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pero debemos resignar nos a los usos de los tiempos de ahora, ya que en ellos vivimos. Era López Rallo quien había exigido esta arma, creyéndola más eficaz para suprimir a su enemigo. De un combate con armas blancas podían salir, uno u otro, sin más que un simple rasguño. —Dicen que es un gran tirador... —continuó Enciso—. A usted también lo creen experto en la pistola y otras armas... Por suerte, tengo la corazonada de que no correrá sangre, y nunca me equivoco en mis presentimientos. Recibió Claudio con gestos respectivos esta afirmación de la habilidad de su adversario. Le parecía bien la pistola. Recordaba sus ejercicios en Madrid, durante varios años, amaestrándose en el uso de diversas armas. —Hace tiempo que no tiro—dijo—; pero le aseguro que al primer disparo le partiré de un balazo el monóculo. Téngalo por indudable. Se alarmó Enciso ante esta afirmación, dicha con una sinceridad que le parecía terrorífica. —No, amigo mío; usted no hará eso, Usted va a limitarse a tirar sin mala intención, y el otro hará lo mismo. Yo se lo exigiré, y me obedecerá. Deben ustedes salir del paso como buenos caballeros, y luego... ¡ya veremos! Hablaré a esa señora para que resuelva las cosas a gusto de todos .., no sé cómo. Después de dudar unos segundos, comprendiendo la inutilidad de su última promesa, se apresuró a añadir: | —Lo importante es lo inmediato, lo que ocurrirá dentro de unas horas. Tomó cierto aire solemne mientras sacaba de un bolsillo interior de su: chaqué un pequeño sobre de los que sirven para tarjetas. —Va a prometerme, amigo Borja, que guardará esto en el traje que lleve esta tarde. Es el ruego de un hombre que sabe de la vida más que usted... No me pregunte. Obedezca. A pesar de su tono de mando, se notaba en don Manuel un deseo vehemente de ser interrogado acerca del misterio del 296
pequeño sobre. Claudio lo mantuvo en su diestra, preguntando con su mirada antes de guardarlo, y el diplomático se decidió finalmente a revelar su contenido. Era la mitad de una estampita representando a los Reyes Magos tales como los conservan en la catedral de Colonia. Todo el que llevase este santo papel encima de su cuerpo no podía morir de muerte violenta. Sin duda, en su visita al otro combatiente le había regalado la primera mitad del sacro fetiche. —No sonría usted, Borja. Un cardenal alemán, muy sabio y gran amigo i mío, me ha hecho conocer infinitos milagros de esta estampa; un varón eminentísimo, incapaz de mentir... No se extrañe de que yo lo crea a pesar de que soy un hombre mundano, «demasiado artista», como dice de mí el tío de su adversario. Luego adoptó cierto aire pedantesco, para añadir: —«Existen entre el Cielo y la Tierra muchas cosas misteriosas que los hombres ignoramos...» Ya sabe usted quién dijo esto, mejor que lo digo yo. Claudio hizo esfuerzos para mantenerse serlo al oír que el gran Enciso citaba a Shakespeare con el deseo de probar la tuerza milagrosa de una media estampa de los supuestos Reyes Magos de Colonia. Al darse cuenta el diplomático-artista de este asombro de su oyente añadió con modestia, como si se excusase: —Inútil reírse de mí. Ya le he dicho que soy de otra época: igual a aquellos personajes que creían a la vez en la Virgen María y en Venus, llevaban sobre el pecho un medallón con la Hostia consagrada y se entregaban a la astrología y la magia. Siendo grandes pecadores, no dudaban un momento del poder de Dios y la existencia de la vida eterna... Le repito que soy el último cardenal del Renacimiento, con mujer y cargado de hijos, lo mismo que muchos de ellos..., pero todos hijos legítimos. 297
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Claudio lo mantuvo en su diestra, preguntando con su mirada<br />
antes de guardarlo, y el diplomático se decidió finalmente a<br />
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Era la mitad de una estampita representando a los Reyes<br />
Magos tales <strong>com</strong>o los conservan en la catedral de Colonia. Todo<br />
el que llevase este santo papel encima de su cuerpo no podía<br />
morir de muerte violenta. Sin duda, en su visita al otro<br />
<strong>com</strong>batiente le había regalado la primera mitad del sacro fetiche.<br />
—No sonría usted, Borja. Un cardenal alemán, muy sabio y<br />
gran amigo i mío, me ha hecho conocer infinitos milagros de esta<br />
estampa; un varón eminentísimo, incapaz de mentir... No se<br />
extrañe de que yo lo crea a pesar de que soy un hombre mundano,<br />
«demasiado artista», <strong>com</strong>o dice de mí el tío de su adversario.<br />
Luego adoptó cierto aire pedantesco, para añadir:<br />
—«Existen entre el Cielo y la Tierra muchas cosas misteriosas<br />
que los hombres ignoramos...» Ya sabe usted quién dijo esto,<br />
mejor que lo digo yo.<br />
Claudio hizo esfuerzos para mantenerse serlo al oír que el<br />
gran Enciso citaba a Shakespeare con el deseo de probar la tuerza<br />
milagrosa de una media estampa de los supuestos Reyes<br />
Magos de Colonia. Al darse cuenta el diplomático-artista de<br />
este asombro de su oyente añadió con modestia, <strong>com</strong>o si se<br />
excusase:<br />
—Inútil reírse de mí. Ya le he dicho que soy de otra época:<br />
igual a aquellos personajes que creían a la vez en la Virgen María<br />
y en Venus, llevaban sobre el pecho un medallón con la Hostia<br />
consagrada y se entregaban a la astrología y la magia. Siendo<br />
grandes pecadores, no dudaban un momento del poder de Dios y<br />
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