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13.07.2013 Views

ningún dolor que resultase intolerable. Oyó exclamaciones de asombre y tendido como estaba, no pudo ver los rostros de los que las proferían. Tal vez eran de horror ante la enormidad de aquel desgarrón que apenas si le causaba más daño que un simple pinchazo. Las heridas de muerte inmediata debían de ser así. Un dolor más agudo. Los médicos le hacían una incisión en la parte interior de la pierna, y sintió repentinamente un grato aligeramiento, comparable al del que pierde una muela cariada. El redondo proyectil le había atravesado el muslo, quedando junto a la piel, y los operadores acababan de extraerlo fácilmente por el extremo opuesto. —Es lo que llamamos nosotros una herida de suerte—dijo el oficial español que le había servido de padrino. Todos se acercaban a la cama con la confianza de la tranquilidad. Daban explicaciones los médicos hablando de arterias, músculos y huesos que podía haber fracturado la bala —Unos cuantos milímetros a la derecha, tal vez uno nada más, y la herida sería gravísima, Al levantar Borja su cara pálida y sonriente, vio a Enciso en la puerta, mirando a lo alto con devota expresión. Movía la cabeza y hablaba al mismo tiempo con cierta incoherencia para los demás. — ¡ Y luego dicen!... ¡Y todavía hay quien duda!... Le vendaban la pierna, esparciéndose un fuerte olor de drogas antisépticas, e iba por su pie hasta el automóvil, situado frente a la casa del jardinero. —Esto no es nada—dijo sonriendo. Los cuatro padrinos le hablaron con cierta timidez. Su advesario lamentábase de lo ocurrido y olvidaba la ofensa recibida. Quería estrechar su mano. Claudio dejó de sonreír e hizo un gesto como si repeliese a un insecto invisible: «¡Ah, no!» Le parecía ridicula tal proposición, y pasaron por su memoria como personajes simpáticos César Borgia seguido de don Michelotto. ¡Estos eran hombres!... Representaban la brutalidad de la existencia humana con todo su esplendor trágico, sin 300

hipocresías. Entre tanto, Enciso iba diciendo a sus espaldas: —Indudablemente, un milagro... ¡Un verdadero milagro! El médico de Borja contestaba, asintiendo con movmientos de cabeza: —Herida asombrosa, más no por eso hay que descuidarla. Anunciaron a Claudio que le acometería la fiebre al cerrar la noche; pero no sufrió la menor alteración en su temperatura, mientras conversaba con todos los amigos del restaurante, venidos a visitarlo Sonaba con frecuencia la campana de la verja de su jardincito. Todas las gentes que había tratado en comidas y bailes cuando estaba en buenas relaciones con el embajador Bustamante venían a dejar su tarjeta y preguntar por su salud. Su duelo era en aquellos momentos tema de conversación en hoteles y legaciones. Durmió con un sueño norma como si nada le hubiese ocurrido, siti otra sensación extraordinaria que un fuerte cosquilleo en la herida y un hedor de drogas saturando su dormitorio. El médico que le había examinado la noche anterior, asombrándose de su falta de fiebre, vino a despertarlo a media mañana, seguido de su excelencia Enciso de las Casas. Recibió el herido a éste con un gesto burlón. —Anoche pensé que de poco me ha servido su estampita de los Revés Magos. El otro levantó las manos al cielo. ¿Y aún dudaba dei prodigio?... Gracias a su precaución la bala había atravesado nada más que los tejidos blandos de la pierna, como decían los médicos, sin tocar algo esencial que representase un peligro grave. —Crea usted, amigo mío, que en el primer momento sufrí un gran susto. Anoche todavía estaba impresionado, y hablé de ello con... ciertas personas amigas. En realidad, es ahora cuando me convenzo de que no pasará nada, después de oír las explicaciones del doctor. Y el médico italiano, complacido de que tan importante 301

ningún dolor que resultase intolerable.<br />

Oyó exclamaciones de asombre y tendido <strong>com</strong>o estaba, no<br />

pudo ver los rostros de los que las proferían. Tal vez eran de<br />

horror ante la enormidad de aquel desgarrón que apenas si le<br />

causaba más daño que un simple pinchazo. Las heridas de muerte<br />

inmediata debían de ser así.<br />

Un dolor más agudo. Los médicos le hacían una incisión en la<br />

parte interior de la pierna, y sintió repentinamente un grato<br />

aligeramiento, <strong>com</strong>parable al del que pierde una muela cariada.<br />

El redondo proyectil le había atravesado el muslo, quedando<br />

junto a la piel, y los operadores acababan de extraerlo fácilmente<br />

por el extremo opuesto.<br />

—Es lo que llamamos nosotros una herida de suerte—dijo el<br />

oficial español que le había servido de padrino.<br />

Todos se acercaban a la cama con la confianza de la<br />

tranquilidad. Daban explicaciones los médicos hablando de<br />

arterias, músculos y huesos que podía haber fracturado la bala<br />

—Unos cuantos milímetros a la derecha, tal vez uno nada<br />

más, y la herida sería gravísima,<br />

Al levantar Borja su cara pálida y sonriente, vio a Enciso en la<br />

puerta, mirando a lo alto con devota expresión. Movía la cabeza y<br />

hablaba al mismo tiempo con cierta incoherencia para los demás.<br />

— ¡ Y luego dicen!... ¡Y todavía hay quien duda!...<br />

Le vendaban la pierna, esparciéndose un fuerte olor de drogas<br />

antisépticas, e iba por su pie hasta el automóvil, situado frente a<br />

la casa del jardinero.<br />

—Esto no es nada—dijo sonriendo.<br />

Los cuatro padrinos le hablaron con cierta timidez. Su<br />

advesario lamentábase de lo ocurrido y olvidaba la ofensa<br />

recibida. Quería estrechar su mano. Claudio dejó de sonreír e<br />

hizo un gesto <strong>com</strong>o si repeliese a un insecto invisible: «¡Ah, no!»<br />

Le parecía ridicula tal proposición, y pasaron por su memoria<br />

<strong>com</strong>o personajes simpáticos César Borgia seguido de don<br />

Michelotto. ¡Estos eran hombres!... Representaban la brutalidad<br />

de la existencia humana con todo su esplendor trágico, sin<br />

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