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la Iglesia, la Cristiandad romana empezó a perder gente, en vez<br />

de aumentar sus prosélitos. Los griegos nos abandonaron,<br />

llevándose una parte de Europa, y luego de muerto el Papa<br />

Borgia sus inmediatos sucesores perdieron otra parte al rebelarse<br />

los pueblos afectos a la Reforma. El catolicismo, tai <strong>com</strong>o es<br />

actualmente, Inicia su desarrollo bajo el gran Papa español. En su<br />

tiempo se descubre a América; él es quien reparte el mundo entre<br />

españoles y portugueses; Colón le escribe en castellano (a pesar<br />

de que Rodrigo de Borja llevaba viviendo en Italia tres cuartas<br />

partes de su existencia), contándole que ha descubierto trescientas<br />

leguas de la costa de Asia el Japón y un sinnúmero de islas<br />

inmediatas. Veinte naciones americanas son ahora católicas, al<br />

otro lado del Océano, por haber nacido a la vida cristiana en<br />

tiempos de nuestro Alejandro. Más de cien millones de seres<br />

acatan a Roma en el opuesto hemisferio por el proselitismo del<br />

Papa Borgia, quien se apresuró a enviar misioneros a América en<br />

el segundo viaje de descubrimiento. Se <strong>com</strong>prende el orgullo de<br />

aquel Pontífice. ¿No habíamos incurrido nosotros en el mismo<br />

pecado?... Realizaban los españoles el prodigio de llegar a Asia<br />

por Occidente (pocos sospecharon entonces que se había<br />

descubierto un nuevo mundo), y el Pontífice consagrador de tan<br />

Inaudita hazaña era también español. Un creyente <strong>com</strong>o<br />

Alejandro Sexto debía de ver en ello la mano de la Providencia.<br />

Claudio sólo pensaba en la visita que iba a hacer hora y media<br />

después a don Aristides y su familia.<br />

Seguiría su destino. Una voz burlona parecía gritarle desde el<br />

fondo de su memoria; «¡ Adiós, caballero Tannhauser!»<br />

Iba a acabar su vida de locuras. Se contentaría con una<br />

existenci reposada, dulcemente monótona, sin delirios felices y<br />

sin conflictos. Sería el marido de Estela; y la misma voz lejana<br />

repetía <strong>com</strong>o un eco lamentoso:<br />

«¡ Pobre Estela!»<br />

Se aproximaron a una puerta del Vaticano, y el canónigo,<br />

<strong>com</strong>o si hablase ante una muchedumbre de diversas creencias y<br />

razas, siguió diciendo:<br />

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