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En dicha entrevista le revelaba sus planes futuros de existencia, su matrimonio con el secretario de Legación. —Adivinará usted—siguió diciendo— que no me llamó únicamente para darme tales nuevas. Quería que yo la acompañase aquí mismo, presenciando una conversación de ustedes dos. Necesitaba verlo para pedirle en nombre de su antigua... amistad que la deje tranquila y no se acuerde más de su persona. Quiere que acepte los hechos, como ella los aceptó en otro tiempo. «Lo pasado fue un sueño, amigo Enciso ; un sueño nada más. ¡Ay! ¿Quién no ha soñado?...» Estas fueron sus palabras. Asintió Claudio con movimientos de cabeza, permaneciendo silencio?o. Lo mismo que había dicho Rosaura cuando se hablaron en el hotel. —Usted reconocerá—continuó el diplomático—que el encargo resultaba un poco... difícil para mí. La» mujeres encuentran natural todo lo que favorece sus deseos. Figúrese un hombre como yo, tranquilo, de costumbres respetables, trayéndola aquí para presenciar una entrevista tempestuosa de antiguos amantes... Y si por el contrario, la conversación se dulcificaba, con un grato desfile de recuerdos melancólicos, ¡imagínese qué papel para un ministro plenipotenciario cerca del Papa!... A mí me gustan las cosas novelescas..., pero hasta cierto punto. Y parecía vibrar en su voz un lejano eco de aquella envidia mansa, de aquel tranquilo despecho con que había comentado siempre las historias amorosas de la bella argentina, tan admirada por él. —Por fortuna, ella misma desistió de la visita cuando le propuse que viniese sin mi, dándole las señas de esta casa. Por nada del mundo se atreve a quedar a solas con usted. Tal vez tiene miedo a que los recuerdos puedan más que su voluntad; y esto, querido Claudio, resulta lisonjero para un hombre... En resumen: se limitó a rogarme que influyese con usted para que no moleste más a ella ni a su futuro marido. Hoy se han marchado de 330
Roma no sé adonde. Verdaderamente después del duelo, su existencia aquí no resultaba grata. Tenía que permanecer en sus habitaciones del hotel, sin atreverse a bajar al comedor ni al salón. En nuestro mundo se comenta todavía el suceso... Todos los que no la conocen querían verla. Las mujeres se ocupaban envidiosamente de su buena suerte. ¡Dos jóvenes queriendo matarse por una viuda con hijos!... Y exageraban su edad para dar cierto aspecto ridiculo al choque de ustedes... Eran más de las doce, y Enciso quiso marcharse. Antes de partir creyó del caso dar por adelantado algunos tíe los consejos que seguramente iba a oír Borja de boca de su tío. —Don Baltasar piensa como nosotros dos. ¿Se extraña usted y quiere saber quién es el otro?... Me refiero a don Arístides. Mi ilustre amigo le quiere como siempre. Lamenta un poco lo que ocurrió aquella noche en mi casa; pero ahora, gracias al tiempo transcurrido, lo ve con frialdad lo mismo que lo vi yo desde el primer momento. Una humorada un poco fuera de tono; un capricho genial de poeta, como digo a todos... Las cosas se arreglarán, amigo Claudio. Déjese llevar por las exigencias sociales como si fuesen olas dulces. Después ya se saldrá de la corriente, cuando lo juzgue oportuno, para hacer sus gustos, pero siempre sin escándalo... Siga los consejos de nosotros tres, que le queremos. Al quedar solo el joven, resurgió en su memoria la imagen de Rosaura, tal como la veía un año antes, entre las florestas de la Venusberg. En días anteriores era una pálida imagen, falta de vida, logrando evocarla sin que despertase en él vibración alguna. La tenía cerca, podía verla en cualquier momento, repitiendo la escena del dancing, perturbando sus nuevos amores, y la convicción de tal potencia le mantenía Inactivo, en resignada calma. Ai saberla ahora lejos, fugitiva con aquel hombre de gustos frivolos, hábilmente egoísta para asegurarse una vida de lujo por medio del matrimonio, fuera ya de su alcance, imposibilitado de adivinar dónde se encontraba, resurgía en su 331
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Roma no sé adonde. Verdaderamente después del duelo, su<br />
existencia aquí no resultaba grata. Tenía que permanecer en sus<br />
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salón. En nuestro mundo se <strong>com</strong>enta todavía el suceso... Todos<br />
los que no la conocen querían verla. Las mujeres se ocupaban<br />
envidiosamente de su buena suerte. ¡Dos jóvenes queriendo<br />
matarse por una viuda con hijos!... Y exageraban su edad para dar<br />
cierto aspecto ridiculo al choque de ustedes...<br />
Eran más de las doce, y Enciso quiso marcharse. Antes de<br />
partir creyó del caso dar por adelantado algunos tíe los consejos<br />
que seguramente iba a oír Borja de boca de su tío.<br />
—Don Baltasar piensa <strong>com</strong>o nosotros dos. ¿Se extraña usted y<br />
quiere saber quién es el otro?... Me refiero a don Arístides. Mi<br />
ilustre amigo le quiere <strong>com</strong>o siempre. Lamenta un poco lo que<br />
ocurrió aquella noche en mi casa; pero ahora, gracias al tiempo<br />
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primer momento. Una humorada un poco fuera de tono; un<br />
capricho genial de poeta, <strong>com</strong>o digo a todos... Las cosas se<br />
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sociales <strong>com</strong>o si fuesen olas dulces. Después ya se saldrá de la<br />
corriente, cuando lo juzgue oportuno, para hacer sus gustos, pero<br />
siempre sin escándalo... Siga los consejos de nosotros tres, que le<br />
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Al quedar solo el joven, resurgió en su memoria la imagen de<br />
Rosaura, tal <strong>com</strong>o la veía un año antes, entre las florestas de la<br />
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En días anteriores era una pálida imagen, falta de vida,<br />
logrando evocarla sin que despertase en él vibración alguna. La<br />
tenía cerca, podía verla en cualquier momento, repitiendo la<br />
escena del dancing, perturbando sus nuevos amores, y la<br />
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