es tan imposible como improbable! ¡Científicamente, <strong>un</strong> absurdo!<br />

¿Cómo va a poder generarse <strong>un</strong> campo de fuerzas en <strong>un</strong>a superficie plana?<br />

Comenzó a cavar de nuevo en el agujero, y luego, nerviosamente, en el borde<br />

mismo de la mancha de humedad. <strong>El</strong> yeso estaba más duro en aquella parte de la<br />

pared.<br />

Duval dijo, desanimado:<br />

- Pero ¿qué tiene que ver esa pared con la historia del Imperio bizantino, y con las<br />

huellas dactilares, y con el señor Mannard...?<br />

Coghlan continuaba hurgando en el yeso de la pared.<br />

De repente, se oyó <strong>un</strong> chasquido, rompiéndose la p<strong>un</strong>ta de la navaja, que cayó al<br />

suelo.<br />

Coghlan se quedó helado mirándose el dedo pulgar. Al romperse la navaja, le<br />

había producido <strong>un</strong> corte en la yema del mismo. Se hizo <strong>un</strong> silencio sepulcral en la<br />

estancia.<br />

-¿Qué ha ocurrido?<br />

- Que me he cortado el dedo pulgar..<br />

-dijo Coghlan brevemente.<br />

Ghalil, con los ojos en blanco, atravesó la habitación precipitadamente y se dirigió<br />

hacia donde él estaba.<br />

43


-Me gustaría ver... -dijo, curioso.<br />

- Si no es nada... - repuso Coghlan. Para él como si hubiese dicho que dos y dos<br />

son cuatro, o que dos cosas iguales a <strong>un</strong>a tercera son iguales entre sí, o que...<br />

Apretó los dos bordes de la herida firmemente para que hicieran contacto, cerró el<br />

puño sobre el dedo e introdujo la mano en el bolsillo.<br />

-Este as<strong>un</strong>to de la pared -dijo, despreocupadamente (demasiado<br />

despreocupadamente) - me ha puesto nervioso no sé por qué. Voy a irme a casa y<br />

trataré de recopilar material suficiente para efectuar alg<strong>un</strong>as pruebas...<br />

Ghalil le indicó solicito:<br />

- Fuera hay <strong>un</strong> coche de la policía. Le diré al conductor que le lleve y que le vuelva<br />

a traer.<br />

-¡Gracias! -repuso Coghlan.<br />

Volvió a su terna: dos y dos son cuatro, sin excepción. Cinco y cinco son diez.<br />

Seis y seis son doce... No hay nada como <strong>un</strong>as huellas digitales en las que<br />

aparece <strong>un</strong>a cicatriz que no existe, y luego se hace esa cicatriz...<br />

Bajaron las escaleras j<strong>un</strong>tos. Ghalil dio instrucciones al conductor. De vez en<br />

cuando miraba pensativamente a la cara de Coghlan. Éste subió al coche. Y el<br />

coche se puso en marcha en dirección a su casa.<br />

Transcurrieron más de diez minutos mientras el coche corría por las tortuosas<br />

callejuelas del barrio de Galata, sorteando obstáculos y metiéndose por alg<strong>un</strong>as<br />

que servían solamente para el tránsito de borriquillos. Al conductor sólo le<br />

preocupaba la dirección de su coche. Coghlan iba abstraído, pensativo. Dos y<br />

dos...<br />

Sacó la mano del bolsillo y contempló cuidadosamente la herida que se había<br />

hecho con la navaja. Aquella herida era, probablemente, la más notable de la<br />

historia humana. Era muy superficial y de carácter esencialmente leve - de eso no<br />

había la menor duda -; pero - y de eso tampoco tenía la menor duda Coghlan -<br />

dejaría <strong>un</strong>a cicatriz exactamente igual a la que aparecía en las huellas dactilares<br />

de la hoja de pergamino cuyo examen químico y espectroscopio decía que tenía<br />

setecientos años de antigüedad...<br />

Volvió a guardar su mano herida en el bolsillo y, sin darse cuenta, dijo en voz alta:<br />

- ¡No puedo creerlo! ¡No puedo creerlo!<br />

V<br />

44


Evidentemente, el conductor aquel tenía órdenes de esperar. Cuando Coghlan<br />

salió del coche, sonrió cortésmente, metió el freno de mano y paró el motor.<br />

Coghlan, en silencio, penetró en el patio que caía bajo sus ventanas. Sentía <strong>un</strong><br />

ansia peculiar que él no sabría definir.<br />

Se dirigió en busca de la escalera que conducía a su departamento. Y, de repente,<br />

vio que descendía por ella y penetraba en el patio embaldosado de piedra, <strong>un</strong>a<br />

figura rolliza: era Apolonio el Grande. Su aspecto era muy diferente al suyo<br />

habitual, pues parecía desolado. Pero su expresión cambió al ver a Coghlan.<br />

- ¡Ah, señor Coghlan! - Dijo, henchido de gozo -. ¡Creí que no le encontraría a<br />

usted, y me hubiera contrariado mucho...!<br />

Coghlan repuso cortésmente:<br />

- Me alegro de que haya sido así. Pero he venido sólo a <strong>un</strong> recado: estaré apenas<br />

<strong>un</strong>os minutos...<br />

- Yo sólo le necesito <strong>un</strong> momento - exclamó Apolonio -. Tengo algo que decirle de<br />

mucho interés para usted.<br />

-¡Venga! -dijo Coghlan, echando a andar delante de él.<br />

<strong>El</strong> griego le siguió. Su aspecto era ya casi normal, hasta el p<strong>un</strong>to de que su rostro<br />

se había iluminado con <strong>un</strong>a ancha sonrisa, como si <strong>un</strong>a mano invisible,<br />

accionando <strong>un</strong> conmutador, hubiese modificado su talante. Pero cuando Coghlan<br />

le abrió la puerta de su departamento, su aspecto se había modificado de nuevo,<br />

desapareciendo la sonrisa de su rostro, como si la misma mano invisible,<br />

accionando el mismo conmutador, la hubiese borrado de nuevo. Coghlan tuvo<br />

entonces la evidencia de que aquel hombre era peligroso.<br />

- Espere <strong>un</strong> momento - dijo.<br />

Fue al cuarto de baño y se lavó cuidadosamente la herida del dedo pulgar,<br />

desinfectándosela luego con <strong>un</strong> antiséptico. Era apenas <strong>un</strong> arañazo, pero él quería<br />

evitar por todos los medios que se le formara <strong>un</strong>a cicatriz. Porque <strong>un</strong>a cicatriz<br />

podría significar que las huellas digitales impresas en aquella página de<br />

pergamino con setecientos años de antigüedad eran auténticas: es decir, que<br />

aquellas huellas eran realmente suyas... Y él no deseaba de ningún modo que<br />

aquello se convirtiese en realidad. Volvió al salón para re<strong>un</strong>irse con Apolonío, el<br />

cual se había sentado en <strong>un</strong>a butaca en el lado de la habitación opuesto a las<br />

ventanas abiertas.<br />

- Me tiene a su disposición - dijo Coghlan, solicito -. Ha sido muy desagradable lo<br />

ocurrido hoy... con Mannard.<br />

45


Apolonio le miraba fijamente, con <strong>un</strong>a fuerza expresiva no habitual en él.<br />

- Tengo <strong>un</strong>a información para usted<br />

- repuso llanamente -, ¿quiere usted que se la diga?<br />

Coghlan asintió.<br />

- Soy <strong>un</strong> ilusionista profesional - dijo Apolonio, con <strong>un</strong>a extraña inflexión en su voz-<br />

. Mi profesión - siguió - consiste en engañar a las gentes... sólo con el fin de<br />

divertirlas. Mi fama es considerable.<br />

- Así he oído - concedió Coghlan.<br />

- Y le aseguro que es justificadisima...<br />

- añadió Apolonio -. Y eso que no empleo toda mi ciencia ilusionista en el<br />

escenario: los públicos corrientes no sabrían apreciarlo... - Su voz cambió,<br />

haciéndose deliberadamente sarcástica-. En mi país natal, existe <strong>un</strong>a superstición<br />

sobre los malos espíritus. Los magos, que constituyen la casta sacerdotal, son los<br />

poseedores de la ciencia y las tradiciones del... neoplatonismo, y utilizan para sus<br />

fines esa creencia supersticiosa, la cual es mantenida por ellos, que ahuyentan<br />

numerosos espíritus demoníacos. <strong>El</strong> proceso es visible. Suponga usted que yo le<br />

aseguro que hay <strong>un</strong>o de esos espíritus en esta habitación, escuchando lo que<br />

estamos hablando usted y yo...<br />

- Sería <strong>un</strong>a afirmación muy dudosa, mientras no me demostrara usted lo<br />

contrario... - repuso Coghlan, suavemente.<br />

- Permítame que se lo demuestre - rogó cortésmente Apolonio.<br />

Echó <strong>un</strong>a ojeada por el cuarto, como buscando <strong>un</strong>a indicación de algo que él sólo<br />

pudiera ver. Luego, extendió el brazo y señaló con su índice <strong>un</strong>a mesita que se<br />

hallaba al otro lado de la habitación, cerca de las ventanas abiertas. Al retraerse la<br />

manga por la postura forzada del brazo, apareció, reluciente, el ostentoso reloj de<br />

pulsera en su muñeca carnosa. Pron<strong>un</strong>ció <strong>un</strong>a serie de frases cabalísticas en voz<br />

grave y sonora...<br />

De repente, oyóse <strong>un</strong> ruido extraño y de la mesita comenzó a brotar <strong>un</strong>a<br />

humareda muy sutil, que se fue condensando hasta tomar la forma de <strong>un</strong>a figura<br />

fantasmal en el interior del cuarto. <strong>El</strong> materializado fantasma, en forma de pera, se<br />

mantuvo <strong>un</strong>os minutos en el aire, como <strong>un</strong> ente vivo y amenazador, y luego<br />

desapareció rápidamente por <strong>un</strong>a ventana. Era singularmente convincente.<br />

Coghlan meditó <strong>un</strong>os instantes. Luego, dijo pensativo:<br />

46


- Anoche nos explicó usted el principio de la magia: usted había hecho algo<br />

previamente, que nosotros ignorábamos, y luego obtuvo el resultado apetecido,<br />

fruto de mera preparación inadvertida. Supongo que ahora habrá hecho otro tanto,<br />

¿no es eso? Cuando llegué a casa, le encontré a usted bajando las escaleras algo<br />

decepcionado...<br />

- Es verdad... ¿Y cómo cree que he realizado esta demostración particular?<br />

- Es posible - sugirió Coghlan - que poniendo algún agente productor de humo en<br />

esa mesita... quizás en <strong>un</strong> cenicero. Tendrá <strong>un</strong>a mecha, <strong>un</strong> cebo o algo por el<br />

estilo, que usted habrá encendido con su cigarrillo mientras yo me lavaba el dedo<br />

cortado en el cuarto de baño... Seguramente, usted Sabía cuánto duraría la<br />

mecha... o el cebo en comenzar a producir humo. Por otra parte, su reloj de<br />

pulsera tiene seg<strong>un</strong>dero y usted debe de tener calculado el tiempo exactamente,<br />

con la práctica necesaria para llevar la conversación de tal manera que, en el<br />

momento oport<strong>un</strong>o, se produzca el... milagro esperado.<br />

Los ojos de Apolonio se abrieron desmesuradamente. Coghlan añadió:<br />

- Y la mesa está cerca de la ventana donde se produce <strong>un</strong>a corriente hacia el<br />

exterior... Parecía como <strong>un</strong> espíritu malo saliendo de mi cenicero y luego<br />

marchándose despavorido por la ventana... ¡Efectivo!<br />

-Un cumplido suyo, señor Coghlan<br />

- dijo Apolonio, sin ánimo alg<strong>un</strong>o de ironizar -, es siempre <strong>un</strong> cumplido. Pero yo<br />

penetro en sus ideas tan rápidamente como usted en las mías, ¡más rápidamente<br />

aún! Y sé que también usted es aficionado al... ilusionismo...<br />

Coghlan miró su dedo vendado y luego volvió a alzar la vista.<br />

- ¿Qué es lo que quiere usted decir con eso...?<br />

- Creo que sería conveniente que comprendiese que yo puedo desenmascararle a<br />

usted en cualquier momento...<br />

- ¡Oh! - exclamó Coghlan -, ¿cree usted que estoy conspirando con Duval y el<br />

teniente Ghalil para sacarle a Mannard algún dinero?<br />

- Efectivamente - afirmó Apolonio-. Podría explicarle todo al señor Mannard...,<br />

