Documento - GutenScape.com
Documento - GutenScape.com Documento - GutenScape.com
hiciese adivinar su persona. Iba, sin duda a dar alguna orden a los empleados que estaban en el vestíbulo o a la oficina directora del hotel. Siguió adelante, serena, con el andar gallardo de siempre, y únicamente se estremeció al sonar a sus espaldas la voz de Borja: — ¡ Rosaura!... - También ella vaciló un poco antes de reconocerlo; pero su duda fue más corta. Palideció, e inmediatamente aquella sonrisa que tanto conocía Claudio, la sonrisa amable e hipócrita para las amistades, así como su voz, que él había comparado muchas veces a las vibraciones del cristal golpeado por una perla, parecieron esparcir por su rostro un arrebol de amanecer alegre. —Borja... ¡ Es usted!... ¡Qué sorpresa! ¿Cómo le va? Y le tendió una mano afable v blanda, como a cualquier amigo falto de interés para ella. Usaba el usted, a pesar de que estaban solos, acogiéndolo cual si se hubiesen visto semanas antes en otra ciudad. Un encuentro de hotel, ni más ni menos. El la tuteó suprimiendo el pasado, como si sólo los separasen unos días de su vida común en la Costa Azul: lo mismo que dos amantes después de una divergencia pasajera, cuando se buscan para la reconciliación. Al evocar Claudio en los días siguientes este encuentro, le era imposible reconstruir con exactitud lo que había dicho. Sólo conseguía acordarse de que ella le escuchaba en silencio, mirándolo fijamente, con gesto de extrañeza, apreciando sus palabras como algo inesperado, molesto e inquietante. Callaba Rosaura, adivinando la conveniencia de no oponer ninguna respuesta capaz de enardecerlo. Era mejor dejar libre el curso de su catarata verbal, que sonaba con una continuidad sorda de confesión y arrepentimiento. De este modo se agotaría, esparciéndose sobre una llanura silenciosa, limpia de obstáculos. Lo único que recordaba Borja era su tono de enamorado humilde que vuelve e implora perdón. Se cumplían las amenzas de la Venus de la Costa Azul, cuando él le había pedido que le 288
dejase partir. Tornaba como un pordiosero. Le era imposible continuar existiendo sin la limosna de su amor. Estaba arrepentido de su locura... De no encontrarse los dos en una galería del hotel, se hubiese arrodillado a sus pies. —Di que me perdonas... Mírame con ojos misericordiosos. Tómame orra vez. Ahora me doy cuenta de que estoy solo en el mundo. Te necesito como amante, como amiga, como hermana. Al verte comprendo lo que he perdido. Lo veo mejor que hace media hora... Di que me perdonas. ¡Habla!... Insúltame si te place..., pero no calles, no sonrías... ¡Ay tu silencio! Y ella habló, al fin, con frases entrecortadas, alzando los hombros, sin dejar de sonreír. —¿Qué puedo decirle, Borja? Usted se fue..., usted lo quiso. No iba yo a esperar toda mi vida la hora en que se le ocurriese volver. Creí que me había olvidado para siempre. Los hombres corno usted se aburren de todo..., ¡hasta de la felicidad! —Yo te he escrito muchas veces...—dijo él apasionadamente, intentando coger sus manos—. Luego, un sentimiento inexplicable de vergüenza me hacia romper mis cartas. Ella contestó, repeliendo aquehas manos audaces y cálidas: —También yo he rotó, tal vez, muchas cartas... Pero esto debió de ser al principio, cuando aún me dolía la separación... Afortunadamente, tenemos en nosotros dos fuerzas que nos ayudan a vivir: el olvido y la esperanza; lo que necesitamos para suprimir el ayer y para hermosear el mañana... Lo pasado ya es irremediable. ¿Por qué se empeña, Borja, en resucitar lo que mató usted mismo?... Siga su camino y sea feliz. Hizo una pausa, añadiendo poco después, como si intentase consolarlo: —Me han dicho que, al fin, va usted a casarse con Estela Bustamante. Yo también pienso casarme..., no sé cuándo. Tal vez sea algo repentino, que sorprenderá a la gente. Volvió Borja a hablar con voz sorda; pero ahora su tono era amenazante... Sólo él podía ser su esposo. Considerábase con mayores derechos que todos los hombres. Hasta aquel Urdaneta, 289
- Page 237 and 238: joven débil en apariencia y de ele
- Page 239 and 240: la vida. Le acompañaba una tarde R
- Page 241 and 242: Vivía rodeado de españoles, el ca
- Page 243 and 244: llamaba judío, marrano o circuncis
- Page 245 and 246: independiente que podía resultar c
- Page 247 and 248: —Son los dos bellacos más grande
- Page 249 and 250: detentaban las posesiones de la San
- Page 251 and 252: consecuencias de tal viaje. Claudio
- Page 253 and 254: tropa española, núcleo, durante t
