Historia íntima del pene - Nau Llibres
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<strong>Historia</strong> <strong>íntima</strong> <strong>del</strong> <strong>pene</strong>. La nueva sexualidad masculina 45<br />
a) La vista<br />
Nuestros ojos tienen su propio lenguaje, la mirada. Una simple mirada puede<br />
desencadenar la erupción de todo un volcán de fogosidad, enloquecernos<br />
ante determinadas imágenes o, por el contrario, inhibir profundamente la<br />
fuerza <strong>del</strong> deseo. Una profunda y mantenida mirada puede refl ejar serenidad,<br />
tristeza, ternura, admiración, deseo o rechazo. Hasta el color de los<br />
ojos refl ejan sentimientos y actitudes que han sido defi nidos en populares<br />
y conocidas canciones: “Ojos verdes son traidores, azules mentireiros, los<br />
negros y acastañados son fi rmes y verdaderos”, aunque Nat King Cole sigue<br />
empeñado en vender los ojos negros por ser embusteros y hechiceros.<br />
Además de lo que refl ejen los ojos, la vista puede captar lo más recóndito de la<br />
persona que amamos o que nos gusta. Los ojos pueden ver más adentro, incluso<br />
con ellos cerrados. Con una mirada podemos desnudar, tocar, incluso comernos<br />
a la persona deseada. Una regla islámica, que data de la Edad Media, establecía<br />
que: “El que estando ayunando mira a su mujer hasta el punto de percibir los<br />
contornos de su anatomía, rompe el ayuno”. Existe un término que alude a un<br />
tipo de sexualidad ligado expresamente a la vista, el voyeurismo4 .<br />
b) El olfato<br />
Por medio <strong>del</strong> olfato, nos percatamos de la proximidad <strong>del</strong> objeto sexual, <strong>del</strong><br />
objeto amoroso. Es el sentido más primitivo y más desarrollado en nuestros<br />
mamíferos predecesores. Nuestros antepasados se olfateaban, se comían con<br />
el olfato. El olfato tenía más importancia que el tacto en el amor primitivo.<br />
Cuando nos olemos, adquieren importancia las partículas aerotransportadas<br />
en la química de la atracción, las llamadas feromonas, y las sustancias<br />
segregadas en las zonas erógenas: el aliento, los labios, los genitales y la<br />
areola mamaria. Carlos Fisas, en su excelente libro Erotismo en la <strong>Historia</strong>,<br />
describe una singular manía erótica de Napoleón: siendo general de las tropas<br />
en Italia, dirigió una carta a su esposa Josefi na, que se había quedado<br />
en París, en los siguientes términos: “Dentro de quince días estaré en París,<br />
hasta entonces no laves tu <strong>del</strong>icioso bosquecillo”.<br />
La antropología nos enseña que los chinos, los fi lipinos, los malayos y, sobre<br />
todo, los esquimales se besan acercando la nariz a la cara y arrugando la nariz<br />
como si quisieran olfatearse, realizan un sutil rozamiento con las narices.<br />
Posteriormente, el educado y amanerado mundo occidental ha convertido<br />
el olfateo de fl uidos eróticos en un mínimo, y a veces frío, contacto en el<br />
rostro o en los labios.<br />
El olor de fragancias naturales, que perfuman el ambiente, puede estimular<br />
el erotismo: el aroma de un jardín de rosas al atardecer, el olor de la tierra<br />
mojada tras la lluvia, el olor de un campo de mies recién cortada o el carac-<br />
4 Voyeurismo: disfrutar sexualmente observando a personas que están desnudas o practicando algún<br />
juego sexual sin que éstas lo sepan. La tensión que produce el ocultamiento es excitante.