¿quiere usted que lo haga?<br />

Coghlan encontró aquello divertido.<br />

- ¡De manera que usted lo sabe todo! ¿Y qué es lo que sabe, Apolonio? Si me<br />

explica usted cómo se produce esa refrigeración en <strong>un</strong>a zona de la pared del<br />

47


cuarto posterior, yo le explicaré a usted todo lo demás..., ¿qué le parece? Ya sabe<br />

usted a qué me refiero: a ese as<strong>un</strong>to de la refrigeración de la mancha cuadrada de<br />

la pared del piso del número 80 de la calle Hosain... ¡Ande, explíquemelo! ¡Le diré<br />

todo lo que se.<br />

Los ojos de Apolonio vacilaban. Luego, habló despectivamente:<br />

- ¡No crea usted que me dejo atrapar tan fácilmente! - Coghlan esperaba<br />

pacientemente -. ¡Se trata de <strong>un</strong>a preg<strong>un</strong>ta estúpida!<br />

- ¡Pues trate de contestarla! ¿No puede o... no sabe? ¡Mi querido Apolonio! ¡Nl<br />

siquiera sabe de qué estoy hablando! ¡Es usted <strong>un</strong> embaucador, <strong>un</strong> falsario...,<br />

tratando de sacar partido de <strong>un</strong>a fanfarronada! ¡Pongamos las cartas sobre la<br />

mesa!<br />

Abrió la puerta. Se oían pisadas en la parte baja de la escalera. Apolonio seguía<br />

expectante. Coghlan continuó:<br />

- ¡Hablemos claro! ¡Me está usted fastidiando! ¡Lárguese de aquí!<br />

Apolonio sólo acertó a decir.<br />

- ¡He tomado mis precauciones! ¡Si algo me ocurriese... tendría usted que<br />

lamentarlo! ¡Aténgase a las consecuencias!<br />

- ¡Estoy acongojadisimo...! - exclamó Coghlan entre sarcástico e indignado ¡Fuera<br />

de aquí!...<br />

Le dio <strong>un</strong> empujón al griego y luego <strong>un</strong> portazo tras él. Después, se dirigió al<br />

cuartito en donde guardaba su equipo experimental privado. Como instructor de<br />

Física, trabajaba en el colegio con <strong>un</strong> presupuesto muy reducido. Había construido<br />

la mayoría de los aparatos de la clase, tanto para ahorrar dinero como para que le<br />

sirvieran a si mismo de aprendizaje, y muchas veces porque encontraba <strong>un</strong>a<br />

satisfacción en el trabajo. Empezó a preparar los bártulos: <strong>un</strong> par de termómetros,<br />

<strong>un</strong>as pilas, <strong>un</strong> par de bobinas y <strong>un</strong> juego de auriculares para formar con todo ello<br />

<strong>un</strong> puente de inducción acoplándolo convenientemente. Preparó asimismo el<br />

electroscopio de panes de oro, y el gran imán de alnico e> con el cual había<br />

podido realizar <strong>un</strong> gran número de mediciones delicadísimas, y estaba terminando<br />

de empaquetar el chispómetro, cuando sonó el timbre de la puerta.<br />

Respondió desde el cuarto donde se hallaba, diciéndole al recién llegado que<br />

entrase, pues la puerta estaba abierta, y esperó. Eran Mannard y su hija Laurie,<br />

que observaron inmediatamente el ceño que fr<strong>un</strong>cía el rostro del instructor del<br />

colegio Americano. Fue Mannard el primero que habló, dirigiéndose a él en tono<br />

festivo:<br />

48


- ¡No sé qué le ocurre a nuestro buen amigo Apolonio, Tornmy...! No parece él<br />

mismo. ¿Qué le has hecho?<br />

- Se imagina - respondió Coghlan -que todo lo que ha ocurrido en las últimas<br />

treinta horas forma parte de <strong>un</strong>a conspiración para sacarle a usted dinero...<br />

interviniendo en todo ello hasta la cuarta dimensión. Vino a ver si sacaba tajada<br />

del as<strong>un</strong>to, amenazándome con revelarlo todo, en caso contrario. Le eché a la<br />

calle, como es natural. ¿Me acusó de canalla y de chantajista?<br />

Mannard negó con la cabeza. Luego, dijo:<br />

- Voy a acompañar a Laurie a casa. Creo que tenías razón: ella puede ser el<br />

objetivo principal en este as<strong>un</strong>to. Por eso, me parece que lo más prudente es<br />

llevármela a casa y tenerla allí, a buen recaudo, hasta que todo esto se solucione<br />

de <strong>un</strong>a manera o de otra. ¿Qué tal si te vinieses con nosotros?... Puedes escoger<br />

alg<strong>un</strong>os equipos de investigación para el laboratorio de Física del colegio. Creo<br />

que son muy necesarios y yo los pagaré de muy buen grado...<br />

Estaba clarísimo. Coghlan miró a Laurie intencionadamente, pero ella le devolvió<br />

la mirada, protestando por la acusación que parecía recaer sobre ella:<br />

- ¡No, Tommy, no he sido yo...! ¡No intentaría conquistarte con ciclotrones!<br />

- Si quiere usted hacer <strong>un</strong> donativo al laboratorio, yo le daré <strong>un</strong>a lista del material<br />

necesario... - repuso Coghlan -. Pero en el número 80 de la calle Hosain hay <strong>un</strong> «<br />

<strong>artilugio</strong>» misterioso y yo me he propuesto descubrirlo. Produce <strong>un</strong>a finísima capa<br />

de hielo en el aire. Yo creo que ese «<strong>artilugio</strong>» es <strong>un</strong> campo de fuerzas de<br />

cualquier especie, ¡pero es <strong>un</strong>a superficie plana! Me he propuesto averiguar qué<br />

es lo que produce ese fenómeno y cómo lo realiza. ¡Es algo nuevo en Física!<br />

Laurie murmuró algo en voz baja. Coghlan prosiguió:<br />

- Ghalil está allí ahora esperándome..., él y Duval.<br />

- Me gustaría hablar con ese teniente Ghalil - intervino Mannard, malhumorado -.<br />

La policía dijo esta mañana que iba a informarle del atentado de que fui objeto en<br />

el pequeño desembarcadero, pero creo que no ha debido de hacer nada pues ni<br />

siquiera ha tratado de ponerse en contacto conmigo...<br />

Coghlan abrió la boca como si fuese a hablar, pero volvió a cerrarla sin decir<br />

palabra alg<strong>un</strong>a. No sería prudente decirle a Mannard quién había disparado contra<br />

la taza de café que tenía en la mano. Si se enteraba de ello antes de conocer la<br />

historia completa, seguramente su indignación llegaría al limite. Y además, era<br />

Ghalil el que debería ponerle al tanto de aquel as<strong>un</strong>to. Por eso, después de<br />

meditarlo prudentemente, dijo:<br />

49


- Tengo que volver a la calle de Hosain. Si usted quiere, puede venirse en el coche<br />

conmigo y hablar con Ohalil directamente:<br />

puedo decirle que le vea a usted en el hotel. Mannard asintió.<br />

-Está bien; ¡vamos!<br />

Coghlan recogió todo su equipo científico, lo metió en <strong>un</strong> maletín y se fue hacia la<br />

puerta. Cuando salieron, Laurie se cogió de su brazo y le dijo jadeante:<br />

- ¡Tommy! ¿Te has cortado el dedo? ¿Era... será...?<br />

- Sí - respondió Coghlan -; me he cortado exactamente en el mismo sitio y en la<br />

misma forma que indican las huellas dactilares, y mucho me temo que me va a<br />

salir <strong>un</strong>a cicatriz exactamente igual a aquélla...<br />

Le siguió escaleras abajo, permaneciendo silenciosos mientras atravesaban el<br />

patio. Su padre fue a despedir el coche que les había traído hasta allí. Laurie dijo,<br />

con <strong>un</strong> extraño acento en su voz:<br />

- Dicen que ese libro fue escrito en el siglo XIII... y tus huellas dactilares están en<br />

él... Y ese «<strong>artilugio</strong> » de que me hablas... ¿podría llevarte de nuevo al siglo XIII,<br />

Tommy?<br />

- Pues... no me agradaría demasiado hacer ese viaje - respondió Coghlan<br />

secamente.<br />

-¡Yo no quiero que te vayas al siglo 'XIII! dijo Laurie con su rostro cada vez más<br />

pálido. Luego, añadió -: Creo que es ridículo... ¡porque es <strong>un</strong>a cosa tan imposible<br />

que puede considerarse irrealizable! ¡Pero no quiero que vuelvas allí! No quiero<br />

pensar en ti como... si hubieras muerto hace varios siglos y estuvieras enterrado<br />

en alg<strong>un</strong>a vieja cnpta..., como... si fueras <strong>un</strong> esqueleto...<br />

-¡Basta! - cortó Coghlan, secamente.<br />

- ¡No puedo remediarlo! - añadió la muchacha.<br />

- Quisiera que las cosas hubieran sucedido de otro modo... - repuso él, desolado.<br />

Laurie, todavía pálida, hizo <strong>un</strong> gracioso mohín.<br />

- ¿Verdad que sería encantador? - repuso, mimosa.<br />

En aquel momento, el padre de Laurie volvía del otro coche y todos subieron al de<br />

la policía, que arrancó inmediatamente, emprendiendo la marcha hacia el número<br />

80 de la calle Hosaln.<br />

50


Al llegar al seg<strong>un</strong>do piso de la casa el piso de la mancha misteriosa-, Ghalil se<br />

hallaba hurgando concienzudamente en el yeso de las otras paredes. No habla<br />

tocado para nada a la primera pared, que seguía como Coghlan la había dejado.<br />

Pero, en las otras, había asimismo alg<strong>un</strong>os sitios de los que Ghalil había<br />

desprendido también pequeñas partículas de enlucido, y en cada <strong>un</strong>o de los<br />

huecos, formados por el desprendimiento del yeso, se velan coloridos diferentes.<br />

La cosa parecía irse aclarando para Ghalil, a cuyo juicio la pared original debía de<br />

haber estado profusamente decorada con colores al encausto o, más<br />

probablemente todavía, con colores a la cera depositados sobre la pared y<br />

f<strong>un</strong>didos sobre el yeso. Ghalil había descubierto ya <strong>un</strong> gran trozo de lo que<br />

debería de haber sido <strong>un</strong> mural de gran valor artístico y parecían ser su tema<br />

principal las ninfas y los sátiros. Duval examinaba agitadamente cada nueva<br />

porción de la escena que se ponía al descubierto. Pero Ghalil interrumpió su<br />

trabajo cuando Coghlan y sus acompañantes llegaron al cuarto.<br />

- ¡Ah, señor Mannard! - dijo, cordialmente, al verlos entrar -. ¡Estamos realizando<br />

descubrimientos arqueológicos!<br />

Mannard le miró encolerizado.<br />

- ¡He estado tratando de encontrarle a usted para decirle que han intentado<br />

asesinarme esta mañana! En la comisaría me dijeron que también habían estado<br />

tratando de encontrarle a usted. Por lo visto, todos mis as<strong>un</strong>tos están en sus<br />

manos...<br />

Ghalil miró de reojo a Coghlan.<br />

- Sus as<strong>un</strong>tos han estado en mi mente hasta ahora..., ¿no le explicó el señor<br />

Coghlan las medidas que tomé con respecto a usted?<br />

- No - dijo Coghlan, secamente -, no se lo dije... Voy a ponerme a trabajar en ese<br />

as<strong>un</strong>to de la refrigeración. Dígaselo usted...<br />

Se dirigió hacia la pared en que había estado hurgando antes de ir a recoger el<br />

material científico y Laurie fue con él. Detrás de ellos, la voz de Ghalil comenzó a<br />

hablan Coghlan abrió el maletín y empezó a sacar aparatos para preparar el<br />

puente de inducción. De repente, Mannard dijo, indignado:<br />

- ¿Qué? ¿Que fue usted el que disparó contra la taza que tenía en la mano?<br />

Laurie retrocedió extrañada.<br />

- Vete a escuchar - ordenó Coghlan-; yo voy a trabajar aquí...<br />

Laurie obedeció, mientras Coghlan se enfrascaba en el trabajo con su equipo<br />

científico. Descubrió en seguida que no había rastro alg<strong>un</strong>o metálico detrás de la<br />

