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13.07.2013 Views

ayudaba contra el duque de Anjou, aspirante a dicho trono ¡ con el auxilio de un partido de des-I contentos. Ayudado por la flota aragonesa, conquistaba Alfonso V el reino napolitano. Luego, la vieja Juana reñía con él, nombrando heredero al de Anjou; pero el aragonés continuaba la guerra, y tras muchas alternativas adueñábase definitivamente del reino de Nápoles en 1442, quedando en él para siempre. —En realidad, este rey español vivió más tiempo en Italia que en España. Una historia de amor contribuyó, según dicen algunos, a mantenerlo lejos de su patria. Cuando acababa de recibir la corona de Aragón y vivía en Valencia, su ciudad favorita, tuvo relaciones ilícitas con doña María de Híjar, noble dama valenciana. Estaba casado don Alfonso con una prima suya, doña María, hija de Enrique Tercero de Castilla, y se ha dicho, no sé con qué fundamento, que la esposa, en un arrebato de celos, hizo matar a la amante, historia romántica con la que se justifica el hecho de que Alfonso Quinto viviese treinta y ocho años lejos de su mujer, guerreando en Italia o gobernando pacíficamente a Nápoles. Ensalzó don Baltasar la popularidad italiana del rey español, protector de sabios y escritores. Los humanistas más atrevidos buscaban refugio en Nápoles. Como era amante de la gloria, procuraba merecer los elogios de estos literatos, distribuidores entonces de la celebridad. Griegos desterrados de Constantinopla venían a dar lecciones en Nápoles y Sicilia, honrándolos el rey con títulos de caballero. Se contaban anécdotas sobre el respeto de Alfonso V a las letras clásicas, afirmando que empleaba muchas veces como medicina la lectura de ciertos autores antiguos, curándose así las dolencias nerviosas. Hasta se abstuvo en una recepción de espantar una mosca posada sobre su nariz por no perder ninguna frase de la arenga latina que le dedicaba un orador célebre. En sus guerras para conseguir la posesión definitiva de Nápoles, perdonó a varias poblaciones que le habían opuesto empeñada resistencia 44

al acordarse de que eran patria de grandes hombres de la antigüedad. Su título de Magnánimo fue merecido. Al combatir a su adversario el duque de Anjou en su misma tierra de Provenza, apoderándose de Marsella, rehusó los presentes que le ofrecían las damas de dicha ciudad por haberla salvado del pillaje de sus tropas. «Yo he venido a vengarme como príncipe—dijo—y no a hacer la guerra como ladrón.» Sitiando a Gaeta, dejaba salir de la famélica plaza a las mujeres y los niños. Esto permitía a sus defensores aguardar un avituallamiento que Imposibilitó momentáneamente la toma de la población: mas no por ello se arrepintió el Magnánimo de su generosidad. A unos que conspiraban contra él los perdonó, diciendo: «Yo les obligaré a reconocer que cuido más de su vida que ellos mismos.» Una galera llena de soldados estaba próxima a naufragar, y como notó Alfonso V que sus órdenes para salvarla eran obedecidas con timidez, se arrojó el primero en una chalupa, gritando a los vacilantes: «Quiero mejor ser el compañero que el testigo de su muerte.» Y esta resolución enardecía a sus gentes, haciéndolas salvar el buque. Sonrió Figueras con cierto rubor, como si pidiese perdón a la dama que le estaba escuchando, y dijo: —Lo único que se le puede reprochar fue su gran afición a las mujeres. Toda su vida mostró esta debilidad, hasta en sus últimos años. Cuando ya tenía cerca de sesenta, hizo reír un poco a los de Nápoles con su amor senil por la hermosa y joven Lucrecia de Alagno, aunque él dijo siempre que esta pasión era puramente platónica. Hasta en su vejez tenia bella presencia y aspecto majestuoso, siendo uno de los caballeros más cumplidos de aquella época. Cuando su secretarlo, Alfonso de Borja, paso a ser Papa con e; nombre de Calixto III y andaban ambos en cuestiones por considerar el Pontífice un feudatario de la Iglesia a su antiguo señor, la bella Lucrecia de Alagno marchó a Roma con 45

al acordarse de que eran patria de grandes hombres de la<br />

antigüedad.<br />

Su título de Magnánimo fue merecido. Al <strong>com</strong>batir a su<br />

adversario el duque de Anjou en su misma tierra de Provenza,<br />

apoderándose de Marsella, rehusó los presentes que le ofrecían<br />

las damas de dicha ciudad por haberla salvado del pillaje de sus<br />

tropas. «Yo he venido a vengarme <strong>com</strong>o príncipe—dijo—y no a<br />

hacer la guerra <strong>com</strong>o ladrón.»<br />

Sitiando a Gaeta, dejaba salir de la famélica plaza a las<br />

mujeres y los niños. Esto permitía a sus defensores aguardar un<br />

avituallamiento que Imposibilitó momentáneamente la toma de la<br />

población: mas no por ello se arrepintió el Magnánimo de su<br />

generosidad. A unos que conspiraban contra él los perdonó,<br />

diciendo: «Yo les obligaré a reconocer que cuido más de su vida<br />

que ellos mismos.»<br />

Una galera llena de soldados estaba próxima a naufragar, y<br />

<strong>com</strong>o notó Alfonso V que sus órdenes para salvarla eran<br />

obedecidas con timidez, se arrojó el primero en una chalupa,<br />

gritando a los vacilantes: «Quiero mejor ser el <strong>com</strong>pañero que el<br />

testigo de su muerte.» Y esta resolución enardecía a sus gentes,<br />

haciéndolas salvar el buque.<br />

Sonrió Figueras con cierto rubor, <strong>com</strong>o si pidiese perdón a la<br />

dama que le estaba escuchando, y dijo:<br />

—Lo único que se le puede reprochar fue su gran afición a las<br />

mujeres. Toda su vida mostró esta debilidad, hasta en sus últimos<br />

años. Cuando ya tenía cerca de sesenta, hizo reír un poco a los de<br />

Nápoles con su amor senil por la hermosa y joven Lucrecia de<br />

Alagno, aunque él dijo siempre que esta pasión era puramente<br />

platónica. Hasta en su vejez tenia bella presencia y aspecto<br />

majestuoso, siendo uno de los caballeros más cumplidos de<br />

aquella época.<br />

Cuando su secretarlo, Alfonso de Borja, paso a ser Papa con e;<br />

nombre de Calixto III y andaban ambos en cuestiones por<br />

considerar el Pontífice un feudatario de la Iglesia a su antiguo<br />

señor, la bella Lucrecia de Alagno marchó a Roma con<br />

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