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13.07.2013 Views

a César en las costas de Italia saliesen a libertarlo. Durante el resto de su vida, sintió remordimientos Gonzalo de Córdoba por esta acción desleal. Hasta en el momento de su muerte se acordó de César Borgia, llorando la felonía con que le había tratado por obedecer las órdenes de Fernando el Católico. Baltasare de Scipione, el condottiere al servicio de César, que se délo engañar, entregando su salvoconducto, sintió tal indignación ante el proceder del rey de España y de Gonzalo de Córdoba, que, con arreglo a los usos caballerescos de la época hizo publicar un llamamiento en toda la Cristiandad retando a combate a los que quisieran sostener que los reyes Fernando e Isabel no habían obrado como traidores, «con menosprecio de la fe jurada y con vergüenza para su corona real». Y ningún español se presentó, a pesar de que eran muchos los que vivían entonces en Italia, siempre dispuestos a batirse con el más fútil pretexto. Todos estaban convencidos de la justicia y verdad de dicho reto. Lo inconcebible para algunos fue que un hombre como César creyese en la palabra de Fernando el Católico, quien consideraba superfino dar valor a las promesas en asuntos políticos. El maestro viejo había acabado por engañar al terrible discípulo. Recordó Claudio el cinismo diplomático de este monarca español grande a su modo. Un embajador francés se quejaba ante él de su falta de sinceridad con Luis XII. Su rey no quería nada con el de España, recordando cómo lo había engañado una vez. —¿Una nada más?—dijo Fernando el Católico, sonriendo finalmente—. Yo creo que lo he engañado más de ocho. Llegaba a Valencia la galera procedente de Nápoles a fines de septiembre de 1504, desembarcando al prisionero. Era la primera vez que este hijo de español pisaba el suelo de España. Teniendo quince años lo habían nombrado arzobispo de Valencia, y, cuando' al fin podía visitar su antigua diócesis, era como cautivo. A los ocho había empezado su carrera dentro de la Iglesia, recibiendo la mitra de Pamplona, y el Destino lo iba empujando para morir en Navarra, al otro lado de la Península. La tierra de sus ascendientes, que durante varios años había 318

escuchado los ecos de sus grandezas y victorias, sólo iba a conocerlo vencido y muerto. Como los Borgias disponían de tantos amigos dentro del reino de Valencia, el rey no le dejó permanecer en dicha ciudad, enviándolo al castillo de Chinchilla, cerca de Albacete, fortaleza pobre e incómoda. Allí pasaba varios meses, y tal era su desesperación, que pretendía fugarse del modo más difícil y audaz, puesto de acuerdo sin duda con algunos de sus partidarios en Valencia. El alcaide del castillo, Gabriel Guzmán, era famoso como hombre forzudo, un día, cuando mostraba a César el triste paisaje desde lo más alto de la torre principal, éste lo agarró por sorpresa, intentando arrojarlo desde las almenas al foso, para huir después. La lucha resultaba larga y tenaz, por ser ambos de un vigor hercúleo; mas al fin triunfaba Guzmán, y el prisionero decía riendo que todo había sido una broma para poner a prueba las tan ponderadas fuerzas del alcaide. Poco después lo trasladaron al castillo de la Mota, junto a Medina del Campo, en plena Castilla, donde no contaba con amigos de su familia. * Isabel la Católica había muerto, el 26 de noviembre de 1504, en la misma Medina del Campo, cuya fortaleza iba a guardar ahora a este prisionero célebre. Castilla estaba amenazada de una guerra civil, parte de la nobleza pedia que Fernando el Católico siguiese gobernando dicho reino en nombre de su hija dona Juana. Los más de los señores, ansiosos de novedades, se mostraban enemigos suyos y partidarios de que reinasen sin tutela doña Juana, que después fue llamada la Loca, y su marido Felipe el Hermoso, hijo de Maximiliano, emperador de Alemania. Esta situación anormal vino a favorecer al prisionero de Medina del Campo. Lucrecia Borgia desde su corte de Ferrara, los cardenales españoles residentes en Roma y el rey don Juan de 319

a César en las costas de Italia saliesen a libertarlo.<br />

Durante el resto de su vida, sintió remordimientos Gonzalo de<br />

Córdoba por esta acción desleal. Hasta en el momento de su<br />

muerte se acordó de César Borgia, llorando la felonía con que le<br />

había tratado por obedecer las órdenes de Fernando el Católico.<br />

Baltasare de Scipione, el condottiere al servicio de César, que<br />

se délo engañar, entregando su salvoconducto, sintió tal<br />

indignación ante el proceder del rey de España y de Gonzalo de<br />

Córdoba, que, con arreglo a los usos caballerescos de la época<br />

hizo publicar un llamamiento en toda la Cristiandad retando a<br />

<strong>com</strong>bate a los que quisieran sostener que los reyes Fernando e<br />

Isabel no habían obrado <strong>com</strong>o traidores, «con menosprecio de la<br />

fe jurada y con vergüenza para su corona real». Y ningún español<br />

se presentó, a pesar de que eran muchos los que vivían entonces<br />

en Italia, siempre dispuestos a batirse con el más fútil pretexto.<br />

Todos estaban convencidos de la justicia y verdad de dicho reto.<br />

Lo inconcebible para algunos fue que un hombre <strong>com</strong>o César<br />

creyese en la palabra de Fernando el Católico, quien consideraba<br />

superfino dar valor a las promesas en asuntos políticos. El<br />

maestro viejo había acabado por engañar al terrible discípulo.<br />

Recordó Claudio el cinismo diplomático de este monarca<br />

español grande a su modo. Un embajador francés se quejaba ante<br />

él de su falta de sinceridad con Luis XII. Su rey no quería nada<br />

con el de España, recordando cómo lo había engañado una vez.<br />

—¿Una nada más?—dijo Fernando el Católico, sonriendo<br />

finalmente—. Yo creo que lo he engañado más de ocho.<br />

Llegaba a Valencia la galera procedente de Nápoles a fines de<br />

septiembre de 1504, desembarcando al prisionero. Era la primera<br />

vez que este hijo de español pisaba el suelo de España.<br />

Teniendo quince años lo habían nombrado arzobispo de<br />

Valencia, y, cuando' al fin podía visitar su antigua diócesis, era<br />

<strong>com</strong>o cautivo. A los ocho había empezado su carrera dentro de la<br />

Iglesia, recibiendo la mitra de Pamplona, y el Destino lo iba<br />

empujando para morir en Navarra, al otro lado de la Península.<br />

La tierra de sus ascendientes, que durante varios años había<br />

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