51


mancha húmeda de la pared. Ni sobre ella. Ni debajo o a los lados. Tampoco<br />

había hilo conductor alg<strong>un</strong>o que llegase hasta aquel lugar que había permanecido<br />

frío « desde siempre ». No había, pues, metal alg<strong>un</strong>o en toda la pared. Coghlan<br />

comenzó a sudar: no podía haber ningún aparato de refrigeración - por lo menos,<br />

de los conocidos hasta la fecha - sin parte alg<strong>un</strong>a metálica...<br />

Desmontó el puente de inducción, e introdujo <strong>un</strong> termómetro en el primero de los<br />

agujeros que había hecho. Se movió despacito hacia delante y hacia atrás,<br />

observando la columna de mercurio, y lo dejó en el agujero después de leer la<br />

última indicación. Conectó el termopar, con sus conductores infinitamente<br />

delgados de diferentes metales <strong>un</strong>idos entre sí. Conectó el microvoltímetro. Y<br />

pronto descubrió algo muy particular, que le llamó poderosamente la atención: los<br />

extremos de los alambres debían estar a <strong>un</strong>a prof<strong>un</strong>didad determinada en el<br />

interior del agujero. En cuanto se sacaba, separándolo de aquel p<strong>un</strong>to nada más<br />

que dos milímetros y medio, la aguja del microvoltímetro se ponía a oscilar<br />

terriblemente. Cambió <strong>un</strong>a conexión para obtener <strong>un</strong>a lectura mil veces mayor -<br />

milivoltios en vez de microvoltios - y calculó de nuevo la prof<strong>un</strong>didad a que debían<br />

estar los extremos de los alambres en el interior del agujero con más exactitud. Se<br />

puso pálido.<br />

Laurie lo observó, ya de nuevo a su lado, y preg<strong>un</strong>tó asustada:<br />

- ¿Qué te ocurre, Tommy?<br />

- ¡Ciento noventa milivoltios! - dijo estupefacto-. ¡Y está por debajo de la<br />

temperatura del hielo solidificado!<br />

Laurie dijo entonces, en <strong>un</strong> tono lleno de ansiedad:<br />

- ¿Y cómo podrá producirse <strong>un</strong>a temperatura tan baja sin aparato alg<strong>un</strong>o y<br />

mantenerse así durante siete siglos, Tommy?<br />

Pero Coghlan estaba tan ensimismado con el descubrimiento que ni siquiera se<br />

percató de la preg<strong>un</strong>ta de la muchacha. Retiró el termopar y preparó el imán de<br />

alnico. Quitó la armadura de sus polos.<br />

- Esto no tiene sentido - dijo, todavía absorto -, pero si hay <strong>un</strong> campo de fuerzas...<br />

Volvió de nuevo a la pared y al agujero que había hecho en ella, y colocó en sus<br />

inmediaciones el potente imán. Entonces, pareció como si el agujero se nublase,<br />

adquiriendo <strong>un</strong> brillo argentino que le daba <strong>un</strong> aspecto metálico al aproxlmarse a<br />

él el imán. Coghlan lo retiró de nuevo. <strong>El</strong> aspecto metálico del orificio se<br />

desvaneció. Volvió a aproximarlo y volvió la apariencia argentina...<br />

Estaba observando el extraño fenómeno en silencio, cuando Mannard se aproximé<br />

a él acompañado de Ghalil y Duval. Mannard llevaba consigo el grueso y antiguo<br />

52


volumen con los medallones de marfil, artísticamente grabados, en su cubierta... y<br />

las huellas dactilares de Coghlan, de setecientos años de antigüedad, en la<br />

primera página.<br />

- ¡Tommy! - dijo Mannard en tono desabrido -; ¡no puedo creer esto!... ¡Pon <strong>un</strong>a de<br />

tus huellas al lado de éstas, rnaldita sea!<br />

Ghalil materializó ipso facto el deseo que Mannard acababa de manifestar,<br />

encendiendo <strong>un</strong>a cerilla y comenzando a depositar <strong>un</strong>a capa de hollín en la<br />

herramienta que se había empleado para practicar el agujero en la pared. Coghlan<br />

seguía abstraído en su trabajo, como si estuviera solo en la habitación. Ni siquiera<br />

se enteró de lo que Mannard acababa de decirle referente a las huellas.<br />

- ¿Qué es lo que le ocurre? - preg<strong>un</strong>té el millonario.<br />

- Ciencia - respondió Laurie -. Está pensando...<br />

Coghlan seguía abstraído, concentrado en sus pensamientos.<br />

Ghalil dijo cortésmente:<br />

- Un dedo, por favor..<br />

Cogió la mano de Coghlan, apenas sin que éste se diese cuenta. Hizo <strong>un</strong>a pausa,<br />

y luego, deliberadamente, le quitó la venda del dedo pulgar que se había herido.<br />

Oprimió el dedo del instructor del Colegio Americano contra el hollín de la<br />

herramienta. Mannard, curioso e inquieto, preparó el libro. Ghalil apretó contra él<br />

el dedo ennegrecido. Coghlan, al parecer, seguía inconsciente todo aquel manejo.<br />

De pronto, como si despertara de <strong>un</strong> prof<strong>un</strong>do sueño, dijo:<br />

- ¡Eh, <strong>un</strong> momento! ¿Qué es esto?<br />

Ghalil llevó el libro hasta la ventana. Lo miró. Mannard miraba también, j<strong>un</strong>to a él,<br />

por encima del hombro. En silencio Ghalil colocó sobre las huellas su lupa de<br />

bolsillo. Mannard miraba exhaustivamente...<br />

- Es muy difícil de explicar - dijo, atónito -. La cicatriz, y todo...<br />

Coghlan repuso:<br />

-¡Miren todos aquí!<br />

Movió el imán de alnico de aquí para allá. La película argentina aparecía y<br />

desaparecía. Ghalil la contemplé perplejo y luego miró a la cara de Coghlan.<br />

53


- Esa apariencia argentina - explicó Coghlan, desconsolado - aparecerá bajo el<br />

yeso siempre que esté frío. Dudo de que este imán solo pueda platear todo el<br />

espacio de <strong>un</strong>a vez, a pesar de ser veinte veces más fuerte que <strong>un</strong> imán corriente<br />

de acero... Evidentemente, es necesario <strong>un</strong> campo magnético potentisimo para<br />

materializar este fenómeno.<br />

La película argentina se desvaneció de nuevo al retirar el imán.<br />

- Entonces - dijo Ghalll suavemente -, ¿qué es lo que ocurre? ¿Se trata de lo que<br />

podríamos llaman.. <strong>un</strong> « <strong>artilugio</strong> »?<br />

Coghlan tragó saliva.<br />

- No - dijo descorazonadamente<br />

Efectivamente hay <strong>un</strong> « <strong>artilugio</strong>», pero <strong>un</strong> «<strong>artilugio</strong> » procedente del siglo XIII. Es<br />

10 que podríamos llaman.., ¿cómo lo diría...?, <strong>un</strong> «<strong>artilugio</strong> con... <strong>duende</strong>».<br />

VI<br />

<strong>El</strong> cuarto se iba oscureciendo a medida que avanzaba la tarde, y Coghlan se vio<br />

precisado a alumbrar el sitio que le interesaba con las lámparas de mano de la<br />

policía. Al retirar la última capa de yeso, apareció hielo; el cual, al quedar expuesto<br />

a la vista, se f<strong>un</strong>dió inopinadamente. <strong>El</strong> fondo de la pared estaba simplemente<br />

húmedo, y los colores que lo habían decorado en tiempos primitivos hablan<br />

desaparecido casi por completo con el paso de los siglos. En los bordes de la<br />

mancha cuadrada, la humedad se desvanecía, y Coghlan hurgó con su<br />

herramienta en aquella región de la pared, debajo del borde de la mancha. Yeso,<br />

sólo yeso. Pero cuando éste disminuía de espesor bajo la acción de la<br />

herramienta de Coghlan, aparecían dibujos coloreados por doquier, confirmando la<br />

primera impresión de que aquella pared había estado artísticamente decorada en<br />

vivos colores desde sus primeros tiempos, hacía ya muchas centurias.<br />

Duval pasaba de <strong>un</strong> rapto de entusiasmo, al descubrirse toda aquella obra de arte,<br />

que debía de extenderse por toda la habitación, al histerismo más agudo, al<br />

contemplar la absoluta falta de lógica de los sucesivos descubrimientos.<br />

Mannard se había sentado en <strong>un</strong>a silla plegable y lo observaba todo<br />

detenidamente. Los haces luminosos de las lámparas de bolsillo de la policía al<br />

proyectarse sobre diversos p<strong>un</strong>tos de la pared, ofrecían <strong>un</strong> espectáculo fantástico.<br />

Una de ellas, sostenida por Laurie, ayudaba a trabajar a Coghlan, que lo hacía con<br />

sumo cuidado.<br />

54


Después de <strong>un</strong> prolongado silencio, habló Mannard, dirigiéndose a Coghlan, para<br />

decirle, todavía escéptico:<br />

- Estabas diciendo que esa pared tiene <strong>un</strong>a especie de «<strong>duende</strong>» que mantiene<br />

vivo ese «<strong>artilugio</strong>» desde hace siete siglos...<br />

-Cuando no habla «<strong>artilugio</strong>s»<br />

- ap<strong>un</strong>tó Ghalil desde <strong>un</strong> oscuro rincón.<br />

- No había ciencia - corrigió Coghlan, muy afanado en su trabajo de la pared<br />

Los resultados que obtenían nuestros antepasados - alg<strong>un</strong>as veces,<br />

sorprendentes -eran mera casualidad y los conseguían sólo por azar. Luego,<br />

repetían las experiencias que habían precedido a aquel resultado in esperado, y<br />

n<strong>un</strong>ca sabían, ni se preocupaban de saber, cuál de ellas era la que había dado<br />

lugar a aquel resultado que ellos buscaban. <strong>El</strong> temple de las espadas, por<br />

ejemplo.<br />

Duval intervino:<br />

- <strong>El</strong> Imperio bizantino importaba sus más finas espadas...<br />

- Sí - concedió Coghlan -; en efecto. Su religión no les permitía emplear el mejor<br />

procedimiento conocido entonces para conseguir el temple del acero.<br />

- ¿La religión? - protestó Mannard<br />

¿Qué es lo que tenían que hacer para templar las espadas?<br />

- Magia - respondió Cogliran -. <strong>El</strong> mejor temple se conseguía calentando <strong>un</strong>a<br />

espada al blanco candente e introduciéndola en el cuerpo de <strong>un</strong> esclavo o de <strong>un</strong><br />

prisionero de guerra. Probablemente, se descubrió cuando alguien quiso poner en<br />

práctica <strong>un</strong>a venganza particularmente caprichosa y sádica. Pero la cosa tuvo<br />

éxito...<br />

- ¡Tonterías! - murmuró Mannard.<br />

- Alg<strong>un</strong>os cuchilleros emplean actualmente <strong>un</strong> método semejante - repuso<br />

Coghlan, absorto en la tarea de extraer <strong>un</strong> último trozo de yeso -. Es <strong>un</strong>a<br />

combinación de sal y nitrógeno, muy conveniente para el temple. La sangre<br />

humana es salina; y el acero se templa mejor en agua salada que en agua dulce.<br />

Los antiguos descubrieron que la sangre humana proporcionaba <strong>un</strong> temple<br />

excepcional. No creyeron que se tratase de algo científico y probaron con agua<br />

salada. Pero el acero adquiere <strong>un</strong>a superficie mucho más dura si el temple se<br />

produce en presencia de <strong>un</strong> producto nitrogenado... como la carne humana. Los<br />

