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único hombre capaz de estorbar su tranquilidad de amante y sus<br />

posibilidades de convertirse en mando.<br />

Después de las miradas que se cruzaron entre ambos, creyó<br />

Rallo necesario aproximarse con una amabilidad fría,<br />

dirigiéndose únicamente a la viuda de Pineda, fingiendo no ver al<br />

otro, <strong>com</strong>o si le considerase indigno de su atención.<br />

—Señora, la están esperando. Si usted me permite...<br />

Y le ofreció un brazo, lo mismo que si hubiesen terminado un<br />

bailé y la volviera a su asiento.<br />

Intentó Rosaura apoyarse en dicho brazo; pero no pudo<br />

conseguirlo. Algo inesperado, bárbaro, al margen de las<br />

conveniencias de vida social, cortó su acción.<br />

Claudio había vacilado un poco ante el inesperado avance de<br />

este hombre. Luego creyó que estallaban de pronto todas las<br />

bombillas de las lámparas inmediatas, esparciendo llamas en el<br />

ambiente hasta hacerlo de fuego fluido. ¡Puñal de César Borgia!<br />

¡Apasionada brutalidad de una vida de acción más allá de las<br />

cobardías de nuestra existencia civilizada y dulce!... Y sin decir<br />

palabra, sin el más leve murmullo de cólera, levantó su diestra<br />

abofeteando al hombre que tenía delante.<br />

Su mano realizó el prodigio inútilmente esperado por los<br />

admiradores de la estabilidad de aquel monóculo que parecía<br />

sujeto con tornillos a la arcada de la ceja. Por primera vez se<br />

desprendió el redondel de vidrio de su marco, cayendo al suelo<br />

con un retintín que amortiguó el espesor de la alfombra.<br />

Sintióse desarmado su portador. Luego se inclinó para<br />

recobrarlo, y. una vez vuelto a su lugar, responder a la agresión,<br />

luchando cuerpo a cuerpo. Pero Rosaura se interpuso entre los<br />

dos, fijando en Borja unos ojos Iracundos.<br />

Esta mirada abatió instantáneamente su cólera. ¡Ay! ¡Qué<br />

interés el suyo por un personaje que parecía grotesco!...<br />

No pudo seguir sus reflexiones. La hermosa viuda tiraba de su<br />

futuro esposo, y éste dejábase conducir sin esfuerzo, llevando en<br />

la diestra un cartoncito blanco.<br />

Adivinó Claudio que era una tarjeta suya. De no ver el<br />

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