- Page 255 and 256: los Malatestas de Rimini, el Juan S
- Page 257 and 258: Riario cometía tales atrocidades,
- Page 259 and 260: ambición de familia, «pero no res
- Page 261 and 262: la muchedumbre entusiástica. Mient
- Page 263 and 264: ellos, el capitán Fernández de Ov
- Page 265 and 266: Michelotto, había descubierto las
- Page 267 and 268: Borgias, huía despavorido de Pésa
- Page 269 and 270: trabajos públicos. Miguel Ángel p
- Page 271 and 272: gracias a la intervención de Césa
- Page 273 and 274: Figuraba en su corte ambulante un c
- Page 275 and 276: duque de las Romanas entendíanse s
- Page 277 and 278: condiciones naturales; pero traslad
- Page 279 and 280: Después de este golpe certero pudo
- Page 281 and 282: IV DE LA CONVERSACIÓN QUE SOSTUVO
- Page 283 and 284: Atribuían los amigos de Claudio a
- Page 285 and 286: de bailarín, busca casarse con esa
- Page 287: y casi desnudas proyectándose sobr
- Page 291 and 292: Se apresuró Rosaura a interrumpirl
- Page 293 and 294: pequeño cartón, no lo habría cre
- Page 295 and 296: muchas veces. Todas las mujares de
- Page 297 and 298: pequeño sobre. Claudio lo mantuvo
- Page 299 and 300: el suelo, levantando un guijarro qu
- Page 301 and 302: hipocresías. Entre tanto, Enciso i
- Page 303 and 304: nunca.» En julio de 1503 únicamen
- Page 305 and 306: de su crisis mortal, y que únicame
- Page 307 and 308: —El difunto era vigoroso y abulta
- Page 309 and 310: del duque imponía respeto a sus en
- Page 311 and 312: ella Julia Parnesio. César mostrab
- Page 313 and 314: estrella. Al perder el apoyo de tre
- Page 315 and 316: tendido en su lecho, rodeado de ami
- Page 317 and 318: la entrega de las Romanas, el Papa
- Page 319 and 320: escuchado los ecos de sus grandezas
- Page 321 and 322: meses antes, fiel hasta la muerte p
- Page 323 and 324: Dichas operaciones nocturnas ocasio
- Page 325 and 326: Inquisición española y de Fernand
- Page 327 and 328: de sus parientes que conozco. En re
- Page 329 and 330: que le hablaban de otra mujer, dist
- Page 331 and 332: Roma no sé adonde. Verdaderamente
- Page 333 and 334: aquí. Les harás una visita conmig
- Page 335 and 336: españoles de entonces, que fue do
- Page 337 and 338: los papas; mas, sin incurrir en pec
hiciese adivinar su persona. Iba, sin duda a dar alguna orden a los<br />
empleados que estaban en el vestíbulo o a la oficina directora del<br />
hotel.<br />
Siguió adelante, serena, con el andar gallardo de siempre, y<br />
únicamente se estremeció al sonar a sus espaldas la voz de Borja:<br />
— ¡ Rosaura!... - También ella vaciló un poco antes de<br />
reconocerlo; pero su duda fue más corta.<br />
Palideció, e inmediatamente aquella sonrisa que tanto conocía<br />
Claudio, la sonrisa amable e hipócrita para las amistades, así<br />
<strong>com</strong>o su voz, que él había <strong>com</strong>parado muchas veces a las<br />
vibraciones del cristal golpeado por una perla, parecieron esparcir<br />
por su rostro un arrebol de amanecer alegre.<br />
—Borja... ¡ Es usted!... ¡Qué sorpresa! ¿Cómo le va?<br />
Y le tendió una mano afable v blanda, <strong>com</strong>o a cualquier amigo<br />
falto de interés para ella.<br />
Usaba el usted, a pesar de que estaban solos, acogiéndolo cual<br />
si se hubiesen visto semanas antes en otra ciudad. Un encuentro<br />
de hotel, ni más ni menos.<br />
El la tuteó suprimiendo el pasado, <strong>com</strong>o si sólo los separasen<br />
unos días de su vida <strong>com</strong>ún en la Costa Azul: lo mismo que dos<br />
amantes después de una divergencia pasajera, cuando se buscan<br />
para la reconciliación.<br />
Al evocar Claudio en los días siguientes este encuentro, le era<br />
imposible reconstruir con exactitud lo que había dicho. Sólo<br />
conseguía acordarse de que ella le escuchaba en silencio,<br />
mirándolo fijamente, con gesto de extrañeza, apreciando sus<br />
palabras <strong>com</strong>o algo inesperado, molesto e inquietante.<br />
Callaba Rosaura, adivinando la conveniencia de no oponer<br />
ninguna respuesta capaz de enardecerlo. Era mejor dejar libre el<br />
curso de su catarata verbal, que sonaba con una continuidad sorda<br />
de confesión y arrepentimiento. De este modo se agotaría,<br />
esparciéndose sobre una llanura silenciosa, limpia de obstáculos.<br />
Lo único que recordaba Borja era su tono de enamorado<br />
humilde que vuelve e implora perdón. Se cumplían las amenzas<br />
de la Venus de la Costa Azul, cuando él le había pedido que le<br />
288