55


cuchilleros que emplean actualmente ese procedimiento, sumergen la hoja de<br />

acero calentada al blanco candente en agua salada, conteniendo raspaduras de<br />

cuero en maceración. Técnicamente, puede decirse que este método es<br />

exactamente el mismo que el de introducir la espada al blanco candente en el<br />

cuerpo de <strong>un</strong> esclavo... y siempre resulta más económico. Pero a los antiguos no<br />

se les ocurrió eso de utilizar las raspaduras de cuero en maceración en agua<br />

salada: les daba sorprendentes resultados el método ya anticuado del temple<br />

mágico, por cuyo nombre ellos lo conocían.<br />

Se retiró <strong>un</strong> poco hacia atrás y sacudió alg<strong>un</strong>as briznas de yeso que habían<br />

quedado adheridas a sus dedos.<br />

- Esto es todo lo que podemos hacer sin utilizar otros aparatos. Ahora...<br />

Cogió en sus manos el imán de alnico y lo movió sobre el espacio descubierto,<br />

haciéndole recorrer toda su superficie. Entonces, apareció, en la parte más<br />

próxima al imán de la mancha húmeda, <strong>un</strong>a superficie argentina de forma oblonga,<br />

la cual seguía al imán en sus movimientos a través de la mancha de la pared,<br />

convertida en <strong>un</strong>a extensa oquedad por virtud de las operaciones realizadas por la<br />

herramienta de Coghlan. Pero al llegar al borde la misma, aquella mancha<br />

argentina desaparecía inopinadamente como si jamás hubiese existido... o se<br />

hacía invisible para los ojos humanos.<br />

- Puede conjeturarse - dijo Coghlan pensativamente - que ése es el «<strong>duende</strong>», si<br />

desean ustedes llamarle así, que los antiguos pensaron que era <strong>un</strong> espejo<br />

mágico... que permitía ver el futuro. ¿No es eso, Duval?<br />

Duval respondió, pesando mucho las palabras:<br />

- Es cierto que todos los alquimistas de la Edad Media, según dejaron escrito ellos<br />

mismos, trabajaron denodadamente para obtener esos espejos mágicos de que<br />

usted habla.<br />

- Quizá fuese éste el que iníciase la leyenda... - repuso Coghlan.<br />

- La pila de la lámpara se está agotando...<br />

- indicó Ghalil desde su oscuro rincón.<br />

- Necesitamos más luz y mejores aparatos - manifestó Coghlan -. No creo que<br />

podamos hacer nada más hasta mañana.<br />

Su ademán era categórico, pero interiormente se sentía extrañamente confuso. Le<br />

picaba el dedo pulgar, quizá porque la pequeña herida se había irritado con el<br />

polvo de yeso que había quedado adherido a sus dedos después de sus<br />

manipulaciones en la misteriosa pared, y también por la suciedad que pudiera<br />

56


haber penetrado en su interior cuando Ghalil tomó su huella digital para<br />

mostrársela a Mannard. En el último análisis, se había cortado el dedo<br />

investigando aquella pared para tratar de descubrir el «<strong>duende</strong> de <strong>un</strong> <strong>artilugio</strong>»,<br />

porque ahora tenía que escribir <strong>un</strong> memorándum para entregarlo ayer, el cual<br />

memorándum sería la causa del descubrimiento del <strong>duende</strong> de <strong>un</strong>...<br />

Sintió <strong>un</strong> movimiento a su alrededor, mientras los demás se preparaban para<br />

marcharse, y oyó la voz irritada de Mannard que decía:<br />

- ¡No puedo creerlo! ¡Es absurdo!<br />

- Efectivamente - repuso Ghalil -, y por eso debemos ser muy precavidos y actuar<br />

con mucha cautela. Mis antepasados mahometanos tenían <strong>un</strong> adagio que decía<br />

que «cada hombre lleva escrito su sino en su frente». Espero, señor Mannard, que<br />

su sino no esté escrito en esa página de pergamino que le enseñé hace <strong>un</strong><br />

momento...<br />

- Pero ¿qué significa todo este lío? - preg<strong>un</strong>tó el interpelado -. ¿Qué hay detrás de<br />

todo eso? ¿Quién se esconde detrás de ello?<br />

Ghalil suspiró y se encogió de hombros. Bajaron las escaleras. La estrecha,<br />

tortuosa y oscura callejuela parecía lúgubre y siniestra. Ghalil abrió la puerta del<br />

coche de la policía que les esperaba, y Dijo a Mannard en <strong>un</strong>a especie de<br />

humorística sinrazón:<br />

- Desgraciadamente, el señor Coghlan no fue - o no lo ha sido todavía - muy<br />

especifico en el memorándum con que comienza esta serie de acontecimientos.<br />

Dice solamente - y repitió la última línea de la escritura de Coghlan en la hoja de<br />

pergamino del libro -: «¡Cuidado con Mannard! Va a ser asesinado ».<br />

- ¡Pues yo creo que es suficientemente específico...! - repuso Mannard en tono<br />

sarcástico.<br />

Él, Laurie y Coghlan se sentaron en la parte posterior del coche, mientras que el<br />

teniente Ghalil se sentó en el asiento delantero, al lado del conductor. <strong>El</strong> motor<br />

rugió al ponerse en marcha.<br />

- Su mensaje, cuando usted lo escribió, señor Coghlan - dijo Ghalil, hablando por<br />

encima del hombro, al ponerse el coche en movimiento por la tortuosa callejuela -,<br />

es vol<strong>un</strong>tariamente enigmático. Es como si, usted supiera que <strong>un</strong> mensaje claro<br />

iba a evitar lo que usted deseaba que ocurriese. Parece, efectivamente, que<br />

escribió dicho mensaje para que ocurriese exactamente lo que ya ha ocurrido y<br />

continuará ocurriendo hasta el momento de escribirlo...<br />

57


A continuación le dirigió al conductor <strong>un</strong>a explosiva palabra turca; el conductor se<br />

precipitó a los frenos y el coche se detuvo bruscamente, produciendo <strong>un</strong><br />

prolongado chirrido.<br />

- Un momento - dijo Ghalil, cortésmente.<br />

Salió del coche. Miró algo que alumbraban los focos del coche. Lo tocó<br />

precavidamente. Fue a la parte posterior del coche y desde allí dio <strong>un</strong> estridente<br />

silbido. De la casa que acababan de abandonar, llegaron alg<strong>un</strong>os hombres<br />

corriendo. Ghalil les habló hoscamente en turco. Entonces, se inclinaron sobre el<br />

objeto que Ghalil les señalaba y lo iluminaron con sus lámparas de mano, pero<br />

esto parecía insuficiente también y comenzaron a encender cerillas. Ghalil y <strong>un</strong><br />

policía recogieron aquel objeto que yacía sobre los desiguales adoquines de la<br />

callejuela, llevándolo con exquisito cuitado hasta el extremo lateral de la calzada,<br />

apoyándolo en la pared. Entonces, Ghalil se arrodilló y volvió a examinar el objeto,<br />

iluminado por las luces de las lámparas de mano y de <strong>un</strong>as cuantas cerillas.<br />

Luego, se sacudió las manos y volvió al coche. Habló en turco con el conductor y<br />

el coche se movió de nuevo, más lentamente. Al llegar a la curva, parecía<br />

arrastrarse.<br />

- ¿Qué era eso? - preg<strong>un</strong>tó Mannard.<br />

<strong>El</strong> teniente Ghalil vacilaba al contestar.<br />

- Temo que fuese otro atentado contra su vida - dijo apologéticamente -. Me<br />

pareció <strong>un</strong>a bomba, y efectivamente lo era. Mis hombres no vieron colocarla a<br />

causa de las muchas curvas de la calle.<br />

Durante <strong>un</strong> rato, sólo se oyeron suspiros en el coche.<br />

Éste llegó a <strong>un</strong>a calle algo más ancha y entonces comenzó a marchar más de<br />

prisa. Ghalil continuó:<br />

- Estaba diciendo señor Manaard, que cuando el señor Coghlan escribió el<br />

memorándum que le enseñamos a usted ayer, deseó que las cosas sucediesen<br />

exactamente como ocurrirían. Por esta razón, él no pudo ser explícito en su<br />

mensaje, y por eso no menciona disparos de rifle, estallidos de bombas, tiempos o<br />

lugares. Sabiendo esto confío en que usted sobrevivirá hasta que el as<strong>un</strong>to haya<br />

terminado. Por lo menos, yo estoy haciendo todos los esfuerzos posibles para<br />

conseguirlo.<br />

Coghlan recuperó su voz, y dijo, airadamente:<br />

- ¡Pero usted no puede arriesgar nuestras vidas en <strong>un</strong> razonamiento tan<br />

descabellado como ése!<br />

58


- Ya les he dicho que estoy tomando todas las precauciones razonables -<br />

respondió Ghalil, cansadamente -. Entre ellas, <strong>un</strong>a le concierne a usted muy<br />

directamente: voy a rogarle que permanezca esta noche en el hotel Petra, con mis<br />

hombres custodiándole a usted, así como al señor y a la señorita Mannard...<br />

- ¡Si hay algún riesgo para ella, desde luego me quedo! - gruñó Coghlan.<br />

<strong>El</strong> coche entró en <strong>un</strong>a calle más ancha todavía, con más tránsito rodado y más<br />

transeúntes. Además, en esta zona de la ciudad todas las luces eran eléctricas.<br />

Habla cines y teatros, muchos coches y gente vestida a la europea, en lugar de<br />

aquellos disfraces, mezcla de Oriente y Occidente, que suelen verse en los barrios<br />

más pobres. <strong>El</strong> hotel Petra aparecía profusa e impresionantemente iluminado.<br />

<strong>El</strong> coche-policía se detuvo ante él. Ghalil salió y miró casualmente a su alrededor.<br />

Un vagab<strong>un</strong>do, allí cerca, le hizo señas disimuladamente. Ghalii asintió con <strong>un</strong><br />

gesto. <strong>El</strong> vagab<strong>un</strong>do se retiró. Ghalil, entonces, abrió la puerta del coche e hizo<br />

salir a los demás.<br />

- No tengo más remedio que comportarme de esta manera con ustedes, si he de<br />

custodiarles hasta que el as<strong>un</strong>to esté convenientemente aclarado - dijo,<br />

cortésmente.<br />

Entraron en el vestíbulo, se dirigieron hacía el ascensor y penetraron en él, sólo<br />

ligeramente tranquilizados por el bullicio y por el brillo de las luces. De repente,<br />

Coghlan exclamó:<br />

- ¿En dónde está Duval? ¡Él está también complicado en el as<strong>un</strong>to!<br />

- Está en la casa de la calle Hosain - dijo Ghalil con acento despreocupado ¡Pobre<br />

hombre! Está apegado a la lógica y al amor por el pasado que le empujan hasta el<br />

crimen pasional... Pero he dejado a mis hombres vigilándole.<br />

<strong>El</strong> ascensor subía, entre tanto, hacia el departamento de Mannard. Al llegar al piso<br />

correspondiente, vieron a <strong>un</strong> hombre que limpiaba el vestíbulo que se abría ante<br />

dicho departamento. Parecía ser <strong>un</strong> empleado del hotel, pero hizo <strong>un</strong>a señal de<br />

complicidad al teniente Ghalil.<br />

- Es <strong>un</strong>o de mis hombres... - explicó éste -. Lo tengo todo vigilado. Hay otros<br />

repartidos por el resto del hotel.<br />

Entraron en el departamento. Mannard parecía muy decaído.<br />

- Voy a pedir que traigan algo de comer - le dijo a Ghalil -. Son casi las diez y<br />

todos nos olvidamos de cenar. ¡Pero es que vamos a enloquecer todos! Quisiera<br />

saber si es verdad que alguien ha dejado <strong>un</strong>a bomba en la calle... y si los «<br />

<strong>artilugio</strong>s» pueden tener «<strong>duende</strong>s»...<br />

59


Se hallaba en <strong>un</strong> estado mental que no le permitía coordinar sus pensamientos.<br />

