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pontificias ante las costas de Toscana. Fue una tormenta comparable a la de treinta años antes, cuando el nuncio Rodrigo de Borgia volvía de su legación de España. César y los hombres más temibles de su séquito permanecían tumbados, sin voluntad, victimas del mareo y del terror que inspiran el mar y él viento desencadenados a los que siempre combatieron en tierra. Las tripulaciones se daban por perdidas. Sólo el Pontífice guardó una admirable lucidez, considerando los marinos esta tranquilidad sonriente como algo milagroso. Continuó el Valentino su guerra contra los señores italianos después de avistarse en Milán con Luis XII de Francia, que le daba públicamente grandes muestras de afecto uno de los condottieri a su servicio, Vitellozzo-Vitelli, fingía haber abierto por su cuenta la guerra contra la República florentina, aunque en realidad trabajaba, siguiendo las órdenes de su jefe. De pronto, César empezó a notar que el suelo vacilaba bajo sus pies. Su verdaden punto de apoyo era aquel ejército siempre invencible, formado con arreglo a la táctica de los tiempos modernos que empezaba a Iniciarse entonces basada en la fuerza demoledora de los cañones y la ligereza de la infantería. Pero este ejército resultaba heterogéneo: los condottieri atraídos por la buena fortuna de; joven capitán, eran demasiado numerosos. César sólo podía tener fe en los dos mil o tres mil españoles alistado» bajo sus banderas. Habían vivido siempre de hacer la guerra sus principales lugartenientes italianos, y empezaban éstos a percatarse de que el Joven caudillo, de Victoria en victoria, los Iría devorando a ellos mismos, pues su autoridad se engrandecía suprimiendo a las antiguas familias feudales. Además, creían llegado el momento de trabajar por su cuenta, quedándose con las tierras conquistadas, y si era necesario matar a su jefe, estaban dispuestos a hacerlo. Pero César no era hombre que tardase en enterarse de un peligro Inmediato. Todos los capitanes importantes que seguían al llamado ahora 274
duque de las Romanas entendíanse secretamente en septiembre de 1502, provocando una revuelta de sus tropas. Los dos más prestigiosos, Ventivoglio, señor de Bolonia y Vitellozzo-Vitelli, convocaban a los demás condottieri al servicio de César, ligándose entre ellos con un juramento trágico para desembarazarse del duque. Juntaban una cantidad de tropas tan extraordinariamente superior a las que se mantenían fieles a César, que la derrota y la muerte del jefe no parecían dudosas; mas el duque de las Romanas, admirado por Maquiavelo, era el príncipe descrito por éste en su libro famoso y supo desbaratar las maquinaciones sordas de sus enemigos, proponiéndose al mismo tiempo el castigarlos con severidad. Acababa de tomar Urbino, destronando a Guidobaldo, su soberano, el mismo que sirvió de maestro militar al duque de Gandía. Guidobaldo condottiere de profesión, se había puesto de acuerdo con sus camaradas conjurados contra César. Los habitantes de Urbino, enterados de las divisiones en el ejército del gonfaloniero de la Iglesia, se sublevaron contra éste, repeliendo a sus capitanes. A la vez, Pisa llamaba a César para entregarse a él en odio a Florencia, pero el Valentino no se atrevía a emprender dicha campaña después de la defección de sus lugartenientes. En realidad, estos revoltosos temblaban ante la idea de luchar de un modo decisivo contra su antiguo señor. Además, repugnábales ir muy lejos en su disciplina, al no sentirse sinceramente unidos entre ellos. Entablaba César relaciones secretas con muchos de sus antiguos subordinados para dislocar de tal modo la conjuración. Vitellozzo. Paolo Orsiní y Oliveretto da Permo le presentaban una serle de reclamaciones abusivas, exigiendo su inmediato reconocimiento y amenazándola en caso contrario con una franca revuelta. Paolo Orsini iba a buscar a César en Imola para llevarle este documento firmado por todos los condottieri. El duque de las Romanas aceptaba una entrevista con los más principales, y 275
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duque de las Romanas entendíanse secretamente en septiembre<br />
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prestigiosos, Ventivoglio, señor de Bolonia y Vitellozzo-Vitelli,<br />
convocaban a los demás condottieri al servicio de César,<br />
ligándose entre ellos con un juramento trágico para<br />
desembarazarse del duque.<br />
Juntaban una cantidad de tropas tan extraordinariamente<br />
superior a las que se mantenían fieles a César, que la derrota y la<br />
muerte del jefe no parecían dudosas; mas el duque de las<br />
Romanas, admirado por Maquiavelo, era el príncipe descrito por<br />
éste en su libro famoso y supo desbaratar las maquinaciones<br />
sordas de sus enemigos, proponiéndose al mismo tiempo el<br />
castigarlos con severidad.<br />
Acababa de tomar Urbino, destronando a Guidobaldo, su<br />
soberano, el mismo que sirvió de maestro militar al duque de<br />
Gandía. Guidobaldo condottiere de profesión, se había puesto de<br />
acuerdo con sus camaradas conjurados contra César. Los<br />
habitantes de Urbino, enterados de las divisiones en el ejército del<br />
gonfaloniero de la Iglesia, se sublevaron contra éste, repeliendo a<br />
sus capitanes. A la vez, Pisa llamaba a César para entregarse a él<br />
en odio a Florencia, pero el Valentino no se atrevía a emprender<br />
dicha campaña después de la defección de sus lugartenientes.<br />
En realidad, estos revoltosos temblaban ante la idea de luchar<br />
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Vitellozzo. Paolo Orsiní y Oliveretto da Permo le presentaban<br />
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Paolo Orsini iba a buscar a César en Imola para llevarle este<br />
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