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13.07.2013 Views

su encuentro con Rosaura en Aviñón un pobre joven digno de lástima. Ahora lo envidiaba como a un hombre superior porque sentía, ambiciones y deseos de acción, porque sonaba con escribir un poema sobre El Papa del mar, uniendo a tal proyecto otras pretensiones literarias. Esta vida interna de Claudio, provocada por el rápido paso del erudito sacerdote, empezó a revelarse en su exterior. Mostrábase preocupado. Su carácter, antes plácido y tolerante, era ahora pronto a la irritabilidad, sin motivo alguno. Huía de Rosaura, inventando pretextos para no ir con ella a Cannes, Niza o Montecarlo. Luego, sin causa cierta, mostrábase celoso, suponiéndole coqueteos e intimidades con los amigos que habría encontrado en dichas fiestas, aprovechando su ausencia. —¡Pero si eres tú quien no ha querido acompañarme! — protestaba Rosaura. No impedía esto que Claudio, con el ilogismo de su irritación nerviosa, insistiese en sus quejas Injustas. A los pocos días empezó ella a mirarle con estudiosa insistencia, reflejando cierto asombro en sus pupilas de mirar profundo, como si hubiese descubierto dentro de su amante ideas inesperadas. También se mostró otra en su trato diario, permaneciendo silenciosa cuando quedaba a solas, siguiendo a Borja con una mirada interrogantes así que le volvía la espalda para alejarse. Algunas veces, como "resultado de internos soliloquios, movía Rosaura la cabeza, sonriendo al mismo tiempo con amarga expresión. Veía llegar algo que le había hecho sufrir, en ciertas ocasiones, un instante nada más, alejándose a continuación como el aleteo de gasas negras de un murciélago perseguido... «Demasiado joven para mí.» ¡Haberse embarcado en esta pasión ardorosa e incierta cuando la vida le ofrecía tantos amores fáciles y gratamente desiguales, pudiendo verse adorada lo mismo que el" ídolo cruel e injusto que nunca ve disminuir los fanáticos prosternados a sus pies!... Conocía los peligros que hace arrostrar una primera juventud a 78

las mujeres que se fían de ella, una juventud siempre agitada por el deseo del más allá. Venus recién surgida de la espuma de las ondas sólo representaba para un amante de veinte años el día actual, el triunfo del momento. En esa edad crédula se espera siempre, y la esperanza va acompañada de ingratitud. «Mañana aún se presentará algo mejor», piensa la petulancia juvenil. Sólo el amante en plena madurez sabe el valor del hoy, y lo aprovecha, agradeciendo su fortuna presente. «Guardemos lo que me da mi buena suerte y procuremos no perderlo.» Este era el amor sumiso y agradecido que necesitaba ella. A1 fin le resultaron intolerables los largos mutismos de Claudio, su, celos sin causa, seguidos de apartamientos que le dolían como menosprecios. Dejaba de acompañarla a las fiestas, no venía en busca suya a Montecarlo, y luego sus amigas lo encontraban paseando a solas por la orilla del mar. Otras veces lo veía volver cansado y polvoriento de excursiones a pie por los Alpes, emprendidas sin razón alguna. Era necesaria una explicación entre los dos. Sintió resquemores de mujer agraviada, y el orgullo era en ella tan intenso como las vehemencias de la sensualidad. No podía comprender el amor sumiso, hecho de sacrificio y anulación voluntaria, que gustaba a otras, como un placer pasivo. Ella misma buscó la deseada explicación, alegando una ligera jaqueca para no salir de su casa. Prefería pasar la tarde en el jardín, ocupando un profundo sillón de junco, relleno de cojines pintarrajeados, en la parte más alta de aquella sucesión de mesetas floridas que iba a perderse entre las rocas de la costa. .empezaba a atardecer. El mar brillaba irisado, con reflejos de madreperla. Era un Mediterráneo falto de buques, un infinito liquido sin nada que rompiese el nácar de su Inmensa y plana superficie; ni una ola, ni una vedija de espuma, ni una vela. A espaldas de la casa elevaban los Alpes sus cumbres amarillas y verdes, con turbantes nebulosos, blancos como algodones, que empezaban a empaparse en la sangre clara del ocaso. Parecía mas pesada la atmósfera a causa de su inercia; 79

su encuentro con Rosaura en Aviñón un pobre joven digno de<br />

lástima. Ahora lo envidiaba <strong>com</strong>o a un hombre superior porque<br />

sentía, ambiciones y deseos de acción, porque sonaba con escribir<br />

un poema sobre El Papa del mar, uniendo a tal proyecto otras<br />

pretensiones literarias.<br />

Esta vida interna de Claudio, provocada por el rápido paso del<br />

erudito sacerdote, empezó a revelarse en su exterior. Mostrábase<br />

preocupado. Su carácter, antes plácido y tolerante, era ahora<br />

pronto a la irritabilidad, sin motivo alguno.<br />

Huía de Rosaura, inventando pretextos para no ir con ella a<br />

Cannes, Niza o Montecarlo. Luego, sin causa cierta, mostrábase<br />

celoso, suponiéndole coqueteos e intimidades con los amigos que<br />

habría encontrado en dichas fiestas, aprovechando su ausencia.<br />

—¡Pero si eres tú quien no ha querido a<strong>com</strong>pañarme! —<br />

protestaba Rosaura.<br />

No impedía esto que Claudio, con el ilogismo de su irritación<br />

nerviosa, insistiese en sus quejas Injustas.<br />

A los pocos días empezó ella a mirarle con estudiosa<br />

insistencia, reflejando cierto asombro en sus pupilas de mirar<br />

profundo, <strong>com</strong>o si hubiese descubierto dentro de su amante ideas<br />

inesperadas. También se mostró otra en su trato diario,<br />

permaneciendo silenciosa cuando quedaba a solas, siguiendo a<br />

Borja con una mirada interrogantes así que le volvía la espalda<br />

para alejarse.<br />

Algunas veces, <strong>com</strong>o "resultado de internos soliloquios,<br />

movía Rosaura la cabeza, sonriendo al mismo tiempo con amarga<br />

expresión. Veía llegar algo que le había hecho sufrir, en ciertas<br />

ocasiones, un instante nada más, alejándose a continuación <strong>com</strong>o<br />

el aleteo de gasas negras de un murciélago perseguido...<br />

«Demasiado joven para mí.»<br />

¡Haberse embarcado en esta pasión ardorosa e incierta cuando<br />

la vida le ofrecía tantos amores fáciles y gratamente desiguales,<br />

pudiendo verse adorada lo mismo que el" ídolo cruel e injusto<br />

que nunca ve disminuir los fanáticos prosternados a sus pies!...<br />

Conocía los peligros que hace arrostrar una primera juventud a<br />

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