Los cuales, por otra parte, eran demasiado inexplicables, demasiado<br />

incomprensibles, a<strong>un</strong> para <strong>un</strong>a persona en sus cabales. Desde la imposibilidad de<br />

aquel cuento de que Coghlan había escrito su mensaje en aquel endemoniado<br />

libro - que Mannard acababa de ver hacía apenas <strong>un</strong>os minutos hasta aquel<br />

absurdo disparo que pulverizó su taza de café para evitar que bebiera <strong>un</strong>a poción<br />

increíblemente envenenada y aquel fenómeno - también increíble - de la<br />

refrigeración de <strong>un</strong>a parte de la pared, con su aspecto argentino, totalmente<br />

inexplicable...<br />

Mannard era ingeniero. Era astuto y testarudo. Estaba preparado para enfrentarse<br />

con cualesquiera fenómenos por complicados que fuesen. Pero no era capaz de<br />

concebir tantos hechos simultáneos, al parecer perfectamente hilvanados entre sí,<br />

y, sin embargo, tan disparatadamente contradictorios que se oponían <strong>un</strong>os a otros<br />

en esencia y en teoría hasta parecer poco menos que inexistentes. Mannard<br />

estaba a la vez irritado, perplejo y hasta <strong>un</strong> poco espantado de todo aquel mare<br />

mágnum.<br />

- ¡Cuando pienso en todo esto que está ocurriendo, apenas si puedo creer en lo<br />

que me dicen ni siquiera en lo que yo mismo veo! - dijo, con <strong>un</strong> acento de<br />

desesperación -. ¡Ocurren hechos en los que no tengo más remedio que creer,<br />

porque su existencia es innegable, pero luego se esfuman y de ellos no queda ni<br />

la huella más sutil...!<br />

Salió de la habitación. Desde dentro se le oyó telefonear pidiendo cena para<br />

cuatro y rogando que la enviasen inmediatamente a su departamento. Luego, se le<br />

oyó decir:<br />

-Sí; eso es todo. ¿Qué? Sí; está en..., ¿quién la llama? ¿Quién? ¡Ah! Dígale que<br />

suba...<br />

Regresó al departamento.<br />

- ¿Para qué demonio necesitará verte, Apolonio, Laurie? Estaba abajo,<br />

preg<strong>un</strong>tando sí podía verte, cuando yo telefoneé. Va a subir. - Luego, volvió a su<br />

tema primitivo, todavía malhumorado -: ¡Hay algo que no comprendo tampoco en<br />

este as<strong>un</strong>to! Parece que hay alguien que trata de asesinarme. ¡No comprendo por<br />

qué, pero si realmente desean hacerlo, yo creo que debe de ser <strong>un</strong>a tarea<br />

sumamente fácil! ¡No me explico para qué necesitan darle tantas vueltas a <strong>un</strong><br />

as<strong>un</strong>to tan sencillo! ¡A nadie se le ocurre, para asesinar a alguien, echar mano de<br />

todas esas zarandajas de <strong>un</strong> libro que tiene siete siglos de antigüedad, de las<br />

huellas dactilares de Tomrny, de <strong>un</strong> «<strong>artilugio</strong>» con <strong>un</strong> «<strong>duende</strong>» y todo 10<br />

demás...! No me lo explico, a no ser que...<br />

Sonó el zumbador de la puerta del departamento. Coghlan fue a ver quién era.<br />

Apolonio el Grande se quedó perplejo al ver ante él al instructor del colegio<br />

Americano, pero dijo con gran dignidad:<br />

60


- Tenía <strong>un</strong>a nota para la señorita Mannard. Me rogó que la protegiese en este<br />

desagradable as<strong>un</strong>to...<br />

La voz de Mannard resonó detrás de Coghlan:<br />

- ¡Estamos dándole vueltas a este as<strong>un</strong>to y cada vez lo complicamos más!<br />

¡Maldita sea!, ¡no sé adónde vamos a parar!<br />

Apolonio apenas pudo exclamar:<br />

-¡Es que..., señor Mannard!<br />

Se oyó <strong>un</strong> ruido extraño que parecía tener su origen en los dientes de Apolonio el<br />

Grande. Éste se apoyó contra la puerta y dijo:<br />

- ¡Perdón! ¡Déjenme recobrar! No quisiera desmayarme... ¡Es... increíble!<br />

Coghlan esperaba, impaciente. La cara del pequeño y voluminoso griego estaba<br />

pálida. Respiraba trabajosamente y trataba de tomar aliento. Al fin, pudo hablar de<br />

nuevo:<br />

- Creo... creo que puedo ya actuar con naturalidad...<br />

Se enderezó y Coghlan cerró la puerta, mientras Apolonio penetraba en el salón<br />

del departamento, andando con su contoneo usual..., pero sin que su habitual<br />

sonrisa asomase a sus labios. Se inclinó ceremoniosamente ante Mannard y ante<br />

Laurie, con la frente salpicada de gotitas de sudor. Y Mannard habló así:<br />

- Apolonio, le presento al teniente Ghalil, de la policía turca. Cree que estoy en<br />

peligro...<br />

Apolonio el Grande apenas podía respirar, pero, entrecortadamente, dijo a<br />

Mannard:<br />

- Vine... porque... porque creí que... estaba usted... muerto...<br />

Siguió <strong>un</strong> silencio pesado y torturante, en el que todos parecían pensar en lo que<br />

acaban de escuchar de los titubeantes labios del rollizo griego. Luego, el teniente<br />

Ghalil aclaró su garganta para preg<strong>un</strong>tar algo trivial y rutinario, mientras Apolonio<br />

introducía su mano gordezuela en el bolsillo de la chaqueta...<br />

Extrajo solamente <strong>un</strong> sobre. Un sobre del hotel Petra. Y de él, con mano<br />

temblorosa extrajo Apolonio <strong>un</strong>a hoja de papel y se la entregó al señor Mannard.<br />

Éste la leyó, enrojeciendo de ira, y, sin pron<strong>un</strong>ciar palabra, se la entregó a Ghalil.<br />

Ghalil la leyó a su vez y dijo, lentamente;<br />

61


- ¡Pero si esta carta está fechada mañana!<br />

Se la entregó cortésmente a Laurie, diciéndole:<br />

- Yo no creo que haya escrito usted esto, señorita Mannard.<br />

Y se volvió hacia aquella figura temblorosa, inquieta, nerviosa del pequeño mago<br />

que se llamaba a si mismo Apolonio el Grande.<br />

Coghlan se puso al lado de Laurie mientras ésta leía el mensaje. Su hombro<br />

tocaba el de la muchacha. La nota decía:<br />

«Mi querido señor Apolonio: Usted es la única persona que conozco en Istambul a<br />

quien pueda rogarle que me ayude en las trágicas circ<strong>un</strong>stancias de la muerte de<br />

mi padre. ¿Quiere usted ayudarme, por favor?<br />

Laurie Mannard.»<br />

He oído hablar de cheques post~datados - dijo Ghalil -; creo que es <strong>un</strong>a<br />

costumbre americana. Pero de cartas preescritas...<br />

Apolonio pareció estremecerse; temblaba como <strong>un</strong> azogado.<br />

-Yo... no me di cuenta de eso... -dijo, con <strong>un</strong> acento de inseguridad en sus<br />

palabras -. Pero... debe de ser... algo así como el.. mensaje de que nos habló el<br />

señor Coghlan... con sus huellas dactilares.<br />

- No exactamente - exclamó Ghalil, sacudiendo la cabeza -. ¡No, no exactamente!<br />

Mannard dijo, entonces, fuera de sí:<br />

- ¿13e dónde sacó eso, Apolonio? ¡Es <strong>un</strong>a patraña, por supuesto, porque yo no<br />

estoy muerto todavía!<br />

- He estado... fuera de mi hotel... Cuando volví... me esperaba esa carta. E<br />

inmediatamente... he venido a traerla.<br />

-Está fechada mañana -volvió a señalar Ghalil -. Lo cual puede ser también <strong>un</strong><br />

error de fechas o... <strong>un</strong>a confusión. Pero no lo creo. Ciertamente, señor Mannard,<br />

esto parece indicar que usted va a morir esta misma noche, o.. mañana por la<br />

mañana. Pero, por otra parte, el señor Coghlan no escribió con certidumbre la<br />

fecha de su muerte en ese famoso libro... De manera que aún nos queda la<br />

esperanza...<br />

- Yo no tengo intención alg<strong>un</strong>a de morirme esta noche - repuso Mannard con<br />

acritud -; ¡pues no faltaba más!<br />

62


- Ni yo tampoco tengo intención de prever semejante suceso - agregó el teniente<br />

Ghalil -. Pero no hay más remedio que tomar las precauciones oport<strong>un</strong>as en este<br />

caso...<br />

ApolonIo se dejó caer sentado bruscamente, como si sus piernas ya no pudiesen<br />

sostenerle más. Su repentino movimiento atrajo todas las miradas.<br />

-¿Le ha ocurrido algo? -preg<strong>un</strong>tó Ghalii.<br />

Apolonio se estremeció.<br />

-- Creo... creo que debo hablarles... hizo <strong>un</strong>a pausa para humedecerse los labios -<br />

de mi entrevista de hoy con... el señor Coghlan... en su domicilio. Yo... yo... le<br />

acusé de mixtificación. Si... admitió que había <strong>un</strong>a conspiración. Y... me ofreció<br />

admitirme para tomar parte... en ella. ¡Por eso quiero acusar ahora al señor<br />

Coghlan... de intentar asesinar al señor Mannard!<br />

Las luces se apagaron y el departamento se sumió en tinieblas.<br />

De repente, se escuchó el ruido inequívoco del choque de <strong>un</strong> cuerno contra otro.<br />

Luego, jadeos entrecortados en la oscuridad. Muchos hombres luchaban entre sí.<br />

Se oyó caer <strong>un</strong> cuerpo al suelo. Y Laurie gritó.<br />

Entonces, se escuchó la voz de Ghalil, como si la falta de aliento le impidiese<br />

hablar:<br />

- ¡Está usted estrangulándome, señor Coghlan! ¡Lo tengo... cogido! Si podemos<br />

retenerlo... hasta que vuelva la luz... ¡Es muy fuerte...!<br />

La lucha siguió, en el suelo, en la oscuridad del cuarto...<br />

VII<br />

Se oyó el frenético chirrido que producía <strong>un</strong>a llave maestra al pretender abrir la<br />

cerradura de la puerta del departamento. Al fin, se abrió la puerta, y los haces<br />

luminosos de varias lámparas de mano se entrecruzaron en el hueco de la<br />

entrada. Varios hombres se precipitaron en el interior de la estancia, mientras sus<br />

luces se concentraban sobre los cuernos caídos en el suelo. Mannard, en pie,<br />

protegía a Laurie, dispuesto a luchar contra todo y contra todos.<br />

Los hombres portadores de lámparas de mano pasaron ante ellos sin detenerse y<br />

se precipitaron sobre los cuerpos que luchaban todavía en el suelo.<br />

63


Cuando las luces se encendieron de nuevo, tan inopinada e inexplicablemente<br />

como se habían apagado, se vio que los hombres tenían agarrado a Apolonio el<br />

Grande, que luchaba por desasirse.<br />

Coghlan tenía la chaqueta rota y <strong>un</strong> prof<strong>un</strong>do arañazo en la cara.<br />

<strong>El</strong> teniente Ghalil estaba inclinado y comenzaba a registrar el suelo. Poco<br />

después, encontró lo que buscaba: tenía en la mano <strong>un</strong> encorvado cuchillo curdo.<br />

Habló en turco con el policía <strong>un</strong>iformado, contra el cual seguía luchando el<br />

pequeño y gordo Apolonio en febril silencio. Cuando salieron con él, todavía<br />

seguía saltando y retorciéndose como <strong>un</strong> globo de carne...<br />

Ghalil le mostró el cuchillo a Coghlan.<br />

-¿Suyo?<br />

Coghlan respondió, mientras salía de la estancia:<br />

- Si..., lo uso como abrecartas y suelo tenerlo sobre la mesa de despacho. ¿Cómo<br />

habrá llegado hasta aquí?<br />

-Sospecho -repuso Ghalil - que lo cogió Apolonio cuando le visitó antes...<br />

Se sacudió el <strong>un</strong>iforme. Todavía jadeaba fatigosamente.<br />

Mannard dijo, indignado:<br />

- ¡No me lo explico! ¿Es que intentaba asesinarme Apolonio? ¿Y por qué, en el<br />

nombre del cielo? ¿Qué beneficios le produciría mi muerte?<br />

Ghalil, que continuaba, preocupado, sacudiéndose su <strong>un</strong>iforme, dijo con <strong>un</strong><br />

suspiro:<br />

- Cuando monsieur Duval me trajo aquel libro fantástico, comencé a efectuar las<br />

investigaciones policíacas normales en estos casos sobre todos aquellos que<br />

pudieran estar complicados en el as<strong>un</strong>to: usted..., señor Mannard, y el señor<br />

Coghlan. Sin olvidar tampoco a monsieur Duval... ni a Apolonio el Grande. La<br />

última información acerca de este último todavía la recibí hoy. Parece ser que en<br />

