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volverá a mí la juventud. El que bebe en la fuente de tu amor no puede encontrar ya otra agua que apague su sed. Y saltando por tercera vez del entusiasmo que le inspiraba el pasado a la melancolía de su presente, añadió con humildad: —Insúltame; lo merezco. Despréciame: soy un perturbado... Pero deja que me marche. La felicidad perpetua que gozo aquí me parece una esclavitud, y ser libre es ahora mi único deseo. Siento vergüenza al pensar lo mal que colocaste tu cariño. Me conozco; soy un Ingrato, un miserable; mas para bien tuyo te repito mi suplica: «Diosa, déjame partir.» Rosaura, con el ceño fruncido v la mirada dura, moviendo uno de sus pies nerviosamente, interrumpió las suplicas del joven: —Márchate, si ése es tu capricho. Parte lejos y que se cumpla tu suerte. Eres libre. Me convenzo de que no mereces la vida que has llevado aquí. Tus gustos son ordinarios, como los de todos los seres que necesitan combatir para abrirse paso, conquistando el dinero o el renombre. Amas la vida ruda del luchador. Para ti es un tormento la feliz pereza de los que nacieron únicamente para gozar. No puedes amoldarte a la inactividad de los que ya tenemos nuestro puesto seguro en la vida por el trabajo de otros. Vuelve a la existencia que llevabas en Madrid y que tú me has contado muchas veces, de labores improductivas, de pequeñas luchas, de envidias, de tempestades en un vaso de agua, con la ambición de que tu nombre figure impreso en papeles. Ve a reunirte con tu tío el canónigo, para hablar de historias viejas que a. nadie Interesan. Puedes también ir a ¡loma, al lado de don Arístides y de su hija, esa pobre tontita de Estela, a la que sin duda amas. ¡Dios mío! ¿Cómo no he visto antes todo esto?... Cásate con ella: es la mujer que te conviene; y tened muchos hijos, allá en una casa de Madrid, dentro de un piso como una jaula... ¿Por qué no me dices valientemente la verdad?... ¡Cobarde!... ¡Cobarde!... Protestó Claudio con sus ademanes más aún que con sus palabras confusas. Estela Bustamante vivía lejos de su pensamiento, y él se asombraba de que Rosaura la hubiese 84
ecordado. —No te excuses; es Inútil—continuó la dama con violencia—. Tú te imaginas de buena fe que la tienes olvidada ; pero las mujeres sabemos de eso mas que los hombres. Es ella la verdadera causa que te aleja de mí. El señor—siguió diciendo irónicamente— siente fatiga de verse querido por una dama chic y desea a la burguesilla tímida y boba. Te conozco, caballero Tannhauser, mejor que tú mismo. Estás cansado de Venus, como me has llamado tantas veces, y quieres hacer una Elisabeta de esa pobre muchacha que vive en Roma, cerca del fantasmón de su padre... Ve en busca de la paz para no encontrarla nunca. Ni paz ni libertad hallarás en ese mundo de gentes vulgares que ahora te hace falta, y del que te has burlado tantas veces en mi presencia, creyéndote de raza superior. Calló un momento, para añadir con expresión rencorosa: —Te conozco y te veo ya volviendo a mi después de la triste experiencia. Vas a sentirte asqueado por la ordinariez de esas personas que ahora buscas; te hará falta la verdadera libertad que es la de nuestro mundo, tolerante y feliz. Tal vez lamentarás Igualmente la ausencia de mi cuerpo y de mi voz, y yo entonces me vengaré cual si fueses un mendigo importuno al que se repele por su tenacidad. Si te vas, que sea para siempre. No vuelvas, porque entonces me mostraré cruel. Ofendido por la altivez majestuosa de ella, Claudio movió la cabeza negativamente. —Nunca volveré. Mi dignidad te evitará el placer feroz de despedirme como un pordiosero. Hubo un larguísimo silencio. Ahora era Rosaura la que permanecía con la cabeza baja, luchando entre los impulsos de su orgullo y los consejos bondadosos del amor. Dos veces levantó los ojos para mirar a su amante, que también permanecía con el rostro bajo, y la luz débilmente rosada del atardecer hizo brillar sus córneas lacrimosas. Al fin habló con una dulzura insinuante: —No hagas caso de lo que he dicho. ¿Cómo podría yo repelerte si volvieses a mí?... ¡Qué estúpida amenaza! ¿Por qué 85
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volverá a mí la juventud. El que bebe en la fuente de tu amor no<br />
puede encontrar ya otra agua que apague su sed.<br />
Y saltando por tercera vez del entusiasmo que le inspiraba el<br />
pasado a la melancolía de su presente, añadió con humildad:<br />
—Insúltame; lo merezco. Despréciame: soy un perturbado...<br />
Pero deja que me marche. La felicidad perpetua que gozo aquí<br />
me parece una esclavitud, y ser libre es ahora mi único deseo.<br />
Siento vergüenza al pensar lo mal que colocaste tu cariño. Me<br />
conozco; soy un Ingrato, un miserable; mas para bien tuyo te<br />
repito mi suplica: «Diosa, déjame partir.»<br />
Rosaura, con el ceño fruncido v la mirada dura, moviendo uno<br />
de sus pies nerviosamente, interrumpió las suplicas del joven:<br />
—Márchate, si ése es tu capricho. Parte lejos y que se cumpla<br />
tu suerte. Eres libre. Me convenzo de que no mereces la vida que<br />
has llevado aquí. Tus gustos son ordinarios, <strong>com</strong>o los de todos los<br />
seres que necesitan <strong>com</strong>batir para abrirse paso, conquistando el<br />
dinero o el renombre. Amas la vida ruda del luchador. Para ti es<br />
un tormento la feliz pereza de los que nacieron únicamente para<br />
gozar. No puedes amoldarte a la inactividad de los que ya<br />
tenemos nuestro puesto seguro en la vida por el trabajo de otros.<br />
Vuelve a la existencia que llevabas en Madrid y que tú me has<br />
contado muchas veces, de labores improductivas, de pequeñas<br />
luchas, de envidias, de tempestades en un vaso de agua, con la<br />
ambición de que tu nombre figure impreso en papeles. Ve a<br />
reunirte con tu tío el canónigo, para hablar de historias viejas que<br />
a. nadie Interesan. Puedes también ir a ¡loma, al lado de don<br />
Arístides y de su hija, esa pobre tontita de Estela, a la que sin<br />
duda amas. ¡Dios mío! ¿Cómo no he visto antes todo esto?...<br />
Cásate con ella: es la mujer que te conviene; y tened muchos<br />
hijos, allá en una casa de Madrid, dentro de un piso <strong>com</strong>o una<br />
jaula... ¿Por qué no me dices valientemente la verdad?...<br />
¡Cobarde!... ¡Cobarde!...<br />
Protestó Claudio con sus ademanes más aún que con sus<br />
palabras confusas. Estela Bustamante vivía lejos de su<br />
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