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13.07.2013 Views

Pasaron unos minutos de espera, y la puerta de la sala se abrió, apareciendo en ella don Michelotto. Inmediatamente su gesto les hizo adivinar la emboscada en que habían caído. Los ojos del hombrecito eran los de un dogo feroz que considera inútil ladrar para morder. Hizo un ademán al grupo de españoles que le seguía, y en un instante los tres condottieri se vieron amordazados y amarrados con cuerdas. Volviendo en seguida don Michelotto su tropa contra la de Oliveretto, que había quedado en el arrabal, cayó sobre ella, matando a cuantos homares intentaron resistirse y rindiendo a los demás. El verdadero ejército de los conjurados, que se mantenía esperando órdenes a varias millas de Sinigaglia, al saber lo ocurrido se apresuró a retirarse, no obstante estar mandado por un sobrino y un hermano de los presos. Terminada esta operación tan rápida y eficaz, el duque de las Romanas se posesionó de la fortaleza de Sinigaglia antes que se ocultase el sol, tal como lo había prometido. Luego de una especie de juicio muy rápido, Vitellozzo-Vitelli y Oliveretto da Permo eran estrangulados en la mañana siguiente en presencia de don Michelotto. César no gustaba de presidir las ejecuciones ordenadas por él. Su elegancia sólo consentía la vista de la muerte en los campos de batalla. Era el sanguinario y puntual Micalet quien atendía a estos quehaceres, inevitables en aquella época. A Paolo Orsini, el tercer prisionero, lo guardó para conducirlo a Roma y confrontarlo con otros miembros de su familia que habían preparado una conjuración contra la vida de! Pontífice. Dicha revuelta debía iniciarse en la capital tan pronto como se recibiesen nuevas de la prisión de César en Sinigaglia, o de su muerte. Pero la noticia que llegó a Roma fue la del inesperado triunfo de César, y Alejandro VI se apresuró a encarcelar en el Vaticano a todos los de la familia Orsini, un cardenal, un arzobispo, un protonotario de la curia y varios hombres más de guerra. 278

Después de este golpe certero pudo contemplar el Valentino sus conquistas seguido de un ejército fiel y compacto, cuyos capitanes, escarmentados por el ejemplo, no quisieron ya intentar ninguna sublevación contra su invencible señor. Paolo y Francesco Orsini, cuya complicidad en la conjuración de los condottierí era notoria, fueron ejecutados después de un proceso rápido, pero ordinario y legal. Los Borgias, tan acusados de asesinos y envenenadores, podían haberse librado en tal ocasión de todos los Orsinis, sus peores enemigos. Sin embargo, los de dicha familia presos en Roma quedaron con vida, y el único que murió en la prisión durante el proceso, el cardenal Orsini, fue sometido a toda clase de exámenes para demostrar que su muerte había sido natural, a causa de las emociones sufridas y de sus muchos años, reconociéndolo así sus parientes. Esto no fue obstáculo para que los embajadores de Venecla y de Florencia hablasen de envenenamiento, quedando visible una vez más la mala fe de los enviados a la Corte de Roma, todos enemigos de los Borgias, y especialmente de César, por sus pretensiones a favor de la unidad peninsular. La astucia de Sinigaglia fue comentada en toda Europa con admiración. El duque de las Romanas había informado a las cortes del juicio y muerte de los culpables, así como de las medidas tomadas en Roma contra la facción Orsini. Casi todos los soberanos respondieron con cartas laudatorias. Actos como el de César eran considerados entonces de buena guerra, y excelente política. Resultaba acción brillante adivinar la traición de los adversarios y valerse de la sorpresa para desembarazarse de ellos con una traición más hábil y pronta. Maquiavelo no pudo contener su entusiasmo ante la tragedia de Sinigaglia. Como florentino, temía al príncipe que meditaba la conquista de su país; como tratadista político, lo admiraba, viendo en él una brillante personificación de todas sus ideas sobre la vida del Estado. Y al examinar con qué serenidad y audacia se había ido 279

Después de este golpe certero pudo contemplar el Valentino<br />

sus conquistas seguido de un ejército fiel y <strong>com</strong>pacto, cuyos<br />

capitanes, escarmentados por el ejemplo, no quisieron ya intentar<br />

ninguna sublevación contra su invencible señor.<br />

Paolo y Francesco Orsini, cuya <strong>com</strong>plicidad en la conjuración<br />

de los condottierí era notoria, fueron ejecutados después de un<br />

proceso rápido, pero ordinario y legal.<br />

Los Borgias, tan acusados de asesinos y envenenadores,<br />

podían haberse librado en tal ocasión de todos los Orsinis, sus<br />

peores enemigos. Sin embargo, los de dicha familia presos en<br />

Roma quedaron con vida, y el único que murió en la prisión<br />

durante el proceso, el cardenal Orsini, fue sometido a toda clase<br />

de exámenes para demostrar que su muerte había sido natural, a<br />

causa de las emociones sufridas y de sus muchos años,<br />

reconociéndolo así sus parientes. Esto no fue obstáculo para que<br />

los embajadores de Venecla y de Florencia hablasen de<br />

envenenamiento, quedando visible una vez más la mala fe de los<br />

enviados a la Corte de Roma, todos enemigos de los Borgias, y<br />

especialmente de César, por sus pretensiones a favor de la unidad<br />

peninsular.<br />

La astucia de Sinigaglia fue <strong>com</strong>entada en toda Europa con<br />

admiración. El duque de las Romanas había informado a las<br />

cortes del juicio y muerte de los culpables, así <strong>com</strong>o de las<br />

medidas tomadas en Roma contra la facción Orsini. Casi todos<br />

los soberanos respondieron con cartas laudatorias.<br />

Actos <strong>com</strong>o el de César eran considerados entonces de buena<br />

guerra, y excelente política. Resultaba acción brillante adivinar la<br />

traición de los adversarios y valerse de la sorpresa para<br />

desembarazarse de ellos con una traición más hábil y pronta.<br />

Maquiavelo no pudo contener su entusiasmo ante la tragedia<br />

de Sinigaglia. Como florentino, temía al príncipe que meditaba la<br />

conquista de su país; <strong>com</strong>o tratadista político, lo admiraba,<br />

viendo en él una brillante personificación de todas sus ideas sobre<br />

la vida del Estado.<br />

Y al examinar con qué serenidad y audacia se había ido<br />

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