Roma en Madrid y en París ha sido amigo íntimo de tres hombres muy ricos, <strong>un</strong>o<br />

de los cuales falleció en accidente de automóvil; otro, al parecer, de <strong>un</strong> ataque<br />

cardíaco, y el tercero, se dice que se suicidó... No es <strong>un</strong>a coincidencia, me<br />

imagino, que cada <strong>un</strong>o de ellos haya dado a Apolonio <strong>un</strong> cheque para sus<br />

supuestos compatriotas sólo <strong>un</strong>os días antes de su muerte. Creo que ésa es la<br />

respuesta señor Mannard...<br />

- ¡Pero si yo no le he dado ningún dinero!<br />

64


- protestó Mannard, sorprendido -. ti ha dicho que obtuvo <strong>un</strong>a cierta cantidad de<br />

dinero, es cierto, pero... - repentinamente, enmudeció -. ¡Maldición!... ¡Habrá<br />

depositado <strong>un</strong> cheque falso en la Cámara de Compensación mientras yo estoy<br />

vivo... y tendré que morir antes de que sea descubierta la superchería! Estando<br />

muerto, no podría ser rechazado... ni yo interrogado...<br />

- Así es, en efecto - repuso Ghalil -. Desgraciadamente, los bancos no tienen<br />

tiempo de revisar todos sus archivos, resultaría abrumador... Espero tener mañana<br />

esa información.<br />

Laurie apoyó su mano en el brazo de Coghlan. Mannard dijo bruscamente:<br />

- ¡Actuaste rápidamente, Tommy! Tú, y el teniente también. ¿Cómo pudiste<br />

hacerte con él en la oscuridad al apagarse las luces?<br />

- Yo no lo sé... - admitió Coghlan Pero lo vi mirando fijamente su rico y ostentoso<br />

reloj de pulsera, con el enorme seg<strong>un</strong>dero girando alrededor. Cuando me visitó<br />

hoy en mi departamento, me enseñó <strong>un</strong> truco que dependía del conocimiento de la<br />

décima de seg<strong>un</strong>do exacta en que algo iba a ocurrir. Entonces, se me ocurrió<br />

pensar que si, la noche pasada, él pudiera haber tenido conocimiento del<br />

momento preciso en que las luces se apagaron a apagar, podría haberlo<br />

preparado todo para empujarle a usted, echándole la zancadilla, para tirarlo por<br />

las escaleras... Por eso, cuando vi que esta noche miraba también su reloj y que<br />

se apagaban las luces... me arrojé sobre él sin pensarlo ni <strong>un</strong> instante.<br />

- Estaba desesperado intervino Ghalii-. Ha intentado asesinarle a usted cuatro<br />

veces señor Mannard.<br />

-Usted dijo algo semejante a eso...<br />

- Ha estado usted vigilado desde el mismo momento en que monsieur Duval me<br />

enseñó el libro con el extraño mensaje. Usted había alquilado <strong>un</strong> automóvil, y mis<br />

hombres descubrieron que el silencioso del motor tenía <strong>un</strong> defecto, provocado por<br />

<strong>un</strong>a mano criminal, que le permitía ir llenando del mortífero monóxido de carbono<br />

la parte posterior del coche. <strong>El</strong> defecto fue corregido. Le enviaron <strong>un</strong>a bomba por<br />

correo, que debía llegar a usted anteayer.. antes de que yo hablara por primera<br />

vez con el señor Coghlan. Fue - sonrió apologéticamente - interceptada. Hoy trató<br />

de envenenarle a usted en el mar de Mármara. Falló pon.. aquel disparo mío<br />

afort<strong>un</strong>ado. Pero él estaba asustado por el as<strong>un</strong>to del libro. Creía que existía otra<br />

conspiración en competencia con la suya. <strong>El</strong> misterio que rodeaba todo aquello y<br />

los inexplicables fallos que se producían en sus intentos de asesinato k llevaron al<br />

paroxismo de la locura. Cuando supo que también había fallado la bomba que<br />

habla sido colocada por orden suya en el lugar por donde había de pasar el cochepolicía...<br />

- Suponga - intervino Mannard - que usted le explica lo del libro misterioso que<br />

usted y Duval están tratando de poner en claro...<br />

65


- No puedo explicárselo - repuso Ghalil, suavemente - porque ni yo mismo lo<br />

entiendo. Pero creo que el señor Coghlan procede admirablemente...<br />

Sonó el zumbador de la puerta del departamento. Ghalil hizo entrar a <strong>un</strong> camarero<br />

que llevaba <strong>un</strong>a enorme bandeja. <strong>El</strong> camarero dijo algo en turco y colocó la<br />

bandeja sobre <strong>un</strong>a mesa. Luego, salió.<br />

- Ha sido detenido <strong>un</strong> hombre en la planta baja - informó Ghalil - que llevaba <strong>un</strong><br />

reloj de pulsera provisto de <strong>un</strong> gran seg<strong>un</strong>dero. Fue él el que apagó y volvió a<br />

encender las luces. Está muy asustado. Hablaré con él.<br />

Laurie miró a Coghlan. Luego, temblando <strong>un</strong> poco, comenzó a destapar las<br />

fuentes que venían sobre la bandeja.<br />

Mannard gruñó:<br />

- ¿Pero qué demonio es todo eso de las huellas digitales de Tommy en ese<br />

maldito libro y ese misterio de la pared? ¿Forma todo ello parte del mismo as<strong>un</strong>to?<br />

- No - respondió el turco -. Usted ha cometido el mismo error que yo, señor<br />

Mannard. Usted supuso - como yo - que vanas cosas asociadas con otra están<br />

necesariamente relacionadas entre si. Pero eso no es cierto. Porque a veces sólo<br />

están aparentemente asociadas... por casualidad.<br />

Laurie intervino en la conversación, dirigiéndose a Coghlan:<br />

- Tommy - dijo -, yo creo que... debemos tomar algo...<br />

- ¿Quiere usted decir - intervino Mannard, haciendo caso omiso de su hija -que<br />

ese libro y todo lo demás no es <strong>un</strong>a patraña? ¿Quiere usted hacerme creer que<br />

hay, efectivamente, <strong>un</strong> « <strong>artilugio</strong>» con... <strong>un</strong> « <strong>duende</strong> »? ¿Cree usted en<br />

fantasmas, señor Ghalil? ¿Pretende usted insinuar que Coghlan puso sus huellas<br />

digitales debajo de <strong>un</strong> memorándum en el que se afirma que voy a ser asesinado?<br />

¿Y que el mismo Tommy fue el que escribió eso?<br />

- No - admitió Ghalil -. Sin embargo, ese mensaje increíble es la razón que me<br />

impulso a protegerle a usted desde hace tres días. Y es, por consiguiente, la razón<br />

de que esté usted vivo... - Miró ávidamente las fuentes descubiertas y exclamó -:<br />

Estoy muerto de hambre... ¿Puedo...?<br />

Mannard, impacientemente, agregó:<br />

- ¡Es demasiado extraño! ¡Casi como <strong>un</strong> milagro! ¿Confusión de fechas, con siglos<br />

de diferencia, para salvarme la vida? ¡Disparate! Las leyes de la Naturaleza no<br />

pueden ser violadas...<br />

66


Coghlan repuso, pensativamente:<br />

- Estoy pensando que ese campo de fuerzas no es <strong>un</strong>a superficie plana sino que<br />

tiene forma de tubo... Un tubo por el que puede expelerse <strong>un</strong>a burbuja... ¿No se le<br />

ocurre a usted pensar en lo que hace <strong>un</strong> campo magnético con la luz<br />

polarizada...?<br />

- Considérame pensando en ello - gruñó Mannard -. ¿Qué ocurre?<br />

- Yo puedo reproducir <strong>un</strong> campo de fuerzas semejante - prosiguió Coghlan,<br />

pensativamente -. Un campo de fuerzas de forma tubular no soy capaz de hacerlo,<br />

pero sí <strong>un</strong> campo de fuerzas que absorba energía... o calor... y almacenar <strong>un</strong>a<br />

potencia útil... Yo puedo hacer <strong>un</strong> « <strong>artilugio</strong>» refrigerador que absorba calor y<br />

almacene energía. Voy a efectuar alg<strong>un</strong>as investigaciones...<br />

- ¿Estás seguro de lo que dices? - preg<strong>un</strong>tó Mannard.<br />

Coghlan asintió. Estaba seguro. Había visto claro al fin. Se había figurado algo de<br />

lo que ocurría. Ahora podía hacer lo que los originales constructores del « <strong>artilugio</strong><br />

»no podían. Y no era algo sin precedentes, por supuesto. Un fabricante de gafas<br />

en Holanda tuvo la ocurrencia de poner dos lentes j<strong>un</strong>tas y consiguió construir el<br />

primer telescopio, el cual ampliaba considerablemente los objetos lejanos, pero<br />

éstos se veían al revés... Y a <strong>un</strong>a distancia de medio continente, en Italia, <strong>un</strong> tal<br />

Galileo Galilei oyó el rumor de aquel hecho portentoso, pero imperfecto, se pasó<br />

toda la noche pensando... y a la mañana siguiente construyó <strong>un</strong> telescopio mucho<br />

más perfecto que el del holandés, tanto que todos los gemelos de campo se<br />

construyen hoy día según los diseños del descubridor italiano.<br />

- También yo volveré a la investigación - repuso Mannard - si haces <strong>un</strong> contrato<br />

conmigo. Jugaré limpio. ¡Éste es <strong>un</strong> buen as<strong>un</strong>to!<br />

Miró a su hija. Su cara estaba pálida, pero sus ojos brillaban. Sonrió a la mirada de<br />

su padre. Y él le devolvió la sonrisa.<br />

Entonces, dijo Laurie<br />

- Tommy.. si puedes hacer eso... ¡oh!, ¿no te das cuenta? 1Ven conmigo al otro<br />

cuarto; necesito hablarte .!<br />

Coghlan le guiñó <strong>un</strong> ojo en <strong>un</strong> gesto de complicidad. Luego sus hombros se<br />

distendieron, se hincho su pecho y produjo <strong>un</strong> prof<strong>un</strong>do suspiro Después, musitó<br />

cuatro palabras, hizo « ¡Ah!», agarró el brazo de la muchacha y se la llevó al<br />

cuarto contiguo.<br />

Mannard dijo, satisfecho:<br />

67


- ¡Eso es magnifico...! ¡Refrigeración que produce energía! ¡Potencia de los<br />

trópicos! ¡Factorías que toman su energía del calor de la corriente del golfo...!<br />

- Pero - dijo Ghalil, con acento preocupado -, ¿no resulta <strong>un</strong> contrasentido eso de<br />

que <strong>un</strong> « <strong>artilugio</strong> » tenga <strong>un</strong> « <strong>duende</strong> »?<br />

- No - repuso Mannard con firmeza ¡Es perfectamente científico y razonable! Yo no<br />

lo comprendo..., ¡pero sé que es ciencia pura! Y, además..., Laurie necesita<br />

casarse con él. De cualquier modo, ¡conozco perfectamente al muchacho! ¡Y sé<br />

que lo conseguirá!<br />

<strong>El</strong> teléfono comenzó a llamar incesantemente en la habitación en que se<br />

encontraban Coghlan y Laurie. Oyeron cómo el primero contestaba a la llamada.<br />

Luego, llamó:<br />

- ¡Teniente!... ¡Es para usted!<br />

Ghalil corrió al teléfono. Entró en la estancia sin darse cuenta apenas del nuevo<br />

aspecto, confiado y dueño de si, que presentaba Coghlan, ni de la radiante<br />

expresión del rostro de Laurie. Habló, en turco. Luego, colgó el auricular.<br />

- Voy a la casa de la calle Hosain - dijo brevemente -. Ha ocurrido algo. <strong>El</strong> pobre<br />

monsieur Duval está cada vez más histérico; ha sido preciso enviar a buscar a <strong>un</strong><br />

médico. No saben lo que ocurre... pero se han producido cambios en aquella casa.<br />

- ¡Voy con usted! - dijo Coghlan, impulsivo.<br />

Latirle no se quedaba allí tampoco. Y Mannard se <strong>un</strong>ió inmediatamente a la<br />

partida, lleno de ansiedad. Los cuatro, pues, se metieron en el coche-policía, que<br />

arrancó en dirección al viejo barrio de la gran ciudad en el que habían descubierto<br />

aquel misterioso fantasma que parecía dirigir personalmente el « <strong>artilugio</strong> » de la<br />

pared del cuarto interior de la casa. Laurie iba sentada al lado de Coghlan, y la<br />

atmósfera que envolvía a ambos era pron<strong>un</strong>ciadamente romántica y sentimental.<br />

