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Unos echaron fuera de la cámara a las dos señoras, mientras otro más pequeño, que parecía su jefe, el terrible don Michelotto, estrangulaba en su lecho al duque de Biseglia. En realidad, este suceso no produjo gran escándalo. Todos vieron en él un crimen de Estado, corriente en aquella época, y los embajadores de las principales naciones no le concedieron en sus despachos extraordinarios importancia. Casi lo atenuaron por odio a César, como si tal asesinato frese un acto meritorio de gran político. «El salvajismo de los mencionados procedimientos—pensó Claudio—nos espanta, porque tenemos un alma diversa a la de entonces; porque hemos perdido las nociones del arte de morir, amando más la vida con todas las cobardías que comporta dicho amor, cobardías que los hombres del Renacimiento no conocieron por estar convencidos de que morían jóvenes.» Aterrada e indignada Lucrecia por la muerte del padre de su hijo se retiró a Nepi, cayendo enferma de fiebre; pero transcurridos tres o cuatro meses volvía a Roma para figurar en las fiestas papales, consolada ya de su viudez. Mujer de su época, respetuosa ante los crímenes de Estado, la convencía César fácilmente de sus razones para obrar así, en defensa propia, demostrando que su difunto esposo merecía la muerte que él le había hecho dar. La misma razón de Estado consiguió que Lucrecia aceptase, Fin oposición alguna un tercer matrimonio, el más brillante de todos, con el duque Alfonso de Este, soberano de Ferrara, uno de los mejores estados de Italia. César iba a empezar de nuevo la guerra. Luis XII, que se había preparado a invadir el reino de Nápoles, enviaba otra vez al Valentino las tropas que le retiró. Esta segunda campana contra los vasallos rebeldes de la Iglesia también la secundaban las ciudades sometidas a ellos. Oprimidas y arruinadas, acogían al duque del Valentínado como un salvador. Los vecindarios de Pésaro y Rímini sublevábanse contra sus señores al ver las avanzadas del Ejército papal. El primer marido de Lucrecia, implacable calumniador de los 266
Borgias, huía despavorido de Pésaro antes de la llegada de César, que había hecho juramento de matarlo por su propia mano. Se entregaban las poblaciones o eran tomadas por asalto después de corto asedio. La única ciudad que opuso una resistencia heroica fue Faenza, debiéndose esto a que los habitantes sentían un sincero afecto por su soberano, Astor Manfredi, casi un adolescente, el mozo más hermoso de su época, valeroso, de nobles sentimientos, y que trataba a sus súbditos con una bondad constante. Reconociendo César el heroísmo de este adversario, lo combatió con toda clase de miramientos caballerescos. En los días que se suspendía la lucha, mantenían los dos jefes y sus tropas relaciones de amistad Consideraba Claudio Borja estas campañas del hijo de Alejandro como una obra de artista. Su ejército celebraba las fiestas de Carnaval mientras mantenía el sitio de una de las ciudades de la Romana, y para que los sitiados se divirtiesen igualmente, César hacía entrar en la plaza, como regalo suyo, varios carros cargados de disfraces y caretas. Su corte militar abundaba en literatos, músicos, pintores y escultores. Su secretario, Agapito de Amalia, era un gran humanista. También acompañaban al duque vanos poetas, entre ellos el célebre improvisador Serafino de Aquila. El ingeniero general de su ejército y constructor de fortificaciones se llamaba simplemente Leonardo de Vinci y era ignorado aún en Italia. Esta profesión de ingeniero del futuro autor de la Gioconda no resultaba extraordinaria en una época cuyos grandes hombres mostraron las más diversas aptitudes. Mientras llegaba la hora de inmortalizarse como pintor, Leonardo de Vinci hacia dibujos para el Valentino planos de fortalezas, puentes, acueductos, caminos y puertos, o discurría nuevas máquinas de guerra. Tal multiplicidad en las manifestaciones de talento la mostraban igualmente otros artistas de entonces, aunque ninguno de ellos logró llegar al proteismo general de Leonardo. De vida aventurera, ansioso de abrirse paso en medio de la 267
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Borgias, huía despavorido de Pésaro antes de la llegada de César,<br />
que había hecho juramento de matarlo por su propia mano.<br />
Se entregaban las poblaciones o eran tomadas por asalto<br />
después de corto asedio. La única ciudad que opuso una<br />
resistencia heroica fue Faenza, debiéndose esto a que los<br />
habitantes sentían un sincero afecto por su soberano, Astor<br />
Manfredi, casi un adolescente, el mozo más hermoso de su época,<br />
valeroso, de nobles sentimientos, y que trataba a sus súbditos con<br />
una bondad constante. Reconociendo César el heroísmo de este<br />
adversario, lo <strong>com</strong>batió con toda clase de miramientos<br />
caballerescos. En los días que se suspendía la lucha, mantenían<br />
los dos jefes y sus tropas relaciones de amistad<br />
Consideraba Claudio Borja estas campañas del hijo de<br />
Alejandro <strong>com</strong>o una obra de artista. Su ejército celebraba las<br />
fiestas de Carnaval mientras mantenía el sitio de una de las<br />
ciudades de la Romana, y para que los sitiados se divirtiesen<br />
igualmente, César hacía entrar en la plaza, <strong>com</strong>o regalo suyo,<br />
varios carros cargados de disfraces y caretas.<br />
Su corte militar abundaba en literatos, músicos, pintores y<br />
escultores. Su secretario, Agapito de Amalia, era un gran<br />
humanista. También a<strong>com</strong>pañaban al duque vanos poetas, entre<br />
ellos el célebre improvisador Serafino de Aquila.<br />
El ingeniero general de su ejército y constructor de<br />
fortificaciones se llamaba simplemente Leonardo de Vinci y era<br />
ignorado aún en Italia. Esta profesión de ingeniero del futuro<br />
autor de la Gioconda no resultaba extraordinaria en una época<br />
cuyos grandes hombres mostraron las más diversas aptitudes.<br />
Mientras llegaba la hora de inmortalizarse <strong>com</strong>o pintor, Leonardo<br />
de Vinci hacia dibujos para el Valentino planos de fortalezas,<br />
puentes, acueductos, caminos y puertos, o discurría nuevas<br />
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