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III EN EL QUE SE HABLA DEL HIJO DE LA «UNIVERSIDAD» DE CANALS Y DE LA VICTORIOSA BATALLA DE LOS TRES JUANES A los pocos días de permanencia en la Costa Azul sintió don Baltasar Figueras la comezón de continuar su viaje a Roma. Ya había visto bastante. De Niza sólo le interesaba la ciudad vieja y su mercado de legumbres y flores, semejante al antiguo de Valencia. En el principado monegasco prefería la ciudad de Mónaco, con sus callejuelas tranquilas, donde encontraba frailes y monjas, y la gran plaza, frente al palacio de los Príncipes, adornada con cañones del tiempo de Luis XIV y pirámides de proyectiles esféricos. Esta artillería, teatral e inútil, imponía respeto al canónigo, predispuesto a la admiración de todo lo viejo, haciéndole aceptar dicha planicie como una verdadera plaza tuerte. La inmediata altura de Montecarlo, al otro lado del puerto, le inspiraba menos respeto. Era, según él, una ciudad peligrosa. Todos sus habitantes le parecían terribles bandidos internacionales, y en cuanto a las mujeres, se abstenía, por pudor, de darles su verdadero nombre. Como llevaba leídas cosas tremebundas sobre este país, pidió a Claudio que le enseñase cierto banco llamado de los suicidas, porque en él solían matarse los desesperados del juego. Inútilmente paseó Borja sus miradas por los numerosos bancos de un jardín dividido en terrazas. No pudo saber cuál era el que gozaba de tal privilegio fúnebre. Esto no impidió que el santo varón mirase con cierta inquietud los peñascos de la costa y las palmeras de loa paseos, esperando ver pendiente de su frágil ramaje algún ahorcado puesto de frac, u hechas pedazos, junto a las olas, a varias damas en traje de baile. 40
Dentro de los salones del Casino se mostró nervioso y ruborizado, cual si estuviese cometiendo una mala acción. En vano le señaló su sobrino &u grupo de clérigos portugueses que venían de Roma o se encaminaban a ella. Casi todos los que iban en peregrinación a ver al Papa hacían alto unas horas para conocer este Casino de Montecarlo, famoso en el mundo entero, y arriesgar algunas monedas sobre las mesas verdes. Don Baltasar dudó en el primer momento de la autenticidad de sus compañeros portugueses. —Deben de ser pastores luteranos —dijo , a Claudio. Y al convencerse finalmente de que eran católicos, como él, no por esto recobró su tranquilidad. Nada le interesaba en este mundo de la Costa Azul. Tenía otras cosas que hacer. Y anunció a su sobrino y a la distinguida viuda, admirada por él como una gran señora de los mejores tiempos de la Historia, su propósito de continuar el viaje. Rosaura lo invitó por segunda vez a almorzar, mostrando repentino interés por su gran empresa en favor de los Borgias. Era, sin duda, una amabilidad de última hora, un deseo de serle agradable, ya que no lo iba a ver más. Y escuchó atenta la descripción que el canónigo fue haciendo de la ciudad de Játiva, donde los árabes españoles fabricaron el primer papel conocido en Europa. Situada al pie de una colina que tiene en su cumbre un castillo famoso a causa de los personajes que guardó prisioneros, la circunda extensa huerta, en la que alternan los campos siempre verdes con grupos de palmeras. Un agua fresca y rumorosa viene de las fuentes de la montaña a esparcirse por las casas, en chorros sin grito que se desgranan día y noche sobre las pilas de los patios. Al pasar el transeúnte frente a las puertas, es acogido por el rumor melodioso de estos arroyuelos continuos. —Los Borjas—dijo don Baltasar— fueron de Játiva; pero el primero de ellos, el Papa Calixto Tercero, no nació dentro de la ciudad, sino en la universidad de Canals. 41
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Dentro de los salones del Casino se mostró nervioso y<br />
ruborizado, cual si estuviese <strong>com</strong>etiendo una mala acción. En<br />
vano le señaló su sobrino &u grupo de clérigos portugueses que<br />
venían de Roma o se encaminaban a ella. Casi todos los que iban<br />
en peregrinación a ver al Papa hacían alto unas horas para<br />
conocer este Casino de Montecarlo, famoso en el mundo entero,<br />
y arriesgar algunas monedas sobre las mesas verdes. Don<br />
Baltasar dudó en el primer momento de la autenticidad de sus<br />
<strong>com</strong>pañeros portugueses.<br />
—Deben de ser pastores luteranos —dijo , a Claudio.<br />
Y al convencerse finalmente de que eran católicos, <strong>com</strong>o él,<br />
no por esto recobró su tranquilidad.<br />
Nada le interesaba en este mundo de la Costa Azul. Tenía<br />
otras cosas que hacer. Y anunció a su sobrino y a la distinguida<br />
viuda, admirada por él <strong>com</strong>o una gran señora de los mejores<br />
tiempos de la Historia, su propósito de continuar el viaje.<br />
Rosaura lo invitó por segunda vez a almorzar, mostrando<br />
repentino interés por su gran empresa en favor de los Borgias.<br />
Era, sin duda, una amabilidad de última hora, un deseo de serle<br />
agradable, ya que no lo iba a ver más. Y escuchó atenta la<br />
descripción que el canónigo fue haciendo de la ciudad de Játiva,<br />
donde los árabes españoles fabricaron el primer papel conocido<br />
en Europa.<br />
Situada al pie de una colina que tiene en su cumbre un castillo<br />
famoso a causa de los personajes que guardó prisioneros, la<br />
circunda extensa huerta, en la que alternan los campos siempre<br />
verdes con grupos de palmeras.<br />
Un agua fresca y rumorosa viene de las fuentes de la montaña<br />
a esparcirse por las casas, en chorros sin grito que se desgranan<br />
día y noche sobre las pilas de los patios. Al pasar el transeúnte<br />
frente a las puertas, es acogido por el rumor melodioso de estos<br />
arroyuelos continuos.<br />
—Los Borjas—dijo don Baltasar— fueron de Játiva; pero el<br />
primero de ellos, el Papa Calixto Tercero, no nació dentro de la<br />
ciudad, sino en la universidad de Canals.<br />
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