Ghalil vigilaba las calles por donde el coche circulaba y los edificios que las<br />

flanqueaban, las cuales iban siendo cada vez más tortuosas, a medida que se<br />

aproximaba a su p<strong>un</strong>to de destino, mientras que las construcciones parecían cada<br />

vez más lóbregas amenazando derribarse sobre cl coche. Al fin, habló Ghalil,<br />

meditativamente.<br />

- ¡Ese Apolonio está en todo! ¡Era tan desesperadamente necesario para él<br />

asesinarle a usted, señor Mannard, que sólo le faltó encontrar <strong>un</strong> pretexto para<br />

visitarle en su departamento y matarle allí cara a cara, a<strong>un</strong>que él esperaba que<br />

<strong>un</strong>a bomba callejera hiciera innecesarios el pretexto y la visita! ¡Creo que ya ha<br />

habido tiempo para que su cheque falsificado llegue a su banco! Esa carta era <strong>un</strong>a<br />

buena excusa también...: haría recaer todas las sospechas sobre los creadores<br />

del misterio de ese antiguo libro.<br />

68


Mannard gruñó:<br />

- ¿Qué es lo que ocurre en esa casa adonde vamos? ¿Qué clase de cambios se<br />

han producido en ella? -Luego añadió, suspicaz -: ¿No habrá algo oculto en todo<br />

ello?...<br />

- Eso me temo - respondió Ghalil.<br />

Había otro coche estacionado en la callejuela. Probablemente, la policía que<br />

custodiaba la casa se había ocupado ya de traer al doctor, que debería hallarse<br />

todavía en el edificio.<br />

Subieron al seg<strong>un</strong>do piso. Habla tres Policías acompañando a <strong>un</strong> grave y<br />

mostachudo ciudadano que tenía todo el aspecto de <strong>un</strong> médico en cualquier país<br />

de Europa... y a<strong>un</strong> de Asia. Duval ocupaba <strong>un</strong> catre de lona, proporcionado<br />

evidentemente por la policía que ocupaba ahora el edificio. Dormía pesadamente.<br />

Su rostro estaba contraído. Su cuello había sido roto por la fuerza en la parte<br />

correspondiente a la garganta, como en el paroxismo de <strong>un</strong> ataque de locura. Sus<br />

manos estaban vendadas. <strong>El</strong> médico le explicó, al fin, a Ghalil, en turco. Ghalil,<br />

luego, dirigió alg<strong>un</strong>as preg<strong>un</strong>tas a los policías. Ahora había <strong>un</strong>a linterna eléctrica<br />

portátil en el suelo, que alumbraba la habitación aceptablemente.<br />

Los ojos de Coghlan recorrieron la estancia. ¿Cambios? No veía cambio alg<strong>un</strong>o,<br />

excepto el catre... ¡No!; también había libros, en el suelo, al lado de Duval. Ghalil<br />

había dicho que se trataba de narraciones históricas en las cuales Duval trataba<br />

de encontrar alg<strong>un</strong>a referencia a aquel misterioso edificio. Y de todos aquellos<br />

libros apenas si quedaba... media docena, quizás...<br />

<strong>El</strong> resto, por lo menos tres o cuatro veces más, se había desvanecido.<br />

Pero, en su lugar, habla otras cosas.<br />

Coghlan estaba mirándolas cuando Ghalil explicó:<br />

- La policía le oyó hacer sonidos extraños. Entraron en el cuarto y lo encontraron<br />

agitadísimo y en estado de semiinconsciencia, diciendo palabras incoherentes.<br />

Sus manos estaban heladas. Por lo visto, había colocado el imán de alnico contra<br />

esa apariencia argentina que se formaba a su proximidad en el hueco de la pared<br />

y metió en él alg<strong>un</strong>os libros, gritando entretanto hacia la pared. Los libros que<br />

había introducido en el hueco de la pared, se desvanecieron. Duval no hablaba<br />

turco, pero <strong>un</strong>o de los policías cree que cuando gritaba hacia la pared lo hacía en<br />

griego. Lo sujetaron entre todos y llamaron al médico. Estaba tan agitado que el<br />

doctor le puso <strong>un</strong>a inyección para calmarlo.<br />

Coghlan exclamó:<br />

69


- ¡Maldita sea...!<br />

Se inclinó sobre los objetos que estaban en el suelo. Había <strong>un</strong> estilo de marfil, <strong>un</strong>a<br />

tosca pluma de caña, <strong>un</strong> tintero - cuya tinta estaba a p<strong>un</strong>to de solidificarse,<br />

convirtiéndose en hielo - y <strong>un</strong>a hoja de pergamino en la que había <strong>un</strong>a escritura<br />

reciente, con la misma letra cursiva que habían sido escritas las palabras « frígido<br />

más allá », «adeptos» y «Apolonio » en el antiquísimo libro que contenía las<br />

huellas digitales de Coghlan. Había <strong>un</strong>a correa de cuero con <strong>un</strong>a hebilla<br />

primorosamente trabajada. Había <strong>un</strong>a daga con mango de marfil. Habla tres libros,<br />

todos ellos completamente nuevos, a<strong>un</strong>que no de reciente impresión: eran<br />

manuscritos, escritos en ese griego antiguo con caracteres desgarbados, sin<br />

espacios entre las palabras, sin signos de p<strong>un</strong>tuación ni letras capitulares. En lo<br />

que atañe a su encuadernación y aspecto exterior, eran exactamente iguales a la<br />

Alexiada de hacía siete siglos. Solamente... estaban prodigiosamente nuevos.<br />

Coghlan tomó en sus manos <strong>un</strong>o de ellos. Era la Alexiada. Una copia exacta del<br />

libro que contenía sus huellas dactilares, hasta el más mínimo detalle, con los<br />

medallones de marfil grabados en la lujosa cubierta de cuero. Podía decirse que<br />

era el mismo volumen...<br />

Pero... siete siglos más joven...<br />

Y estaba extrañamente frío.<br />

Duval estaba más que dormido. Estaba inconsciente. En opinión del médico, habla<br />

estado tan cerca de la locura que no habla habido más remedio que calmarlo. Y<br />

ahora estaba calmado. Definitivamente.<br />

Coghlan cogió el imán del alnico. Avanzó hacia la pared y colocó el imán cerca del<br />

hueco practicado en ella. La apariencia argentina volvió a formarse de nuevo,<br />

como si tomase vida propia ante la presencia del imán. Coghlan lo movió,<br />

acercándolo y alejándolo de la pared. Y luego, dijo:<br />

-¿No podría el doctor despertar a Duval? Así podría escribir algo para mí en griego<br />

bizantino...<br />

Luego, agregó, con <strong>un</strong>a especie de sosegada amargura:<br />

- La mancha se está encogiendo... ¡naturalmente!<br />

Era verdad. La mancha húmeda ya no era cuadrada. Se había encogido en si<br />

misma y ahora ya no era más que <strong>un</strong> óvalo irregular, de poco más de treinta<br />

centímetros en su mayor dimensión y <strong>un</strong>os dieciséis en la menor.<br />

- Denme algo sólido - ordenó Coghlan-. Una lámpara de mano... ¡pronto!<br />

70


Laurie le dio la lámpara de mano del teniente Ghalil. Coghlan la encendió -<br />

alumbraba débilmente - y la oprimió contra la superficie argentina. <strong>El</strong> extremo de la<br />

lámpara desapareció. Continuó apretando la lámpara contra la película argentina,<br />

introduciéndola en lo que debería ser yeso y piedra. Pero la lámpara desapareció.<br />

Entonces, Coghlan retiró rápidamente la mano y la frotó fuertemente en su<br />

pantalón, porque sus dedos estaban congelados: la lámpara de mano era<br />

metálica, muy buena conductora del calor y, por consiguiente, de la refrigeración...<br />

- ¡Necesito que se despierte Duval! - exclamó Coghlan, irritado -. ¡Sí es el único<br />

que puede escribir ese griego antiguo... o hablarlo... o comprenderlo!<br />

¡Despiértenlo, por favor!<br />

<strong>El</strong> médico meneó la cabeza cuando Ghalil le tradujo la demanda.<br />

- Precisa mucho calmante para estar tranquilo y por eso no puede despertarle -<br />

tradujo a su vez Ghalil para que Coghlan comprendiese la respuesta del médico.<br />

Pero, de todas maneras, a<strong>un</strong>que fuese Posible, tardaría varías horas en<br />

despertarse; se le ha administrado <strong>un</strong>a dosis de calmante tan fuerte que hacerlo<br />

de otra manera sería poner su vida en peligro...<br />

- Me gustaría preg<strong>un</strong>tarles - agregó Coghlan con <strong>un</strong> deje de amargura en su voz -<br />

qué hicieron con ese espejo para que su superficie produjera la imagen de <strong>un</strong><br />

<strong>duende</strong>... ¡Debe de haber sido <strong>un</strong>a cosa completamente tonta!<br />

Paseó nerviosamente, arriba y abajo, por el cuarto, cruzando y descruzando los<br />

dedos de sus manos, y prosiguió en tono sarcástico:<br />

- Para conseguir ese «<strong>artilugio</strong> » al que Duval llamó <strong>un</strong> «espejo mágico» debieron<br />

utilizar polvo de diamante o estiércol de asno o pestañas de ballena... ¡Uno de<br />

esos ingredientes debe producir el efecto deseado! ¡Alguien debe haber<br />

conseguido accidentalmente crear ese « <strong>artilugio</strong> », y es muy difícil que el<br />

accidente se repita!<br />

-¿Y por que no?<br />

- ¡No podemos actuar como si fuéramos l<strong>un</strong>áticos o bárbaros o alquimistas<br />

bizantinos!... - exclamó Coghlan -. ¡No podemos! ¡Es como <strong>un</strong> teléfono, que es<br />

completamente inútil si no se tiene otro semejante! Es preciso tener dos teléfonos<br />

en dos sitios diferentes, al mismo tiempo, para que esos aparatos sean de alg<strong>un</strong>a<br />

utilidad! ¡Y en este caso, ocurre algo Semejante: para utilizar <strong>un</strong>a cosa como ésta<br />

es preciso disponer de dos instrumentos iguales en el mismo sitio, pero en<br />

tiempos u horas diferentes! Con los teléfonos se necesita la conexión o hilo<br />

conductor correspondiente que los <strong>un</strong>e o relaciona entre si. ¡Con este «<strong>artilugio</strong>»<br />

lo que se precisa es disponer de <strong>un</strong>a conexión de lugar que ligue entre si los<br />

tiempos!<br />

71


- Una fantasía muy convincente - repuso Ghalil con <strong>un</strong> gesto de admiración en sus<br />

ojos-. ¡Y del mismo modo que se puede descubrir el hilo que <strong>un</strong>e dos aparatos<br />

telefónicos entre sí..<br />

- ...se puede descubrir también el lugar donde están conectados dos « <strong>artilugio</strong>s»<br />

en diferentes horas! La conexión, en este caso, es el frío, que condensa la<br />

humedad. ¡Al calentarse ese lugar, la humedad desaparece! ¡Y sé - agregó<br />

coghlan, con gesto de desafío - que estoy diciendo <strong>un</strong> disparate! ¡Pero sé también<br />

cómo se realiza la conexión que creará la refrigeración, a<strong>un</strong>que carezco del «<br />

<strong>duende</strong> » - ¡maldito sea! - o de la idea necesaria para construir los instrumentos<br />

que es preciso conectar! ¡Y tanto va de construir la conexión a construir los «<br />

