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armados a favor de los Orsinis, mientras los Colonnas, por la eterna rivalidad entre las dos familias, daban auxilio al conde de Anguillara, juntando otra tropa no menos considerable. Ambos partidos se aprestaron a dar una verdadera batalla en presencia del nuevo Pontífice, siendo necesaria la intervención de los cardenales Colonna y Orsini para que, exhortando a sus parientes, restableciesen la tranquilidad. Encargó Calixto III a Pedro Barbo y otros cardenales influyentes al afianzamiento de la paz en los estados pontificios, ajustando una tregua de varios meses entre las familias rivales. El necesitaba su tiempo y su actividad para la organización de la guerra contra los turcos. Resultaban sin fundamento los temores que había inspirado al principio de querer trasladar la Corte pontificia lejos de Roma. tal vez a España, Imitando con ello a los pontífices franceses que la habían establecido en Aviñón. —Este viejo español—siguió diciendo el canónigo—era de vista más larga y concepciones más universales. Sólo le preocupó la suerte del cristianismo; únicamente prestaba atención a la empresa de reconquistar a Constantinopla y los Santos Lugares. Los humanistas, acostumbrados a vivir como parásitos de la generosidad de príncipes y papas, no encontraron apoyo en este antiguo jurisconsulto. Nunca se mostró hostil al Renacimiento, pero lo miró con indiferencia, preocupándole más el reunir dinero para la guerra contra los turcos que dar salarlos a escritores venales y de estilo fácil, como lo había hecho su antecesor. Nicolás V, erudito confiado e Ingenuo. —Por un motivo inexplicable para muchos, el único humanista que protegió este Papa tan devoto fue el incrédulo Lorenzo Valla. Apenas elevado al trono pontificio, lo hizo secretario suyo, dotando liberalmente con algunos canonicatos al terrible librepensador. Sin duda le guardaba Calixto un gran afecto personal desde los tiempos que lo tuvo a sus órdenes como gobernador de Nápoles; pero Valla apenas pudo gozar las dulzuras de dicha protección, pues murió dos años después. 52
Todo el dinero de la Iglesia lo iba dedicando el ardiente anciano a la cruzada contra los turcos. Anunció que iba a empeñar para esto su propia tiara, y hasta arrancó sus encuadernaciones a muchos códices de la biblioteca del Vaticano, porque tenían adornos de metales preciosos. El rey Alfonso de Nápoles, muy entendido en objetos de arte, compró al Papa ánforas, copas y otros servicios de plata y oro, cálices, patenas y un tabernáculo con valiosos esmaltes. El Pontífice comía en platos de barro, y afirmó en uno de sus Breves que Iba a contentarse con una simple mitra de Uno, enajenando todas las joyas de la Iglesia para la guerra santa. Contempló Europa con admiración y al mismo tiempo con apatía los esfuerzos de este anciano, enardecido por una extraordinaria juventud. —Quiero ser—dijo—el emperador y el campeón de la Cristiandad contra los infieles. Sólo un español podía mostrar este ardor antimahometano. Las naciones del centro de Europa ya no se acordaban de las Cruzadas. Además, éstas sólo habían sido un episodio de «ni historia mientras en España la guerra contra los musulmanes se prolongaba siete siglos. Todavía en aquellos momentos poseían los moros el floreciente reino de Granada, representando un peligro nacional. Su propósito era coligar todo el Occidente cristiano contra el nuevo emperador de Constantinopla, socorrer a los húngaros, amenazados por los turcos; crear una flota de guerra pontificia que fuese a atacarlos en el archipiélago griego, del cual se iban apoderando rápidamente. —Todos los cronistas de entonces se asombraron del celo guerrero y la tuerza de voluntad de este anciano, que muchos creían próximo a morir. Los asuntos generales de la Iglesia los trataba brevemente, pero de la cruzada discurría con gran prolijidad atendiendo a todos sus detalles. Falto de dinero, licenciaba a cuantos escritores y artistas vivían a sueldo del Pontificado, y si retenía a algunos de los 53
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Todo el dinero de la Iglesia lo iba dedicando el ardiente<br />
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porque tenían adornos de metales preciosos.<br />
El rey Alfonso de Nápoles, muy entendido en objetos de arte,<br />
<strong>com</strong>pró al Papa ánforas, copas y otros servicios de plata y oro,<br />
cálices, patenas y un tabernáculo con valiosos esmaltes. El<br />
Pontífice <strong>com</strong>ía en platos de barro, y afirmó en uno de sus Breves<br />
que Iba a contentarse con una simple mitra de Uno, enajenando<br />
todas las joyas de la Iglesia para la guerra santa.<br />
Contempló Europa con admiración y al mismo tiempo con<br />
apatía los esfuerzos de este anciano, enardecido por una<br />
extraordinaria juventud.<br />
—Quiero ser—dijo—el emperador y el campeón de la<br />
Cristiandad contra los infieles.<br />
Sólo un español podía mostrar este ardor antimahometano.<br />
Las naciones del centro de Europa ya no se acordaban de las<br />
Cruzadas. Además, éstas sólo habían sido un episodio de «ni<br />
historia mientras en España la guerra contra los musulmanes se<br />
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los moros el floreciente reino de Granada, representando un<br />
peligro nacional.<br />
Su propósito era coligar todo el Occidente cristiano contra el<br />
nuevo emperador de Constantinopla, socorrer a los húngaros,<br />
amenazados por los turcos; crear una flota de guerra pontificia<br />
que fuese a atacarlos en el archipiélago griego, del cual se iban<br />
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—Todos los cronistas de entonces se asombraron del celo<br />
guerrero y la tuerza de voluntad de este anciano, que muchos<br />
creían próximo a morir. Los asuntos generales de la Iglesia los<br />
trataba brevemente, pero de la cruzada discurría con gran<br />
prolijidad atendiendo a todos sus detalles.<br />
Falto de dinero, licenciaba a cuantos escritores y artistas<br />
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