<strong>artilugio</strong>s », como de disponer de <strong>un</strong> alambre de cobre a conseguir <strong>un</strong> intercambio<br />

telefónico! ¡Todo lo que sé es 9ue <strong>un</strong> imán de alnico puede actuar como<br />

instrumento para que la conexión pueda existir!<br />

Mannard habló en su tono gruñón habitual:<br />

- ¿Qué demonio es todo eso? ¡Hechos concretos!: ¿Qué le ocurrió a Duval?<br />

- Mañana - prosiguió Coghlan, con <strong>un</strong>a calma desesperante - nos dirá que oyó<br />

voces indistintas al través de la película argentina cuando jugaba con el imán. Nos<br />

dirá también que esas voces hablaban en griego bizantino. Y que intentó golpear<br />

la superficie argentina, que parecía sólida, para atraer la atención de aquellas<br />

voces. ¡Y siempre que golpeaba, las voces se iban! ¡Dirá, asimismo, que oyó<br />

cómo las voces se excitaban y que él les dijo quién era; quizá les preg<strong>un</strong>tase si<br />

estaban trabajando con Apolonio, porque éste era mencionado en la hoja suelta<br />

del misterioso libro; y que les ofreció libros con información de los tiempos<br />

modernos a cambio de que ellas le hablasen de los pretéritos! Jurará que,<br />

efectivamente, las atascó de libros, la mayoría históricos, en griego y en francés, y<br />

ellas le entregaron a él otras cosas en correspondencia: ¡sus manos congeladas<br />

son la prueba evidente de lo que acabo de 'decir! ¡Cuando algo va o viene de esa<br />

película argentina, se congela! ¡Es el «frígido Más Allá»! Nos dirá también que el<br />

«<strong>duende</strong>» del «<strong>artilugio</strong>» comenzó a encogerse, a empequeñecerse, al efectuar<br />

aquel intercambio, ¡como si se desgastase terriblemente con el uso!, y que<br />

entonces él se puso frenético, porque quería saber todo lo que pudiese y veía que<br />

aquello se acababa inevitablemente, hasta que llegaron sus policías y se<br />

abalanzaron sobre él, reduciéndolo por la fuerza, lo cual le puso más frenético<br />

todavía porque no podía hacerles comprender lo que él creía en parte solamente...<br />

¡Luego, llegó el doctor y todo se estropeó!<br />

- ¿Crees que todo fue así? - preg<strong>un</strong>tó Mannard.<br />

- Lo sé demasiado bien - repuso Coghlan, con firmeza -¡y no les habrá preg<strong>un</strong>tado<br />

qué hacían con el espejo para que f<strong>un</strong>cionase! Y la superficie útil se va<br />

empequeñeciendo cada vez más, de minuto en minuto, de seg<strong>un</strong>do en seg<strong>un</strong>do, y<br />

no puedo deslizarles <strong>un</strong>a nota escrita para reanudar el proceso porque Duval es el<br />

único capaz de entenderse con ellas y está prof<strong>un</strong>damente dormido.<br />

72


Crispó sus manos en <strong>un</strong> gesto de desesperación. Laurie tomó en las suyas el<br />

voluminoso libro que tanto había hecho estremecer a Coghlan, mientras que su<br />

padre seguía allí de pie con <strong>un</strong> gesto de incredulidad en su rostro. Ghalil tenía la<br />

mirada perdida, como si mirase a <strong>un</strong> objeto lejano, con los ojos muy abiertos,<br />

rumiando <strong>un</strong> pensamiento que explicaba mucho de lo que le había tenido perplejo<br />

hasta aquel momento.<br />

- N<strong>un</strong>ca lo creeré - repuso Mannard, testarudo -. ¡N<strong>un</strong>ca, a<strong>un</strong>que viviese <strong>un</strong> millón<br />

de años! Porque, a<strong>un</strong>que pudiese ocurrir, ¿por qué ocurrió aquí y ahora? ¿Cuál es<br />

el objetivo, el verdadero objetivo, de estos hechos de naturaleza desconocida?<br />

¿Evitar que yo haya sido asesinado? ¡Porque eso es lo que ha ocurrido, al fin y al<br />

cabo! ¡Y yo no me tengo por tan importante para que las leyes naturales dejen de<br />

cumplirse y lo único 'que jamás podría haber ocurrido, ocurra precisamente para<br />

evitar que Apolonio me asesinase!<br />

Ghalil meneó la cabeza. Y miró aprobadoramente a Mannard.<br />

- ¡Un hombre honrado! - dijo-. Yo puedo contestarle, señor Mannard. Duval tenía<br />

aquí sus libros de historia. Alg<strong>un</strong>os de ellos en griego moderno, otros en francés.<br />

Y silo absurdo es verdad, y el señor Coghlan ha descrito el hecho tal y como ha<br />

ocurrido, entonces el hombre que hizo que este... este «<strong>duende</strong>» regresase al<br />

siglo XIII fue <strong>un</strong> alquimista y <strong>un</strong> erudito que creía implícitamente en la magia.<br />

Cuando Duval ofreció esos libros a que se refería el señor Coghlan, ¿no lo hizo<br />

así, precisamente, porque creía en la magia? ¡No tenía la menor duda! Duval<br />

podía leer el griego antiguo con la misma facilidad « quizá »que <strong>un</strong>a persona<br />

conocedora del inglés moderno puede leer a Chaucer. No claramente, pero<br />

adivinando vagamente el significado. ¡Y este antiguo alquimista creía lo que leía!<br />

Le parecía pura profecía. ¡Y eso era magnifico!<br />

La expresión de Ghalil era tri<strong>un</strong>fante.<br />

¡Consideremos el caso! ¡Duval tenía en sus manos no solo la historia pasada sino<br />

la historia futura! ¡Y podría utilizar toda la información! ¡Sus profecías resultarían<br />

verídicas! ¿Y qué ocurre cuando <strong>un</strong>os hombres supersticiosos ven que lo que dice<br />

<strong>un</strong> adivino es siempre cierto? ¡Se dejan guiar por él! ¡Y él se hace cada vez más<br />

rico! ¡Y más poderoso! ¡Sus hijos serán nobles y heredarán de él el secreto<br />

conocimiento del futuro! ¡Siempre podrían saber lo que iba a ocurrir después por<br />

medio de la historia de Bizancio o... quizá por medio de cualquier otra! ¡Y los<br />

hombres, conociendo su rectitud, se dejarían guiar por ellos porque sus profecías<br />

resultaban invariablemente ciertas! ¡Quizá Nostradamus aprendió sus rimas en <strong>un</strong><br />

viejo libro de papel - ¡no había papel en Bizancio ni más tarde en la misma<br />

Europa! - y quizás al leer los hechos narrados en <strong>un</strong> libro, nuestro amigo Duval se<br />

sintió transportado al antiguo Istambul! Ghalil se sentó a los pies del camastro<br />

con toda calma.<br />

73


- <strong>El</strong> conocimiento del futuro - siguió -en <strong>un</strong>a época supersticiosa, es f<strong>un</strong>damental.<br />

Este acontecimiento, señor Mannard, no se ha producido para salvar su vida, sino<br />

para dirigir la historia del m<strong>un</strong>do por los siglos de la superstición y la ignorancia<br />

hasta la llegada del «hoy». ¡Y eso es suficiente mente significativo para justificar lo<br />

ocurrido!<br />

Mannard meneó la cabeza.<br />

- Dice usted - repuso - que si Tommy no hubiese escrito lo que usted me enseñó,<br />

todo esto pudo no ocurrir, porque entonces Duval no habría encontrado dicho<br />

escrito. Y si él no hubiera encontrado el escrito, los libros no habrían vuelto al<br />

pasado. Toda la historia sería diferente. Mí bisabuelo y el suyo, quizá, n<strong>un</strong>ca<br />

habrían nacido y nosotros no estaríamos ahora aquí... ¡No! ¡Eso es <strong>un</strong>a<br />

insensatez!<br />

Coghlan miró el libro que Laurie tenía en sus manos. Lo tomó en las suyas, y dijo:<br />

- Este libro es exactamente igual al de Duval...<br />

- Es el mismo libro - replicó Ghalil con <strong>un</strong> acento de confianza en su voz-. Y creo<br />

que se lo que va usted a hacer.<br />

- Pues yo no estoy muy seguro - repuso Coghlan-. No; no lo sé.<br />

Laurie intervino para decirle a su prometido:<br />

-¡Es preciso, Tommy! Si todo es <strong>un</strong> contrasentido, hay que demostrarlo... porque si<br />

no, resulta que tú y yo n<strong>un</strong>ca nos encontramos, y tú no tendrías que hacer esa<br />

investigación... y... y...<br />

Se hizo el silencio. Coghlan miró hacia el suelo. Cogió la tosca pluma de caña y<br />

dijo, inconscientemente:<br />

-Todavía no lo creo...<br />

Pero mojó la pluma en la tinta deshelada del tintero. Laurie sostenía el libro en sus<br />

manos para que él pudiera escribir. Y Coghlan escribió:<br />

Vean a Thomas Coghlan, que vive en el 750 de la calle de Fátima, de Istambul<br />

La miró a ella y vaciló. Luego dijo:<br />

- Habla algo que me había dicho yo a mi mismo... escrito debajo de eso: fue lo que<br />

me hizo creer lo suficiente para seguir este as<strong>un</strong>to hasta el final.<br />

Escribió a continuación:<br />

74


Profesor, director u otro cargo por el estilo.<br />

Ghalil intervino para decir suavemente:<br />

- Estoy seguro de que recordará usted esta dirección...<br />

- Si - repuso Coghlan gravemente. Y escribió:<br />

<strong>El</strong> «<strong>artilugio</strong> » está en el 80 de la calle Hosain, seg<strong>un</strong>do piso, interior.<br />

Mannard dijo, con acento preocupado:<br />

- ¡Todo esto no tiene sentido alg<strong>un</strong>o!<br />

Y Coghlan escribió:<br />

¡Cuidado con Mannard! Va a ser asesinado.<br />

- Eso es <strong>un</strong>a exageración - observó, hablando lentamente -, pero es necesario<br />

actuar como lo hemos hecho.<br />

Estaba <strong>un</strong>tándose los dedos de tinta cuando Ghalil le dijo cortésmente:<br />

-¿Puedo ayudarle? <strong>El</strong> toque profesional...<br />

Coghlan dej6 hacer, y Ghalil le <strong>un</strong>tó cuidadosamente los cinco dedos de la mano<br />

derecha, imprimiendo las huellas digitales debajo de lo que había escrito, las de<br />

los cuatro dedos principales de la mano, arriba, la del pulgar debajo. Luego, dijo<br />

tranquilamente:<br />

- Es <strong>un</strong> caso único...: ¡imprimir <strong>un</strong>as huellas digitales que veré de nuevo cuando<br />

tenga siete siglos de antigüedad! ¿Y ahora, qué?<br />

Coghlan recogió el imán. Era mucho más brillante que los de acero por la aleación<br />

de aluminio, pero era mucho más pesado. Lo presentó ante la mancha húmeda de<br />

la pared, la cual se volvió de nuevo de <strong>un</strong> aspecto argentino, como si fuera de<br />

plata. Coghlan acercó el libro a aquella zona de la pared, precisamente en el sitio<br />

que se había formado la película argentina. La tocó. Penetró con él en la misma. Y<br />

se desvaneció. Coghlan, entonces, retiró el imán. Aquel lugar aparecía ahora<br />

como si hubiera estado seco permanentemente. Duval respiraba fatigosamente,<br />

en extertor, tendido sobre el camastro de lona.<br />

- Y ahora - dijo Ghalil, suavemente -ya no necesitamos creer más en este<br />

as<strong>un</strong>to..., ¿no les parece?<br />

- ¡Claro que no! - gruñó Mannard ¡Es <strong>un</strong> contrasentido!<br />

75


Ghalil hizo <strong>un</strong> gesto peculiar. Luego, se limpió los dedos.<br />

- Indudablemente - dijo, con acento sosegado - monsieur Duval fue el que lo urdió<br />

todo... insistiendo en que había sido <strong>un</strong>o de nosotros el autor de la artimaña. Y así<br />

resulta que todos sospechábamos <strong>un</strong>os de otros sin saber en quién recaería al fin<br />

la culpa... De todo ello, sólo queda <strong>un</strong> discreto informe de los archivos de la<br />

comisaría de Policía de Istambul, en el cual se alude a la mixtificación cometida<br />

por monsieur Duval o por Apolonio el Grande... a consecuencia de la cual ha ido<br />

este último, por lo menos, a la cárcel. Es <strong>un</strong> misteno singular, ¿no les parece?<br />

Sonrió.<br />

Una semana más tarde Laurie le indicaba a Coghlan la última prueba que<br />

demostraba palpablemente que todo aquel as<strong>un</strong>to no había sido más que humo<br />

de pajas... <strong>un</strong> contrasentido desde el principio hasta el fin: la cortadura que se<br />

había hecho en el dedo pulgar se había curado sin dejar cicatriz alg<strong>un</strong>a...<br />

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